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Las lectoras argentinas

Por Graciela Batticuore

"Las perspectivas contemporáneas sobre la mujer lectora siguen teñidas de inquietud, fascinación, a veces de temores. ¿De dónde provienen tales emociones?", se pregunta Graciela Batticuore en Lectoras del Siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina (Ampersand), del cual extraemos el prólogo que sigue.

Por Graciela Batticuore.

Metida en la cama, arropada, una madre lee para sus hijos antes de dormir. Otra abre el archivo de las cartas familiares para ejercitar con los niños la lectura. Una anciana posa frente a un artista con su pequeño libro entre las manos: se trata del catecismo. En la sala familiar una joven veinteañera es retratada leyendo. Otra languidece emocionada ante una carta de amor que se deposita milagrosamente entre sus manos: llega desde las trincheras. En medio de la pampa una gaucha lee un periódico. Otra asiste a la lectura en voz alta de un paisano en la pulpería. En una sala lujosa otra joven romántica medita con Lamartine. Dos o tres mujeres conversan al pie de una biblioteca de nogal. Más allá, una señora revisa la página financiera de un periódico. Otra enseña a sus alumnos la lección del día. Otra se instruye en ciencias a través de los libros que heredó de su padre. Otra contempla en una pantalla de cine a una muchacha que lee en voz alta para su enamorado: son espejos invertidos en el tiempo.

Todas estas imágenes dan argumento al presente volumen. Vienen del pasado, de la literatura, la prensa, la pintura y el cine argentinos, pero tienen una amplia resonancia en la cultura occidental. De Europa al Río de la Plata, pasando por las diversas regiones del continente americano, la mujer lectora aparece y reaparece en variadas poses artísticas y literarias, bajo la mirada ávida de unos actores comprometidos con la realidad de su época. Claro que no se agota en el pasado la pregnancia de estas siluetas femeninas, sino que ellas tienden sus lazos hasta la actualidad: regresan en el perfil de otras lectoras modernas que buscan respuesta a sus conflictos desde el correo sentimental de las revistas de moda. O recalan en las estadísticas del marketing editorial, ocupado en discernir cuáles son o podrían ser “los más vendidos” de la plaza, según el género de los consumidores. Antes y ahora las lectoras siguen dando que hablar, dictando el argumento de ensayos o ficciones que las tienen como protagonistas en el cine, en la televisión, en la fotografía. Dos o tres casos de proyección internacional lo comprueban: por ejemplo, el film de Benoit Jacquot titulado Adiós a la reina (2012), que pone en foco la relación entre María Antonieta y su lectora personal en los vertiginosos días de la Revolución francesa, cuando la vida de la reina ya está tocando a su fin. En medio de todas las urgencias y los riesgos, la criada sigue leyendo devotamente para ella. Otro caso nos lleva a la televisión colombiana en 2002, cuando se estrena una miniserie titulada, precisamente, La lectora (dirigida por Pepe Sánchez), tan buena en audiencia que diez años después sirvió de argumento a un director de cine, Riccardo Gabrielli, quien compuso su propia versión bajo el mismo título. En ambas obras –la miniserie y el film–, la protagonista es una bibliotecaria secuestrada por un grupo guerrillero que la obliga a leer en voz alta una novela cuyas páginas contienen las pistas de un tesoro millonario para sus captores. Otro ejemplo remite al campo de la fotografía: se trata de la espléndida Marilyn Monroe leyendo el Ulises de Joyce, hacia 1952. En la imagen aparece reclinada atentamente sobre el libro, concentrada, inmersa en la lectura. Sus manos sostienen de lleno el volumen abierto y apoyado sobre las piernas, muy juntas, desnudas, los hombros desnudos también y los pechos enfundados en una bikini. Sentada sobre la corteza de un árbol que se desdibuja en un trasfondo gris y negro, la belleza de Marilyn resplandece saturando la imagen. Se dice que la foto fue tomada imprevistamente por Eve Arnold cuando se disponía a entrevistarla: al llegar a la cita la encontró leyendo e hizo disparar enseguida la cámara. De ser así no se trataría exactamente de una foto posada, pero es difícil tomar la anécdota al pie de la letra. En cualquier caso, la imagen de la chica más sexi del mundo leyendo a solas la novela más compleja del siglo XX resulta por lo menos imborrable para cualquiera que la haya contemplado alguna vez.

Estos tres casos, que nos trasladan del cine de ambientación histórica a la fotografía de impacto mediático pasando por el melodrama, muestran que las perspectivas contemporáneas sobre la mujer lectora siguen teñidas de inquietud, fascinación, a veces de temores. ¿De dónde provienen tales emociones? ¿Por qué persisten a lo largo del tiempo y qué nos dicen todas esas imágenes inquietantes acerca de quienes las compusieron, de quienes posaron para ellas o miraron como espectadores activos, interactivos, el cuadro real o imaginario de una o varias mujeres leyendo, en diversos momentos y escenarios? ¿Con qué otras preocupaciones dialogan esas figuraciones artísticas y literarias? ¿Qué relación concreta existe entre los imaginarios de la mujer lectora y las prácticas letradas que ejercitaron ellas en las diferentes épocas? Este volumen explora estos y otros interrogantes por diversas vías, con un anclaje sobre todo en el contexto del siglo XIX argentino pero atendiendo a sus proyecciones en el XX a través del cine y la literatura. Para cubrir ese gran arco temporal que nos arrastra incluso hasta el presente, el libro está organizado en capítulos que delinean tres tipologías femeninas: la lectora de periódicos, la lectora de cartas, la lectora de novelas. Son tres puertas de entrada al tópico de la mujer lectora, que permiten visualizar otras figuraciones que también asoman a lo largo del libro y que son igualmente relevantes (la lectora de poesía, la lectora religiosa, la lectora de libros científicos, entre otras). En un escenario rebosante de anhelos “civilizadores” y de ansias de “progreso” como el que ofrece el siglo XIX, cuando las ideas de “nación” y de los “nacionalismos” están a la orden del día pero flaquean, sin embargo, ante las imposturas de la guerra, la lucha facciosa o la inestabilidad política, las lectoras irrumpen a cada momento como una ilusión civilizadora, una promesa de bienestar, pero también como un enigma inquietante de lo que vendrá y, a la vez, como una clave de interpretación para vislumbrar las derivas problemáticas que la vida moderna podría traer consigo. Acaso este volumen sea también un modo de explorar aspectos cruciales de la cultura argentina a través del pasado y de las relaciones de género, así como también un modo de volver al siglo XIX para entender un poco más el XXI, y un modo de visualizar los lazos que articulan palabras e imágenes, antes y ahora.

Al fin y al cabo, el arte y la literatura, en todo el despliegue que ofrecen sus formas, están hechos más que nada de detalles. Admirarlos y analizarlos forma parte de la trama de este libro, que concibo como un pequeño atlas de lectoras con sede en el extremo más austral de América Latina. Un atlas, o acaso un prismático, desde el cual observar a las lectoras a través del espacio y en el tiempo.

 

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