¿Estamos ante un segundo boom?
Fuente: El Universal México
Spoiler: no
Jueves 01 de setiembre de 2016
Julia Saltzmann, Victoria Rodríguez Lacrouts, Guillermo Schavelzon y Claudio Lopez de Lamadrid: cuatro miradas especialistas para hacerse esa y otras preguntas. Un diagnóstico del estado de posibilidades para los autores nacidos en Latinoamérica que vienen publicando sus libros en los últimos años.
Por Valeria Tentoni.
¿Qué diagnóstico se puede hacer del estado de posibilidades para los autores nacidos en Latinoamérica que vienen publicando sus libros en los últimos años? ¿Hay mayor flujo y visibilidad, dentro y fuera de estas tierras? ¿Hay más traducciones, mayor interés desde otros países en leerlos? ¿Cuánto se le debe al boom, si algo, a cincuenta años de su eclosión? Y al final, ¿de qué hablamos cuando hablamos de literatura latinoamericana? ¿Cómo es el cuadro de circulaciones dentro de un sistema mayor, como el de la literatura hispanoamericana?
En las solapas y fajas de varios de los últimos libros publicados por los autores que compusieron “los 25 secretos mejor guardados de América Latina” (según la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2011) figura el dato de pertenencia como un sello de agua. Nona Fernández, Fernanda García Lao, Fabián Casas, Daniela Tarazona, Dani Umpi, Emiliano Monge, Hernán Ronsino y Giovanna Rivero, por ejemplo, están entre esas “25 maneras de entender lo que es América Latina hoy” que funcionó, a la vez, como una llamada de atención directa no solo para los lectores sino también para los agentes, scouts, editores y traductores. Como antecedente se puede contar a Bogotá39, la lista de 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años de la Feria Internacional del Libro de ese lugar: Karla Suárez, Pedro Mairal, Andrés Neuman, Junot Díaz, Rodrigo Hasbún, Guadalupe Nettel e Ivan Thays entre ellos. Sobre ese tipo de movidas promocionales, el agente literario Guillermo Schavelzon hace una evolución positiva: “Se trata de una acción promocional hacia afuera, hacia los lectores, los críticos, los periodistas, los editores. Trae muchas consecuencias, una enorme cobertura, y tiene efectos siempre buenos”.
Desde el año pasado funciona The Spanish Bookstage, una plataforma on line sobre licencias editoriales en español. Permite que se rastreen libros y su disponibilidad, que se identifiquen a quienes tengan sus derechos, como para negociarlos desde las casas editoras. Ese es uno de los que podríamos llamar agentes de metabolización entre los que destaca la editora rosarina Julia Saltzmann. También al Programa Sur de apoyo a las traducciones, “como factor fundamental”, y en ese subrayado la secunda Schavelzon: “Eso sí que fue y sigue siendo un verdadero boom. Sin este programa jamás se hubieran traducido y publicado cientos de libros. En cambio, los viajes de escritores a las ferias internacionales fueron un enorme gasto inútil”.
Entre otras cosas que sí facilitan la circulación, Saltzmann apunta “la labor de ciertos profesores argentinos o latinamericanos en universidades extranjeras, la tendencia de las Ferias del Libro latinoamericanas a dar cada vez mayor importancia a los salones de venta de derechos, el trabajo de ciertos editores, agentes literarios y scouts, la infinidad de foros culturales físicos y virtuales de intercambio. Todo ello en el marco decisivo de la globalización, la hiperconectividad y la hiperpublicación”. Por último destaca “el trabajo bien hecho por la Fundación TyPa al traer cada año al país editores y traductores”.
Victoria Rodriguez Lacrouts, desde el Programa de Letras de ese espacio, es realizadora de la Semana de Editores, un programa que ya tuvo 14 ediciones. “Es un trabajo a largo plazo con resultados que cuesta mucho calcular”, explica, y por resultados se refiere, entre otras cosas, a traducciones. O, por ejemplo, a lo que acaba de ocurrir con Lumbre de Hernán Ronsino, editada por Bilger Verlag en Zurich, que acaba de quedar entre las 10 novelas finalistas de la Hot List 2016 que premia al mejor libro publicado por editoriales independientes en lengua alemana. Lo que hacen en la Semana de Editores, en concreto, es ofrecer encuentros para interesados en “introducir literatura argentina en sus catálogos, generar nuevos contactos profesionales y conocer más acerca del mercado editorial argentino”.
¿De qué hablamos cuando hablamos de literatura latinoamericana?
Desde Diálogo de Escritores Latinoamericanos, cuyos encuentros pueden disfrutarse en la Feria del Libro cada año, Saltzmann explica: “Buscamos contagiar el interés y el amor por la literatura de nuestros países, en combinación con el campo editorial, para que aumente la circulación y el consumo de libros latinoamericanos. Eso es lo principal, aunque si podemos acercar también una perspectiva más reflexiva sentimos un plus de satisfacción, y el aporte de la crítica contribuye a nuestras decisiones”. Para ella, lo latinoamericano indudablemente se basa en la procedencia de los autores “porque, salvo excepciones, eso –aunque no solo eso– sigue conformando la creación, las miradas, las formas de abordaje, las voces. Lo pienso como un territorio común definido por la lengua –con la excepción de Brasil, que también forma parte del programa– y por nuestra condiciones políticas y sociales. Una lengua diferente de la peninsular y con todas sus riquísimas variaciones, que se dan por zonas, por determinaciones sociales, generacionales, etc. Como dijo Sylvia Iparraguirre el año pasado en una de las mesas, por nuestros problemas comunes”.
Saltzmann avanza, complejizando la mirada: “Tal vez ya no sea posible buscar ‘nuestra expresión’, como decía Henríquez Ureña, sino un cúmulo de expresiones diversas. Una producción bullente, escritores que buscan, buscan en la vida y en la literatura, en sus tradiciones y en el acervo global. Corrientes, ríos diferentes en color, caudal, navegabilidad. Espejos distintos donde se miran los escritores. Puede que hoy la producción no se dé tan en bloque como antes, pero es probable que esa homogeneidad que se da al mirar para atrás sea sólo una ilusión, y siempre haya habido una diversidad que cuesta catalogar”.
A partir de su trabajo durante años en sellos como el Centro Editor de América Latina, Planeta, Grijalbo-Mondadori y Alfaguara-Taurus, ¿cómo cree se ve lo latinoamericano, en la literatura, desde afuera? “No creo que se pueda generalizar. Está el editor exquisito que busca una voz depurada y sutil sin importar de dónde venga, está el buscador de éxitos comerciales atento a las listas de más vendidos en cada uno de los países de Latinoamérica, el que encuentra en los festivales la figura que entiende presentable en su mercado, el que busca voces femeninas originales, el que escoge una literatura visceral generalmente asociada a la pobreza y la violencia, condiciones que lamentablemente imperan. Difícilmente haya editores que busquen ya realismo mágico o novelas de dictador, aunque es probable que se siga identificando a Latinoamérica con una cierta ‘intensidad’ y también con una apuesta por narrativas donde la trama no es lo fundamental”.
Rodriguez Lacrouts también es testigo privilegiada de la mirada foránea. En la Semana de Editores muchos, según cuenta, están buscando a “la voz latinoamericana”, aunque no dejen tan en claro qué es lo que hacen caer en ese molde. “Todavía tienen un cliché puesto en la cabeza sobre lo latinoamericano, un resabio del boom. Hay estereotipos y patámetros que se mantienen, sobre todo en las grandes editoriales que necesitan buscar discursos con una bajada muy clara. Se comprende, porque obviamente incluir a un autor argentino en un catálogo alemán es dificilísimo. Una de nuestras misiones es tratar de deconstruir esos estereotipos”, explica. Pero también que se sorprende, por otra parte, al ver que “no vienen en cero; que todos, hasta una micro editora de Suecia, tienen algo de idea del campo literario argentino. Los editores más chiquitos vienen con una curiosidad distinta, por lo general”.
Guillermo Schavelzon cuenta una anécdota en ese sentido: “Hace un año un editor holandés, me dijo: ‘¿Qué tiene que hacer un escritor argentino hablando de la China de hace un siglo?’ Se trataba de una de las mejores novelas de un excelente narrador. Este editor parecía irritado, no podía entender que un latinoamericano se metiera en temas que no correspondía. Este pensamiento sigue bastante generalizado. De los escritores latinoamericanos no se espera literatura, sino reflejo de la realidad, dictaduras (ya menos), represión y torturas (ya menos), el mundo desaforado del narco y anexos (todavía mucho), violencia y corrupción. Geografía extrema (más bien cálida-caribeña, como si en América Latina no hubiera inviernos). Hay temas permanentes, como el de la Conquista, que tan buena literatura produjo y sigue produciendo en México, Guatemala, Colombia, y que en Europa ni saben en qué siglo fue”. Para él es claro: “La idea de una literatura latinoamericana es como los genéricos en la farmacia, nadie entra y pide ‘me da un genérico’. Yo no creo que haya una literatura latinoamericana, aunque el mundo académico pueda estudiar así lo que se escribe en los diferentes países del continente. Desde fuera de nuestra área idiomática creen que todos hablamos y escribimos el mismo idioma, y bien sabemos que los españoles, por ejemplo, no entienden ni les gusta nada el castellano que se escribe en América. Sorprendería ver en cifras lo poco que se venden, salvo unas excepciones y pese a los esfuerzos de algunos editores. Tampoco se venden los españoles en Latinoamérica, aunque tienen una ventaja, ya que por décadas las traducciones españolas colonizaron a los lectores latinoamericanos”.
Ponerlos en el mapa
Atentos, quizás, a estos problemas de circulación que señala Schavelzon, desde el grupo editorial Penguin Random House acaban de lanzar el Mapa de las Lenguas, un “caballo de Troya”, en palabras de Juan Ignacio Boido, director editorial en Argentina. Con él, cada mes seleccionarán a dos autores de sus catálogos hispanoamericanos para ser presentados a los lectores argentinos y así dinamizar su circulación. Según informa Boido, “en el último año solamente, los sellos Literatura Random House y Alfaguara editaron a más de cuarenta escritores latinoamericanos”. También cuenta que “el proyecto ya lleva un año funcionando en España, y ha alojado títulos y autores de toda América Latina”.
Claudio Lopez de Lamadrid, director editorial de grupo, explica desde el otro lado del Atlántico que en esta búsqueda por tender puentes no pensaron “tanto en autores latinoamericanos como en autores en lengua castellana de otros países” y ofrece, a la vez, un interesante diagnóstico que complementa el de Schavelzon: “En el caso de España, todos los autores que entran en el Mapa de las Lenguas son latinoamericanos. En el caso de Argentina, por el contrario, los autores que entran en su Mapa de las Lenguas son latinoamericanos y españoles… En el caso español (y creo que en la mayoría de los países de nuestra lengua) es curioso constatar cómo la tan cacareada globalización lo que ha traído en el fondo es una nueva provincialización. En mi país interesan los escritores locales y los escritores en lengua extranjera, pero apenas si se lee hoy a los autores latinoamericanos. Es como si fueran más extraños que los franceses o los ingleses, cuando debería ser lo contrario. Aparte de unos contados y muy conocidos nombres en boca de todos, pocos son los autores argentinos, mexicanos o colombianos que tienen una parroquia muy grande de lectores hoy en nuestro país. De todos modos me gustaría insistir en que esto no es un fenómeno exclusivamente español. En Argentina, sin ir más lejos, no solo no interesan los autores españoles sino que, a diferencia de aquí, apenas si se publican”.
“NO trabajamos con ninguna idea preconcebida ni aglutinadora de literatura latinoamericana”, subraya.
¿Se puede hablar de algo así como un segundo boom? Spoiler: no.
“No, para nada lo veo así. Aquello fue un fenómeno basado en un puñado de figuras de excelencia, muy duraderas, con una proyección económica notable y que en algunos casos exportaban imaginarios o usos del lenguaje o formas constructivas muy originales. Hoy en día no hay algo así, las avenidas no son tan anchas, como si éstas se hubieran dividido en callejuelas por donde van pasando uno a uno y en forma más humilde los autores”, dice con precisión radiográfica Julia Saltzmann.
Desde España, Lopez de Lamadrid en esa línea también, dice: “Sinceramente no lo creo. Latinoamérica no es un país, ni siquiera es un subcontinente. Según las clasificaciones, sería tres subcontinentes, de ahí lo engañoso de hablar siempre de dos bloques, España y Latinoamérica. España no es nada comparado con Latinoamérica. La diversidad literaria americana es riquísima y variadísima. Hay montones de muy buenos escritores en todos los países, pero de ahí a pensar en un ‘segundo boom’…”
Schavelzon, por su parte, y no menos contundente: “No hay ni habrá un nuevo boom, porque la coincidencia de situaciones y momentos que algo así requiere no se repite. El boom ha sido algo magnífico para unos pocos escritores latinoamericanos, pero ha marginado durante varias décadas a cientos que quedaron fuera de él. No ha sido el de la literatura latinoamericana, sino el de unos pocos elegidos, casi todos excelentes escritores, sin duda, que capitalizaron la marca que ni siquiera ellos pusieron. Solo mirando a Colombia, único país que logró el Nobel, podemos ver que todos los escritores de ese país necesitaron más de treinta años para comenzar a emerger, para que el mundo supiera que existían. García Márquez siempre lo supo y lo sufrió, e hizo esfuerzos por compensar esa lapidaria y no buscada consecuencia de su infinita fama y éxito de ventas en todo el mundo. El boom funcionó porque presentaba al mundo (al primer mundo) un imaginario literario original y desbordante, que rompía con las historias realistas de cada tradición, obras que estaban maravillosamente escritas y que surgieron en el momento justo, en los países justos, y en la agencia justa que lo supo gestionar con habilidad. Europa, en los 60, necesitaba respirar, y el boom fue una bocanada de aire fresco. Tan fuerte fue su penetración, que todavía hoy cientos de miles de lectores esperan más de lo mismo y, claro, ya no lo hay. Pasados tantos años sólo queda la repetición. Los únicos efectos del boom que se estiran hasta nuestros días, son pocos y tienen nombre propio: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende. A medida que cada uno de ellos se vaya yendo, no hay reposición. El mundo es y será otra cosa”.