Un diario de movimientos
Por Chris Kraus
Jueves 19 de octubre de 2017
"Empecé a escribir sobre arte más por casualidad que por elección. Dejé Nueva York a mediados de la década de 1990 para mudarme a Los Ángeles, donde la mayor parte de las personas que conocí eran artistas visuales": la autora de Verano del odio presenta su libro Tienda de ramos generales Kelly Lake, editado por Cruce.
Por Chris Kraus.
Los textos de este pequeño libro –a los que no sé si llamar ensayos o cuentos– fueron escritos entre 2011 y 2014. Empecé a escribir sobre arte más por casualidad que por elección. Dejé Nueva York a mediados de la década de 1990 para mudarme a Los Ángeles, donde la mayor parte de las personas que conocí eran artistas visuales. En ese momento, mis libros de ficción se leían casi exclusivamente dentro del mundo del arte, y la gente empezó a pedirme que escribiera sobre muestras. Como no tenía una formación especializada y ni siquiera demasiado interés en las artes visuales, pensé que lo mejor que podía hacer era simplemente informar: lo que yo veía en la obra, lo que veían otros, cómo se ubicaba la obra en el discurso de la historia del arte y en el mercado. Finalmente, terminé considerando que mi trabajo era antropológico.
En 2011, me propuse escribir un largo ensayo sobre Tiny Creatures, una galería alternativa que había cerrado. Como la galería ya no existía estaba claro que el ensayo no sería promocional. En lugar de eso, me propuse escribir una crónica. Mientras más específico fuera el informe, más paradigmático resultaría. La historia de Tiny Creatures podía ser la historia de otros cientos de emprendimientos utópicos y juveniles. Después de publicarla, la gente me pedía que hablara del “fracaso” del grupo simplemente porque la galería no existía más. Pero yo no lo veía en absoluto como un fracaso. Los proyectos que implican tiempo vivido son, por supuesto, pasajeros. El verdadero “fracaso” sería encontrar a las mismas personas haciendo el mismo trabajo diez o veinte años después.
La investigación de la historia de Tiny Creatures me llevó hasta Mexicali, en Baja California. El grupo había organizado su penúltima muestra allí, durante tres días, en Mexicali Rose, un centro de medios comunitario, fundado hacía tres años por Marco Vera en Pueblo Nuevo, su barrio natal. Ese verano, mi amigo George Porcari y yo fuimos en auto hasta Mexicali para conocer a Marco y sus amigos y para asistir a una de sus inauguraciones. Fue el comienzo de un gran romance. Me di cuenta de que Mexicali Rose representaba genuinamente el tipo de “proyecto comunitario” o “práctica social” que se había extendido como un nuevo género a través del mundo del arte internacional. Mientras que en Europa y los Estados Unidos, los “colectivos” ad hoc de artistas jóvenes, entrenados en el mundo de las instituciones, viajaban de una ciudad a otra buscando –con buenas intenciones pero sin muchos resultados– producir “arte comunitario”, los artistas de Mexicali Rose estaban “atrapados” en una comunidad atrasada pero a la que amaban y en la que tenían raíces familiares. En 2010, permanecer en un solo lugar era, al mismo tiempo, una privación y un lujo.
Un año después, en Berlín, adonde viajé para hablar de Tiny Creatures, conocí a una mujer rumana cuyo extraño proyecto, descrito en “Face”, me ofreció una nueva prueba de que el pasado en realidad no es pasado. Mientras ella y sus colegas parecían vivir en un estado de perpetua transitoriedad con una gracia natural, su trabajo estaba amenazado por la privación del precario estatus de su país dentro de la comunidad europea. En Suecia, se hizo pasar por mendiga.
Más o menos por la misma época, conocí a Thomas Gokey, un artista reacio que estudiaba filosofía y que luego sería uno de los fundadores del proyecto Rolling Jubilee, siguiendo el impulso del ambiente generado por Occupy Wall Street. El grupo se hizo famoso por recaudar fondos para comprar deudas impagables de consumo, estudios y asistencia médica, y así poder darles de baja. La mayor parte de los fundadores de Rolling Jubilee vivían en Nueva York y tenían fuertes conexiones con los medios. Si el proyecto de Mexicali Rose era una manifestación de lo que podía ocurrir en los márgenes, Rolling Jubilee era su opuesto: un grupo de expertos en medios que utilizaron su acceso privilegiado a estos para exponer los mecanismos de la deuda, el corazón oscuro del semiocapital.
Los ensayos en este volumen son una suerte de diario de los movimientos que se han producido en los últimos tiempos dentro del mundo del arte, que, en sí mismo, es muy interesante cuando se lo mira como un microcosmos del mundo más amplio. Todos estos proyectos dialogan con el presente de diversas formas. Al reflejar la vida, se conectan unos con otros.