“Mis personajes no se animan a vivir de acuerdo a sus deseos”
María Teresa Andruetto
Miércoles 22 de noviembre de 2017
Una entrevista con la premio Hans Christian Andersen cordobesa sobre su último libro de cuentos, No a mucha gente le gusta esta tranquilidad. "En mi propio proceso de escritura yo me entrego. Por eso lo siento siempre como un recreo", le dijo, entre otras cosas, a Luciano Lamberti.
Por Luciano Lamberti.
María Teresa Andruetto nació en Arroyo Cabral, provincia de Córdoba, en 1954. Ha publicado novelas (como Tama o Lengua Madre), libros de cuentos (Todo movimiento es cacería) y poemarios como Kodak o Pavese, así como una larga lista de títulos infanto juveniles. Ha recibido el premio Hans Christian Andersen. Actualmente vive en las sierras de Córdoba, y lleva adelante, junto a su hija y Carolina Rossi, la colección Narradoras argentinas en editorial Eduvim, donde rescatan escritoras cuyas obras han sido agotadas. Hablamos en el lobby del hotel NH sobre su último libro de cuentos, No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, que salió este año por Random House.
¿Dónde naciste? ¿Cómo fue tu infancia?
Mi infancia transcurrió en un pueblo de la llanura. Ahora es una zona sojera, cuando yo era chica se dedicaban más al maní y a las vacas, al tambo. Campos de maní, la llanura inmensa. Y un lugar gigantesco que es el asilo de enfermos mentales de Oliva que en esa época tenía siete mil personas metidas adentro. Eso le dio como una cosa a la infancia porque los pacientes ambulaban y me dio la idea de un pueblo que vivía de la locura, gracias a la locura. Mucha gente trabajaba en el asilo. Esa cosa de la locura como alimento de los habitantes de un pueblo de llanura, y después esa otra cosa de la melancolía de los pueblos de inmigrantes, la impronta piamontesa, la producción agrícola, el tedio, el conservadurismo, todo eso. Aunque el asilo ponía una mecha en un sentido contrario, había una gran cantidad de empleados públicos y eso rompía un poco la cosa de la producción agrícola.
¿Tus padres eran lectores?
Mis padres eran lectores. Mi papá había tenido una formación de literatura clásica en Italia, había hecho el magisterio superior allá. Mi papá era italiano, venido a los 28 años, de un pueblo cerca de Torino. Había pasado la guerra, había adherido al movimiento partisano, y antes había estado reclutado por el ejército en Milán, él después rompe con eso y se escapa, y le había tocado hacer guardia en La Scala de Milán. Como que tenía una cultura, de la poesía italiana clásica. Era bastante atípico en el pueblo, donde la gente que tenía estudios superiores eran el médico, el abogado, el odontólogo, el escribano, y pará de contar. Mi papá no era nada de eso.
¿A qué se dedicaba?
Él fue durante muchos años gerente de la cooperativa eléctrica de Oliva, que empezó guardando los biblioratos en cajones de manzana, y cuando él se jubiló era una cooperativa modelo en la región. Es la única cooperativa de la provincia de Córdoba, que compra mayorista a la red, y eso permitió que diera montones de servicios, internet, servicios sociales, construye casas, mucha cosa de esa. Pero volviendo a la cuestión era un hombre al que le interesaba más leer para saber: enciclopedias, historia, geografía, historia de la música, pintura, ese tipo de cosas. Mi mamá era más una lectora de poesía y de novelas. Ella venía de una familia muy muy pobre de Arroyo Cabral, no hizo la secundaria, sin embargo, por un amigo bastante más grande que le suministraba libros se hizo muy lectora y enseñó a leer a muchos chicos sin haber pasado por el magisterio. Y mis abuelas leían vidas de santos y esas cosas, les escribían las cartas a los inmigrantes analfabetos que habían caído en el pueblo. Así que hay una cosa con el leer que viene desde lejos.
¿Y tu papá hablaba italiano?
Sí. Pero quería que nosotros no lo habláramos. Él tuvo una especie de sobreadaptación, que es algo que les pasa a ciertos inmigrantes. Él hablaba un castellano perfecto, lo había aprendido en el viaje a la Argentina con un diccionario de tapas de tela roja que todavía tengo. Lo hablaba muy bien, con una sintaxis y escribía con una letra muy bonita. En el pueblo había mucha gente que lo hablaba cruzado y él se negaba, había que hablar el idioma del lugar adonde uno está.
¿Cómo empezaste a escribir?
Mirá, una vez me pidieron que contara para una revista cómo había empezado a escribir. Y entonces no salió el tema de escribir, sino un episodio de infancia cuando yo iba a tercer grado, que sería como el cuarto, ahora. Me mudaron de escuela y yo, un poco para seducir a las nuevas compañeras, para hacerme amigas, empecé a contarles a estas chicas las historias que leía como si fueran mías. Ya me gustaba leer de un modo arbitrario y desprolijo, desde vidas de santos a fotonovelas, revistas de crímenes, de muy diversas procedencias. Entonces se las contaba como si fueran mías. Después me avergonzó estar mintiendo, y dejé. Adaptaba las historias a la duración del recreo. Y esas son operaciones de escritura. En la adolescencia empecé a escribir poemas, junto al surgimiento del amor, y estudié Letras. Pero no es que quería ser escritora. Eso apareció a mis 28 años. Entonces tuve una enfermedad importante, una convalecencia muy larga y me llevaron a lo que serían unas tías abuelas de mis hijas, en un pueblo de la Rioja. Ahí en esa enfermedad tenía que estar sentada, no hacer esfuerzo y demás. Y ahí sí, con la novela surgió la necesidad de un lector. Porque de lo otro, por suerte, no sobrevivió nada. Solo hay un poema de Kodak, el que le da título al libro, que viene de esa época. Todo lo demás es posterior. Pero ahí sí yo sentí que se terminaba la juventud para mí. Yo acababa de ser mamá y estaba curándome de un cáncer de cuello de útero. Y una vez que iba transitando esa novela ahí tuve la percepción clara de que necesitaba lectores más allá de mis tres o cuatro amigas.
¿Qué parte de la escritura se puede enseñar en un taller?
Por empezar a leer más intensamente. Y para encontrar escritores que se avienen en algo a la escritura de uno. Hay mucho para leer, pero uno va descubriendo ciertos escritores que tienen que ver con uno, con algo que uno está buscando. Y si uno es un lector que ha transitado muchos tipos de texto, puede enseñarle eso a alguien. También muchas cosas del oficio. Ciertos recursos. A poner atención sobre algunas cuestiones. Si es un buen coordinador del taller sabrá encontrar lo que el alumno tiene de particular y no de convencional, de igual a otros. Hay una frase de un pianista que enseñaba a sus alumnos que dice “me parece que soy un buen maestro porque mis alumnos son muy distintos a mí”. Algo de eso. Poder percibir algo del otro que está dentro de esa particularidad. Porque qué sería un buen escritor: un escritor diferente a los demás. La propia cosa, Clarice Lispector habla de eso. Y con algo de entrenamiento se aprende más rápido a ir a ese lugar. También se aprende a escuchar a otros, a ser escuchado, a decir la propia palabra. Es un poco un pequeño laboratorio de escritores. Claro, no se inventa a un escritor en un taller. Todo eso que digo debería unirse a una necesidad muy intensa de decir que tiene un escritor.
¿Qué te impulsó a volver al género cuento? ¿Qué tiene de particular un cuento?
Casi estoy por decir que es lo que más me gusta. La poesía, también. Yo me dejo llevar por el deseo. He ido hacia una u otra zona. En mi propio proceso de escritura yo me entrego. Por eso lo siento siempre como un recreo. He escrito muchos cuentos. En general son otro tipo de cuentos. Los que han entrado en colecciones juveniles son sobre todo los que tienen que ver con los géneros. El terror, los cuentos breves. Lo que me produce mucho placer es el cuento en un sentido profundo, cuando uno se adentra en una vida de una manera muy fuerte. Cuentos de sesgo sicológico, llámalo. Como un cotidiano sicológico. Donde puedo meterme en algún secreto de la vida de ese otro, algo que intuyo o una escena que veo o escucho y me abre hacia una inquietud. Hacia los porqué de los comportamientos humanos. Porque claro, siempre hay alguna razón que uno mismo o el mismo sujeto desconoce. Ir a mirar un poco ahí me gusta mucho. En ese orden están estos cuentos. Y también muchos de Cacería, que están en el mismo sentido. Lo otro tiene que ver más con la narrativa breve. Cacería tiene claramente dos partes, una primera de cuentos que se llamaron Todo movimiento es cacería, que había editado Alción, y luego en la edición de Random agregué otros escritos después. Ahí había básicamente mujeres en algunas circunstancias de vida. Es algo que me interesa mucho. Estos cuentos, no sé. Vinieron como seguido, cada uno relacionado con un momento de mi vida, o con la vida de los otros posibles. Cuando unos personajes o un narrador los mira, mira como han vivido y en qué momento algo no se dijo o se silenció. Hace un rato decíamos esa frase, “no se animan”. Me parece que en muchos de estos cuentos hay momentos en que los personajes no se animan a vivir de acuerdo a sus deseos.
Siempre están luchando contra las convenciones.
Exacto, sí. Tienen conflictos con la sociedad y con ellos mismos, con esa falta de coraje, digamos, de vivir de acuerdo a lo que quieren. No son grandes cosas, son vidas como en sordina. Debajo de cada uno de ellos ha habido dramas acallados. Por falta de coraje, por temor de desagradar al otro, todas esas cosas de la que está llena la vida. Quizás lo más difícil es vivir con lo que uno piensa y quiere. Y es tan habitual, tan común. El otro día hablaba con una amiga que me decía que su hija, que es una jueza bastante reconocida, no ve la hora de jubilarse para ponerse una casa de té. No lo que la sociedad considera mejor es necesariamente mejor para cada quien, ¿no?
Otra cosa que tienen en común los personajes es una gran presencia de la muerte.
Aparece de diferentes formas. En el que hay un velorio aparece justamente abriendo una cosa más de luz. Más ligados a la muerte son el de la alcohólica, o el del viejo. Y en “Un águila sobre el nopal” hay un regalito de la vida hacia la protagonista que piensa que se va a morir.
¿Es autobiográfico el cuento “Gina”?
Ja, ja, ja, ya me preguntaron varias veces lo mismo. Todos los cuentos tienen un punto de arranque real, digamos, después disparados hacia otra zona. Que es en general una escena mínima. En ese cuento hay una mujer que yo conocí en el pueblo que era amiga de mis padres, y alcohólica. No lo de la relación con el padre, ni la escena con la madre de la niña. Y el final me sorprendió a mí misma, esa última frase que puse. “Y así fue”. Creo que es una frase del inconsciente y se abrió paso de casualidad. Pero algunas cosas del alcohol sí son de ella. El modo en qué tomaba. Algo, un poco, de la descripción física. En el caso de “El viejo”, alguien que vino a arreglar internet a casa y me contó algo parecido.
¿Escribís con plan o vomitás y después limpiás?
No. “Gina” lo escribí así de un tirón. Y me parece que eso se nota. Después corrijo, retoco, veo como suena, pero lo principal ya está. A los cuentos los escribo como un vómito. Trato incluso de no mirar la pantalla. Tengo un vicio de corrección y de autocorrección del que me prevengo. A veces avanzo y no sé cómo va a ir el cuento, entonces vuelvo un par de días después. Voy tratando de ver al personaje, y el mismo personaje me da un final. En las novelas tampoco tengo un argumento trazado. Son estrategias que yo he ido buscando contra mí misma, cuando una trabaja mucho en la revisión, yo ya no lo hago pero he vivido mucho tiempo de eso, uno ejercita mucho ese control y entonces en mi trabajo de escritura tengo que escaparle a ese control. Incluso hay cosas que aparecen que son del orden de lo incorrecto y que a mí me interesa que aparezcan. Incluso en “Gina” apareció la palabra “brontulando” que es una palabra muy de familias italianas, la correctora me preguntó si la quería sostener, y yo decidí que sí, le da frescura al texto y aparece cuando uno pierde el control. Se trata de producir un vacío para que el inconsciente tire un hueso.
Te quería preguntar si en “El hijo”, a contramano de la tradición de relatos sobre el padre, no hay perdón en alguna medida.
Sí, hay. No estuvo en un programa para mí. Cuando yo lo escribí e iba encontrando que él no lo podía detestar al padre pese a todo, que es algo que he visto mucho en mucha gente. Gente que se reencuentra con los padres. Llega un momento de la vida en el que uno entiende que el otro hizo lo que pudo. Uno tiene que curarse de ser hijo para aprender a ser padre. Cuando uno es solo hijo en general se pone en la actitud de juzgar al otro. Pero cuando yo avanzaba en el cuento, porque lo sigo al hijo y veo que comprende a su padre, me dije: Bueno, algo parecido es lo que pasa en [la novela] Lengua madre. Y también hay algo en ese cuento y en todos en general, algo del orden del perdón, de la piedad, de la comprensión del otro. Cosa que no estaban en Cacería, yo era más joven y más impiadosa, y es algo que te dan los años.
¿Sos creyente? Te lo pregunto por el cuento del velorio.
No, soy una persona que tuvo una infancia muy marcada por el catolicismo, que tuvo hasta la adolescencia primera una cosa con el misticismo fuerte. Me encantaban las vidas de los santos, tocaba el armonio en la iglesia, leí mucho los evangelios, y textos bíblicos. Me considero una cristiana que perdió la fe en la iglesia y que la cambió por la fe en el mundo, en las personas, en los proyectos sociales. Igual nunca he sido antireligiosa. Incluso me interesa mucho los modos de creer de otras religiones. Y la verdad me hubiera encantado tener fe. Ese cuento se lo dediqué a una amiga monja, muy especial, que hizo un movimiento al interior de la congregación por todo, desde la ropa hasta la postura feminista dentro de la teología. Una mujer especial. A ella se lo dediqué. En general estos cuentos son homenajes, son agradecimientos.
¿Qué significa escribir desde Córdoba para vos?
Un muchacho que es de Curitiba, pero que está haciendo un doctorado en Córdoba, está trabajando sobre las líneas de escritura que irradian desde Córdoba al resto del país. Él lo ve como un polo de edición, de escritura y demás, que lo es. Entonces eso respondería un poco. Yo creo que Córdoba está en un momento muy bueno en la escritura y la edición. Son editoriales pequeñas, pero sacan material de muy buena calidad, tanto en narrativa como en poesía. La narrativa está muy ligada a la edición, la poesía puede resistirlo un poco más, pero en una novela es más difícil, entonces necesitamos de la industria. Creo que esos editores han logrado ser vistos en otros espacios por fuera del coto provincial. Digamos: hoy un escritor cordobés que publica en Córdoba y vive en Córdoba, puede ser leído y visto en otros lugares del país. Tiene que ver también con un autoposicionamiento de escritores y de editores. Es una época fecunda. Si yo fuera alguien ligado a la secretaría de cultura apoyaría mucho la distribución, me parece que sería muy importante que la provincia estableciera una distribuidora que no le cobrara a los editores. Eso me parece que sería una gran ayuda, más incluso que editar. No solo en Córdoba capital hay escritores interesantes, tenemos otros polos como Villa María, Rio Cuarto, San Francisco.
Y por último te quería preguntar por la colección de mujeres que llevan adelante con tu hija.
Adoramos hacer eso. Somos Juana Luján, mi hija, y Carolina Rossi. Nosotras queremos mucho esa colección, la pensamos y la ofrecimos nosotras a Eduvim, y me parece muy bien que en una editorial universitaria se de cabida a un proyecto de esa naturaleza. Hacemos dos títulos al año, no más. Acaba de salir Gente conmigo, de Silvia Poletti que es una novela que tuvo muchos lectores en los años 70, una escritora muy querida. Pero claro estas escritoras eran vistas en esa época como “las que escribían para mujeres”. Ella, Sara Gallardo, Libertad Demitrópulos. Escritoras fenomenales, pero eran como si los varones hicieran la literatura argentina y ellas eran para chicas. Ahora son reeditadas, y con un prólogo de lectores contemporáneos. Y tenemos dos libros en marcha, una novela de María Luisa Carnielli publicada en los años 30, que se llama Hay trabajo, es una novela social, ella era militante de izquierda. Era una reconocida escritora de tangos reos, con seudónimo de varón. Y la otra novela que está en marcha es Él último Zenofonte, de María Luisa González Levinson, que es una escritora del círculo borgeano. Amiga de Borges, de Bioy, de todos esos, y es la madre de Luisa Valenzuela.