El libro de los géneros (recargado)
Por Elvio Gandolfo
Lunes 29 de mayo de 2017
"Lo fascinante de ser lector es ver cambios que uno no esperaba en uno mismo". El prólogo a la segunda edición “recargada” de El libro de los géneros, ahora en versión de Blatt & Ríos, que vio la luz por primera vez en 2007 vía Norma.
Por Elvio Gandolfo.
En un momento pensé que los géneros “menores” (ciencia ficción, policial, fantasía, terror) cumplen un papel de refresco, de refuerzo de la literatura “mayor”. Como en el género del western, llegan con estruendo y brillo los clarines de la caballería en el preciso momento en que el lector en general está por morirse de aburrimiento, y aplican una inyección de vitalidad a factores como la construcción de la trama o el mero flujo narrativo, muchas veces abrumado por toneladas de psicología, descripción o sociología.
A su vez cada autor disruptor, que mueve lo dado en la literatura, ha tenido un firme vínculo con géneros “menores” (Cervantes, Arlt, Dostoievski, Balzac, Shakespeare). Han tendido también a romper las leyes de una supuesta legalidad literaria que habría que respetar: robaron temas, imitaron formas, se burlaron.
También incidieron, en un plano más lírico o hasta metafísico, en una utilización consciente y distinguida de sus elementos, casi siempre con cierta inclinación al solipsismo: Borges, el nouveau roman, Leñero, Lem, Chiang.
Tal vez el único lugar donde realmente haya una articulación a un mismo nivel de los géneros con la literatura sea el país que prácticamente los ha creado, Estados Unidos, y que los incorporó en distintos momentos a su literatura nacional. Ocurrió con la novela negra en los años cuarenta (Cain, Chandler, McCoy, Nathanael West) y con la ciencia ficción más tarde (Vonnegut, Pynchon, Dick).
Lo fascinante de ser lector es ver cambios que uno no esperaba en uno mismo. Declaré más de una vez que leía menos de un 10% de género, y tendía a dar la impresión de que a la larga hasta eso iba a achicarse. Como es lógico, eso cambió en dirección contraria a mi jactancia inconsciente: en la última década el cambiante porcentaje creció. Aumentó el hambre por leer cuentos, por ejemplo, que creía, antes de leerlos, estar releyendo, y que descubría en vez de redescubrir. En parte se debía a las viejas épocas en que leía tal cantidad que tanto la policial como la ciencia ficción terminaban por ser una masa enorme e indiscriminada, o incluso, puestas a prueba hoy, directamente fantaseadas por el inventivo cerebro personal.
Al releer estas notas, panoramas o críticas para corregirlas, descubrí que hoy podría aceptar sin oponerme definir su intención como didáctica y entretenida, con énfasis en el segundo adjetivo, dado el progresivo crecimiento del aburrimiento en las estructuras educativas, sobre todo las dos primeras: primaria y secundaria. Agregué también un par de largos reportajes que me hicieron en su momento, como corte transversal de los intereses, oposiciones y equivocaciones de ese período.
Este libro está “recargado” porque agrega notas nuevas sobre:
* William Gibson;
* el libro y las versiones cinematográficas de la novela Solaris;
* Jonathan Lethem y escritores como él que hacen indistinguibles las aguas de los géneros y la literatura;
* el mundo creativo de Georges Simenon;
* Sherlock Holmes y las versiones del cine y la TV;
* las novelas de Henning Mankell;
* las tres últimas novelas de Philip K. Dick;
* el período posterior a su accidente casi fatal de Stephen King;
* la novela 1Q84 de Haruki Murakami;
* los “libros de Narnia” de C. S. Lewis y su adaptación al cine; y
* como cierre, una larga necrológica de Richard Matheson.
Fue un lujo primero leer, después marcar y comentar y, si no, ordenar en cronologías. Por último, también recopilar el material, en las dos ediciones. En este caso debo agradecer la fluida y veloz colaboración de Mariano Blatt y Damián Ríos.
Montevideo, 7 de marzo de 2017