Joan Didion: precisión de cirujana, delicadeza de bailarina
Martes 24 de abril de 2018
Editorial Fiordo acaba de reeditar la primera novela de Didion, El río en la noche, publicada en 1963. ¿Qué nos dice acerca de sus obras posteriores? Natalia Gelós se interna en su bibliografía en esta lectura de la galaxia Didion. "Escribir, para ella, es parte de una batalla, de una puesta en evidencia de las tensas cuerdas que nos sostienen".
Por Natalia Gelós.
La distinción de Joan Didion va más allá de su pasado en Vogue y va más allá de su cuerpo flaco, de ave rara. A la joven Didion que leemos ahora en El río en la noche, su primera novela, publicada en 1963 y rescatada ahora por Fiordo, le faltaban cuarenta años para escribir y sentir en carne propia que “La vida cambia en un instante. La vida cambia de prisa”, como deja claro en El año del pensamiento mágico, esa autopsia del duelo que dejó a todos a sus pies. Pese a la distancia temporal, en El río en la noche asoman muchas de esas ideas. Quizá por eso, en esta novela se lee: “¿Acaso había en la vida de alguien un punto libre del tiempo, despojado de memoria, un punto en el que la elección fuera otra cosa que la suma de todas las elecciones ya pasadas?”. Somos un cardo que gira en el desierto, hacia adelante y hacia atrás está nuestra estela. Y en el medio marcamos ese punto que nos da el cimbronazo. En este caso, la mirada de Didion se centra en Lily y Everett, una pareja que le sirve para hablar de amores, costumbres, linajes y automentiras en un universo burgués en caída libre que pasa sus días en caserones rodeados de cosechas que a veces no dan lo que se espera.
Escribe “Sacramento”. Escribe “Bulbos de narciso”. Escribe “Bourbon con hielo picado tras el mosquitero”. Y entre pincelada y pincelada, Didion cuenta un crimen y desentraña el adn de un matrimonio que suma aniversarios pero avanza deshilachado, con inercia de zombie. Teje, a paso de araña, una seda sutil con la que puede contar del mismo modo, con la misma endiablada elegancia, un duelo, la vejez o un crimen.
La novela se inicia con el sonido de un disparo y se acerca a la vera del río para ir hacia delante y hacia atrás en el tiempo. ¿Qué había antes de ese disparo que les cambia la vida a Lily y a Everett? ¿Cómo llegaron a esa escena, ella con un suéter en los hombros, en el medio de la noche, él en traje, con un revolver en su mano y un cuerpo muerto unos metros más allá, entre las ramas, junto al río? Con precisión de cirujana pero delicadeza de bailarina, Didion narra la vida de una familia que acepta la senda que le impone su estirpe (y las rebeldías débiles de algunos) y lo que pasa cuando las palabras se tragan, cuando los silencios contrabandean el murmullo de ese disparo que algún día, ese día, por fin sonará.
Con un manejo del tiempo bien cuidado, nos cuenta el pasado de Lily y Everett, los comienzos en esa zona de fincas en California, los avances de una relación que siempre sostuvo un fuego lento, los descuidos, las admisiones, el inventario de agravios. De una primera parte en agosto de 1959, con el muerto junto al río, va en flashback a los años entre 1938 y 1959 para, finalmente, volver a ese punto y contar el desenlace de una historia de “amor ordinario”, de seres que nunca se animaron a abrir la puerta de la jaula.
Periodista, novelista, guionista, Joan Didion ha sido de todo, pero la conocimos en especial por El año del pensamiento mágico (Random House), donde narra el proceso de duelo luego de la muerte de su marido, mientras su única hija estaba en coma. Ese libro le valió el National Book Award y la ubicó como finalista entre los candidatos al Premio Pulitzer. Tenía con qué. Allí leemos: “Cuando tenemos delante un desastre repentino, siempre nos fijamos en lo anodinas que eran las circunstancias en las que tuvo lugar lo impensable, en el cielo claro del que cayó el avión, en el trámite rutinario que terminó con el coche en llamas en la banquina, en las hamacas donde los niños estaban jugando como de costumbre cuando la serpiente de cascabel atacó desde la enredadera”.
Luego la leímos en Noches azules, donde siguió con ese desgrane de su vida. Y también se publicaron algunas de sus ficciones. Como novelista, destacó con libros como Según venga el juego y Requiem para una burguesa, que dan cuenta de que toda ella, con sus dos extremos de una misma pluma, la ficción y la no ficción, merece ser leída, y que la traducción de su obra al español era necesaria. Como periodista, además de editar Vogue durante muchos años y de escribir para el New York Review of Books, publicó varios libros, entre ellos, Political Fictions (2001), en el que retrata las roscas dentro de la clase política norteamericana.
“La poeta del gran vacío californiano”. Así la definió Martin Amis y si bien es frase repetida no deja de ser atinada. En Album Blanco, uno de los hits de su carrera, Didion escribió: “Vivimos totalmente, sobre todo si somos escritores, a través de la imposición de una línea narrativa montada a partir de imágenes disparatadas, por las “ideas” con las que hemos aprendido a freezar ese fantasma cambiante que es nuestra experiencia cotidiana”. Veinte años antes, había escrito: “ubicar las palabras en el papel es la estrategia de un acoso secreto, una invasión, la imposición de la sensibilidad del escritor dentro del espacio privado de quien lee”. Lo explicaba en “Por qué escribo”, un ensayo de 1976 en el que apuntalaba la idea que sus textos destilan: que escribir, para ella, es parte de una batalla, de una puesta en evidencia de las tensas cuerdas que nos sostienen. Lo muestra, de alguna manera, en El río en la noche, esta novela que sabe llegar al final con una emoción contenida que se libera como un suspiro. Todo siempre, en algún punto, se puede resquebrajar bajo nosotros. Ahí están Everett y Lily, ahí está la propia Didion, como ejemplos. Mientras tanto, avanzamos, animándonos o no, a darle lugar a las palabras. También de eso habla esta novela.