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Mujeres chinas

Por Julia Kristeva

"La China tal cual", tituló la filósofa, escritora y crítica francesa de origen búlgaro estas palabras con las que abre sus reflexiones a partir del viaje que hizo hacia esa nación en 1974 junto a Roland Barthes y Philippe Sollers. Mujeres chinas salió por Capital Intelectual.

Por Julia Kristeva.Traducción de Víctor Goldstein.

En 1974, mi vida estuvo a punto de dar un vuelco: después de una licenciatura de chino, cantidades de ideogramas en la mano y en la memoria, aventuras sentimentales más bien complicadas y una pasión cada vez más seria por la civilización china, estaba dispuesta a volverme sinóloga. Otras lógicas tomaron un camino distinto, entre las cuales ese viaje a China que me dejó perpleja y dubitativa en cuanto a mis propias aptitudes, para empezar, y, más profundamente, en cuanto a la posibilidad misma de una interpretación verídica del mundo chino; una interpretación que habría sido otra cosa que un trabajo de erudición (tarea cuán loable y ardua), o una bella proyección de nuestros criterios occidentales sobre sus propias realidades (proyección que, por desgracia, sigue siendo la pendiente colonial más fácil, y acaso todavía más en ese campo que en los otros “estudios orientalistas”).

Fuimos una de las primeras delegaciones de intelectuales occidentales invitados a permanecer un mes en China, después de la admisión del país en la ONU, en ocasión de las fiestas del 1º de mayo de 1974. Esta delegación llamada “de Tel Quel”* –y que era precedida, en nuestros desplazamientos, por un magnífico dazibao** en caracteres chinos que anunciaba a las multitudes estupefactas nuestro nombre enigmático pero sin embargo susceptible de provocar su entusiasmo incondicional–, se componía de Philippe Sollers, Roland Barthes, Marcelin Pleynet, François Wahl y yo misma (Jacques Lacan, que debía formar parte del viaje, a último momento no pudo unirse a nosotros). Recorrimos Pekín, Luoyang, Xi’an, Cantón, Shangai y otros pueblos menos conocidos: yo me perdía en la seda rosada de los cerezos en flor, me entrenaba descifrando la sabiduría sobre las estelas de los templos taoístas y los monasterios budistas, me petrificaba de respeto en la Avenida de los Muertos o en la Gran Muralla, pero mi objeto de observación principal eran las mujeres modernas y bien reales que me rodeaban.

Porque no sólo era la época del feminismo en Nueva York y París sino que el mismo Mao había lanzado, contra los burócratas del Partido Comunista Chino, tras la ola de los “guardias rojos”, aquella de las “mujeres”. Provista de un anticipo de diez mil francos ofrecido por las ediciones Des femmes, recién creadas, y que me permitió pagar mi pasaje, me concentré por lo tanto en ese tema de una actualidad candente. Exiliada de Bulgaria, y considerándome más bien como una víctima del comunismo, no estaba, como los jóvenes burgueses de Occidente, cautivada o seducida por el comunismo chino. Entre psicoanálisis y antropología, era la pluralidad humana la que me fascinaba, incitándome a descubrir la otra cara que podría adoptar el Poder en esta Tierra, y en particular el poder “socialista”, si el universo se decía en yin y en yang y si se escribía en ideogramas.

Extraña época, feliz y, bien mirada, lúcida, donde se podía pensar la política como utopista, lo que significa tomando riesgos personales y asumiendo los peligros de los atolladeros franceses proyectados en fantasmas chinos. Tanto más cuanto que ya se estaban formando “redes”, surgidas de la “sociedad civil”, que hacían posible esa experiencia más bien anarquista. Sin embargo, muy pronto me percaté de que esas “redes” y su independencia “libertaria” eran muy relativas: después de una tormentosa discusión con mis editoras, que me intimaron a reemplazar el “nombre del padre” (¡qué horror!) bajo el cual pretendía firmar mi libro, no por el “nombre de esposa” (¡qué insensatez!), sino por aquel de su jefa, a la que debía (esto era evidente en la lógica grupal) respeto y reconocimiento, y como consecuencia de algunos desacuerdos sobre nuestras concepciones respectivas de la sexualidad femenina, quise retirar mi libro de su red. ¡Vaya sorpresa la que me llevé al enterarme de que la obra ya estaba en prensa! Por consiguiente, no pude releer ni el manuscrito ni las pruebas, y dejé correr todo, empezando por las “redes libertarias” de la sociedad civil y hasta el compromiso político a secas. El psicoanálisis, la maternidad, la escritura iban a darme ampliamente con qué llenar luego mis días y mis noches.

Recuperar este texto muchos años más tarde no me conduce por fuerza a la hora de los balances: con razón o sin ella, no me siento con humor conclusivo, no todavía; las pruebas me enseñaron a vivir en lo abierto. No obstante, quise llevar adelante esta nueva publicación que muchos lectores y amigos me reclamaban (el libro está agotado en francés, así como su traducción inglesa: About Chinese Women, Nueva York, Urizen Books, 1977; Londres, Marion Boyars, 1977) porque, al releer esas páginas, recuperé un rasgo que me pertenece y que no se embotó con el tiempo: el asombro ante los otros, ante la lectura, ante el encuentro. Más allá de los principales temas visiblemente cargados de interés subjetivo (como la maternidad, la familia, la relación entre los sexos, etc.), el lector también descubrirá, así lo espero, pistas de reflexiones que a mi juicio superan de lejos mi historia personal y la de nuestra “generación del ‘68”.

Siempre me sorprendieron los ataques de aquellos que la emprenden con los jóvenes maoístas de ese período, acusándolos de encarnar el totalitarismo más irresponsable, cuando no la criminalidad más sanguinaria. Mujeres chinas, que habrán de leer aquí, da testimonio de una interrogación sobre los fundamentos del pacto social, tal como está constituido por la diferencia sexual y sus diversas modulaciones a través de las civilizaciones, y que condiciona en profundidad la ética, las diversas formas de creencias, de religiones, de derecho familiar y, para terminar, los mismos modos de representación del poder en una sociedad moderna. En una época en que la píldora y la IVE*** aún no estaban autorizadas en Francia, y en que todavía no había llegado la moda de las ministras, China, que parecía despertar de la Edad Media y salir del estalinismo, no obstante ofrecía un mosaico de preguntas y de respuestas que sólo podían estimular la reflexión sobre el porvenir del “segundo sexo”, no: de la “mitad del cielo”. Esa problemática siempre es de actualidad. En primer lugar, porque las avanzadas pragmáticas de las mujeres entre nosotros, que desembocaron en la Ley de la Paridad hombres-mujeres, no tocaron en profundidad el problema de las relaciones entre los sexos: problema esencialmente difícil y destinado a seguir siéndolo, si escuchamos la sabiduría desengañada del psicoanálisis, pero que no deja de ser modulable. Luego, porque la evolución de la China actual hacia una economía de mercado emancipa a las mujeres chinas según los viejos esquemas occidentales, sin que se sepa realmente cómo se concilian, o no, esas avanzadas con la tradición.

Salvo algunas correcciones estilísticas y ciertos desarrollos aportados a los pasajes demasiado condensados en el original, no he modificado el texto de Mujeres chinas, que en consecuencia lleva la marca de su época y de mi estado de ánimo del momento. De haberlo escrito en la actualidad habría sido más explícita, más circunspecta, y por lo tanto más justa con el “monoteísmo capitalista” que me sirve de ejemplo disuasivo en mi reflexión sobre las mujeres chinas, tomadas entre el taoísmo y el confucianismo. En cuanto a la sexualidad femenina, mis trabajos psicoanalíticos y mis novelas, escritos después de Mujeres chinas, hablan de ello, quiero creerlo, mucho más, y en todo caso lo suficiente para remediar las lagunas y consideraciones lapidarias que consagré entonces a la bisexualidad psíquica.

Todavía encuentro, entre las líneas o en las fotos, esas personalidades de mujeres chinas que me habían perturbado hace veinticinco años, y me pregunto: ¿qué pasó con Li Qilan del Museo histórico de Xi’an? Y la Sra. Li Fenglan, cultivadora de algodón cuyas pinturas me evocaban a Van Gogh, ¿sigue pintando? ¿Y la pequeña con ojos de ardilla inquieta, a la que no dejaba de filmar, y que me sigue mirando hoy? ¿Se convirtió en uno de los cuadros de la nueva nomenclatura? ¿En una campesina pobre sumergida por las maternidades y el trabajo? ¿O en una mujer moderna, vestida con jeans y rizada a la americana, y que “llegó” a alguna parte en una empresa informática o, nunca se sabe, en una de las ramificaciones lucrativas de la ya famosa mafia china, que no teme ni al comunismo ni a la globalización?

Todas las preguntas permanecen, de otro modo y no menos pesadas y apremiantes que bajo el reinado de Mao. Con Mujeres chinas simplemente me proponía formularlas, de ninguna manera responderlas: era mi propia manera de hacerme “china” un poco, en todo caso. Como lo piensa Zhuangzi: “En el más grande Tao, nada se enuncia; en la más grande disputa, nada se dice; la más grande bondad no es buena, la más grande humildad no es indigente, el más grande coraje no es agresivo”.

Para decirlo de otro modo, nuestro interés por China que originó este libro parece, en perspectiva, una de las primeras fisuras en el “muro de Berlín”: un síntoma de la crisis mundial del comunismo. Y como el síntoma que revela un deseo, nuestra “enfermedad” expresaba el derrumbe en curso del totalitarismo de izquierda, contra el cual algunos de nosotros decían estar “rabiosos”.

Habiendo escapado del estalinismo, yo estaba intrigada por la atención que algunos jóvenes escritores e intelectuales franceses dedicaban a China. ¿Apuesta por otro socialismo, respetuoso de las diferencias nacionales? Los chinos oponían al modelo ruso las particularidades de su propia tradición cultural. ¿Tentativa de salir de una gestión social surgida en el siglo xix y confiada solamente a los partidos, al Partido? Los chinos lanzaban contra la esclerosis del PC las fuerzas nuevas de la opinión: los jóvenes, las mujeres. En la revuelta del ’68 se expresaba también una crítica del universalismo occidental. La globalización nos parecía ya discutible: el hombre y la mujer, el espíritu y el cuerpo, la voz y el gesto, lo oral y lo escrito no estaban divididos de la misma manera en las diferentes civilizaciones, y el “pensamiento chino” develaba otras potencialidades para el deseo, para el sentido y para la política. En consecuencia, yo había emprendido una licencia de chino y, alentada por Joseph Needham, me había internado en su monumental Science and Civilisation in China. Aquellos que siguen ironizando sobre la “proliferación semiológica” china podrían inspirarse mejor si interrogaran la incomprensión, cuando no el miedo, que experimentan ante esta civilización.

El dogmatismo de los burócratas maoístas no se me escapaba, y tampoco la variante china del “gulag”. Pero como otros se encargaban de denunciarlos, a mí me parecía más interesante interrogarme sobre las singularidades de esta China, hasta en sus errores totalitarios. Por otra parte, la salida del comunismo ¿no se hace, en China, de manera muy distinta que por el derrumbe moral y económico que se observa en el exbloque soviético? En la encrucijada de una investigación cultural y de una inquietud política, escribía en Mujeres chinas: “Si uno no es sensible a las mujeres, a su condición, a su diferencia, China se le escapa”. Siempre dos sexos, y la política en todas partes, pero acompañada del vacío. Ese “misterio” mayor debe analizarse todavía y siempre, para seguir la entrada de China en el tercer milenio.

Por lo tanto, yo había intentado encontrarme sobre todo con las mujeres, hablarles y oírlas más allá de los estereotipos de los comentarios aprendidos y el control meticuloso de los intérpretes. Pero la visita de la realidad china confirmó lo que temía: se criticaba el estalinismo en un lenguaje estalinista, se favorecía a los jóvenes y a las mujeres al tiempo que se proseguía la misma vieja violencia destructiva en los campos. El modelo soviético entraba en resonancia con el despotismo ancestral, y el nacionalismo dogmático sofocaba los otros aspectos de una tradición soberbia.

A la vuelta, me alejé por mucho tiempo de toda política, esforzándome por buscar respuestas a mis interrogaciones en lo íntimo: el inconsciente, la maternidad, la novela. No obstante, sigo persuadida de que una modificación del régimen mismo de la política pasa necesariamente por esas refundaciones culturales a las que nos invita el continente todavía oscuro de la civilización china, que persiste bajo la nueva occidentalización, tecnológica y consumista, actualmente vigente. Si la “diversidad” no es papel mojado en la globalización en curso, prestemos atención a la cultura de los otros, y sobre todo a China.

Todo el mundo sabe que China será la primera potencia económica del milenio. En cambio, nadie sabe si y cómo los ideales de los derechos del hombre podrán coincidir con una tradición cuyos pinceles refinados, pero no menos cortantes, parecen ignorar las exigencias de nuestras psicologías singulares. Esas chinas, de quienes intento captar su memoria ancestral y su elegancia fugitiva, ¿serán lisa y llanamente las “managers” más consagradas del “nuevo orden mundial”, o bien llegarán a modificarlo hacia más sutilezas, diferencias, armonías? Por lo que a mí respecta, permanezco atenta a los y las jóvenes chinos y chinas que vienen a París para estudiar las moléculas y los átomos, pero también para tratar de leer a Pascal y a Diderot, a Colette o a Sartre. No tienen menos que aprender de nosotros que nosotros de ellos. La libertad es reinventarnos, para ellos no menos que para nosotros, a partir de esos intercambios.

Los futuros arqueólogos de esta libertad por recrear se remontarán hasta nosotros cuando hagan la historia de un encuentro que los jesuitas habían iniciado, que la globalización actual pretende trivializar, y que sólo las tentativas arriesgadas de un acercamiento cultural harán posible, a la larga.

 

Londres, Mandarin Oriental Hyde Park Hotel,

26 de diciembre de 2000.

 

* Revista de literatura de vanguardia, fundada en 1960, y a la que pertenecía entre otros Julia Kristeva. “Tal cual” en francés, de ahí el título de la presentación. [N. del T.]

** Literalmente, “periódico de grandes caracteres”, una tradición que se remonta a la China Imperial y que reapareció durante la Revolución cultural; eran redactados por la gente común y pegados en la ciudad y, actualmente, expuestos en las veredas. [N. del T.]

*** Interrupción Voluntaria del Embarazo. [N. del T.]

 

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