El escritor que molestaba demasiado
Viernes 06 de diciembre de 2013
Sergio Olguín define los textos "jóvenes y urgentes" del uruguayo Gustavo Escanlar (1962-2010) como un "tsunami que arrasa con los lugares comunes de la narrativa latinoamericana". Publicamos el prólogo que Olguín escribió para el libro póstumo de Escanlar, Grandes exitos, un cuento y una despedida (Criatura).
Por Sergio Olguín.
I
Antes de comenzar a leer a Gustavo Escanlar hay que olvidarse de lo que se conoce de él: de sus apariciones en televisión, de sus opiniones sobre la cultura uruguaya, de sus peleas mediáticas, de la furia que le despertaba la estupidez y de la furia de los bienpensantes. Olvídense del personaje Escanlar, del objeto de odio Escanlar, de la estrella Escanlar. No porque él fuera otra cosa, ni porque fingiera un tipo que no era, sino porque su obra literaria merece el respeto y la admiración desde otro lugar. Aquí hay un escritor en serio, señores, que también provocaba y escandalizaba a esos seres razonables, moralistas, enfermos de patriotismo y buenas intenciones. Porque si algo tenían en común el Escanlar que estalló en los medios y el que hace implosión en sus escritos es que ambos son una máquina de detectar idiotas. Miremos a quienes señalan a Escanlar con el dedo y los encontraremos a todos juntos.
II
La obra literaria de Escanlar es breve pero intensa. Dos libros de cuentos y textos varios (Oda al niño prostituto y No es falta de cariño), uno de crónicas (Crónica roja) y las novelas Estokolmo, Dos o tres cosas que sé de Gala y La Alemana (una variación de Dos o tres cosas…). A eso hay que sumarle una recopilación de sus columnas periodísticas (Disco duro) e infinidad de artículos, críticas literarias, cuentos y textos dispersos en medios de Uruguay y Argentina.
Toda la ficción de Escanlar entraría en un solo volumen. El conjunto es un tsunami que arrasa con los lugares comunes de la narrativa latinoamericana, incluso la de sus coetáneos, escritores que se creían (y se creen) rebeldes, modernos y parricidas y que al lado de Escanlar resultan chicos buenos que tiemblan al salir del campus universitario.
El equívoco entre el personaje público Escanlar y el propio Gustavo también se da en el terreno de su narrativa. El «yo» que aparece en toda su ficción es tan fuerte y tan poderoso que es muy difícil no pensar que se trata de una obra confesional, autobiográfica. Esa lectura facilista impide ver la construcción de una voz narrativa tan potente como nueva. O al menos se siente como nueva en una narrativa rioplatense demasiado blanda, boba y tan tranquilizadora para los corazones sensibles.
Las genealogías literarias pueden llevar al abuso de nombres, pero también permiten armar árboles familiares en los que la literatura de un escritor se conecta con la de otros. Los vasos comunicantes de la narrativa de Escanlar remiten a una estirpe literaria consagrada pero que en su momento, entre sus contemporáneos, fue bastardeada. Son los escritores molestos, los que muestran que el rey no solo está desnudo sino que lo están violando los sacerdotes de la cultura oficial. Los personajes de Escanlar no desentonarían en alguna bacanal de las que aparecen en Gargantúa y Pantagruel del desaforado François Rabelais. El trabajo con la lengua rioplatense que Escanlar hace en novelas y cuentos lo emparienta con la labor destructora y luminosa que lleva a cabo Louis-Ferdinan Céline con el francés de su tiempo. El pesimismo disfrazado de indiferencia, la sexualidad siempre presente, los cuerpos abandonados a las adicciones (no importa si al alcohol o a drogas duras), el amor como un imposible lo acercan notablemente a Charles Bukowski. Esa cercanía se nota mucho más cuando se leen los poemas publicados en Oda al niño prostituto a la luz de la poesía bukowskiana.
Otro autor de un «yo» narrativo muy fuerte con el que conversan los textos de Escanlar es Fogwill. El autor de Muchacha punk y el de Estokolmo tienen en común el oído entrenado para escuchar a su época. No copian el lenguaje de los delincuentes, los jóvenes o los marginados sino que lo recrean. No describen sensaciones, se las hacen sentir al lector. Fogwill y Escanlar resultaban incómodos, desbordantes, insoportables para la crítica tradicional. Fogwill tuvo más años para construir su carrera de escritor y se supo mover muy bien entre los formadores de opinión literaria. Escanlar era mucho más tímido, menos rosquero, menos amigo de hacer amigos.
Escanlar admiraba también a Jorge Asís desde una época en que al Turco se lo maltrataba o se lo ignoraba. Escanlar lo defendió en un lúcido trabajo crítico. Tanto Asís (el joven Asís, agregaría yo para separarlo de sus últimas novelas, excesivamente barrocas) como Escanlar fueron capaces de arrastrar a los lectores a los bajos fondos del realismo más inquietante. En uno de los cuentos publicados en este volumen, el narrador de Escanlar dice: «Sí, de repente puedo encontrar otra forma de decir las cosas. Reírme de todo es la única manera que tengo de disimular la angustia que todo me provoca. Soy tan crudo como algunos aspectos de la realidad. En ese sentido, aunque te parezca mentira, aunque no lo puedas entender, soy un moralista… un fundamentalista, casi. Sí, señora, si me trata de escritor, considéreme realista» («Peligro»).
III
Cuando apareció en Argentina La Alemana, entrevistaron a Escanlar en la web de Temátika. Le pidieron que hiciera su autobiografía en diez líneas. La respuesta de Escanlar fue:
«Nací el 18 de mayo de 1962. Soy hijo único. Soy asmático. Estudié en escuela y liceo católicos y por eso odio a los curas en particular y a la iglesia en general. Me crié en el barrio Palermo. Si sos montevideano, sabés de lo que hablo. Es el barrio de los negros, del candombe y las llamadas. Odio el candombe fuera de Palermo. Es el barrio de los códigos. Tenés que visitarlo. Mi padre era español y mi madre es criolla. Cuando fui a visitar su pueblo natal, donde viven actualmente nueve personas, sus compañeros de infancia me abrazaban y se llamaban unos a otros diciendo “llegó el hijo de Demetrio! llegó el hijo de Demetrio!”. Estudié medicina, psicología y literatura. No terminé nada. Publiqué siete libros y miles de artículos periodísticos. Trabajé —y trabajo— en prensa escrita, radio y televisión. Muchos me aman. Muchos me odian. Hay quien quiere pegarme cuando se cruza conmigo por la calle. No sé manejar autos ni motos. Consumo de todo, pero lo que me hace más feliz es el consumo de cine, música, literatura. Hace unos años me casé. Y a los nueve meses, exactos, nació Violeta. Bueno, eso. Fueron nueve líneas. Me reservo una para el futuro».
Hay dos cosas que no dice Escanlar y que conformaban su personalidad. Era un artista y no era un rebelde, como muchos creen. Como todo artista se preocupó por su obra, por publicarla, por difundirla, sin llegar nunca a altos niveles de egocentrismo, tan común en los escritores. Tenía un gran respeto por la creación. No era una actividad más sino algo central en su existencia. Tal vez hacía periodismo para ganarse el pan, pero su obra literaria la hacía para ganarse la vida, que es mucho más que el intercambio monetario que produce un oficio o una profesión. Lo demás (que es lo que la gente ha observado más en él) es lo adicional, la hojarasca menos importante de un artista talentoso.
Más de una vez Escanlar repitió que él no era un rebelde. No le gustaba ponerse en ese lugar que tanto ansían ocupar los escritores. Él se reivindicaba como un tipo metido en la vida ordinaria del común de la gente. En un diálogo con lectores en montevideo.com, Escanlar le contestó a una internauta que insistía con la imagen del tipo que está en contra de todo: «No estoy en contra de lo establecido, María José. Todo lo contrario: trabajo, vivo en familia, acepto las reglas impuestas por la sociedad. Tu pensamiento me parece copiado de algún lado: hay quienes entienden que no pertenecer o no aceptar iglesias ni ejércitos es “estar en contra de lo establecido”. Es que estoy contra iglesias y ejércitos, que en realidad lo que hacen es atenuar las críticas y generar un pensamiento único. Pero no son, para nada, lo establecido. Lamentablemente, asistimos a un tiempo en el que las iglesias —o los ejércitos— están de moda. Por eso el que disiente —o el que piensa distinto— es visto como hereje, como gente que está “contra todo lo establecido”».
IV
Todo editor (periodístico, literario) tiene un dream team en la cabeza. Son esos escritores y periodistas que se llevaría con él a todos lados. Escanlar era parte de mi Equipo de los Sueños desde que lo leí por primera vez en los tempranos 90. Por eso disfruté publicando sus cuentos en la revista V de Vian (como «Lo que son las cosas», incluido en este volumen), sus artículos y hasta sus poemas: el deslumbrante y perfecto «Una foto de mi padre a los veinticinco» y otro bellísimo que comenzaba «¿qué hacen los escritores?/me preguntó ella/ daniela/ la que nunca había conocido un escritor». Los años pasaron, cerró V de Vian pero nos volvimos a reencontrar en otra revista donde yo era (soy) el jefe de redacción: Lamujerdemivida. Ahí publicamos unos textos intimistas que deslumbraron a los lectores que no lo conocían. Uno de esos textos fue «Mi vida como ex». También tuve el placer de publicarle reseñas literarias en el diario Crítica de la Argentina. Su prosa punzante, ácida, siempre tan personal es lo que siempre anhelo en alguien que escriba sobre la producción cultural de su época. Y nadie más honesto que Gustavo a la hora de decir lo que pensaba. Nadie más apasionado a la hora de amar u odiar a un escritor.
En otro de los cuentos de este libro, el narrador dice: «Me fui sin saludar. Me gusta irme así de los lugares, de las vidas. Así es como va a ser cuando mueras, no te vas a despedir de nadie, vas a dejar clavado a todo el mundo, no vas a tener que dar explicaciones de nada» («Gritos y susurros»).
No se despidió, es cierto. Para qué iba a hacerlo si nos dejó sus textos eternamente jóvenes y urgentes. Parecen escritos hoy.