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“No hago más que reescribir”

Diana Garza Islas

"¿Después de la postmodernidad está de vuelta la postmodernidad? ¿Qué hacemos los que escribimos?", se pregunta Timo Berger en esta continuación de su curaduría, donde comparte una selección de la poeta mexicana.

Selección y foto Timo Berger.

 

¿Después de la postmodernidad está de vuelta la postmodernidad? ¿Qué hacemos los que escribimos? Ya son lugares comunes, el palimpsesto, la muerte del autor, la literatura como una práctica colectiva. “No hago más que reescribir” dice un verso de un poema largo de Diana Garza Isla que a continuación publicamos. Reescribir, juntar, amasar y extender, cortar y reacomodar. Formatear y reconfigurar. Aplicar y transparentar. Los poemas de Diana Garza Islas hablan tanto hacia el pasado como al futuro; entablan un diálogo con la tradición y a su vez incluyen algo como un comentario a las facetas apócrifas de esa tradición –o sea, podrían ser leídos como una especie de Guemará kryptojudía–. Por el otro lado intentan acunar nuevas formas más allá del poema de una cuartilla, esos poemas de chisme y remate que tanto se festejan en los festivales internacionales de poesía.

Eso no quiere decir que los poemas de Diana Garza Islas prescinden del humor. “Y aquí, muchas vacas fuera del contexto” dice un verso del poema mencionado. Y además reflejan la interdisciplinariedad del arte actual, incorporando “figuras”. Leer a Diana Garza Islas es como bailar con una pareja invisible que te conduce elegante por las grietas del presente. Como posdata o comentario, lo biográfico: Diana Garza Islas, nacida en el 1985 en Santiago, Nueva León, es poeta. Vive actualmente en Monterrey, una ciudad arrinconada de montañas y cordilleras. Ha publicado los libros: Caja negra que se llame como a mí (Bonobos, 2015); Adiós y buenas tardes, Condesita Quitanieve (El palacio de la fatalidad, 2015); y es coautora junto con Sergio Ernesto Ríos de La czarigüeya escribe También escribió Catálogo razonado de alambremaderitas para hembra con monóculo y posible calavera, un libro de poesía basado en las cajas parlantes del artista Carlos Ballester Franzoni que está próximo a publicarse y al que pertenece este poema. Escribe en @hastrolabia.

 

Corte Imperio

 

Principia con

 

la trampa, mi vestido negro-mucho,

caracteres medievales.

 

Aquí algo rojo autoimpulsado.

 

Luego está el bosque y se debe hablar de ello,

la minera,

la monja eclipsada por el bastón y los hombres,

 

el sello de un barco.

Proyecto Montauk —dice,

 

y dice un campo maquillado —La fábrica de tus sueños  

—dice el mapa,

 

de los Urales a tu hogar (fig. 3 y 4).

 

Ahí va un cerillo, un viaje a permuta,

la ceniza de una polka, y el clásico rectángulo de luz.

 

Todo lo que encuentro hallado

a la línea del río

 

o cómo éste se encoge apoyando a través del mundo

su ristra de noúmenos.

 

Con arco y maquinita, con foro y orca,

con entrada y líneas griegas.

 

Muy en el fondo, aborígenes; dos

instantáneas:

 

(al reverso,

firma del interesado).

 

Hablo de mi boda, por supuesto,

hablo de un barco chiquitito,

 

año 1236, semihundido todavía.

 

Y que quede aquí constancia de mi fidelidad

al rey. —Sepia, preferentemente.

 

Acto seguido, la imagen del cadáver,

del Rey, los cadáveres, el barril

de manzanas, la bolsa

de leche, la orina

—nada simbólica—

en la nieve, nada más por convivir,

nada más por decir

que la reliquia de urea es real,

la de todos los reyes

de todos los países

 

que dejaron de existir

desde Uruk.

Países cabeza-abierta de niños,

países-cura,

países vista al tren,

países discoball

 

cayéndoseme de la bañera.

¡Inenarrable!

 

Y yo, asomarme, y

papas. Puras papas.

 

Esto lo tengo que reescribir,

claro.

 

Porque no fui yo señor oficial, no fui yo quien metió

su cabeza a la heladera.

 

 

No fui yo, yo no sé

 

La Shoah Invita

 

los rifles, invita la inspección,

lo borrado, todo invita, la invasión

a Lituania, incluso, porque

en el fondo siempre se trata de Lituania.

¿No?¿Recién casados?

 

(Y examina los papeles

con la mano que me amputará

 

próximamente

 

ESPÉRELO.)

 

Y aquí, muchas vacas

fuera de contexto.

 

Un lienzo en blanco, y vacas.

Bienvenidos a Lituania, y muchas vacas.

 

Claro, lo tengo que reescribir.

No hago más que reescribir.

 

No hago más que reescribir lo que va enfrente.

 

No hago más que buscar

sinónimos para decir mis cositas.

 

Que un niño va en carreta, y falsas prostitutas, y hay carretas;

muchas vacas. Un aguamielero, el diluvio universal,

la caída del maíz,

y más vacas. Vacas, vacas como cuando llegué al umbral

de la escalera, y ya asomaban

colmillos, mamá.

 

(La azuquitar, las grecas y asomar, escaleras de asomar,

bolsa de ajos, ojos a la izquierda y asomar,

a la derecha de asomar.)

 

Y se acabó el viaje.

Levanten las manos.

Pero tranquila, Anita Frank,

esta no es una declaración de balística,

esta no es una multitud en el aniversario de Hop Frog.   

 

Hablo de matemática aplicada, solamente,

hablo de algo rojo autoimpulsado,

hablo de mi corazón,

y mi corazón habla de vacas,

 

sal,

 

sal ocupada,

está ocupada, dice, de gravamen y pelitos.

 

(Y hasta aquí

el gabinete del doctor Aníbal.

 

Adiós caballeros. Adiós.)

 

                            *

 

En esta segunda parte del poema

principian las fotos.

 

Es: un príncipe en la playa, con tutú.

Un batallón. Polacos, presumiblemente.

 

Un baúl de colirios. Elefantes importados,

de marfil.

 

Se trata de la niña con monóculo en el país de las calaveras.

O saque usted sus conclusiones.

 

Y usan cementerios, paso a paso. Y usan ojos.

Todo usan. Usan yo. Mírenme,

                                     

acá voy yo incluso sin máscara

y acá voy yo dormida barco adentro

 

y en esta otra es donde fui,

yo solita, una expedición entera de niñas en la nieve

y dejaron, en la nieve, el dibujo de sus pies.

 

Y en esta otra, José y Freijas me ve

y un marinero me ve

y todos me ven.

Y acá armaron entre todos la voz

y el círculo con fruta

hombro con hombro

y desde arriba se veía como una gran roseta

en un campo de maíz. Eran tan hermoso,

 

mamá, no podría decírtelo.

 

(Pero juro que enviaré una postal de todo esto,

incluiré la cadenita y el brazo entre-

mezclado.)

 

Ve, ¿qué me queda ahora?

Succionar bigotes, qué más.

De algo tengo que vivir:

 

de volúmenes, de sumas, succionar.

 

(Es que no puedo decir mis cositas.)

 

Aunque puedo decir

Aleteia, eso sí.

 

O que esa vez él no se vino

particularmente adentro ¿entiendes?

 

Aunque yo creo que sí lo amé.

Me dijo algo

y lo amé.


Y nada bajo el vestido de comunión:

mira, nada bajo él tengo aún, le dije a Wilcom Moore,

mi bisabuelo.

 

Mientras caras se movían.

 

Y otra vez fueron los hombres:

piernas acariciadas,

silla acariciada,

amarillo acariciado,

mesa acariciada,

perro acariciado,  

bastón acariciado,

 

y carbón.

 

Esto es lo que puedo decirte

 

de 1789 a la fecha, mamá; luego todo fue dejar

la hebilla, el zapatito blanco,

dejar, incluso, la manera del café.

 

El zapatito azul, ay.

 

Un jardín alto dejar,

un lápiz dejar, en el pupitre

y el Heirloom Satanás con sus lunares azules,

u ovales, que llegó.

 

Y entonces fue

la Boda.

 

Tilín, tilín.

 

Los novios, con

sables, cada uno.

 

Ya sé, es posible que esté repitiéndose la forma

del poema, a estas alturas. Pero así es el amor, Mesalina,

el amor. No te apures. (Fig. 3 y 4.)

 

Pero, decía yo: Hogar y hogar.

—Es que necesito un hogar —replicó.

Ay, la polisemia.

 

Ay, de mis cabezas,

de mis rancios capellanes,

por las barbas Romeo,

 

¿dónde están?

 

Así van también mis amores

del dónde al dónde están.

Del corazón puesto, con dulzura

sobre la heladera, para así la escena

mejor ya la observar

 

a la música de fondo con sus fábricas-

glorietas, tituladas Anochézcase

de Isoldas llame ya.

 

Así van mis cabezas, mamá.

Vienen y van.

 

Mija, pero si lo único que quiero es verte establecida.

 

 

Ipso facto,

mi mano delatora,

napoléonica, ahí.

 

¡Fue niña!

 

Y en semidesnudez,

ella, asomándose con cara

de murciélago volador.

 

Y muchas cucharitas.

 

(Ella, la que pasa a mi lado

o se queda y no se ve.)

 

Para que ya no vistas santos, mija,

póntela, ponte la de Batman.

 

Al reverso,

 

la casita boloñesa, ya.

El gato negro, ya.

 

Al óleo el rostro de los hijos

en el gabinete.

 

Otro perfil. Otra cocina.

Qué dulzura.

 

Y el mazo marcado en la manera del café. Debajo:

con cariño desde [ilegible] y más abajo la palabra

 

«platinada» o «pátina»

 

o algo en caracteres de un idioma que

no supe o no me acuerdo.

 

Y yo que sólo quiero decirte cosas lindas como

que no le entiendo a tu letra, mamá.

 

De eso se trata, en el fondo.

 

De un bosque duplicado por la lluvia.

De frases que no son listas.

De un sendero que va

 

hacia algo que fue una recámara

 

o un clóset donde se apoyó

el bastón y la imagen:

 

Juana de Arco aparecida en mi vestido

negro-mucho

aquella vez tan de repente

 

…por mero asunto de papelería. No hay

qué preocuparse.

 

O la ampolleta que inhalé

y no estaba contemplada en la maleta

(originalmente).

 

Ese sí que podría ser un final.

 

Aunque

bien ustedes podrían reprocharme que qué

 

del rollito que lleva

en su mano, el Personaje Principal

 

mientras la otra, ahí la cuelga,

tan campante en la cintura.

 

Y que por qué mi gesto en este instante es

tan parecido al de la foto.

 

 

FIGURA 3

 

Yo esperando

en la tintorería

 

el vestido de mi bisabuela, sucio

que uso al escribir.  

 

Es eso.

 

Es que en el fondo todo poema es yo de niña mirándola.  

Es que en el fondo todo poema es mi mamá diciéndome que

 

                                              

no le entiendo a lo que dices.

 

 

FIGURA 4

 

Yo, de tres, ella embarazada,

vistiendo el mismo corte imperio,

de terlenka, que heredé.

 

Figúrense eso.

 

Para ya del rollito de piel ese en el mano,  

mejor ni hablar.

 

 

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