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“La novela me interesa como un formato a dinamitar”

María Sonia Cristoff y su nuevo libro

"Ahora mi interés por escribir novelas tiene que ver con interrogar el estado de las cosas contemporáneas, no me interesa contar tanto una historia, sobre todo cuando las escribo", le dijo, entre muchas otras cosas, la autora de Mal de época (Mardulce) a Gonzalo León en esta entrevista.

Por Gonzalo León.

Mal de época (Mardulce, 2017) es la cuarta novela de María Sonia Cristoff, aunque perfectamente podría ser la quinta, porque el abordaje que hace del género siempre es desde afuera, desde ciertos márgenes que intentan, como ella misma dice en esta entrevista, “dinamitar la novela”, en realidad lo que hace es ponerla a prueba, y en ese intento hay mucho de búsqueda, investigación, ensayo, acierto y error. Si bien las novelas de Cristoff pueden ser similares, no son iguales, no se contenta con seguir un estilo y quedarse ahí cómodamente a recibir los aplausos de, por ejemplo, Inclúyanme afuera, su elogiada novela anterior. Su obra es reconocible por algunos tópicos, sobre todo por el viaje y por el coqueteo que hace desde la no-ficción.

Esta nueva novela no es fácil, aunque al igual que Inclúyanme… tiene dos partes –una más ficcional y otra no–. La parte ficcional carece de historia y de personajes muy definidos, es como si la autora hubiera pretendido desprenderse de lo que dicta la teoría clásica de la novela, trama y personajes, y se hubiera embarcado en un trabajo delirante sobre un personaje del que sólo se saben algunas cosas: es catamarqueño, emigró a Siria en el 2001, combatió o sirvió en un ejército que peleó en la guerra de ese país, regresó a Argentina y está a la espera de unas instrucciones, que pueden ser cualquier cosa, porque FG –que es como se llama– está, como dice la autora de este libro, “cooptado por las maquinarias de poder”, enajenado. Tan enajenado como Albert Daddas, que es el protagonista de la parte de no-ficción, un hombre que tenía un desequilibrio mental que lo hacía emprender grandes caminatas, de sesenta kilómetros, sin conciencia alguna, como un sonámbulo. La historia de Daddas es del siglo XIX y la de FG es contemporánea, pero ambas se entrelazan y dialogan. Podría decirse que esta historia está más constituida como tal, porque es más decodificable, la de FG está inmersa en lo que el lector puede creer y por tanto no ofrece certezas: ¿FG realmente fue a pelear a la guerra o sólo juega esos videojuegos en los locutorios y nunca se movió de Argentina? Mal de época somete permanentemente al lector a este tipo de incertidumbre, y quizá en el título esté la explicación. ¿Qué tanto sabemos de nuestro presente, de nuestra época, más allá de la información, los datos y los bytes que nos bombardean?

María Sonia Cristoff llega al bar Británico con cierto retraso y es curioso el lugar del encuentro, porque la narradora de la historia ficcional encuentra a FG en la Plaza de los Ingleses. A diferencia de en la ficción, la autora se sienta, ordena café y agua mineral y comienza a contestar preguntas. Se le nota ansiosa, más como FG que como Albert Daddas, pero pronto esa ansiedad cederá, gracias al café, el agua y la charla.

 

El tema del viaje vuelve a aparecer en esta novela, pero desde otra visión, porque está en la parte de no-ficción, que es el libro inconcluso, que va contando la historia de Albert Daddas, este sujeto que tenía un trastorno que lo hacía emprender largas caminatas, como si estuviera en una permanente fuga.

El tema, como vos decís, está siempre, pero lo que me gustó de Daddas como personaje es precisamente esa cosa como de fuga porque me fascina esta idea de emprender caminatas como una forma de rechazo al estado de las cosas. Narrativamente hablando no es el viaje como tópico en sí lo que me interesa, sino el viaje, tal como en mi primer libro, Falsa calma, como modo de trastocar las leyes de la novela decimonónica, que es la que parece haber ganado, entonces ahí había un interés en el viaje por ese lado. Mis tres últimas novelas tienen fugas y caminatas; en Bajo influencia también hay un personaje que camina compulsivamente. Caminar como sustraerse, como pensar: esto así como está no me interesa, esto así como está de algún modo hay que combatirlo o repelerlo, y siempre me ha parecido que los personajes que se fugan o se sustraen tienen ese deseo crítico.

¿Crítica a la realidad que esos personajes están viviendo, decís, una especie de inconformidad?

Sí, crítica a la realidad que viven ellos y crítica a la realidad que se vive hoy, ahí podría abrirlo a dos cosas: en la parte que mencionás de la novela, la de Daddas, perfectamente pudo ser otro personaje, porque la lista de caminantes y fugados que tengo es grande y tengo una fascinación, pero éste lo encontré en un libro de un filósofo de la Historia, y él lo menciona como un caso, pero luego di con los escritos del médico que lo había tratado, porque lo que a él le pasaba era que un día se levantaba y en vez de ir adonde tenía que ir seguía de largo. Esta compulsión me interesó porque era un personaje casi analfabeto, con un acceso muy restringido al mundo de la cultura y aun así leyendo las notas día a día del siquiatra que lo atendía la verdad es que el tipo cada vez que se iba se fugaba o del trabajo, era empleado de la empresa de gas, o de la familia, y a veces de las dos cosas juntas, porque esto ocurría en Bordeaux, donde la familia, los hermanos, todos trabajaban en esa misma compañía, entonces era como fugarse de esa familia y de la empresa de gas. Y me interesó porque no era un escritor, pero además en sus viajes pierde conciencia de lo que hace y llega a caminar sesenta kilómetros por día, y muchas veces en estados de sonambulismo.

Y precisamente el otro personaje es Tissié, el siquiatra que mencionaste y que lo analiza desde la normalidad…

Tissié está claramente buscando un caso, está terminando su tesis y, para los estándares de la época y para cualquier otra, estudia bastante tardíamente, entonces estaba haciendo su residencia en el hospital y necesita un caso. Él cuenta que encuentra a un señor grande llorando en una cama y se acerca para preguntarle qué le pasa y él, Daddas, responde que no lo dejan salir a caminar. Y a partir de esa frase se arma una relación, un vínculo que es genial.

El libro inconcluso se une a una parte que es más extensa y que es la verdadera apuesta de tu novela, la historia de FG, un sujeto de quien se saben algunas cosas pero nada en general, ya que no tiene muchos vínculos con el mundo, se sabe eso sí que está esperando instrucciones. Da la sensación de que como personaje FG dialoga con Albert Daddas, ¿es así y, de serlo, fue adrede?

Sí, fue adrede, porque primero surgió la fascinación por el caso Daddas: a partir de él está estudiado qué pasa con un mal de época, qué pasa con las circunstancias históricas que hicieron que no fuera el único fugado; de hecho la línea de los fugados era bastante profusa, lo particular es que él encuentra a un médico que necesita un caso, pero esta necesidad de fugarse de trabajos horribles, del ejército, es muy común en esta época. Eso por un lado. Ahora mi interés por escribir novelas tiene que ver con interrogar el estado de las cosas contemporáneas, no me interesa contar tanto una historia, sobre todo cuando las escribo. Y además me gusta contar las cosas desde un punto de vista contemporáneo y ahí está este personaje que llega a una Buenos Aires bien actual, que de algún modo tiene muchos puntos en contacto con Daddas, porque FG es un fugado que está en una fuga permanente. Mi idea con este personaje era que de alguna manera lo que le sucede es que no para en el sentido de cooptación, y claro, es menos un personaje en el sentido clásico y más un personaje como conciencia de época, una especie de estado mental de cierta época más que de conciencia. El pasado, para él, no es un pasado tranquilizador que le sirve como experiencia, a partir de la cual toma otras decisiones, el pasado es tormento.

De hecho el pasado de este personaje no ayuda a definirlo, lo confunde más.

Absolutamente.

Y, por otro lado, el hecho de que sea FG, estas iniciales que remiten a lo kafkiano, y no sólo por las iniciales, sino por el ambiente que lo rodea, eso de estar esperando una misión, un destino se parece mucho a ‘Ante la ley’.

Lo kafkiano es tal cual, de hecho hay escenas concretas que son claramente una reescritura de algún Kafka: cuando él vuelve y empieza a transitar por oficinas gubernamentales, queriendo encontrar la clave de un atentado, ahí está El castillo, pero más allá de que uno apele a ciertas escrituras que te constituyen me parece ver en él este modo de estar totalmente cooptado, donde no hay capacidad de libertad, es como si estuviera comandado por unas fuerzas que no sabe cuáles son, como si yo viera a través de él lo que siento como una especie de operaciones de maquinarias de poder que dejan menos margen para sustraerse a ellas. Tengo la impresión de que hay momentos en la Historia donde cortaban los cuerpos, cortaban las conciencias, y ahora es como una cosa que desde el inicio él ya no tiene registro, como una subjetividad totalmente tomada.

No sólo se establece un diálogo entre FG y Daddas, sino también entre las dos épocas. Y mientras Daddas fue objeto de estudio de la siquiatría durante el siglo XIX, FG está aún más enajenado por lo contemporáneo y es objeto de estudio, si se quiere, de la literatura.

Yo creo que es más un objeto de destrucción de las maquinarias de poder. Yo siento que cada vez hay menos margen dentro de estos sistemas y caminar es el único camino que nos queda para intentar sustraernos, porque ya además hay un avance contra nuestro tiempo, contra nuestro tiempo libre, avances sobre nuestras decisiones en modos siniestros de utilización de las redes sociales, más todos los otros discursos que ya sabemos de dónde vienen. Tengo la impresión de que cada vez hay menos margen para tener algún espacio parecido a una vida en común, a una vida con más aire o con libertad, aunque la palabra libertad suene un poco hippie a estas alturas. Pero también me interesaba explorar a través de la prosa con esta caminata agitada, con esto que yo digo de nunca parar, de estar cooptado y disociado, empecé a probar una prosa que yo sintiera que hay alguien que está caminando así, como si fuera la respiración de alguien que no se detiene nunca. No me refiero a la caminata del paseo o a la del flaneur que iba observando la ciudad moderna, en ésta el personaje no entiende nada y además es una caminata compulsiva donde no hay ningún deseo ni ninguna decodificación, ahí hay también una especie de tradición por asociar la caminata con entender algo: desde los lake poets, como Woodsworth y Coleridge, hasta Rousseau. Esta idea de asociar la caminata con el encuentro con uno mismo o con la ciudad moderna. Acá, sin embargo, no hay nada qué decodificar, porque FG es incapaz de hacerlo, entonces lo que recibe son señales que interpreta mal. Por ejemplo, el reflejo del sol en una ventana le hace pensar que tiene que tomar parte de ese atentado.

O de creer que la misión que estaba pensando no se trata de eso sino de ir a Misiones. Pensar literalmente algo, ¿no?

Claro, él agarra el referente y lo toma como cierto del mismo modo que si la hoja caía para la derecha o para la izquierda le indicaba que eso era un grupo que estaba armando un atentado y que él debía impedirlo. Y hay también eso que decías, cuando él ve el cartel que dice Misiones en la estación de Retiro, en realidad él había tenido un recuerdo en esos locutorios totalmente decadentes de lo que le pasaba con su padre. Ahí queda claro que se trata de un chico catamarqueño que emigra a Siria con la crisis del 2001, eso es su historia familiar, y luego vuelve en las condiciones que vos habrás leído. Y cuando está en ese locutorio él se acuerda de una pelea que tuvo con su padre allá, en Siria, y en un momento está por volver a su pueblo natal, por eso se va a Retiro, pero en vez de volver, ve ese cartel y se va para Misiones.

¿La alusión a Misiones es un modo de viajar hacia la literatura, porque en esa ciudad hace siglos los jesuitas trajeron una de las primeras imprentas al continente?

No, acá no hay nada de eso. Lo de Misiones es el puro significante.

¿Cómo fue que estableciste estos diálogos entre estas dos historias, entre estas dos épocas, entre estos dos personajes?

Encontrar las historias no me resultó nada de difícil. Primero estuve años recolectando cosas, no te podés imaginar los archivos que acumulé, y luego escribí durante un año y medio la parte ficcional por un lado y más tarde, durante un verano, escribí los fragmentos no ficcionales del libro inconcluso. A esa altura no me acordaba por dónde iba la ficción. Y después me encerré otro verano a conjugarlos, esa cosa clave que decía Walsh: En qué gran medida el cómo armamos el collage define las narraciones. Ésa para mí es una de las grandes lecciones de Walsh. Lo que me pasó de extraordinario fue que yo iba buscando huecos en la narración y simplemente dije al principio: Voy a ver dónde la narración se banca un aire. Conté los fragmentos que tenía y fueron calzando en los huecos de la narración. En ese trabajo de entrelazado puedo jurar que me sorprendí por lo bien que encajaron, casi como si yo no hubiera intervenido. Me parecía que hubiera estado trabajando con los textos de otros, y eso me sorprendía y me dije: Quién armó esto en la noche mientras dormía.

¿Este entrelazado, que también está en Inclúyanme afuera, define tu concepción de novela?

El formato novela, como te decía antes, me interesa como un formato a dinamitar, por eso aparecen fragmentos no ficcionales en todas mis novelas. No es casual que haya puesto el epígrafe de Nathalie Sarraute (Se lo puede ver marchando con la milagrosa destreza del sonámbulo por el borde extremo del vacío que a veces se forma al comienzo de las tardes), porque buscaba una antinovela dentro de la novela. Y lo de antinovela está en que el personaje FG no está delineado por completo, o que la ambigüedad que está llevada a un punto tal, y que es algo que me interesa mucho trabajar, que no sabés si él realmente estuvo en esa guerra en Medio Oriente como dice, o todo lo que hizo fue estar en el locutorio jugando esos videos.

Hay una sensación de que hubieras construido tres novelas dentro de Mal de época: primero la historia ficcional, luego la no ficcional y la suma de las dos. ¿Coincides con esta apreciación?

Una vez terminada la novela, la ficción solamente resiste ser leída sin el libro inconcluso… Aunque no. Porque sabés qué pasa, el libro inconcluso, que además termina en el prólogo que se llama epílogo, donde está esa narradora que más o menos sabe lo que sucede, que anda buscando un libro, que ha recibido un dinero, claramente es alguien que escribe y por tanto tiene todo el control de alguien que escribe. Entonces ahí hay otro relato, no sólo lo que le pasa a Albert Daddas, sino lo que le pasa a ella; mientras ella va narrando a su vez su figura va despareciendo y haciéndose cada vez más tenue y tomada por libros. Eso fue una cosa que me sorprendió, porque fue un efecto de lectura que descubrí después: ella empieza con más cuerpo, con vida, con relaciones, habla con un mozo pero de pronto va convirtiéndose en una exégeta de esos libros que encuentra, y al final termina la historia de Albert Daddas, que es una cosa que no se puede creer y que es investigación pura, y que es que alguien como él que no paraba de desparecer permanentemente, de fugarse, haya tenido una hija y que esa hija en algún momento, cuando se fue a vivir a París, le haya pasado lo mismo pero en otra clave, porque ahí es donde encuentro el recorte de un diario, donde sale que fue dada en adopción a una familia más o menos constituida y que tiempo más tarde, cuando es más grande, es tomada por una red de tráfico de personas, y ahí termina esta historia. Y la narradora al contar eso cierra un poco esta parte y reaparece después de haber vivido esa experiencia y de haber conocido a FG, a quien se lo cruza en la Plaza de los Ingleses, y es ella la que queda abducida por él y mimetizada por lo que él tiene para contarle. Entonces el tema de que esta narradora sea la que cuenta la historia de FG, para mí, era crucial para sostener esa voz, porque o si no hay en la voz que narra referencias, inferencias, saltos, intertextos, que no se entienden mucho como FG las iba a tener. Necesitaba un personaje con acceso a un tipo de lecturas. Sola, la historia ficcional tendría un problema de voz narradora, y la voz narradora me interesa muchísimo, así como no me interesan los personajes. Que exista ella es fundamental para sostener toda la historia.

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