¿Es el arte un misterio o un ministerio?
Los desafíos del profesionalismo
Martes 13 de junio de 2017
"Del lado del Ministerio, el arte resulta una práctica proyectable y mejorable; del lado del Misterio, se lo reconoce sobre todo como un objeto indescifrable, algo que se ofrece parcialmente a los sentidos pero que tiene una existencia independiente". El prólogo al libro de Siglo XXI editores.
Por Inés Katzenstein y Claudio Iglesias.
En el punto de partida, surgió una pregunta: ¿es el arte un Misterio o un Ministerio? Este dilema (que toma impulso de las valiosas reflexiones del cineasta chileno Raúl Ruiz acerca de creación, víncu lo con lo trascendente y burocracia) fue el disparador para las jornadas de conferencias Misterio-Ministerio. La esfera estética ante el discurso del profesionalismo, que organizamos en la Universidad Di Tella (UTDT) en 20151 y que tuvieron como tema central la relación, o ausencia de relación, entre arte y trabajo: un tema repetidamente analizado por la teoría cultural y la filosofía y que actualmente cautiva a la escena artística, cada vez más proclive a pensarse a sí misma como una industria cultural en continuo de sarrollo y expansión. El debate profesionalismo-amateurismo se vuelve cada vez más crucial, ya que en el sistema del arte vivimos un ordenamiento creciente de todos los intercambios, que se pone de manifiesto en el hecho de que relaciones antes informales o laxas –entre artistas, asistentes de artistas, curadores, críticos, museos, vendedores, compradores– tienden a una creciente reglamentación, con lo que ello conlleva de concientización de derechos y obligaciones, pero también de burocratización y eventual sometimiento a las demandas del trabajo profesional.
Entonces, del lado del Ministerio, que “se presenta a sí mismo como un grupo de hombres al servicio de todos, sujetos, […] en una palabra, de un organigrama” con el objetivo de apropiarse de las obras (y las utopías y otros objetos) creadas por Misterio,2 se apunta una de las obsesiones del siglo XX: el carácter de praxis social de aquello que comúnmente llamamos “arte”, en las antípodas de cualquier posible idealismo estético. La reciente fijación del campo con la figura del artista profesional –es decir, con la figura de un practicante discursivo que actúa estratégicamente y dispone de variadas herramientas retóricas para la construcción de su carrera– presupone que la esfera del arte tiene un correlato necesario en lo social. Esta concepción, sostenida por la teoría crítica a mediados del siglo pasado y convertida en uno de los basamentos pedagógicos de las escuelas de arte y las humanidades actuales, considera que el arte es un “trabajo” y su historia, una historia social, pasible de anclajes en las relaciones de producción.
Del lado del Misterio, que “da su apoyo a la idea de una nueva humanidad por venir, o bien a la de comunidad de sabios del pasado”,3 la filosofía responde que aquello que llamamos “arte” es una galaxia mucho más grande de lo que puede soñar el constructivismo social; una compuesta de objetos puntuales y brillantes pero parcialmente retraídos: las obras de arte, que a lo largo de la historia han sido comparadas con un enigma, un hechizo, un jeroglífico o (según la definición de Ortega y Gasset) una “isla de irrealidad rodeada de realidad por todas partes”. Desde la perspectiva del idealismo estético, el arte es algo imposible de conocer y que sólo admite la docta ignorancia; por su característica reticencia, trasciende la dimensión de la práctica y la comunicación; de ahí que no pueda identificárselo con el trabajo, ni planificarse su crecimiento institucional o económico.
Del lado del Ministerio, el arte resulta una práctica proyectable y mejorable; del lado del Misterio, se lo reconoce sobre todo como un objeto indescifrable, algo que se ofrece parcialmente a los sentidos pero que tiene una existencia independiente, como una mónada, un mineral enterrado o un animal salvaje.
Este libro trata, entonces, sobre la relación entre arte y trabajo, considerada desde la filosofía y la teoría estética, pero también desde el ejercicio del arte propiamente dicho.4 Uno de los relatos más frecuentes al respecto afirma que las transformaciones sufridas por el sistema del arte fueron a contrapelo de las transformaciones que tuvo en general el mundo del trabajo durante la segunda mitad del siglo XX. En la sociedad surcada por los órdenes normativos de la modernidad, el arte como espacio social tenía una posición crítica de por sí; para decirlo brevemente, los artistas eran aquellos que podían despertarse tarde y acostarse a cualquier hora en una sociedad de horarios reglamentados, y eran quienes podían pensar en su trabajo como un emprendimiento propio, a diferencia de los trabajadores y de las personas vinculadas a las instituciones y las corporaciones, con sus organigramas colosales. La salida del paradigma del trabajo industrial habría permitido que ese modelo de relativa autonomía, que anteriormente les pertenecía casi exclusivamente a los artistas, se transformara en el estándar para la mayor parte del trabajo actual. La producción social imitó al arte. Según esta teoría, quienes eran los marginales de la modernidad devinieron los modelos que el mundo contemporáneo debía seguir, a la vez que, como grupo social, los artistas se vieron sumidos en un proceso progresivo de profesionalización y burocratización de sus prácticas.
Esta es una de las direcciones que toman los textos compilados en este libro: pensar en los artistas como grupo (y en cada uno de ellos como figura) y en el arte como medio o forma de vida. Varios autores se dedican a estudiar cómo, impulsados por el auge creciente de la educación, la academización de los discursos, y el de sarrollo del mercado, en los años recientes la figura del artista empieza a estar cada vez más integrada a las formas profesionales de trabajo. El chileno Guillermo Machuca, con su característica ironía, aporta un panorama de la caída del modelo de artista libre en pro de una figura transformada por una trama aspiracional cuya meta es la profesionalización, la formación y el internacionalismo. Lucas Rubinich rastrea en distintos episodios de la trayectoria del artista argentino Roberto Jacoby un carácter que, según el autor, logra superar la dicotomía asilamiento/integración, proponiendo nuevos modelos de intervención crítica y provocación política. Claudio Iglesias se ocupa de una de las figuras menos prestigiosas del ámbito argentino: Federico Klemm, un artista y mecenas que el autor analiza como la punta del iceberg de una cultura que dilapida el proyecto modernizador y su herencia cultural en la construcción de la figura del artista como mero entertainer, un “empresario de su propia imagen”, o un “profesional del yo”. Inés Katzenstein analiza el legado intelectual del artista y curador Jorge Gumier Maier, una de las figuras más críticas del proceso de profesionalización del campo del arte que se inicia en la década de 1990. Por último, Luciana Acuña y Alejo Moguillansky recrean un fragmento de su obra teatral Por el dinero, para indagar en las redes culturales y económicas del arte global y exponer la irracionalidad de la economía de los artistas.
La crítica al arte como sistema de poder permea todo este libro, pero hay cinco textos que apuntan a casos concretos. Graciela Speranza se ocupa de cómo el debate Misterio-Ministerio afecta al campo de la crítica, y específicamente analiza el “latinoamericanismo” como una construcción identitaria que complementa estos procesos de profesionalización del arte, desnuda sus complicidades, miopías y limitaciones, y propone volver a una idea de la crítica como práctica de resistencia. Rodrigo Quijano, desde Perú, analiza las relaciones de complicidad y dependencia del nuevo sistema del arte, que él define como formando parte de un “paradigma globalizante colonial moderno”, con los negocios y el neoliberalismo, y Osvaldo Baigorria, desde la literatura, deja de manifiesto el crecimiento de la esfera extraartística de la gestión, la administración y la burocracia, presentando una serie de escritores que pregonaron una suerte de “contraproductividad” militante. En este grupo también podríamos incluir la contribución irreverente de Suhail Malik, que desmantela brutalmente la construcción de la figura del Misterio como coartada del sistema del arte.
Otra forma de considerar la relación entre arte y trabajo, o entre arte y producción social, se centra ya no en el sujeto artista sino en las obras, que se debaten entre su condición de productos sociales y su autonomía. El filósofo Graham Harman analiza ese punto difícil pero preciso en que “la belleza puede no estar en el ojo del espectador, pero tampoco está en el lienzo o en la escultura que el observador observa”. Quienes exploran las alternativas a la total integración social del campo artístico son Chus Martínez, con su manifiesto a favor de la idiosincrasia, Joe Scanlan, que proclama programáticamente un trabajo en el “no saber” para contrarrestar el cinismo de la educación estandarizada, y Diedrich Diederichsen, que traza una historia de las relaciones cruzadas entre contracultura y Silicon Valley.
Los textos de Sarah Demeuse y Boris Groys expresan respectivamente la mirada panorámica y la mirada pendular de la contraposición Misterio-Ministerio, insistiendo en que sus polos son fuerzas inextricables, tensiones complementarias del concepto mismo de arte. En ese sentido, una referencia importante que tomamos para el título de esta compilación es la frase-obra de Federico Manuel Peralta Ramos Misterio de Economía, un chiste (tal vez demasiado argentino) que hace referencia inmediata al Ministerio de Economía como organización esotérica.
En todos los casos, la idea que hilvana este libro es la de reflexionar críticamente –aunque con optimismo– sobre la potencia de innovación y crítica del arte, más allá o más acá del sometimiento de la vida a las exigencias del trabajo profesional.
La iniciativa del simposio y de este libro implicó para el Departamento de Arte de la UTDT una escala de trabajo inédita que no habría sido posible sin el apoyo de varias personas e instituciones. Queremos agradecer, entonces, a nuestros sponsors y socios en este proyecto: Promoción Cultural (Mecenazgo) del Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Esplendor Hoteles Boutique, Colección Gabriel Guilligan, Patricia Pedraza, Círcu lo de Amigos del Departamento de Arte y Bodega Ernesto Catena Vineyards, además de agradecer al Goethe Institut y a la Universidad Nacional de San Martín, con quienes compartimos la visita de Boris Groys a la Argentina y, por último –pero no menos importante–, a todos los autores y a Siglo XXI por esta publicación.
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1 Se realizaron los días 16 y 17 de abril, en el Auditorio de la UTDT, con la producción del Departamento de Arte.
2 Ruiz, Raúl, “Misterio y Ministerio”, cap. VI de Poética del cine, Providencia, Sudamericana Chilena, 2000, pp. 107-122.
3 Íd.
4 El nuestro no fue el primer simposio con artistas y filósofos sobre la cuestión de la relación entre el arte y el mundo profesional, la carrera de los artistas y la forma en que el arte está condicionado por su propia estructura de producción. Por ejemplo, mencionamos el libro de Harrison y Cynthia White, Canvases and Careers. Institutional Change in the French Painting World, Chicago, The University of Chicago Press, 1965; y luego el simposio Canvases and Careers Today, Frankfurt, diciembre de 2007.