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“La literatura siempre se ha constituido como una especie de contrapoder”

Patricio Pron, Premio Alfaguara de Novela

"Por otros puede ser visto como una carrera literaria cuyo hito o terminación es este premio Alfaguara, como una especie de trayectoria recta sin ningún tipo de obstáculo y perfectamente razonada, pero la mayor parte del tiempo se trata de tropiezos, accidentes, avances y retrocesos", respondió el escritor rosarino radicado en España a Luciano Lamberti. Y también: "Para mí lo importante es obtener las condiciones materiales para escribir el próximo libro". 

Por Luciano Lamberti. Foto de Erik Molgora, gentileza Alfaguara.

 

Patricio Pron nació en Rosario, en 1975, y desde el 2008 vive en Madrid. Ha publicado, entre otras, las novelas El comienzo de la primavera Nosotros caminamos en sueños, y los libros de cuentos La vida interior de las plantas de interior y Lo que está y no se usa nos fulminará. Su novela Mañana tendremos otros nombres ha sido galardonada este año con el Premio Alfaguara.

Nos juntamos una mañana en el coqueto hotel Alvear a charlar sobre la novela y todos los debates presentes en ella, desde el feminismo hasta las nuevas formas de relacionarse a partir de la Internet.

 

¿Estás trabajando actualmente en la universidad?

No, yo dejé de trabajar en la universidad cuando fui de Alemania a España hace diez años. No por falta de vocación, espero que tampoco de talento, pero sí más bien debido a que la universidad es muy impenetrable. La contratación es muy opaca. Yo tenía ese proyecto, pero me resultó imposible saber dónde podía candidatearme. Algo muy distinto a la experiencia alemana, tan pronto como ingresabas en el sistema de doctorandos empezabas a recibir una newsletter semanal en el que se te informaba con enlaces y resúmenes de todas las ofertas de trabajo de tu ámbito de especialización en las universidades germanoparlantes. Entonces tenías desde la oferta de trabajo académica hasta la de sacar fotocopias. Muy por el contrario, en España el trabajo de las secretarias de comunicación consiste más bien en esconder toda esta información. Yo estaba tratando de lidiar con esa incertidumbre cuando una novela mía ganó un premio en España, el premio Jaen de novela, y mis editores me pidieron un segundo libro y yo lo tenía ya, y eso fue decantando más en la escritura de ficción que en la académica. Si bien continúo escribiendo crítica literaria, porque creo que es necesaria, mi expulsión por parte de la universidad me dio vía libre para seguir escribiendo. Fui afortunado en ese sentido.

¿Vivís de la literatura?

Esa pregunta requiere una pregunta adicional, que es a qué denominamos literatura. Yo creo que toda persona que tiene un trabajo académico, o que escribe guiones para cine o televisión, vive de la literatura. En ese sentido yo diría que vivo de la literatura, desde que tengo 17, 18 años, desde que empecé a trabajar más seriamente en el periodismo. La profesionalización del escritor, que para mí es uno de los condicionantes básicos de la generación de una escritura de calidad, depende de muchísimos factores, uno de los cuales es la austeridad con la que el escritor pueda vivir. Mi esposa y yo no tenemos ninguno de los condicionantes que aparecen en la mayor parte de la vida de mis amigos. No tenemos niño, no tenemos coche. Y en ese sentido somos afortunados, no tenemos grandes pretensiones económicas. Yo creo que eso es clave. Para tener una escena literaria importante, la profesionalización es clave. Es lo que pasaba con la literatura argentina de los 60, 70. Lo sorprendente es que se haya desarrollado una literatura tan potente e interesante sin que se de esa condición.

Borges tenía que dar conferencias para vivir.

Pero hubo un momento en que no fue así. Un día hablaba con Piglia acerca los comienzos. Él me preguntaba cuánto había vendido mi primer libro de cuentos. Yo no tenía idea. El libro había sido subsidiado por la Fundación Antorchas. Supongo que se habrán vendido 600, que era una cifra bastante digna para un primer libro. Y Piglia dice: "Bueno, mi primer libro, La invasión, que me publicó Jorge Álvarez, vendió 6000 ejemplares, y fue considerado un fracaso".

Bueno, en sus Diarios se nota que estaba obsesionado con el dinero.

No por una cuestión monetaria. Le interesaba el tema del valor de la literatura. Y muchas ese valor estaba supeditado a lo monetario. Pero cuando pensábamos en la diferencia entre 600 ejemplares y 6000 ejemplares, pensábamos en la diferencia entre el 67 y el 97. Si la diferencia da uno por cada 100, podríamos decir que la literatura argentina es cien veces menos interesante. Había otro público, también. 30000 personas fueron asesinadas. Y eran 30000 lectores. Por supuesto el mercado era otro. Y los usos también cambiaron. La noción de valor de la que hablaba Piglia se relacionaba con la cuestión del uso, qué usos se producen en torno a la literatura.

Hay algo que decís en la novela sobre la “cultura de la positividad y la falta de disenso”. ¿Creés que el rol de crítico ha sido desvalorizado por la “buena onda”? ¿Es el avance del mercado sobre la crítica?

Es posible que así sea. Y también es posible que eso esté estrechamente relacionado con la enorme producción editorial, que inevitablemente busca las herramientas retóricas e incluso propagandísticas para destacar algunos libros de todos los que son publicados semanalmente. Una de las grandes batallas en el mundo editorial es lo que se denomina superficie de venta, que siempre es escasa frente a esa enorme producción. Efectivamente, en el libro se está hablando de Internet. Pero yo haría la diferencia de que esa vida de Internet es cada vez más real, condiciona cada vez más nuestra sociabilidad y nuestros hábitos sobre el mundo. Se produce una especie de continuidad absoluta, y en lugares donde la literatura carece de mayor relevancia constituye casi la totalidad de esa clase de vida: las polémicas se dirimen en ese ámbito, las acusaciones de una cosa u otra se dirimen en ese ámbito, a pesar de lo cual lo que más se produce en las redes sociales es una especie de ola de amor, y de buena vecindad. Muy agradable de ver, pero a su vez también en contradicción con esta consciencia crítica que me parece que cierto sector de la literatura debería ejercer. Siempre es mucho más interesante procurar con las herramientas que uno tiene diferenciar la paja del trigo, a pesar de lo cual algunos críticos, sociólogos sobre todo, sostienen que hay una especie de emergencia de la positividad que se relaciona con la optimización de las redes en las que uno termina siendo un producto, que genera enormes malentendidos, diría yo. A la hora de investigar para esta novela sobre las formas en las que estas personas construyen perfiles en Grinder y en Tinder, incluso en las redes sociales que no tienen como fin ligar como Facebook, Twitter y sobre todo Instagram, lo que me sorprendió fueron las series de tutoriales que te indicaban cómo optimizar tu producto. Y esa demanda de optimización me parecía que ponía a las redes sociales del lado de la ficción, más que del lado del relato realista. Alguna de estas redes, sobre las que sirven para buscar pareja, están diseñadas para producir un encuentro íntimo donde la ficción que uno ha construido no puede sostenerse. Comentábamos con amigos que parece que hay un angulo específico para sacarse una… en España se llama Foto Pollas. Selfies de pene. Hay una especie de ángulo que es muy interesante, que ya está instalado como una especie de convención, que es un escorzo en el marco del cual si lo haces bien el pene tiene casi la altura del torso de la persona, y muchas veces las personas se ponen la mano en la polla, para ratificar el efecto del escorzo, lo cual me imagino que se desmorona cuando la persona se baja los pantalones. Hay algo de la índole de la construcción de la personalidad que convierte ese ámbito virtual en un ámbito real, o más real que la realidad: allí son lo que desearían ser, hombres de penes enhiestos dispuestos a romper cual arietes las puertas de ciudades medievales.

En una frase se habla de las denuncias de abuso como un “consenso en torno a las relaciones económicas y políticas entre hombres y mujeres”. Me pareció que era una búsqueda de complejizar el tema que los medios tienen a presentar de forma maniquea.

Bueno, sí, desde luego, esa forma de pensar es constitutiva de los debates contemporáneos. Hay una resistencia muy grande a todo aquello que impida tomar una posición que es sentimental. En la novela se habla mucho acerca de eso y también acerca del consentimiento, que es uno de los temas claves de este momento histórico. Los personajes, después de su separación, descubren que se han producido transformaciones en la forma en que se desarrollan las relaciones amorosas que los dejan completamente fuera de lugar. La irrupción de las nuevas tecnologías en el ámbito de la subjetividad. Pero también hay una cuestión más grande que es la de estas luchas de la que todos participamos, que tiene que ver con el consentimiento, con la carta de ciudadanía de algunas sexualidades que en algún momento fueron vistas como alternas o disruptivas o incluso marginales. Y todos estos fenómenos que denominamos las causas del movimiento feminista, cuando deberíamos hablar más bien de feminismos, corrientes distintas que incluso son antitéticas entre ellas, están redefiniendo las formas en que nos relacionamos, y lo hacen en algunas ocasiones planteando esto como un conflicto entre individuos autónomos, sin tener en cuenta las estructuras económicas y sociales en las que estamos insertos. Los condicionantes económicos y políticos también afectan el ámbito de la vida en pareja, y en estos últimos años esto se ha hecho visible. Se han puesto de manifiesto en determinados cruces muy específicos como en el tema del aborto, se ha puesto de manifiesto algo que es que la intimidad no constituye un refugio de la época sino un lugar donde las tensiones de la época se ponen de manifiesto. En el caso de la novela, los personajes toman consciencia de ello tras su separación y deciden dar una especie de paso atrás para poder ver mejor cómo estos condicionantes han modificado su vida, como han amado y cómo desean amar, pensando en la pareja como un campo de batalla ampliado donde los debates y las discusiones públicas tienen injerencia en lo privado. La moralidad imperante dicta que no debes buscar a tu pareja en el ámbito de trabajo, cuando las estadísticas dicen que el 84 % de las personas terminan encontrando pareja en el ámbito del trabajo.

La tuya es una novela sobre el amor pero a la vez muy racional, muy cerebral…

Los escritores recreamos las emociones a partir de nuestra propia intimidad. Y en ese sentido creo que los personajes tienen algo de mí. Y de la forma en la que yo veo el mundo. Pero creo que su despecho, la distancia que establecen entre ellos, también tiene que ver con un momento histórico en el cual, en el marco de estas discusiones de las que estábamos hablando, en relación con el consentimiento, con los límites, hay muchas personas que tienen mucho temor las unas de las otras. Hay un dato esclarecedor de las propias compañías que son propietarias de los algoritmos que deciden cuestiones en aplicaciones como Tinder y demás, están haciendo público, que es que el éxito de las aplicaciones es similar al de la vida real: se producen dos aciertos cada ochenta y ocho rechazos. Desde luego es distinto que te rechacen en una aplicación, pero el hecho de que la ratio sea igual de baja que en la vida real, debería llevarnos a pensar que en realidad la gente no está usando esas aplicaciones porque sean exitosas a la hora de buscar pareja. La razón creo que es que en realidad lo que estas aplicaciones ofrecen es un contrato verbal de la conversación de chat, dentro de la cual se determina qué se va a hacer, cómo se va a hacer y en qué orden. Ese contrato excluye toda molestia o conflicto con la otra persona. En ese sentido es la negación absoluta de toda experiencia amorosa. En el sentido en que lo interesante es todo aquello que descubres sobre la otra persona y sobre ti mismo. A pesar del hecho de que las aplicaciones han facilitado mucho los encuentros entre personas, los índices de soledad no han disminuido en absoluto. La experiencia de la soledad en las sociedad contemporáneas se ha expandido y se ha agravado. Sobre todas estas cuestiones orbita la novela, y lo hace con el propósito de no decirnos todo sino más bien pensar en la forma en la que actuamos. No es una novela moralista, y tiene más preguntas que certezas. Es susceptible de constituir, si lo he hecho bien, una especie de retrato de la transición de un régimen moral a otro. En el marco de la cual se producen magníficos desarrollos y situaciones sobre las que resulta más difícil opinar.

¿Esta transición no implica una moral conservadora?

En algunos aspectos, sí. Parte de las fuerzas que intervienen en estos días plantean una especie de nuevo puritanismo. La ghetificación de ambos géneros es una de las propuestas de un tipo de feminismo más radical. Algunos reclamos van en la línea de establecer vagones exclusivos en los subtes, como hay en México. En ese sentido siempre recuerdo el hecho de que muy perversamente Margaret Atwood en El cuento de la criada hace decir a sus personas que este régimen de opresión total de la mujer fue creado para protegerla de los supuestos riesgos que corrían en virtud de la amenaza por parte de la pornografía. Como hombre deberían ser cosas que no me conciernan a mí y sin embargo son cosas que me interesan mucho. Por una parte es inevitable que todo desarrollo genere una contrareacción. Y en ese sentido no me sorprende la forma en que la derecha europea se ha hecho cargo de la lucha contra el aborto. Lo que me sorprende es que esas contrareacciones no sean de mayor intensidad. Yo creo que todo eso debería llevarnos a constituir nuevas formas de consentimiento sobre los cuerpos. E incluso definir el papel que el Estado cumple en ese ámbito, si lo que triunfa es una visión en el marco de la cual hemos obtenido algunas libertades que teníamos pendientes o si se trata de un ámbito más bien regresivo en cuyo marco tendremos menos libertades. La cuestión de Lolita es crucial para pensar esto, por la cuestión de que esta discusión otorga a la literatura una especie de potestad que en mi opinión no tiene. No creo que nadie devenga pedófilo leyéndola. Y tampoco creo que no sea una historia de amor. La exigencia de ejemplaridad a los autores que preside discusiones, denuncias como las que se han producido en México recientemente, me parece una exigencia de difícil cumplimiento pero necesaria. Ahora bien: exigir a ejemplaridad a los personajes nos dejaría con muy pocos personajes y muy poca literatura que escribir y leer. La literatura siempre se ha constituido como una especie de contrapoder. Y en muchos aspectos ha sido, en su profundad amoralidad, el elemento diferencial en la obtención de determinados derechos. Esto tiene que ver con cierto valor de uso del que hablábamos, que parece haberse transformado. Es sintomático que lo que se demande sea una especie de literatura que adhiera a la moral imperante.

¿Cómo empezaste a escribir? ¿Venís de una familia lectora?

Mis padres fueron activistas políticos, militantes. La suya era una casa donde había libros. Hay una estrecha relación entre el activismo político y la literatura. O al menos cierto tipo de literatura. En el libro sobre mis padres (El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia) hablo mucho de la biblioteca de mis padres y de cómo había algunos elementos sorprendentes y algunas omisiones bastante notables. Los libros estaban allí y yo los leí cuando Dios sabe qué pude haber aprovechado de El libro rojo de Mao o de La razón de mi vida de Perón, que van entre el maoismo y el melodrama. En algún sentido y de forma un poco azarosa pero también predecible la literatura se convirtió para mí en una especie de mediación entre el mundo y yo. La interfaz entre dos sistemas operativos absolutamente contradictorios y a menudo en pugna que son el mundo y yo. Pero no tenía ningún plan de convertirme en escritor. Sin embargo comencé a trabajar en un programa de rock a los quince años, escribí algunos guiones, alguien me dijo que había un concurso en el que podía presentarme, lo gané y ahí comenzaron las cosas. A un nivel muy precario, muy poco profesional. Pero a los diecisiete, dieciocho años yo ya estaba escribiendo, y a partir de ese momento todo fue más o menos ir enlazando proyectos, ir enlazando posibilidades, de tal forma que cuando finalmente eché la vista atrás tenía un par de libros publicados y algunas personas pensaban que yo ya era un escritor, que era mucho más práctico continuar fingiendo que lo era que desestimar la ilusión de estas personas. Creo que las mejores decisiones son las que uno nunca toma, sino que toman otros por uno. Por otra parte, por otros puede ser visto como una carrera literaria cuyo hito o terminación es este premio Alfaguara, como una especie de trayectoria recta sin ningún tipo de obstáculo y perfectamente razonada, pero la mayor parte del tiempo se trata de tropiezos, accidentes, avances y retrocesos. Ni siquiera es fácil pensar para mí en términos de carrera. Para mí lo importante es obtener las condiciones materiales para escribir el próximo libro. Lo otro pertenece más bien a los historiadores. Si un escritor internaliza esos argumentos ajenos puede llegar a convertirse en un monumento de sí mismo. Pertenezco a una generación que no pretende hacer eso, creo. O lo creía hasta que me encontré con personas que bajan de su lujoso piso de Madrid y les dicen a los argentinos cómo tienen que votar, o saben cómo resolver el problema de la deuda o combatir la desigualdad, todas estas cosas me parecen muy sospechosas.

 

 

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