Raros peinados nuevos
Por Martín Kohan
Martes 17 de octubre de 2017
"Los veinte cuentos seleccionados para este volumen expresan, sin dudas, el común denominador de la solidez literaria y la apreciable variedad de apuestas y de registros": el texto con que abre la antología resultante de la Bienal de Arte Joven, a cargo del autor de Cuerpo a tierra.
Por Martín Kohan.
Que “los cuentos ahora no interesan” es una frase que, acaso a fuerza de repetirse, llegó a establecerse como una presunta verdad. ¿Verdad para quién? Verdad para algunos editores, eventualmente, ya que no todos, o puede que para algunas editoriales, que no siempre se proponen lo mismo que sus editores, o puede que para esa especie de fantasma tangible al que damos en llamar mercado, o puede que para alguno de sus difusores. Pero no, en cualquier caso, para los escritores y para los lectores, dado que, notoriamente, los cuentos se siguieron escribiendo y se siguieron leyendo, se siguen escribiendo y se siguen leyendo.
El argumento, tantas veces planteado, de que el género como tal ocupa un lugar de máximo prestigio en la tradición literaria argentina (diciendo Borges, diciendo Cortázar, no hace falta agregar nada más) dejaba por dirimir, sin embargo, la cuestión del riguroso presente: ¿qué pasa en la actualidad? o ¿qué pasa con los autores más jóvenes? Contamos con numerosas evidencias de que, también en el ahora, y también entre los más jóvenes, el cuento está vigente, que seduce, que interesa.
A esas numerosas evidencias cabe agregar, ahora, este libro, y la respuesta de la que este libro es resultado. La Bienal de Arte Joven tuvo, en el rubro cuento, una notable repercusión literaria que afortunadamente conjugó lo cuantioso, lo valioso y lo diverso. Los veinte cuentos seleccionados para este volumen expresan, sin dudas, el común denominador de la solidez literaria y la apreciable variedad de apuestas y de registros. Están, por caso, el lenguaje y el universo de las contingencias cotidianas (en “Como una rata” de Miguel Bruno, en “Laundry” de Mariel Leite Escobar); los hallazgos de una perspectiva singular (perspectiva infantil, en “La casa de Cristina” de Micaela Gonzalo; perspectiva violenta y a la vez contenida, en “Polígono” de Martín Borches; perspectiva femenina sin homogeneidad ni reduccionismos, en “Tres hermanas” de Juan Pablo Castro Brunal; perspectiva popular sin pintoresquismos, en “Leandra” de Juan Gabriel Miño; la perspectiva de la más extraordinaria locura, en “El manicomio” de Santiago Clément). Está el recurso a la disonancia para alterar o para dislocar un orden (el giro final de “Enroscada” de María Florencia Scaia; la irrupción de lo inesperado en pleno entorno familiar, en “Los jabalíes” de Franco Calluso); está la apuesta a entreverar disparidades (entrevero de normalidad y trastorno, en “Lo electrodoméstico” de Vanesa Pagani; entrevero de interior y exterior, interior del país y espacio exterior, en “Encuentros cercanos” de José Mariano Pulfer; entrevero de lo real y lo virtual, en “El Distinto” de Guido Gamba; de lo extraordinario y lo común, en “La nieve de los cuerpos” de Martín Jali; de la perversión y la ternura en “Carta de mamá” de Nahuel Repetto). Están los tonos ajustados y precisos, que estremecen por eso mismo (en “Ladrillos impares” de Mariana Komiseroff), y están los tonos que se exasperan hacia la premeditada transgresión o hacia la violencia rabiosa (en “Después del penúltimo cigarro” de Juan Agustín Otero, en “El canto de la tierra” de Martín Sporleder). Está la parodia corrosiva y colosal (en “Taller literario” de Blas Rivadeneira). Están la experimentación verbal y sus trastornos (en “criatura la” de Santiago Molina Cueli). Está la fusión inaudita del futuro y el pasado (en “La experiencia Tracketk” de Juan Ignacio Sapia).
“Hacer el cuento significa mentir o significa engañar, así como hacer teatro, hacer el verso o hacerse la novela (que significa engañarse, ilusionarse por demás). Pero contar el cuento significa vivir, aunque por inversión, en el sentido en que se dice que el que muere “no cuenta el cuento”. La ambivalencia de esos verbos es sugestiva. Que un cuento se cuente sugiere, además de redundancia, algo del orden de la espontaneidad, de ese modo por así decir natural en el que todos, a lo largo de cualquier día, en circunstancias diversas, contamos algo (una historia, una anécdota, un hecho puntual, un sucedido). El verbo hacer, en cambio, remite a un plano distinto, incluso opuesto: remite al artefacto, remite al artificio, remite a la construcción, a aquello que la escritura produce. Se trata, notoriamente, de dos maneras distintas de entender la literatura.
Los cuentos de este libro responden al saber contar, porque responden a un saber hacer.