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“Benesdra termina haciendo una novela revolucionaria”

Se estrenó el documental sobre la novela El Traductor

Una entrevista de Alejo Vivacqua con los directores de Entre gatos universalmente pardos, Damián Finvarb y Ariel Borenstein: el documental sigue la figura del escritor, periodista y psicólogo Salvador Benesdra, autor de El traductor y El camino total que a principios de 1996, ya sin trabajo tras los despidos masivos en el diario Página/12, se tira desde el décimo piso de su departamento de Congreso. 

Por Alejo Vivacqua.

 

 

(...) “yo sentía que por todas partes estaba drenando una noche gris de gatos universalmente pardos, una apoteosis de la indiferenciación que por primera vez no lograba despertarme miedo”.

Para Damián Finvarb y Ariel Borenstein esa frase, al comienzo de El traductor, la novela de Salvador Benesdra, era un buen ordenador para lo que se habían planteado cuando comenzaron a pensar su película. Alejados del mundillo literario, más cercanos a la investigación y el periodismo de carácter social y político (Finvarb dirigió La crisis causó dos nuevas muertes, sobre la cobertura del diario Clarín en los asesinatos de los piqueteros Maxi Kosteki y Darío Santillán; Borenstein publicó una biografía sobre Julio Grondona), los directores se interesaron en la figura de Benesdra porque vieron en él una buena forma de hablar sobre los '90, una época que, creen, todavía tiene mucho para contar.

En Entre gatos universalmente pardos (2018), el documental que se estrenó hace pocas semanas y que aborda su vida y obra, el escritor aparece como un hombre complejo, de trato difícil, por momentos agresivo, pero también con momentos de ternura, compañerismo y, sobre todo, con una conciencia y valoración por el trabajo en el que, hacia el final de su vida, se había embarcado: una novela monumental que, como síntoma de época —y como pensó Borenstein en su momento—, era una verdadera quijoteada a contramano de su tiempo.

A través de entrevistas con amigos, parejas, compañeros de trabajo y personalidades del ambiente literario (Raquel Garzón, Nora Avaro, Elvio Gandolfo), la película consigue, sin un tono laudatorio ni idealizante, un equilibrio no siempre fácil de lograr. Es a partir de las contradicciones y las anécdotas que la personalidad de Benesdra se vuelve menos difusa.

 

¿Por qué hacer un documental sobre Benesdra? Y, sobre todo porque pareciera no ser casual, ¿por qué en este momento?

Damián Finvarb: Cuando Ariel me cuenta la historia dije: "ahí hay algo interesante para contar". Esta es una época de neoliberalismo tardío, aunque es más bien como ir y volver a la Década Infame, y hablar sobre los '90 nos interesaba para ver cómo se vivió en ese momento la falta de ideologías y cómo hoy vuelve el neoliberalismo a atacar todo lo que se había logrado. La historia de Salvador servía para hablar de todo eso.

Ariel Borenstein: Hay una diferencia, creo yo, con algo que dice Damián. Sufrimos un gobierno del mismo tipo, pero en los '90 se caía lo otro, era realmente "una noche de gatos universalmente pardos". En estos días, por ejemplo, tuvimos la marcha del 8M y, te guste o no, el feminismo es una ideología. No habrá ideología socialista revolucionaria, que fue algo que ordenó todo el siglo XX, y eso no volvió, pero sí volvieron las ideologías. Hay puntos en común y puntos distintos, pero esta es una época más esperanzadora, me parece. Aquello era una novedad histórica. Salvador estaba en crisis ideológica. Había roto con el Partido Obrero en los '80 y de alguna manera tenía esperanza en la Perestroika, creía que podía haber alguna salida, llamémosle, con más democracia electoral. Los Verdes alemanes, por ejemplo. Pero eso se cae, claro, y al mismo tiempo él hace un hecho revolucionario. Porque ninguno de nosotros dos somos literatos, pero investigamos y leímos, y todo esto que él estaba haciendo coincidía con las ideas del fin de la novela. Para ordenar quizás sus ideas, o para lo que fuese, él termina haciendo una novela que es, en ese sentido, revolucionaria.

Uno de los méritos del documental es el abordaje de la figura de Benesdra desde distintos costados: el literario, el laboral, el íntimo, el militante. ¿Cómo fue el trabajo previo de descarte, de selección u omisión de los testimonios?

Ariel Borenstein: Se podría hacer otra película con todo lo que descartamos. Se abordan cuatro o cinco temas muy potentes, y corríamos el riesgo de sobrevolar todo y no hablar de nada. Mirta Fabre, por ejemplo, su primera pareja, había tirado unos manuscritos de Salvador. Desde que lo supimos hasta el último momento eso entraba en la película, pero al final lo sacamos. Aún así, algunas de las críticas favorables que vimos decían que, de alguna manera, dimos cuenta de todo lo que es El traductor sin tener que hacer un documental de seis horas.

Damián Finvarb: Nos interesaba agotar todo lo que implicara El traductor y Salvador, pero hay partes que lógicamente no las vamos a abarcar nunca y otras que sí analizamos más profundamente porque son más significativas. Nosotros entendemos el documental como una investigación filmada. Tenemos una idea de dónde partimos pero no adónde llegamos, y en la filmación vamos abriendo distintas puntas. Después sí, en la edición, armamos el guion y las cerramos.

Ariel, vos fuiste compañero de Benesdra en Página/12. En la novela están muy presentes las asambleas, y en el documental hacen hincapié en la actividad dentro del diario, donde Benesdra tenía participación. El capítulo de la huelga, un conflicto que duró varios meses, es quizás donde mejor aparecen algunos rasgos clave de su personalidad. Uno de sus compañeros comenta que Benesdra solía pararse al fondo para tener una mejor vista de todos, y desde ahí criticaba con vehemencia. Muchos de los trabajadores tenían sentido de pertenencia con el diario y querían morigerar el tono de las protestas, algo que hoy parece imposible en los grandes medios. ¿Cómo ven ustedes la comparación?

Ariel Borenstein: Lo que pasaba en Página, y ahora nos damos cuenta con la devolución que nos dan de la película... esa canción de León Gieco que dice "compramos el Página, leemos a Galeano" (“Los salieris de Charly”) era realmente así. Para toda una generación Página era más que un diario. Había habido experiencias previas parecidas. La Voz, por ejemplo, que lo bancaban los Saadi y era del ala izquierda del peronismo, o las experiencias de los '70, que ya eran más abiertamente políticas. No me avergüenza decirlo, pero cuando yo entré a Página, que venía como becario de la Universidad de Lomas de Zamora, fue tocar el cielo con las manos. Pero ahí después uno se daba cuenta de que ciertas firmas a las que vos admirabas eran tipos que quizás tenían ciertas actitudes... Osvaldo Bayer estuvo con nosotros en ese momento, Galeano también. Pero José Pablo Feinmann no, y Verbitsky dijo, a su manera, "este diario vale más que todos ustedes".

Damián Finvarb: Hay que entenderlo en los '90. En ese momento tenías a Clarín, que vendía millones, La Nación, que era el nicho de derecha, y Página, que era el progresismo de la época y se leía mucho, y trabajar ahí daba prestigio. Entenderlo hoy es imposible.

Ariel Borenstein: Salvador también tenía una contradicción. En el marco de su crisis ideológica, iba a la patronal a tratar de convencerlos para que al menos fueran capitalistas coherentes. En un punto, él creía en ese proyecto, en Página, aunque también, aún con esa crisis ideológica, él tenía el instinto de clase.

Damián Finvarb: Eso en El traductor está muy bien representado. Si vos conocés los nombres, sabés quién es quién de los que aparecen.

Los directores de Entre gatos universalmente pardos

¿En Página se sabía que estaba escribiendo una novela?

Ariel Borenstein: No. De hecho, fue un impacto grande cuando salió publicada. Sí se sabía que era brillante. Hace poco el hijo del actor Gianni Lunadei, que laburaba en la parte de publicidad del diario y tenía una relación más cercana con Salvador, me contó que cuando pasaba por su sección él le contaba lo que iba escribiendo. Eran compañeros de Letras en la Universidad de Buenos Aires, porque Salvador se había puesto a estudiar Letras de grande. Ahora que hablamos, con el documental, es el centro del mundo, pero en Página no. Pensá que estaban Miguel Briante u Osvaldo Soriano. Pero claro que era muy particular.

Benesdra no toleraba que los jefes supieran mucho menos que los redactores, y está bueno pensarlo dentro de cierta visión que tenía sobre las relaciones de poder. En una interpretación un poco forzada, y volviendo a la relación con sus compañeros, ¿su ejemplo muestra que para plasmar a una generación y una época quizás hay que mantenerse un poco al margen, ver todo desde arriba?

Ariel Borenstein: Sí, pero no lo veía desde el pedestal. Él se involucraba, pero lo que está claro es que tenía una capacidad intelectual, una intensidad, un nivel de obsesión que hacía que, finalmente, se pusiera un poco por arriba pese a su involucramiento. Desde una cuestión personal hasta algo político, Salvador entraba en un debate que no dejaba lugar a dudas o al consenso. Hoy que está tan de moda el consenso... Si yo tengo una posición, te arrincono hasta que te convenzo y te reviento. Así era él. Vivió intensamente una época, y una cosa fue cuando era la revolución estaba ahí cerca y otra cuando se vino todo abajo.

Y el libro de autoayuda, El camino total, ¿cómo entra en esto?

Damián Finvarb: Es un libro de autoayuda muy raro. Él dice en ese momento que lo hace para ganar plata, porque la autoayuda en los '90 estaba de moda, y vende ese libro como un libro extremo para salir adelante.  Él cree que va a ganar mucha plata con eso.

Ariel Borenstein: Es otra de sus contradicciones. Tenía una cosa de ingenuidad, es un libro de cualquier cosa menos de autoayuda. No es de lectura fácil, y mezcla sus conocimientos de psicología, de genética, matemática. El subtítulo, además: Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio. Y dice como veinte veces “esta técnica la probé en mí y mirá qué bien que estoy”. Un compañero de militancia dice en el documental que uno puede verlo como "uh, pobre, se mató joven, qué cagada", o puede verlo como que realmente aguantó demasiado. Porque desde joven venía con problemas, con brotes psicóticos.

Aparecen también sus amigos leyendo el boceto de lo que iba a ser su segunda novela, de la que apenas había hecho anotaciones. ¿Cuál es la historia detrás de eso?

Damián Finvarb: El boceto siempre se supo que existía, y los amigos sabían, más o menos, de qué se trataba. Nos lo acercó la hermana de Salvador. Nos dio una copia. Son pocas líneas, pero ahí cierra todo porque él, al ser tan autobiográfico, y por su crisis al trabajar para el grupo SOCMA al final de su vida, quería escribir sobre eso. Y lo que pensaba como idea para esa novela, con esto que hablábamos de su crisis ideológica, es la salida individual: unos locos sueltos que van y matan patrones. Hasta cierto sentido tiene lógica con lo que pensaba en ese momento. De todas formas, es un boceto, es poco. Tuvimos acceso a cuatro o cinco páginas: una breve sinopsis, algunos personajes y el arranque de un capítulo. Varios cuentan que se había ido a Uruguay a escribir. Y no era el típico escritor con una lapicera, eh. Él iba con su notebook y escribía todo ahí.

Ariel Borenstein: En la época que no había. Vos pensá que en Página/12, salvo en la sección Política, no había computadoras. Yo entré en el '92, y en Información General para atrás —Espectáculos, Deportes—había máquinas de escribir. Pero Salvador usaba una notebook.

La adaptación al cine de El traductor, que nunca se estrenó, la hizo el director Oliverio Torre, que aparece en el documental de forma casi caricaturesca. Cuenta la frustración que le generó hacerla, y en ese momento él cometió un error muy básico porque decidió cambiarle el nombre al personaje: en vez de Ricardo le puso Salvador, algo que a la familia de Benesdra, lógicamente, no le gustó. Si bien varios hechos de su vida pueden trasladarse a la novela, ¿cómo manejaron ustedes no caer en eso de confundir al autor con el narrador?

Ariel Borenstein: Eso tiene dos caras. Gran parte de la novela está inspirada en vivencias e ideas suyas, y no había forma de obviar eso, pero al mismo tiempo es ficción, y la ficción tiene su propia lógica. No era fácil para nosotros, no era fácil cómo partir del libro e ir a la vida de Salvador y al mismo tiempo hacer una película, y que esa película tuviera coherencia interna para que alguien que no hubiera leído el libro pudiera verla y entenderla igual. Caminamos por la cornisa, pero en algún momento nos estábamos metiendo en temas complicados. La relación con las mujeres, por ejemplo. Es muy fuerte la escena de la novela en la que, en una parte de violencia con una mujer, el narrador pasa a escribir en tercera persona. Es como si el propio protagonista no se la bancara.

Después del despido en Página/12 Benesdra terminó trabajando para Franco Macri. A modo de remate, casi tragicómico, ¿qué creen que pensaría de que su hijo terminó siendo presidente?

Ariel Borenstein: Esto que decíamos antes de Salvador. En ese boceto que dejó opina que puede convencer a Franco Macri, y que el problema en realidad eran sus asesores. Eso habla de esta crisis que tenía, de esta mezcla de ingenuidad y crisis profunda, porque ¿cómo lo vas a convencer? Él, como mínimo, tenía la duda. Tenía una sobrevaloración de algo que es fundamental, sí, que son las ideas y las palabras, pero que en definitiva anclan en una realidad y en intereses concretos.

Damián Finvarb: Él creía que hablando podía ir y convencer a quien quisiera. Buscando en los diarios de la época vimos que justo cuando cae la Unión Soviética, en 1991, lo secuestran a Mauricio Macri. Hay varios puntos en común, donde se junta todo.

Por último, en su visión de realizadores, ¿cómo creen que fueron contados los '90 en el cine? Tanto en la ficción como en el documental. ¿Creen que falta algún enfoque particular?

Damián Finvarb: Yo creo que no hay mucho. Hay algo muy superficial, pero no hay un análisis en serio sobre los '90 a nivel general o ideológico. Hubo mucho sobre los '70, algo sobre los '80 y después, del 2001 en adelante. Hay algo sobre el fin de los '90 pero es más sobre los grupos piqueteros, ya es la última parte, donde se derrumba todo.

Ariel Borenstein: Para mí se habló de los '90 pero no de esta parte. Había un balance común de que fue una tragedia, pero para nosotros era algo mucho más profundo, todo lo que significó la Caída del Muro, lo que fue que en un país como Argentina un gobierno peronista aplicara esa política, que lo hiciera un caudillo del interior.

Damián Finvarb: En el documental de Carlos Fuentealba [NdR: codirigieron En obra, en 2013, una biografía del docente neuquino asesinado] habíamos visto un poco lo que era la izquierda en ese momento y cómo se derrumbó todo a fines de los '80 y en los '90. Este documental de Benesdra es otra pata. Los partidos entran a hacerse mierda, y la salida es más individual.

Ariel Borenstein: Para nosotros no fue una década, fue algo histórico universal. No fue como decía el capitalismo, “el fin de la historia”, pero se vivió un poco así. Mucha gente entró en una crisis muy profunda.

 

 

 

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