Pier Paolo Pasolini, un héroe de nuestro tiempo
Por Luis Gusmán
Lunes 10 de julio de 2017
"Pasolini era un viajero. Quizás, hasta le cabría el término caminante, que antiguamente se reservaba para aquellos solitarios que solían recorrer los cementerios". El autor de El frasquito escribe sobre los viajes del cineasta y escritor italiano, sus comienzos y su muerte, para presentar el nuevo libro de Nulú Bonsai.
I. Desde el albergo Savoia, en la terma de Casamicciola en Ischia, Pasolini escribe en una hoja con membrete del hotel el remedo de una carta sin destinatario que comienza con esta frase: “Soy feliz hace tanto tiempo que no podía decirlo. ¿Y qué es lo que produce esta relación íntima, precisa, de alegría, de ligereza? Nada. O casi. Hay un silencio maravilloso alrededor: la habitación del hotel en la que estoy hace cinco minutos da a un gran monte verde, verde con alguna casa modesta. Llueve”.
Más adelante, en la misma carilla, se pregunta “¿Cómo he venido a parar aquí?”.
Entonces se responde por qué llegó hasta ese lugar. Lo hace de una manera que no es muy verosímil, sin embargo válida y legítima para un viajero. Lo trajo la lluvia, y porque dejó a sus espaldas lo que considera su viaje homérico: “Así es como he venido a parar aquí bajo esta dulce lluvia que roza los tejados del hotelito blanco”.
Pero de pronto en el papel amarillento, traída por el recuerdo de la lluvia, emerge Ostia: “Una tormenta azul como la muerte, agua que se desencadena. Es Ostia en noviembre. El mar tiene color aguachirle”.
Atrás ha quedado Ischia y el albergo Savoia, él continua con su viaje. De vez en cuando una voz, un dialecto, le recuerda que va hacia el Sur y que no está en el Friuli: “Pero mi viaje me impulsa más al Sur, como una deliciosa obsesión, debo ir hacia abajo no debo dejarme tentar”. Todo el Sur se abre ante él y la aventura comienza.
Confiesa que todavía no ha visto ni conoce Reggio Calabria, Catania, Siracusa. En las dunas kafkianas de Taranto –así las nombra–, se encuentra con los dos mares separados por unas rocas. El mar Jónico, aterrador, enemigo, ajeno y el Adriático, dulce, familiar, íntimo.
Cuando el viajero Pasolini arriba a Taranto alguien le dice: “Ahora eres un dios para nosotros porque eres forastero; luego, si te quedas aquí cuatro o cinco días, ya no serás nada”.
En Rodi es un viajero nocturno que transgrede el toque de queda que misteriosamente se ha decretado en la ciudad: “Camino, fuera de la ley, en la oscuridad del toque de queda, y añoro ya el interminable día sobre el que ha caído esta inesperada noche”.
II. Pasolini era un viajero. Quizás, hasta le cabría el término caminante, que antiguamente se reservaba para aquellos solitarios que solían recorrer los cementerios. Si uno extiende la palabra “cementerio” a un paisaje de cuevas, de piedras y sepulcros. Si lo extiende hasta Matera, donde filmó su Evangelio.
Pasolini eligió la Basilicata para su Evangelio. El confín donde Carlo Levi cuando estuvo exiliado escribió Cristo se detuvo en Éboli. Es decir, Cristo nunca había llegado hasta Matera. Tal vez por eso, Pasolini llevó hasta allí el Vía crucis.
Si el viajero camina por Matera buscando el casco histórico es fácil perderse, hasta que de pronto se detiene como al borde de un abismo y de repente, ante sus pies parece emerger desde fondo de la tierra (si es que esa arquitectura pertenece a la tierra) un grotesco amasijo de piedra. En ese escenario petrificado, sucede el drama del Evangelio.
Pasolini logra en el Evangelio algo raro: mimetiza sus personajes con la piedra, a veces hasta se confunden con ella, y por otro lado hace que cada apóstol, cada personaje bíblico, conserve los rasgos que lo singulariza. Tal vez por ello, para filmar su Evangelio eligió a sus amigos: Natalia Ginzburg (María di Betania), Giorgo Agamben (Felipe), Rodolfo Wilcock (Caifas), el poeta Alfonso Gatto (Andrés). ¿Es que pensó a los artistas y a los poetas como apósteles modernos? No parece por el papel que le adjudicó a cada uno en la película.
Eligió Matera para filmar Jerusalén. En las fotografías de la filmación hay una foto de una roca con el epígrafe: “Il sepolcro oggi”. Es el lugar donde filmó el santo sepulcro. La roca, sin la piedra que hace de puerta, simula un enorme ojo abierto; como si fuera una cámara planetaria que estuviera ahí desde antes de la prehistoria registrando fotográficamente cada huella, cada paso. Antes de Cristo, antes de los 12 apósteles cuando el drama cristiano era una utopía lejana. Es como si el ojo de piedra duplicara el de la cámara pero también el ojo de Pasolini para fotografiar a sus contadini. Pero si uno se detiene en el paisaje circundante observa que el sepolcro estalla en pequeñas aberturas circundantes que son como ojos simultáneos excavados en la piedra.
III. Pasolini prosigue su viaje a Sicilia y cuando describe el sur profundo lo hace como el cineasta, el fotógrafo, el dibujante, con el ojo puesto en el paisaje. Pero para nada un encuadre. Hasta se podría decir: un desencuadre, un fuera de foco, o fuera de campo, otra mirada. Y cuando entra en el barroco negro lo describe carnalmente: “A pesar de los espléndidos escorzos y perspectivas y de calles de un barroco que parece de carne, de las catedrales de una riqueza extraordinaria y casi indigesta, estas ciudades no son hermosas; parecen siempre apenas reconstruidas después de un terremoto, de un maremoto, todo es provisional, caduco, mísero, incompleto”. Sí, en Sicilia, en el sur profundo: la tierra trema. Y como los dos mares, el mar Jónico y el Adriático, el joven Pasolini se juntará con Visconti.
Como está escrito en la hoja del hotel Savoia, Ostia ya aparece muchos años antes de su muerte. La primera frase ya profetiza un futuro luctuoso. Es posible que a este creyente ateo no le hubiera parecido tan extraña la coincidencia que encontró en su camino. La coincidencia es con una crónica que escribió también siendo muy joven, sobre el verano en la playa de Ostia.
En 1959 Pasolini hace un viaje en un Fiat 1100 (ha reemplazado el Fiat 600 que le regaló Fellini durante la filmación de Las noches de Cabiria) desde Ventimiglia hasta Trieste contratado por la revista Successo.
Dejemos para los historiadores qué texto se escribió primero, o si el del hotel Savoia es solo un borrador del otro: “Llego a Ostia con una tormenta azul como la muerte. El agua se evapora entre truenos y rayos”. Es casi la misma frase escrita desde el albergo de Savoia. El texto sobre Ostia, prosigue: “La lluvia no tiene aire de cesar y en este clima gélido de noviembre recorremos la costa”.
Estamos en Ostia en el mes de noviembre donde muchos años después Pasolini será asesinado. El rayo que no cesa lo alcanza al borde del camino. Se podría decir: hace 40 años, a pesar de la oscuridad de la noche, en Ostia hubo una tormenta azul como la muerte. Solo que Pasolini no murió poéticamente sino de una manera mísera. Como suele suceder con muchos asesinatos.
Pero todavía falta que el caminante Pasolini nos cuente una anécdota que le sucedió en Ischia cuando en el puerto de Casamicciola vio en el muelle a un solitario Luciano Visconti. Entonces, Pasolini era reportero de la revista Successo: “Me levanto y voy hacia él llamándolo: ‘Me había dicho que me buscaba, Pratolini’, exclama. Después de días de silencio puedo hablar un poco”.
Los dos pasean por el muelle. Visconti esperando una barca con actores. En el paseo, Visconti le confiesa que hace 14 años que viaja a la isla. Entonces en Ischia, en el puerto de Casamicciola, sucedió una conversación entre Visconti y Vasco Pratolini, el autor de Un héroe de nuestro tiempo. El lapsus de Visconti auguraba una verdad: Pasolini es un héroe de nuestro tiempo. Un héroe opuesto al personaje de la novela de Pratolini, que es el retrato de un fascista.