Crónicas de una modernidad urbana naciente
Jueves 07 de agosto de 2014
La joven editora Excursiones publicó una reunión de escritos de Alfonsina Storni publicados entre 1919 y 1921 en la revista La Nota y el diario La Nación. Compartimos fragmentos del prólogo de Un libro quemado
Por Mariela Méndez, Graciela Queirolo y Alicia Salomone.
Los textos que componen este libro pueden leerse como crónicas de una modernidad urbana naciente en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX, que sorprenden por su lucidez crítica, sobre todo en lo que hace al rol que en ella tuvieron las mujeres. En efecto, en estos artículos brillan las reflexiones sobre la desigualdad genérica en la sociedad de la época, originada en un orden androcéntrico que subordinaba a las mujeres frente a los varones.
Como agudamente advertía Storni, en la construcción de dicho orden sociocultural jugó un papel clave el despliegue de discursos que, como el legal, el médico, el publicitario y el educativo, codificaron una identidad femenina aferrada al cuerpo y la naturaleza, y centrada en la maternidad y la domesticidad. Esa identidad normativa, sin embargo, también se vio afectada por los avatares de la acción de las mujeres porque, a pesar de las diferencias geo-históricas, parafraseando a Marshall Berman, en todas partes la modernidad interpeló a las personas tanto en calidad de objetos (pasivos) como de sujetos (activos) de dicho proceso. De este modo, mientras las biografías de las personas se trazaban al calor de condicionantes sociales, ellas se movían siguiendo su compás o bien asumiendo distancias y posicionamientos críticos frente a las contingencias coyunturales. La propia trayectoria de Storni también muestra esos juegos en los que se entretejieron los movimientos migratorios ultramarinos y locales –de Suiza a San Juan, de San Juan a Rosario, de Rosario a Buenos Aires–, el temprano ingreso al mercado de trabajo –“fabriquera”, “empleada de escritorio”, maestra y periodista–, los estudios de magisterio, su profesionalización como escritora. Al mismo tiempo, mediante el ejercicio de la palabra escrita, ella pudo configurar una subjetividad femenina que se instaló de manera crítica frente a los procesos de modernización en los que se encontraba inmersa.
La crítica literaria construyó numerosos estereotipos sobre Storni y su obra. Entre ellos, sobresale el de la mujer excepcional, inteligente pero fea, que transgredió las normas sociales de su época, ya sea por su condición de madre soltera o, en menor medida, por su perfil de luchadora feminista. Por otro lado, también se la caracterizó como “maestrita cordial” –expresión de Roberto Giusti, director de la revista Nosotros–, como una poeta de mal gusto alejada de estilos vanguardistas y como una suicida heroica atormentada por el desamor y la enfermedad. Alicia Salomone revisó críticamente esos estereotipos y reconstruyó, desde la crítica feminista, a una Storni que porta una subjetividad en tensión con la identidad genérica normativa, es decir, a una sujeto que, a pesar de estar habitada por los principios normativos comunes a todos, es capaz de analizarlos, desarmarlos y proponer visiones alternativas.
En 1998, en el sesenta aniversario de la muerte de Alfonsina Storni, publicamos en Buenos Aires Nosotras… y la piel a través de la editorial Alfaguara. Se trató de la primera antología que reunía una selección de los artículos periodísticos que, entre 1919 y 1921, habían aparecido en la revista La Nota y en el diario La Nación, y que eran prácticamente desconocidos para el público argentino. Ello, a pesar de que la prosa de Storni ya había comenzado a ser objeto de renovadores análisis en el campo de los estudios de género, la crítica literaria y la historiografía de las mujeres, desde autoras como Gwen Kirkpatrick, Asunción Lavrín y Francine Masiello, en los Estados Unidos, y Lili Sosa de Newton y Delfina Muschietti, en la Argentina. Fue este el marco que signó el inicio de nuestras indagaciones en torno a la obra de Alfonsina Storni, que es un interés que hemos mantenido hasta el presente. Hoy, quince años después de aquella primera publicación, se reedita ese libro, pero con algunas modificaciones: Un libro quemado presenta un ordenamiento diferente en la presentación de los artículos; asimismo, suprime algunos textos e incorpora otros –dos de ellos inéditos– que no habían sido incluidos en la primera antología.
Antes de comentar los artículos que integran este libro, queremos detenernos en el lugar de enunciación que Storni define en la escritura de estas prosas. Por una parte, sus textos se adaptan al formato de las columnas femeninas, es decir, al espacio que la prensa comercial otorgaba a la reflexión sobre la feminidad. Como propuso Tania Diz, esas columnas, que tenían como referentes y destinatarias a las mujeres, constituyeron dispositivos de control mediante la difusión de discursos que incluían desde fórmulas para desempeñar las tareas del hogar (limpieza, cocina, cuidado de la ropa, decoración), hasta consejos sobre cómo criar a los hijos. Además, educaron en los cuidados corporales, a través de consejos para adquirir un cuerpo saludable o para embellecerlo con el propósito implícito de participar exitosamente en los rituales de cortejo. Esto es lo que observa Alfonsina, por ejemplo, en su texto “La irreprochable”, donde se refiere a ese “fervor estético” que se desataba en las mujeres y que aspiraba a tener como merecido premio la obtención de un esposo.
Encontramos este tipo de textos en revistas de interés general, como Mundo Argentino, de la editorial Haynes, que en 1919 publicaba “Charlas Femeninas”; una columna a la cual Storni cita en el artículo “Feminidades”, de la revista La Nota, para satirizar su propio ingreso a este espacio periodístico. Esas secciones figuran, sin embargo, también en revistas de ideologías tan opuestas como Agremiación Femenina, órgano de la Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas que publicó “La mujer y el hogar”, o en Vida Femenina, de las feministas socialistas, donde aparecía “El rincón de los garbanzos”, que ofrecía recetas culinarias rápidas y económicas para mujeres trabajadoras. En otras palabras, el público lector de comienzos del siglo XX, nacido con la expansión de la alfabetización, estaba acostumbrado a encontrarse con artículos que reflexionaban sobre “temas femeninos”, mientras que, por su parte, las editoriales definían estrategias comerciales con el objeto de ofrecer productos a segmentos específicos de público. Así nacieron las revistas para mujeres, como Para Ti (1922), Maribel (1932) y Vosotras (1935), las que sin duda potenciaron el formato de las columnas femeninas.
Como colaboradora de La Nota, a cargo de “Feminidades” y “Vida Femenina”, y posteriormente de “Bocetos Femeninos” en el diario La Nación, Storni utilizó el espacio de las columnas femeninas pero al mismo tiempo lo cuestionó desde diversas estrategias de discurso. Entre estas, cabe destacar la ironía, la sátira, la parodia y la construcción de un narrador que muchas veces enmascara su rostro (Tao Lao), mediante las cuales logra construir una subjetividad en tensión con los modelos identitarios normativos. Basta leer muchos de sus artículos para ver en funcionamiento esas estrategias y comprender el enfoque político que las sustenta. Así, por ejemplo, en “Feminidades”, ironiza sobre el ofrecimiento que le hace su editor de escribir acerca de temas femeninos, lo que en principio rechaza, pero luego debe aceptar a causa de sus necesidades económicas; y seguidamente, incorpora dos temas polémicos de ese marzo de 1919: por un lado, la candidatura a diputada de Julieta Lanteri, fundadora del Partido Feminista Nacional; por otro, la huelga de las telefonistas que exigían mejores condiciones laborales.
Al mismo tiempo, las crónicas de Storni se adelantan a su tiempo al poner en escena la “actuación” del género, subrayando así su inherente contingencia y exponiendo la artificialidad que deviene de la repetición estilizada de actos, en palabras de la crítica contemporánea Judith Butler. Las mujeres, protagonistas estrella de las columnas de Storni, actúan y posan el género, y es en esa incesante actuación donde se produce un leve desplazamiento que puede llegar a “incomodar” a las lectoras. Ese sutil “desacomodamiento” tiene para la teórica norteamericana un increíble potencial transformador. Como sugiere Mariela Méndez, este es un gesto que retoma, en diferentes circunstancias socioculturales, Clarice Lispector al hacerce cargo de una columna femenina en tres ocasiones diferentes en las décadas del 50 y el 60. Como Storni, su par brasilera también recurre al seudónimo para exponer la contingencia subyacente al género e instalar subrepticiamente un espacio donde articular formas alternativas de pensar lo femenino.
Los artículos que componen Un libro quemado se agrupan en torno a seis ejes temáticos que proponen un cierto recorrido de lectura. En el primero de ellos, “Modelando feminismos”, se incluyeron una serie de artículos que abordan la agenda de este movimiento que, para 1919, ya había formulado contundentes demandas civiles y políticas. Entre las primeras, estaba la eliminación de las “incapacidades relativas” de las mujeres, derivadas de un artículo del Código Civil que colocaba a las hijas bajo el mando de sus padres y a las esposas bajo el de sus maridos. Esto implicaba, por ejemplo, que no podían tener control de sus sueldos, más allá de que trabajaran, ni ejercer la custodia legal de sus hijos, a pesar de parirlos y de que su feminidad se definía desde este hecho biológico. Por otro lado, las reivindicaciones también incluían la demanda de derechos políticos, que involucraban la posibilidad de elegir y ser elegidas para ocupar ciertos cargos. Así, bajo los auspicios de la Unión Feminista Nacional, donde actuaba una joven Alicia Moreau, se realizaron dos ensayos de voto femenino, uno de los cuales está referido en el artículo “Un simulacro de voto”, en el que Storni recupera una de las estrategias más originales que llevó adelante el sufragismo argentino en pos de visibilizar su reclamo. Finalmente, el feminismo de Storni la llevó a impulsar el divorcio vincular desde el cuestionamiento al contrato matrimonial, pero también a diagnosticar que sus verdaderos enemigos no eran los varones sino esas mujeres que aceptaban el lugar subordinado que les asignaba el matrimonio, y que manifestaban una “cobardía económica” que les impedía autonomizarse de sus proveedores masculinos mediante el ingreso al mercado laboral.
Es precisamente esta identidad femenina hegemónica la que gana espacio en las crónicas que integran el segundo eje temático de la antología, al que hemos llamado “Urbanas y modernas”. En estos artículos, Storni muestra ciertos estereotipos de mujeres domésticas (“tipos femeninos”) que deambulan por la ciudad, entre las que encontramos a las consumidoras de las grandes tiendas –en “Las crepusculares” y “La irreprochable” –, a las uniformadas bajo las directivas de la moda –en “La impersonal”–, o a las recién llegadas a la metrópoli e incrédulas todavía ante las descargas eléctricas de un toma corriente, como en “La emigrada”; un personaje cuya mentalidad Storni parodia mediante la transcripción de sus dichos: “¿Cómo es posible que la muerte, una cosa tan grande, quepa en un agujero tan chiquito y tan redondo?”. Storni hace en sus crónicas un uso particular de la ironía, ya que combina el carácter imitativo de la parodia con la ambigüedad y ambivalencia características de la ironía. Este tono de parodia irónica (Diz) constituye, de hecho, el sello de su producción cronística
En la sección titulada “Lectoras y escritoras” compilamos cuatro artículos donde Alfonsina convoca a esas dos figuras novedosas en el escenario cultural moderno latinoamericano. Por un lado, la mujer escritora, entre las que se cuenta ella misma, autorretratada magistralmente en “Feminidades” como una poeta que, por imperativos económicos, debe resignar sus sueños literarios y aceptar un trabajo periodístico que parece ir a contrapelo de todas sus convicciones. Conflictos asociados a la relación entre las mujeres y la escritura literaria también reaparecen en “La mujer como novelista”, donde la narradora expone los límites que suponen la falta de autonomía y de participación pública de las mujeres, así como los códigos morales imperantes sobre lo que ellas pueden o no tratar en sus escritos para el despliegue de una producción narrativa propia. En contraposición a ello, en “Las poetisas americanas”, Storni reconoce los grandes logros que, en el terreno poético, venía realizando toda una generación de escritoras, desde Gabriela Mistral a Juana de Ibarbourou, bajo el magisterio de su predecesora, Delmira Agustini. Finalmente, en “Las lectoras”, Alfonsina dirige su mirada a aquellas mujeres que frecuentaban las librerías de la ciudad, a las cuales, con lucidez y humor, organiza en tipos diversos, dependiendo de las lecturas por las que optan. Estas crónicas apuntan por lo demás a un gesto característico de la escritora, que la ubica nuevamente más allá de su tiempo. Storni no goza de las ventajas que ofrece la mirada retrospectiva que nos permite hoy rastrear la historia cultural de lo que ha significado leer y escribir como mujer en Latinoamérica. No obstante, son varias las ocasiones en que observamos la auto-reflexión directa o solapada que Storni realiza sobre su propio quehacer literario y periodístico. Y este ejercicio ella siempre lo lleva a cabo consciente de su lugar en el contexto más amplio de la escena literaria y el campo cultural de su época. De esta manera, las crónicas de Storni se convierten en un registro privilegiado e irremplazable de los devenires de la escritura y la lectura de mujeres latinoamericanas.
El cuarto eje, “Mujeres que trabajan”, ofrece un paneo por las ocupaciones femeninas asalariadas de esos años, iluminando desde aquellas actividades que carecían de cualquier calificación, como las que ejercen las lustradoras de muebles, las carboneras o ilustradoras de tarjetas, pasando por las costureras, hasta otras que implicaban una mayor formación profesional. Entre estas últimas, Storni incluye a las manicuras –retratadas en una crónica inédita del mismo nombre–, las dactilógrafas y las maestras, para finalizar con las médicas y las profesionales universitarias, muchas de las cuales estaban vinculadas a las agrupaciones feministas, como las ya citadas Julieta Lanteri y Alicia Moreau. Como explica Graciela Queirolo, cuando Storni caracteriza las particularidades del trabajo femenino, realiza una doble operación. Por un lado, matiza las interpretaciones que representaban a las asalariadas como víctimas inocentes de la adversidad y del trabajo (Evaristo Carriego y su “costurerita que dio aquel mal paso” será uno de los focos de su crítica). Por otro lado, cuestiona a esas mujeres que sólo anhelaban un marido que las sacase de la pobreza y, también, del mercado laboral. En cambio, defiende la capacidad femenina para ejecutar cualquier labor, inclusive las que se consideraban exclusivamente masculinas, y también la autonomía económica que las mujeres ganaban a través de sus salarios, entendiendo dicha autonomía como un paso necesario en la lucha contra otras opresiones sociales y culturales. Lo que no supone que Alfonsina ignore las inequidades que afectaban a las mujeres en el mundo laboral, en especial, debido a los bajos salarios o la precariedad de los empleos.
Las identidades masculinas no escaparon tampoco al escrutinio de las crónicas de Storni y es esto lo que quisimos evidenciar en el eje titulado “Masculinidades”. En estos textos, la escritora examina el perfil del varón, al que define desde sus atributos androcéntricos como “el amo del mundo”, pero al mismo tiempo lo ve enfrentar, al igual que sus contrapartes mujeres, tensiones específicas derivadas de la brecha existente entre los mandatos normativos y una realidad social crecientemente compleja. Así, en “El varón” y “Los defectos masculinos”, Storni proyecta su mirada sobre el resquebrajamiento producido en el papel de proveedor, que debían ejercer socialmente los varones, pero que se ve horadado tanto por las crisis económicas como por el protagonismo alcanzado por las mujeres en el terreno laboral. Por otra parte, el conflicto se refuerza con los temores ante la nueva libertad de aquellas en el mundo público, y con la pervivencia de una doble moral arcaica que afecta, sobre todo, el plano de las relaciones íntimas entre los géneros.
Por último, en “Rituales e instituciones”, se agrupa todo otro conjunto de crónicas que problematizan ciertos protocolos sociales que también contribuyen a codificar las vidas de los y las sujetos, amoldándolos a través de prácticas que ejecutan de modo irreflexivo, pero que podrían resignificar apelando a una lectura crítica sobre sí mismos. Entre estas costumbres e instituciones, se cuentan los ritos mortuorios (“Un acto importante”), el noviazgo y el matrimonio como contrato más que como deseo (“Sobre el matrimonio”), lo que no pocas veces deriva en la infidelidad y sus conflictos (“Carta de una engañada”), así como las nuevas expectativas frente a un mundo que estaba cambiando y que comenzaba a abrir nuevos horizontes a las mujeres que querían explorarlos a pesar de las dificultades (“Las profesoras”).
Nos gustaría concluir este prólogo resaltando una vez más la vitalidad que la palabra escrita de Storni tiene en nuestros días. A pesar del camino recorrido por las mujeres a lo largo de todo el siglo XX y lo que va del XXI, en particular, en lo que hace a la conquista de derechos civiles, políticos, sociales y culturales, todavía nuestra realidad sigue atravesada por esa diferencia jerárquica e inequitativa entre los géneros que tempranamente diagnosticó Alfonsina. Por nuestra parte, con la difusión de sus escritos, queremos hacer no solo una contribución a la memoria de su escritura sino, como sus textos siempre nos sugieren, a la construcción de una sociedad más justa, tanto en términos sociales como sexo-genéricos.
a
Notas relacionadas
El derecho a leer a las mujeres, por Leopoldo Brizuela.
Perlongher prosaico, otro prólogo de Editorial Excursiones.
La extranjera, un perfil de Clarice Lispector.