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"A mí me interesa pensar y ponerme en duda, no trabajar desde las certezas"

Marcelo Carnero y su segunda novela

"Me costó mucho pensarme como un tipo que podía no ser un extranjero del mundo de la literatura". Una entrevista con el autor de La edad del agua, segunda novela por Mardulce después de La boca seca del además poeta y responsable de Espacio Enjambre, Marcelo Carnero.

Entrevista y foto Valeria Tentoni.

A La boca seca le siguió La edad del agua: las dos primeras novelas de Marcelo Carnero (publicadas por Mardulce) parecen esconder un diálogo subterráneo alrededor de la naturaleza y su capacidad para adelantarse al ser humano en la resistencia. En esta entrevista, el autor -que también es poeta, fue editor en Curandera y desde hace unos años es uno de los responsables de Espacio Enjambre- advierte que el conjunto podría estar a punto de recibir un tercer elemento, conformando así un tríptico.

Mientras sigue escribiendo, Carnero piensa. Piensa tanto como pensó para armar la trama de La edad del agua, con un periodista enviado a investigar una muerte extraña a una selva hachada por la sequía. En plena guerra por los recursos naturales, hay terroristas ecológicos, latifundistas indolentes, un Gobierno retorciendo las posibilidades de justicia hasta convertirlas en garantías para los ricos, inventores secretos, persecuciones, corrupción.

Alrededor de ese libro, de sus orígenes como escritor, de sus procesos de escritura y de cómo se cuela la poesía en su narrativa, Carnero respondió algunas preguntas en la terraza de Eterna Cadencia.

 

¿Cómo fue tu infancia lectora en La Boca?

Yo me crié en una casa súper marginal, en una familia disruptiva. Mi viejo nos dejó cuando yo era muy chico, y me crié en una casa de mujeres, con mis hermanas y mi mamá. En mi casa no había nada, y menos para comprar libros. Yo tenía una hermana nueve años mayor que escribía poesía, y ella era un poco la que me nutría de algo un poco por fuera de todo ese mundo, que era un mundo muy violento. Y yo creo que hay algo ahí de haber sido el más chico que me salvó un poco de tener que enfrentar ese mundo de otra manea, porque creo que si hubiese sido el mayor de esa familia tal vez no me podría haber reservado ese lugar más sensible, tendría que haber salido a bancar la parada. Siempre me gustó leer pero no había nada para leer, entonces empecé a recibir cosas de esta hermana -mis hermanas trabajaban desde muy chicas-. Ella me dijo que leyera, que leyera todo lo que viniera, porque era lo único que me iba a salvar. Y yo eso me lo tomé como una especie de mandato, fue una cosa de la que me agarré. Me fascinaban las revistas Muy interesante, me volvían loco, y eso fue lo primero que empecé a leer.

¿Y a escribir?

Empecé a escribir a eso de los 16 años, canciones. Yo cantaba en unas bandas de rock porque siempre me gustó cantar. Cuando tenía cinco años enganché por ATC un documental de Gardel y me pareció una especie de superhéroe, entonces me empecé a peinar como Gardel, cantaba como él... Le pedí a mi vieja que me regale un cassette suyo, y después me regaló un walkman, y estaba todo el día escuchándolo. Ahí comenzó cierta idea de la ruptura del lenguaje, porque yo me crié con un montón de hijos de inmigrantes, de italianos, de rusos, de polacos, de armenios, y para mí eso era una especie de laboratorio lingüístico, y después en el primer lugar en donde yo encontré eso otra vez fue en el tango. También en eso de no entender palabras, se fue armando una ruptura con el sentido.

¿Y cómo te empezaste a vincular con personas que escribían, también, como vos?

Me costó mucho pensarme como un tipo que podía no ser un extranjero del mundo de la literatura. Yo al circuito más literario, si querés, me acerqué de más grande, como a los 30 años. Siempre escribí solo, en mi casa, y no tenía conexión con ese mundo. A los 30 empecé a hacer un taller de poesía con Fabián San Miguel. Él me recomendó empezar a ir a ciclos de lectura; yo tenía una resistencia total, pero de a poco empecé a ir. La conocí a Griselda García, me hice muy amigo de Soledad Castresana, y ahí empecé más a rodar. Yo ya había arrancado a escribir La boca seca. Hice un taller con Claudia Masin, y ahí empecé a conocer un montón de gente. Armamos la editorial, Curandera.

¿Ese proyecto sigue?

No. Llegamos a sacar seis libros en un año, en el año que duró. Siempre me dan ganas de volver a hacer algo así. Después de eso, armamos Enjambre.

Tus primeros libros fueron de poesía.

Yo escribía poesía y en el medio de esa escritura apareció La boca seca. En realidad, lo primero que me aparece es el primer párrafo del libro, hacia 2005. Yo estaba haciendo un taller grupal con los chicos que hacían Ñusléter, en Chacarita, y en un momento dejé de ir y apareció ese párrafo. Escribí unas 100 páginas muy rápido, que obviamente eran cualquier cosa, y después durante muchos años estuve sin poder tocar el texto. Cuando llegué al taller de San Miguel empecé con ese texto pero inmediatamente me di cuenta que había otra cosa. Después hice taller con Griselda y ahí salió el primer librito, Tratado del cuerpo, de poemas. A fines de 2012 pude volver a escribir en el texto, y en 2013 la conocí a Selva Almada y le conté que tenía un texto que quería trabajar. Y ahí arranqué la clínica con ella y Julián López. Aprendí mucho ahí. Me ordenó y me dejó pararme frente a las cosas que hacía de otra manera, dejé de sentir esa extranjería tan fuerte.

Venías de mil mundos a la vez, hiciste de todo antes de dedicarte a esto, ¿no?

A mí siempre me interpelan más las literaturas de la experiencia, yo siempre digo que hay literatura de la experiencia y literatura de escritorio, de laboratorio. Y siempre me interesan más producciones como la de Marguerite Duras, no sé. Además, hay algo de lo fallido ahí que me interesa; estoy viendo a la persona que está ahí. Y yo hice de todo...

Cuando terminaste el secundario...

No, yo no pude terminar porque tuve que salir a laburar. Estaba haciendo cuarto año de un colegio técnico y mi vieja no tenía un mango para mandarme y llegó un momento que no tenía nada para hacer porque no tenía materiales para laburar.Me conseguí un trabajo en un videoclub para repartir películas, hacía las clases de la mañana y a la tarde trabajaba. He hecho de todo. He limpiado supermercados. He vendido agendas y linternas con balizas por la calle. Trabajé cinco años de peluquero: en esa época salían los clasificados de Clarín y yo encontré un aviso que decía "capacitación y salida laboral" pero no decía qué. En mi recorrida con los clasificados bajo el brazo lo fui dejando para lo último, y cuando llegué era una academia de peluquería. Yo había estado trabajando en una metalúrgica y habían echado gente y me había quedado en la calle. Año 2000.

Oscurecía, digamos.

Sí, empezaba a caer el telón. Así que tenía que conseguir laburo. La academia era una formación de 6 meses y después me mandaban a trabajar a un local. Estuve esos meses en una mesa enorme llenas de cabezas de maniquí, todos los días les hacíamos trenzas, torsadas, bucles, y después nos pasaban al salón para cortarle el pelo a gente que pagaba dos mangos. Después conseguí trabajo en una peluquería en Belgrano, y después llegué a Giordano. Ahí hasta me cambiaron el nombre, me pusieron Nacho "porque era más fashion". Mi novia de por entonces llamaba y pedía por Marcelo y le decían que no había ningún Marcelo. Venía la encargada y me decía: "Cuando llamen por vos tienen que preguntar por Nacho".

¿Escribiste sobre eso?

Estoy escribiendo ahora unas cosas sobre eso... Después de eso conseguí un trabajo para vender corbatas por la calle. Pasaba por un lugar en San Telmo, recargaba, y me iba a oficinas, juzgados, con la valija. Todo eso te va curtiendo. Y en este viaje tan loco, de alguna forma de "ascenso social", conocí un arco de gente muy distinta.

Tus dos novelas no transcurren en Buenos Aires; sí hay ciudades, pero no se dice cuáles, y el foco está puesto en zonas rurales, zonas de provincia adentro, pueblitos donde la naturaleza es abundante. ¿Por qué?

Me interesa pensar en la idea de la naturaleza como una cosa que de nuevo está fuera de control, si es que en algún momento el ser humano la puede controlar. Me parece que de alguna forma hasta el siglo XIX empezamos a tener una pretensión de control, una cosa muy omnipotente, y a mí me interesa pensar en esa naturaleza y en el imaginario sobre ella, porque la experiencia del contacto está totalmente atravesada por la cultura. Me interesa la idea de la exuberancia, de la naturaleza efervesciendo. Es una de las pocas imágenes vitales que le queda al mundo.

En los dos libros el pueblo es oprimido -hay esclavismo, hambre, sed-, y la naturaleza parecería adelantarse en la rebelión, es más ágil para resistir que las personas.

Sí, eso me parece alucinante. Es que la discusión, al principio, es sobre el sometimiento de la naturaleza. Hay algo del sometimiento que a mí me hace ruido constantemente, y me parece que es una marca de origen.

La edad del agua retrata lo que podría ser un futuro, pero no tan lejano. Este escenario de sequías, de lucha por el agua, estas máquinas de hacer llover. Hay inclusive un desaparecido, trabajás con muchos elementos que podrían pertenecer a la portada de un diario de hoy.

Sí, de hecho algo ha pasado de todo eso. Supongo que uno escribe en la medida de lo que lee del mundo, no solamente lo textual. Me imagino que esa lectura, en principio, se va generando inconscientemente y luego uno la puede ordenar y traducirla en un texto. Me da la sensación de que van apareciendo situaciones y cuestiones que yo empiezo a relacionar y armo un combo. Cuando le pasé la novela a la chica que iba a hacer la foto de tapa, me dijo: "Pero esto es lo que está pasando". Tiene une relación muy fuerte con el caso Maldonado. Yo hasta ese momento no lo había pensado tan directamente.

La terminaste de escribir antes de ese asesinato, ¿no?

Sí, yo la terminé en el 2016. Supongo que de alguna forma uno hace catarsis colectiva, termina uniendo muchas cosas. Tal vez esos componentes no estén tan ocultos, estén mas en el aire y es cuestión de que uno empiece a hacer relaciones y a bajarlas.

Además de la historia capital, hay muchas pequeñas historias contadas en la novela. ¿Trabajás con noticias? ¿Rastreás esas historias, investigás, o son pura imaginación?

Trato de trabajar mucho con la idea de lo residual. Cuando estoy escribiendo me puedo pasar días encerrado buscando información, pierdo noción del tiempo, entro en una especie de estado túnel. Leo mucho, de todo, muy caóticamente, y me gusta trabajar con lo que va sedimentando, el residuo. Eso, reciclado, se va convirtiendo en otra cosa. No trabajo guardando, sino con la memoria, con lo que queda.

¿Por qué el agua como protagonista?

El agua es un elemento con el que yo tengo una relación muy fuerte. La Boca se inundaba todos los años, subía el río, ese río que además es un río muerto. Yo he visto cosas bizarras como, en un día de inundación, chicos saltando de una vereda al agua como si estuvieran en una pileta. Imágenes que no se me van a borrar nunca más en la vida. Esa es una primera relación, creo. Después hay una relación con lo líquido porque mi mamá trabajaba en el Hospital de Niños, en la parte de hemodiálisis, y estaba obsesionada con el tema de que tomáramos agua e hiciéramos pis. Y después hay algo de la idea planetaria, universal, que se me da con el agua... Si existiera dios, creo que sería de agua.

¿Y lo de la máquina de hacer llover cómo se te ocurrió?

Vi una noticia sobre un personaje que existió en Argentina, un tipo que decía que habíua inventado una máquina de hacer llover. Este tipo empezó a tener una especie de discusión con el meteorólogo estrella de aquella época, creo que eran los años 30... La cosa es que parece que el tipo realmente hacía llover, y hasta Perón le quiso comprar el proyecto. Toda una cosa muy delirante. Y a mí siempre me llamó la atención, porque después desapareció de la historia, y me quedó rebotando en relación a la idea de manipulación climática. Hay toda una serie de teorías conspirativas alrededor de las nuevas guerras.

Dicen que serán por el agua, justamente.

Sí, pero a la vez, si uno pudiera manipular el clima podría generar un montón de desastre naturales.

Hay una mirada muy crítica del Estado en esa novela, escenas que recuerdan un poco a la dictadura argentina. Hay topos, hay persecuciones.

Me interesaba pensar qué pasaba en esta época con una idea de militancia. Yo no creo demasiado en las soluciones políticas, en este momento, en el mundo. Pensar que hay soluciones políticas en el momento económico en el que está el mundo, siento que es un poco ingenuo. Pensar que hay alguien que puede subir y generar espacios de solución... Y eso a mí me llama un poco la atención. En la novela yo intenté pensar un poco en una militancia por fuera de lo partidario, por una necesidad ya extrema: los recursos naturales. ¿Qué pasaría con el ecologismo en ese escenario?

Es una suerte de terrorismo ecologista el que aparece, ¿no?

Sí, hay algo de eso. De alguna forma están empezando a pasar cosas: el otro día, un tipo salió con un rifle y empezó a disparar a los aviones que estaban fumigando en Entre Ríos. El tipo defendió a sus hijos, los estaban fumigando, se está muriendo todo el mundo de cáncer. Ese es un tipo que se está plantando de una manera real, no está pidiéndole a un juez que se fije qué pasa. El tipo dio una entrevista con el arma, parecía el far west. Me parece que están empezando a pasar cosas.

Pienso en las novelas de Gabriela Massuh, al escucharte. Los tuyos son libros de alerta, los cerrás y te quedás maquinando sobre las posibilidades del futuro.

A mí me interesa pensar y ponerme en duda, no trabajar desde las certezas sino desde la duda, por eso no es una denuncia. La frontera siempre me va a parecer el lugar más interesante. Trato de mirar y de hacer una lectura, pero no sé que pasa muy bien. Hay una pregunta también por los orígenes, porque en la novela el único personaje que parece tener cierta ética es el hijo de quien armó todo eso. Me parece que siempre la pregunta es hasta dónde llegamos, todo es circunstancial, no puede haber nada presupuesto.

En La boca seca era un científico, ¿por qué elegiste a un periodista para llevar adelante la historia?

No sé, apareció. En algún momento me pregunté por qué, porque además es un tipo al que le cae la investigación de esa desaparición pero se lo dan porque había fallado en una nota anterior. Y después el tipo siempre está renegando, no es un periodista que tenga un perfil de investigación.

Tiene elementos del policial, también, ¿cómo pensaste el género?

Me parece que en esta cosa más cimarrona que yo tengo, hay algo de esa composición que van apareciendo cosas y yo me siento totalmente libre de mezclar. No me siento obligado a responder a nada, y entonces puedo jugar un poco, y eso me parece que me da mucha libertad y mucha vitalidad cuando escribo. Pero entiendo lo de la relación con el policial, y me divierte, me gusta eso. Me gusta siempre pensar en los géneros más border, menores, no tan centrales. Son los géneros donde pueden pasar más cosas. Me gusta esa cosa de género bastardeado.

¿Dirías que escribir es tu manera de pensar? ¿De ordenar?

Y, me aclara mucho, sí. Me permite pensar muchas cosas de otra manera. Trato de hacer el ejercicio de disolverme. Yo también estoy atravesado por un montón de imaginarios que me di para poder sobrevivir. Me parece interesante pensar la escritura como una cuestión de exorcismo de cuestiones que en la vida real no son posibles.

¿Pensaste continuidades entre tu primera novela y esta? ¿Sentís que La edad del agua responde en algo a La boca seca?

Yo creo que algo hubo de eso. Tal vez en cierta forma de mirar el mundo. Podría pensar que una es anterior a la otra, La boca seca parece narrar un mundo posterior. Cuando terminé la primera novela, empecé a escribir una continuación del texto, y ahí quedó. Pero hay algo, ahora que salió publicada esta, y viendo el conjunto, estoy escribiendo algo nuevo y veo una especie de tríptico, medio extraño. Hay algo de eso. Pero no como una línea de tiempo.

De todas formas, el tiempo en las dos está alterado.

Me interesa mucho pensar en la idea del tiempo simultáneo. En la idea de la narración hay una idea del tiempo lineal que a mí me aburre soberanamente, y me parece muy tonto pensar que el tiempo pasa de atrás para adelante y listo. Yo estoy acá hablando con vos y mientras tanto abajo hay gente trabajando, pasa un auto por la calle, las hojas del árbol se mueven. O sea, es una bola, es una esfera, el tiempo. Me interesa fragmentar el tiempo en la escritura. Hay algo en mi vida también que es muy fragmentario, mucho quiebre; al haber tenido una vida tan bizarra, de alguna forma, y al haber pasado por tantos escenarios distintos, tantas realidades distintas a lo largo de cuarenta años, me parece que eso hace que hay algo de la mirada que se fue facetando.

Sos poeta. Tu narrativa es poética. Para muchos editores, eso es un problema; es una suerte que hayas encontrado un editor para el que no. ¿Cómo escribís poesía y narrativa? ¿Te predisponés distinto para cada cosa, te da lo mismo?

Para mí, la poesía es lo más alto. Implica un compromiso y una relación con la materia con que uno está trabajando que creo que yo no la pude sostener mas. Me parece que encontré la forma de armar una materia texual que me permitiera que igual hubiera momentos poéticos, y a la vez que me permitiera narrar. Creo que de La boca seca a esta novela hay un salto en la materia narrativa, aquella es mucho á compleja desde su composición, creo que tiene muchas más imágenes, el lenguaje está más retorcido. Y acá hay una cosa de lo poético pero desde otro lado, siento yo. Pero sí, yo no sé si voy a volver a escribir poesía, realmente. Siento que hay algo que se perdió ahí, que se fugó. No lo veo con nostalgia. Siento que hay una cuestión de energías y momentos que no me pasaron más. Y que cuando escribo narrativa aparece un reflejo de eso, y me encanta, y lo disfruto mucho. Me parece que le imprime a lo narrativo una potencia muy fuerte.

 

 

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