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¿Quién fue en verdad esta mujer?

Eduarda Mansilla

"Desde hace unos años la figura literaria de Eduarda Mansilla comienza a ser revisitada, básicamente desde los estudios de género, pero desde un lugar problemático: su perfil no encaja en el prototipo de luchadora feminista". Leé un extracto de la introducción de Jimena Néspolo a Creaciones (1883), de Eduarda Mansilla de García, publicado por Corregidor.

Por Jimena Néspolo.

 

 

 

[...] Desde hace unos años la figura literaria de Eduarda Mansilla comienza a ser revisitada, básicamente desde los estudios de género(5), pero desde un lugar problemático: su perfil no encaja en el prototipo de luchadora feminista, más bien a veces atenta contra él y, sin embargo, su hacer adquiere visos de rotunda excepcionalidad (Chikiar Bauer 2013; Molina 2011; Szurmuk 2007). La vida de Eduarda no sólo actualiza el modelo conservador de mujer tradicional, definida en sus múltiples roles de hija, esposa y madre, sino que incluso asume “la familia” como una cuestión artística y patria. Su mismo hijo, Daniel García-Masilla, señala en su libro Visto, oído y recordado. Apuntes de un diplomático argentino (1950) que la realización del matrimonio de sus padres fue vivido como un hecho político de alcance nacional que, en los hechos, se materializó en el pedido por parte de los cónyuges de que sus apellidos fueran desde entonces un solo bloque inseparable: en “García-Mansilla” confluían las dos líneas antagónicas que habían violentamente escindido, hasta el momento, al territorio del Río de la Plata (los García, diplomáticos y jurisconsultos, liberales, rivadavianos, unitarios y amigos de lo extranjero; y los Mansilla, militares, federales, nacionalistas y desconfiados de todo lo foráneo).

Eduarda Damasia Mansilla es la segunda hija(6) de Agustina Ortiz de Rozas y del general Lucio Norberto Mansilla, quienes por herencia –ella– y por propio mérito –él– llegan a ser dueños de extensos campos en la pampa argentina. A través de los recuerdos de su hijo Daniel y, principalmente, de su hermano Lucio V. Mansilla (1831-1913) es que podemos acceder a estampas familiares, escenas de infancia o de la vida social y cultural de la escritora y múltiples recuerdos que la muestran tanto o más apta que el autor de Una excursión a los indios ranqueles, para el camino de las artes y las letras. Así en Mis memorias, su hermano destaca la óptima formación literaria y musical de su hermana y se encarga de dejar constancia del talento natural de su hermana para “hablar en lenguas”. Hay una escena rescatada numerosas veces por la crítica que nos muestra a la niña Eduarda oficiando de traductora entre dos figuras más que relevantes de la política internacional de entonces: Rosas, el caudillo argentino, tío materno de los hermanos Mansilla, y el conde Alejandro Colonna-Walewski, hijo de Napoleón y representante del rey Luis Felipe ante la Confederación Argentina, enviado especialmente a Buenos Aires para intervenir en el conflicto que determinó el bloqueo francés, en 1845.

A partir de esta escena capital, Graciela Batticuore –por ejemplo– aborda la obra de Eduarda para ver en ella su fuerte rasgo “mediador”: traducir América para los europeos es lo que intenta Mansilla en El médico de San Luis (1860) y todavía más en Pablo ou la vie dans les pampas (1869). Pero también explicar a los argentinos las costumbres y los hábitos de la realeza europea en Lucía Miranda (1860) o las delicias y fealdades de una nación moderna y en todo diferente a su patria de origen en Recuerdos de viaje (1882). Prendida de esta imagen, Batticuore recorre sus textos haciendo hincapié en el denodado esfuerzo de Eduarda por traducir(7) , por mediar e interrelacionar las culturas (2005, 283). Este esfuerzo de “traducción” la crítica lo observa tanto en sus primeras novelas –principalmente en su intento de explicar al público extranjero las condiciones del enfrentamiento “civilización-barbarie”– como en los relatos infantiles publicados en el volumen Cuentos (1880), en los que Eduarda trata de traducir al español –según explica en el prólogo– un género literario que entonces aún aquí no existía. En esta misma línea de reflexión, María Rosa Lojo observa la extrema capacidad de Eduarda de traducir lenguas y culturas, pero sin rechazo chauvinista ni admiración por lo extranjero, talento que según la crítica desembocaría en la afirmación de una voz autoral única en su época:

Existen muchos motivos por los cuales Eduarda Mansilla debe ser recordada y releída. Porque llevó a la narrativa el ámbito aborigen como espacio humano, social y cultural, en una novela juvenil de asombrosa complejidad (Lucía Miranda), antes de que lo hiciera su más famoso hermano Lucio; porque puso en la escena literaria la cuestión del gaucho maltratado por la injusticia y excluido por la sociedad (ya desde El médico de San Luis), adelantándose a Lucio y a José Hernández; porque logra, además, una perspectiva que ni Lucio V. Mansilla ni Hernández desarrollaron: la profunda visión, desde la desgarrada interioridad, del lado oscuro de la épica: el desamparo de las mujeres, marginadas entre los marginales, “locas” que se oponen a la ley de la violencia (que es la ley de los “héroes”) para salvar a sus hijos (Lojo 2007, 19).

 

Cabe recordar que durante 1860 se publican dos novelas de Eduarda Mansilla. Primero fue El médico de San Luis, en mayo, y al mes siguiente de que ésta apareciera en La Tribuna anunciada en librerías, se da a conocer, en formato folletín, en el mismo diario, la otra novela también firmada por Eduarda como “Daniel”: Lucía Miranda. En la edición anotada de Lucía Miranda, Lojo (2007) rastrea distintas fuentes en busca de la presencia de ese relato mítico en que los indígenas se levantan movidos por el deseo de posesión de una mujer blanca, para distinguir el singular aporte del texto. La primera mención aparece, pues, en La Argentina manuscrita de Ruy Díaz de Guzmán (el episodio se inserta en los capítulos VI y VII del Libro I), reaparece en la Argentina de Martín del Barco Centenera, y sufre sucesivas reelaboraciones en la voz de los historiadores jesuitas en los siglos XVII y XVIII (Del Techo, Lozano, Charveloix, Guevara) y en la Descripción e Historia del Paraguay de Félix de Azara. Aunque se lo creyó histórico por mucho tiempo, no hay pruebas documentales que ratifiquen la existencia real del mismo; liberado de todo referente, la reescritura de este relato no sólo vendría a explicar la violencia interétnica que legitimaría la Conquista, sino también la necesaria colocación de la mujer (en su rol femenino) en la peligrosa frontera que comunicaría ambos mundos. En este panorama, la versión moderna de Eduarda resulta no sólo fundadora sino excepcional: portadora de una educación fuera de lo común, la mujer se convierte en la gran intérprete del “otro”, en vía de comunicación y mediación entre el mundo “salvaje” y el mundo occidental. Según la investigadora, la original reelaboración que realiza Eduarda de este mito fundador en un protagonismo activo –por encima de la función épica viril– de la mujer en tanto educadora, mediadora entre mundos, alienta la formación de un linaje mestizo donde no solo se entretejen los cuerpos sino también las culturas (Lojo 2007, 25-41).

En lo que refiere a las ediciones de sus textos, llegada la última década del siglo XX, la inmensa mayoría de ellos no se había reeditado nunca, salvo El médico de San Luis (del que sí se hicieron varias ediciones, entre las que seencuentra la que lleva un prólogo de Antonio Pagés Larraya, 1962, Eudeba). En 1996 aparece Recuerdos de viaje, en una edición familiar de rescate, sin notas ni crítica textual, que sólo posee una semblanza introductoria realizada por la historiadora María Sáenz Quesada y, en 1999, la editorial argentina Confluencia publica una traducción (debida a Alicia Chiesa) de Pablo, ou la vie dans les Pampas, destinada a todo público. Es recién con el nuevo siglo cuando empiezan a aparecer las ediciones científicas: si bien en 2006, la edición de Spicer Escalante de Recuerdos de viaje (Stockcero) representa un avance, pues se trata de una edición anotada y con el prólogo de un estudioso, la primera edición de carácter realmente erudito, en una colección especializada (T.e.c.i., de Iberoamericana/Vervuert) es la de Lucía Miranda, realizada por María Rosa Lojo y su equipo de investigación(8) . Unos meses después, a fines de ese mismo año, María Gabriela Mizraje publica la traducción de Pablo o la vida en las Pampas realizada por Lucio V. Mansilla (para La Tribuna) en una edición que cuenta con un estudio preliminar donde se analiza la traducción comparándola con el original francés y se puntea toda la obra. Recientemente la editorial Corregidor ha reeditado, en su colección de Ediciones Académicas de Literatura Argentina, los Cuentos (1883) infantiles de Eduarda, acompañados por un completo estudio crítico de Hebe Beatriz Molina.

Me interesa detenerme en las lecturas realizadas por María Gabriela Mizraje, María Rosa Lojo y Hebe Beatriz Molina no sólo por la cantidad de información que reponen sobre la autora y su época, sino porque desde distintos ángulos (la novela, la ficción histórica, el relato de viaje, la literatura infantil, la gestión cultural, la causerie o la tertulia) concuerdan en señalar que las propuestas estéticas de los hermanos Mansilla resultan excepcionales y excéntricas con respecto al pensamiento hegemónico de la clase dirigente e ilustrada de su tiempo, al cuestionar las excelencias de un proyecto civilizador que invitaba a hacer “tabla rasa” de las viejas formas culturales hispanocriollas y relegar (a favor del inmigrante) a la población nativa (aborigen, afroargentina, mestiza): ambos mantienen una mirada atenta a la problemática del subalterno y las hibridizaciones culturales –consideración apuntada, por cierto, a fines de la década del noventa, por David Viñas en su libro Viajeros argentinos a Estados Unidos(9). En los hechos, Eduarda se casa con el abogado y diplomático Manuel Rafael García (hijo de Manuel José García, ministro de Relaciones Exteriores de Bernardino Rivadavia), en 1855. Manuel Rafael García, primeramente diputado y juez, en 1860 es comisionado para estudiar las características y el funcionamiento de la justicia en los Estados Unidos de América, cuando Sarmiento era embajador en Washington. La dama elegante, que acababa de publicar dos folletines en el Río de la Plata, arriba por primera vez al país del norte en 1861, con sus hijos, sus trajes y su marido (secretario de la Legación Argentina) a cuestas. En Recuerdos de viaje (1882) muestra jirones de estampas ávidas y sagaces de aquella travesía, entre aristocrática y aventurera. Tres años más tarde, García continúa su carrera diplomática en Europa (ante Francia, Gran Bretaña, Italia y España); la familia se instala en París y esporádicamente visita Italia. A Eda (1855) y José Manuel (1859) –nacidos en Buenos Aires–, les suceden Rafael (1865) y Daniel (1866), nacidos en el exterior. Eduarda frecuenta los círculos de la alta sociedad política, cultural y diplomática que su posición de esposa del diplomático le habilita, hasta 1868 en que García es nombrado “ministro plenipotenciario” ante el gobierno de Estados Unidos y la familia vuelve a trasladarse a Norteamérica (era, en efecto, el puesto que Sarmiento detentaba desde 1865 y que abandona para hacerse cargo de la Presidencia de la República). García y Eduarda pasan a formar parte del círculo de amistades del presidente Ulysses Grant(10). Nace Eduardo en 1871. En 1873, el presidente argentino Domingo F. Sarmiento le asigna a García la dirección y vigilancia de la construcción, en Inglaterra, de la primera flota de guerra moderna de la Marina argentina. La familia regresa a Europa y se instala en París, y García viaja regularmente a Londres. En la “Ciudad Luz” nace Carlos (1875) y se casa Eda, la hija mayor, con Charles Jules Marrier, barón de Lagatinerie –con quien tendrá muchos hijos, entre los cuales habrá una escritora (Guillemette Marrier)–. Este recorrido sucinto de nacimientos y mudanzas acaso no da cabal cuenta del círculo de relaciones políticas y culturales que durante esos años se urde en y alrededor del matrimonio: asisten al teatro, a la ópera, arman veladas y representaciones teatrales en su casa… En París – por ejemplo– Eduarda asiste a las tertulias en la corte de Eugenia Montijo –la esposa de Napoleón III, última emperatriz de Francia (1853-1871)– y conoce a escritores y artistas renombrados: Alejandro Dumas, Julio Verne, Victor Hugo, los músicos Rossini, Gounod y Massenet. Particularmente, los García traman amistad con Édouard de Laboulaye y Jacobo Bermúdez de Castro, que estimulan auspiciosamente a la escritora y de cuya amistad da testimonio en distintos textos publicados al regresar a Buenos Aires.

…volvamos al París de los placeres, del lujo, de las extravagancias, de los extranjeros, del ruido y de la frivolidad, donde, no obstante, el pensamiento humano se concentra y se encumbra como en parte alguna, para desparramar luego sus rayos luminosos por todo el globo, merced á sus libros, á sus revistas, á sus diarios, y hasta á sus modas. París frívolo que imprime su sello á las artes, consagra los talentos, alimenta los cerebros y viste á su capricho al mundo civilizado. (Eduarda Mansilla, “¿Qué fue?”)

¿Quién fue en verdad esta mujer? Y, ¿por qué vuelve a Buenos Aires? Sabemos que en 1879 la situación familiar cambia: García es nombrado embajador ante Gran Bretaña; el hijo mayor, Manuel, completa sus estudios en la Escuela Naval Francesa; Rafael, Daniel y Eduardo quedan como alumnos pupilos en un colegio jesuita en Vannes, bajo el cuidado de Eda, quien por entonces residía allí con su familia. Eduarda, por tanto, decide viajar a Buenos Aires en compañía de su hijo más pequeño, luego de dieciocho años de ausencia. De ese período data la mayor parte de su producción periodística, literaria y musical: Eduarda lee mucho, escribe cuentos, canciones, novelas cortas y artículos periodísticos, asiste a conciertos y bailes, se sumerge gozosa en la vida cultural porteña como una “distinguida matrona que honra las letras Argentinas” (semblanza de La Gaceta musical, VI.8, 23 de junio de 1879). En 1886 vuelve a reunirse con su esposo y parte de sus hijos en Europa. Al año siguiente, García es trasladado a la corte imperial de Austria-Hungría, pero debido al clima riguroso y la delicada salud de Eduarda, ésta se afinca en Italia (una carta de Eduarda a Juarez Celman, fechada el 30 de diciembre de 1886, revela que la escritora estaba en esas fechas en Florencia). En 1887 el diplomático sufre un accidente doméstico y la escritora viaja inmediatamente a Viena y lo cuida hasta su muerte. Los días finales se acercan, la afección cardíaca de Eduarda la consume lentamente. Luego de una breve estadía en Buenos Aires para el reparto de la herencia, se instala en Viena junto a sus hijos Daniel y Eduardo, ambos destinados por el gobierno argentino a dicha embajada. Poco tiempo después, cuando Lucio V. les informa a sus sobrinos del recorte presupuestario que el presidente Juárez Celman hará en los servicios diplomáticos, los jóvenes piden licencia y regresan a Buenos Aires junto a su madre. Allí, en su residencia de la calle Piedras, Eduarda muere el 20 de diciembre de 1892. Es sepultada en el panteón familiar del cementerio de la Recoleta; la despiden doña Agustina, su madre, su hermano y cuatro de sus hijos varones.

Hay relatos, recuerdos y registro memorístico –propio y ajeno–. Hay deudos y descendientes amorosos… No obstante, como toda vida, la suya dista de ser clara o resumible en pocas líneas. Está plagada de interrogantes y de misterios, como su libro de cuentos góticos Creaciones (1883), que aquí presentamos. El misterio más grosero, sin duda, es el que refiere al extravío del arcón que contenía numerosos textos inéditos de la autora. Quizás el más inexplicable es la flagrante ausencia del nombre de Eduarda en los manuales y compendios de “Literatura Argentina”. Se han ensayado respuestas, ninguna justifica tamaño olvido. Su condición femenina, la estancia en el exterior por casi veinte años, el hecho de que la autora escriba a la vez pensando en un lector nacional y foráneo, la fuerte impronta tradicional-hispánica y federal de sus ficciones, la intervención “regente” de su hermano Lucio en las traducciones que de su obra realizara y, sobre todo, la postrera recomendación de no reeditar los textos de su autoría son algunas de las causas que se han esgrimido para explicar nuestra lectura asincopada y tardía.

 

(5) Esta línea de investigación fue propiciada a fines del siglo XX desde la academia norteamericana, algunas investigadoras pueden considerarse como pioneras en asomarse a este corpus textual y esta problemática: Lily Sosa Newton (1986), Donna Guy (1994), Francine Massiello (1992), y Lea Fletcher que, radicada en Buenos Aires, armó en 1992 las jornadas internacionales “Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX” por las que transitaron distintas profesoras que se abocarían desde entonces a estas escrituras femeninas inexploradas (Mary Berg, Bonnie Frederick, María Rosa Lojo, María Gabriela Mizraje, Elsa Drucaroff, Graciela Batticuore, entre otras).

(6) Antes de Eduarda Damasia (11 de diciembre de 1834), nace Lucio Victorio el 23 de diciembre de 1832. El 3 de agosto de 1836 nace su hermana Agustina Martina (muerta tempranamente en su infancia) y el 11 de abril de 1838, Lucio Norberto, el último de los hermanos Mansilla.

(7) “(…) la anécdota ilustra el rol que Eduarda adopta como intelectual y al mismo tiempo el porqué del reconocimiento porteño: ella será en todos los sentidos la intérprete, decididamente la niña políglota de la cultura argentina, en la medida en que el rol de Eduarda Mansilla, como el de los colegas masculinos de la clase a la que pertenece será importar la cultura letrada europea. Eduarda representa entre las mujeres el modelo de intelectual porteña porque su función constantemente es narrar lo otro: relatar los viajes ilustres en Buenos Aires y paralelamente corroborar el carácter de excepcionalidad que los interlocutores europeos reconocen al intelectual americano” (Batticuore 1996, 174).

(8) El mismo equipo ha dado a conocer un diario inédito de Lucio V. Mansilla: Diario de viaje a Oriente (1850-51) y otras crónicas del viaje oriental. Edición, introducción y notas de M. R. Lojo, con la colaboración de Marina Guidotti, María Laura Pérez Gras y Victoria Cohen Imach. Ediciones Académicas de Literatura Argentina. Buenos Aires: Corregidor, 2012.

(9)“Por eso, adelanto: ni la lady ni el general, por sus antecedentes familiares íntimamente vinculados al patriarcado rosista –cada vez más revisado en la segunda mitad del siglo XIX–, acatan de manera sumisa las postulaciones liberales clásicas del autor de Argirópolis. Más bien todo lo contrario. Sus textos sólo se entienden como réplicas: Recuerdos y Ranqueles irán resultando, en una evaluación totalizadora, la suma de discrepancias que se empecinaban en prolongar los antiguos federales vinculados a Paraná y a la Confederación después de Caseros y, muy especialmente, más allá de Pavón.” Viñas, David. Viajeros argentinos a Estados Unidos. Buenos Aires: Santiago Arcos, 2008, p. 60.

(10) Según informa su hijo Daniel García-Mansilla, Eduarda “era de una de las mujeres más elegantes de Washington. Con frecuencia cantaba acompañándose del piano en las reuniones de la Casa Blanca. Dos veces por año enviábanle desde París, desde las casas Worth o Laferrière, así como de Virot, los vestidos, abrigos, pieles y sombreros de estación” (88). Unas páginas antes, refiere esta singular anécdota que grafica cómo aún en el exterior ciertos códigos de la vida familiar se mantienen: “Por la mañana, a cierta hora, alrededor de las diez y media, cuando estaba dispuesta, mi madre bajaba al salón y pasábamos uno por uno para besarle la mano como a una reina. Años más tarde, en Buenos Aires vi a mi tío el general la mano del mismo modo a mi abuela Agustina Rozas, y pedirle la bendición” (83). Por su parte, asegura Sarmiento en El Nacional (14 de julio de 1870) que un retrato de Eduarda luce “en el Blue Room, de la Casa Blanca” en Washington. 

 

 

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