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¿Qué es una novela?

Por Muriel Spark

Esa, dice Muriel Spark en el posfacio a Oscuridad total (Sexto Piso), es "la gran pregunta que impone una obra como ésta al lector". Asociada generalmente a Joan Didion, Renata Adler (Milan, 1938), es periodista, escritora y autora además de la novela Lancha rápida. Ambas, para Spark, son narraciones discontinuas en primera persona.

Por Muriel Spárk.

La novela de Renata Adler Oscuridad total, como su primera obra de ficción, Lancha rápida, es un género en sí misma, una narración discontinua en primera persona. La mente de Adler es analítica y su estilo, efervescente. Adler también tiene una auténtica historia tradicional que contar, una historia de amor, aunque desde luego no la explica con claridad. Uno tiene que irla montando como lo haría si hubiera encontrado el diario íntimo de un desconocido. Uno ha de leer entre líneas (y las líneas en sí son otra clase de entretenimiento) y agarrarse a pistas y fragmentos hasta que el conjunto queda claro, y el personaje de la narradora se completa por la expresión sincera de sus sentimientos, sus opiniones y pensamientos, sus experiencias cotidianas, siempre con un punto de desesperación.

La narradora, Kate Ennis, es periodista. Ha tenido una aventura de ocho años con Jake, un hombre casado desconsiderado y egoísta, con el que decide romper pese a que sigue enamorada de él. Al principio del libro, Kate, después de viajar por el mundo y de cruzar el Atlántico varias veces, sigue en el mismo estado de ambivalencia. Recordando desde una pequeña isla en el estrecho de Puget, escribe en primera persona. «¿Puede ser que, accidentalmente, tirara lo más importante?» es una de las muchas frases que se repiten a lo largo del libro. En ocasiones se dirige a su amante. «¿Sabes? Eres, fuiste lo más parecido que tuve en mi vida a una historia real» es otro estribillo. Y en ocasiones le reprocha de forma extensa: «Lo que has hecho
 es organizar tu vida de manera que las cosas con un poco de alegría o belleza fueran las cosas en las que yo no participaba».

Parece excesivo que una mujer brillante siga enamorada de Jake. Al lector le resulta más que natural que aparentemente él la quiera recuperar (aunque en sus propios términos), porque Kate posee la ventaja de mostrar al lector sus excelentes dotes, su elocuencia e ingenio, a lo largo de otras partes de su narración. Kate habla de las llamadas telefónicas finales de Jake: «Volviste a decir: Kate, cambiaré las cosas si es lo que quieres». Pero estas breves súplicas son lo único que tenemos de Jake.

Lo que quiero defender es que, en la novela moderna, es extremadamente difícil crear un personaje que merezca el interés del lector. En tiempos democráticos nos parece que desentona poner en escena a un personaje de «cierta magnitud», como diría Aristóteles. El arte no es democrático. Adler ha conseguido crear un personaje por el que merece la pena molestarse en escribir y en leer: por las ideas vivaces de Kate, por sus opiniones inteligentes, por su divertido estilo narrativo y el acceso maravilloso a su propia sinceridad. Sentimos lástima por su situación, su corazón roto, su historia de amor. A su pesar, Kate forma parte de la élite. Pero al lector no se le induce a interesarse por si vuelve con Jake o no. A Jake no se le da enjundia. Es el hombre ordinario, uno de tantos. Ésa no parece ser la intención de Adler.

Las anécdotas y teorías, autoanálisis y comentarios sobre cuestiones del mundo que ayudan a construir el personaje de Kate forman la primera y tercera partes de Oscuridad total. La viñeta más importante en la primera parte es la historia de un mapache que acude a diario a la casa de campo de Kate cerca de Nueva York –«Creía que estaba empezando a confiar en mí, cuando en realidad se estaba muriendo»– y la triste forma en que se deshace de él. El mapache, en mi opinión, es un personaje más real que el de Jake. Adler le da importancia. La sección central de la novela describe una visita a Irlanda, parte de la huida de Kate Ennis de Jake, que en su descripción objetiva es pura autenticidad y, en la medida en que refleja el estado mental perturbado de Kate, es una pesadilla convincente. Kate ha aceptado la oferta de pasar unos días en un castillo de Irlanda, propiedad de un embajador que ha conocido. Va con cierta ingenuidad, esperando que el viaje transcurra con normalidad. Es encantador leer esta prosa, este diálogo, escrito con serenidad, muy alejado del «estilo irlandés», que describe y registra lacónicamente las mismas escenas y las mismas voces, las caras y las actitudes con las que se encuentra Kate. Sus experiencias son nefastas. «Habla con ellos, había dicho el embajador, son gente amable. Claro, claro. De vez en cuando, una criatura de gran poesía y belleza; los otros, suspicaces, retorcidos, codiciosos, tozudos, indiferentes, estúpidos, taimados, violentos y crueles. Y, por supuesto, eso es la historia del país». Kate, en un coche de alquiler, por desgracia roza un camión aparcado. El propietario la estudia, se fija en el adhesivo que delata que es un coche alquilado y la hace esperar mientras consulta, en privado, con un policía. Kate se siente incómoda con razón cuando le dicen que se encargarán de todo. Se siente engañada. (Sólo mucho después se da cuenta de que es a la compañía de seguros a la que han engañado para cobrar el precio de todo un camión). Llega al castillo con su coche dañado, reflexionando sobre su aventura amorosa rota, y acosada por cierto sentido irracional de culpa celta. Los criados analizan a Kate, amable y educada como es. La tratan con displicencia, son obtusos, poco serviciales, muestran cierta hostilidad ante su intrusión.

Después de encontrarse con algunos estadounidenses que residen allí, Kate decide dejar el país. Pero los daños en el coche alquilado y el incidente con el camión penden sobre ella. Se siente, al margen de cualquier juicio razonable, una mujer perseguida. Lo que sigue es un peculiar viaje nocturno a través de Irlanda. Kate se queda sin gasolina y consigue que un camionero la lleve. Calcula cada uno de los movimientos y palabras del hombre y prepara meticulosamente sus respuestas para parecer «inocente». Esto es una pieza soberbia de escritura de pesadilla.

Pero hay un misterio, y es un misterio literario, en el aeropuerto. Kate Ennis decide cambiar su nombre para conseguir escapar. Está convencida de que la están observando, siguiendo, así que es una medida razonable. Kate escribe: «Viajar baj un nombre falso podría constituir un delito de alguna clase. Debería inventar un nombre lo más parecido posible al mío para explicar el error. Alder, pensé. Pero eso ocurre muy a menudo. Temía que pudieran cometer el mismo error y buscar a esa misma Alder. Así pues, pensé, Hadley, porque nadie buscaría por la H. Y entonces, con mi nueva hilaridad, pensé: ¿Por qué no Haddock? Pero me dio la impresión de que eso sería excederse».

Se queda con Hadley como nombre falso «lo más parecido posible al mío». Pero su nombre es Ennis, y Alder, Haddock, Hadley no se parecen a Ennis, no podrían plantearse como un posible error visual o auditivo. En cambio, si el yo de la historia ha cambiado de repente de la señorita Ennis a la señorita Adler, la autora misma, sería comprensible, pero en ningún otro lugar del libro se sugiere que las identidades de autora y personaje se hayan fundido temporalmente.

¿Adler quiere sugerir que ella misma es Kate Ennis? Los personajes absurdos están bien, pero éste tiene el efecto de absurdo profesional. Rompe la ficción y, por un instante, tenemos autobiografía. Uno de los estribillos que se repite en todo el libro es: «¿De quién es esta voz? No es mía. No es mía». El misterio del nombre falso permanece. ¿De quién es la voz?

La gran pregunta que una obra como ésta impone al lector es: «¿Qué es una novela?» No hay ninguna definición absoluta, pero, desde luego, hasta cierto punto, una novela es una representación de la visión de la vida del autor. Oscuridad total, como Lancha rápida, es una obra de ficción sobre todo debido a que afirma serlo; damos por hecho que el yo de la novela es un personaje de ficción. En ambos libros, el personaje es una periodista. En Lancha rápida, la narradora afirma: «Desde luego, no creo en la evolución. Por ejemplo, los fósiles. Creo que hay objetos en la naturaleza –a saber, fósiles– que se presentan en capas, y que algunos visionarios semirracionales insisten en derivar de animales, los de abajo más antiguos que los de encima. Lo mismo opino de las derivaciones de palabras […]. Nunca he visto derivar una palabra».

Ésta, creo, es la visión de la vida que se refleja en la ficción de Adler. Nada evoluciona, nada deriva. Los efectos no resultan de causas. Los episodios se graban sin ninguna relación entre sí. Por fortuna, son episodios fascinantes.

 

 

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