Medusa
Martes 02 de junio de 2009
Por P.Z.
I
Seda, de Alessandro Baricco. La escena de la chiquilla tomando la taza de té que Hervé Joncour acaba de dejar. No creo haber leído otra escena de seducción con tanta fuerza en una novela contemporánea. Me han dicho que debería buscar en Flaubert, hay que ir tan atrás. Bien podría serlo. De hecho, Baricco señala: “Corría el año 1861. Flaubert estaba escribiendo Salambó”.
II
Hervé mantiene una reunión con Hara Kei, el hombre más importante del Japón. Seda es una novela brevísima –mi ejemplar, editado por Norma, es de 125 páginas– y Baricco le dedica a esta reunión, a estos pocos minutos, ocho páginas. Un momento crucial.
Ahí está Hara Kei, con una joven “extendida a su lado, la cabeza apoyada en su regazo, los ojos cerrados, los brazos escondidos en el amplio vestido rojo que se extendía alrededor”. Como si fuera un animalito, un gato, Hara Kei le acaricia el pelo lentamente.
Por P.Z.
I
Seda, de Alessandro Baricco. La escena de la chiquilla tomando la taza de té que Hervé Joncour acaba de dejar. No creo haber leído otra escena de seducción con tanta fuerza en una novela contemporánea. Me han dicho que debería buscar en Flaubert, hay que ir tan atrás. Bien podría serlo. De hecho, Baricco señala: “Corría el año 1861. Flaubert estaba escribiendo Salambó”.
II
Hervé mantiene una reunión con Hara Kei, el hombre más importante del Japón. Seda es una novela brevísima –mi ejemplar, editado por Norma, es de 125 páginas– y Baricco le dedica a esta reunión, a estos pocos minutos, ocho páginas. Un momento crucial.
Ahí está Hara Kei, con una joven “extendida a su lado, la cabeza apoyada en su regazo, los ojos cerrados, los brazos escondidos en el amplio vestido rojo que se extendía alrededor”. Como si fuera un animalito, un gato, Hara Kei le acaricia el pelo lentamente.
Ahí está Hervé, hablando con el hombre que puede hacerlo rico. “En la habitación todo estaba tan silencioso e inmóvil que lo sucedió de repente pareció un acontecimiento enorme y, sin embargo, fue una pequeñez. De pronto, /sin moverse en lo más mínimo, /esa chiquilla / abrió los ojos.”
III
La seducción, el juego, no está en la taza de té. No está cuando ella se estira felinamente, toma la taza de Hervé, la da vuelta y toma en el lugar preciso en que él había bebido. Todo delante del descuidado Kei. Ese no es el juego. Esa es la confirmación del juego. El juego es previo. Está en la mirada, la mirada gatuna, la mirada de Medusa. “Una mirada con una intensidad desconcertante”. Que sólo entrecierra para beber el té y que luego vuelve a dejar fija en él.
Porque el juego de seducción está en la mirada: la mirada crea, y a la vez llama. Mientras ella no lo veía, él no existía. Lo vio: lo creó. Pero desde entonces él existió sólo para ella, para mirarla.