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“A veces del error salen cosas que después son tu identidad”

Isol en Eterna Cadencia

La autora de Secreto de familia, El globlo y Cosas que pasan, entre otros títulos, contestó preguntas del público en una entrevista en el marco del ciclo de literatura infantil y juvenil que se realiza en la librería.

Transcripción: Miranda Correa.

Para hablar de la trayectoria de Isol bastaría con decir que ganó el premio Astrid Lindgren en 2013, uno de los premios más importantes de la literatura infantil y juvenil que se le concede a un ilustrador —dotado en 540mil euros— y fue finalista del Hans Christian Andersen en 2006 y 2007. Autora de títulos como Secreto de familia, El globlo y Cosas que pasan, sus nuevos libros son El menino, que acaba de presentar en la Feria del Libro, y El abecedario, un libro que se publicó a la vez es español e inglés. Además, ilustró “El cuento de Navidad de Auggie Wren” de Paul Auster. Artista polifacética, no agota su talento en el mundo de los libros, sino que sostiene, además, la banda de música alternativa Sima. De todo eso habló el martes pasado, en una entrevista pública atípica, en la que ella misma se autoentrevistó y respondió preguntas del público. Además, trajo sus primeros trabajos: un póster-comic sobre canciones de Nick Cave, unas estampillas apócrifas y sus primeros libros de poesía. Estas fueron sus respuestas.

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Cuando terminé Bellas Artes tenía que elegir como firmar los cuadros y me gustaba Miró y me gustaba Klee. Además, eran nombres cortitos y pegadores. Marisol no me gustaba, quizás porque a mi mamá nunca le gustó. Mamá me quería poner María Sol, y mi padre fue y me puso Marisol. A mí me parece de muñeca. Isol me parecía un nombre más de artista. Empecé así. Tuve la suerte de estar en un grupo de amigos de la secundaria en el que todos nos creíamos que éramos artistas o que lo íbamos a ser. Me gusta mi nombre, me gusta que sea fácilmente recordable.

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Tener un patito es útil tardó seis años en salir porque era una cosa rara, no entraba en ninguna colección. A todos les encantaba, pero nadie lo podía hacer. Por eso, además, no se consigue acá. Se hace en México y se manda a imprimir en China. Averiguamos para hacerlo acá, pero era carísimo, hubiera sido un libro impagable. Me acuerdo que el gerente de Fondo de Cultura me dijo que yo les daba proyectos que les hacía aprender a hacer cosas nuevas.  Entonces yo ahí le dije “Tengo uno”, que era Nocturno, y se coparon.

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Si algo me entusiasma, quizás entusiasme a otros. Tengo ese optimismo. A veces, va por el lado de lo gráfico, Nocturno empezó porque quería usar una tinta especial que no se usaba en libros. Y quería que contara una cosa escondida dentro de la otra. En realidad, trato de correrme del lugar común, de lo que uno opina sobre las cosas, de la primera impresión. Me gusta la sorpresa y eso pasa en los libros: aparece la sorpresa. 

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Trabajo muy intuitivamente; después me doy cuenta qué paso; por qué salió ese cuento y no otro. Lo primero que cambió [desde que soy mamá] es que tengo mucho menos tiempo para hacer los libros, y eso hace que maduren de otra manera. Pero, en realidad, hasta ahora hice dos: El menino, que obviamente es mi experiencia como madre, y El abecedario. Ese libro fue hecho para una muestra y cada dibujo era individual; yo me planteaba un argumento y después lo hacía. Entonces, esta cosa más hecha en pedacitos, que se unen en un concepto general, tiene que ver con otra manera de organizar mi tiempo.

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A El menino lo tenía bocetado antes de ganar el premio Astrid Lindgren. Ahí también dejé por un año de hacer cualquier cosa, porque estaba viajando y haciendo promoción. Hay gente que puede escribir en los aviones; yo puedo escribir ideas sueltas, pero cerrar no. Entonces en el verano me puse de nuevo, pero tardé mucho: cuando dejás algo, después tenés que encontrar el entusiasmo para volver a engancharte. Y después vino Daniel Goldin que me volvía loca. Trabajar con un editor está bueno, porque está bueno tener con quién discutir, pero, a veces, también se te puede hacer muy largo.

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La historia que más costó cerrar fue El menino. Porque era muy largo, porque no es una historia en sí, sino que son como elementos. Y porque tenía un editor complicado, como Daniel Goldin, que todo el tiempo me hacía preguntas: “¿Te parece?”. Llegó un momento que me volvió tan loca que dije “Me estoy angustiando, no lo voy a hacer más, no lo voy a hacer”. Está bueno para mí, como artista, saber también a quién mostrar el trabajo. Yo nunca siento que la tengo atada, siempre me pregunto si el próximo libro va a gustar. Porque nunca se sabe. Y entonces le mostré el libro a algunos amigos, que me daban unas devoluciones como lo veía yo, pero Daniel veía otra cosa. Quería que le cambiara el final, que para mí era lo mejor del libro; era lo que se me había ocurrido primero. Fue una situación de mucho conflicto. Así que le dije “Mira, Daniel, este es mi libro. Quizás no es el mejor libro para vos, pero yo lo hago así. Si no, ya no sería mi libro. Y me estoy angustiando”. “Ah no, vos tener que estar feliz, hacelo como quieras”. A veces hay que llegar hasta ese momento.

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Tener una editorial sería mucho trabajo. Además, el editor es el que se ocupa de todo eso que uno… Yo, por lo menos, no quiero estar preocupada por conseguir lectores, por ver adónde se va a distribuir. Eso sí me pasa cuando hago música. Tengo que mover todo yo, porque no tengo editor. Es lindo, por un lado, y por otro lado te quita todo el tiempo para hacer la obra, que es lo más divertido, y no preocuparte si va gente o no va gente. Si tocas, querés que vaya gente, querés recuperar aunque sea el flete. Pero es un estrés agregado, que no me interesa.

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Yo no trabajo en digital, trabajo afuera. Todo El abecedario está hecho con papel, lo que pasa que después lo escaneo. Cuando armo el libro, lo monto todo y le retoco cositas. En general hago eso y también meto papeles escaneados, como si fuera una prensa de grabado. Ponés por un lado la línea, por otro los colores; es una manera de pensar que me viene de cuando estudié grabado, pero que con la compu es mucho más fácil. Después tengo una tipografía mía. Cuando empecé a publicar más afuera, me hice una tipografía que la fui arreglando.

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No cambié mucho de cuando hacía cosas para adultos. Quizás esta parte sea la clave de que funcione. Yo no hago una distinción muy grande, y tampoco me reprimo cosas para hacer los libros. No digo “No puedo meter violencia, porque es para niños”. No: no me interesa. Cuando empecé, en el parque Rivadavia había muchos fanzines, y yo quería hacerme amiga de los que hacían los fanzines. Yo escribía poesía. La manera de editarse uno mismo y que quede más lindo es la serigrafía, que es un trabajo de locos, pero te permite tener algo mejor que una fotocopia. El primer librito que hice fue de poemas. Lo hice con una fotoduplicación, y pegando una por una las tapitas en serigrafía. Después, hice un cómic. En ese momento era muy fan de Nick Cave, que es un músico australiano. Me gustaban tanto sus letras que dije “Voy a hacer un cómic” y lo que inventé fue un póster-cómic. Ahora se ve muy enmarañado; de cerca se ve muy bien. En un lugar se une con lo que hago ahora, por ejemplo, con mi banda. Compraba el papel e imprimía. Tiene la limitación de dos colores porque cada una de las planchas es una pasada que tenés que hacer con la tinta, con un cajoncito y tenés que lavar el cajoncito con una tela, es un moño. Era mucho trabajo, pero después quedaba bueno. Con esto iba a las revistas a ver si conseguía trabajo como ilustradora y, obviamente, me decían “¿No tenés algo un poquito más tranqui?”. Después hice la “Filatelia Apócrifa”, que eran estampillas que son stickers. Compré papel engomado e hice una serie de estampillas que no existían. Lo bueno es que las vendía por nada, y de repente me encontraba un montón de gente que las tenía en la agenda. Era como mover el trabajo por otros lados. Te planta de otra manera frente a las personas, porque hiciste un trabajo, lo terminaste y lo ofrecés. Así fui jugando con las imágenes y los textos. Después hubo gente que ya me pedía para revistas como ilustración algunas estampillas o cositas. Y ahí, ya por el error de la serigrafía, empecé a hacer que los colores se movieran un poquito y, cuando empezó a pasar, dije “Esto está buenísimo”. A veces del error salen cosas que después son tu identidad.

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Sima, mi banda, está pensada para un público adulto. Las letras quizás que refieren a cosas que para un adulto son fáciles de decodificar y no tanto para un niño, pero me he encontrado con nenes que se saben el disco de memoria. También yo juego con algo de los cuentos; me interesa que las letras cuenten cosas, que tengan imágenes. Se parece más a lo que sería mi poesía y entonces pienso en un lector adulto, pero no porque tenga algo que no pueda ser disfrutado por un nene.

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Lo que está muy bueno de hacer música y espectáculos es estar con otras personas, porque en el libro estás solo en tu estudio. Cuando trabajas con otro podés dialogar un poco. Si no, estás corriendo como un hámster. Como ilustradora, como narradora visual, tengo muchas herramientas y me entusiasma empezar y terminar y hacer todo yo, pero lo otro no lo tengo. No toco instrumentos, necesito que otras personas se alíen conmigo para armar algo. Está bueno aprender y crecer con otras personas. Un libro está muy mediatizado, lo hice y ya está, salió, es eso, vos después lo firmás y saludás. En la muestra también pasa eso, ya está; el riesgo no lo corro delante de las personas, lo corro en mi casa, si algo sale horrible, no lo ve nadie y lo tiro. En cambio, con la música tenés los ensayos, pero en vivo tenés la energía de estar ahí, mirándole la cara a la gente. La adrenalina es otra.

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Los de la editorial le mostraron los dibujos [a Paul Auster] y me dijeron que le había encantado. Después estuve después con Siri que es su mujer y ella también me dijo que les había gustado un montón. Le mandé un dibujito original y él me mando un libro. Hasta ahí: no tuve tanto contacto. Lo que sí, fue importante que él dijera que le gustaba porque ahí la editorial no me molestó más. La cara del protagonista no es como era. Tenía más rayas. En realidad, yo había pensado en Harvey Keitel, que había hecho la película. Entonces había hecho un personaje que tenía muchas rayas en la cara, y los tipos me escribieron diciendo que el personaje les parecía muy duro, y yo como tengo pensamiento de clásica pensé que estaba muy duro el dibujo, así que le ponía más y más rayas. Pero entonces me llamaron por teléfono —la dificultad de trabajar con un editor español— para decirme que era muy duro para el lector, que lo quería más lindito. Me recostó porque a mí me gustaba el duro y al final quedó como una naricita, una cosita. Pero ya me olvidé cómo era el otro. A veces me dicen qué texto querría ilustrar y hay escritores que me encantan, pero no veo un texto. Quise buscar uno de Ian Mc Ewan, uno de Murakami, que sean cuentos cortos. Está buenísimo cuando se te abren esos portales y de pronto llega el texto de este tipo, que es re lindo, y tenés la posibilidad de esa emoción.

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