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Pedro Saborido: "El humor es la manera más dulce de la violencia"

Una entrevista alrededor de su primer libro de cuentos

"El cinismo y la ironía tienen más chapa de la que merecen", dirá en esta entrevista alrededor de su primer libro de cuentos, Una historia del fútbol. "La incorrección política es un gran lugar por donde se coló un montón de imbecilidad, racismo y fascismo", la creatividad, la libertad y el papel del humor, entre otras cosas, según esta mente hipercreativa y transgresora que siempre se mantiene orgullosamente detrás de bambalinas.

Por Valeria Tentoni.  

 

Portada. “43 cuentos, 18 testimonios, 99 personajes inciertos, 12 circunstancias discutibles, 5 episodios inverosímiles jamás contados, 4 heridos, 2 de muzzarella, 3 de fainá, 6 cortados mitad y mitad, 1 almendrado y coso”: todo eso viene después del título, Una historia de fútbol (Planeta), en rigor el primer libro de cuentos de Pedro Saborido. “Cuentos lisérgicos”, quisieron definirlos desde la Revista Un caño, donde muchos de estos textos pero no todos vieron la luz por primera vez. Luego desistieron, no sin alegría, de esa o de cualquier etiqueta. La de Saborido es una imaginación tan abundante como libre (y, por tanto, transgresora) y etiquetarla llevaría tanto esfuerzo como lograr que un chico detenga las corridas en el potrero para peinarlo. “Sus cuentos desbordan el realismo fantástico”, advierte Mariano Hamilton en la contratapa.

Antes de este libro, sin embargo, Saborido escribió. Y mucho. Por caso, en Peter Capusotto. El libro. Pero esta vez, las páginas no se desprenden del mítico programa que hace once años lleva adelante con Diego Capusotto, a quien conoció cuando lo invitaron al programa de Tato Bores que él guionaba. Por entonces, Saborido venía de hacer radio (con Omar Quiroga), el medio de comunicación que dice mejor le cae. Después de Tato Bores vendrían guiones para programas como Magazine For Fai y Todo x 2 pesos, entre otras infinidades de cosas que escribió sin sentirse nunca del todo “un escritor”. Más bien, un tipo que tiene que entregar a tiempo sus páginas para que los productores, los actores y los conductores consigan todo lo que haga falta para que se conviertan en aire.

Aire. Ahí es donde flota la gran nube que encontramos en la portada de su libro, ahora. Un apelotonamiento blanco de personajes y cosas-personaje (Perón, Maradona, Dalí, Marx, Bowie, el sifón, el colectivo). Gotitas evaporadas de la catarata de su imaginario, imantadas en las alturas por una fuerza centrípeta descomunal: el humor.

 


Son tus primeros cuentos publicados, ¿no?

Sí. En realidad, no son los primeros, porque hay dos libros antes que son derivados del programa con Diego Capusotto. Siempre fue raro con esos, porque en realidad están llenos de cuentos, de material original, pero mucha gente pensó que eran guiones del programa y en realidad nosotros hicimos el esfuerzo de que sea todo original. Ahora que lo pienso, quizás hubiese estado mejor meter guiones del programa, porque quedaron en esa confusión. Por otro lado, no deja de ser algo que lo acerca al merchandising del programa, y por ahí la persona que lo compró no tuvo el goce de leer sino el mismo goce que puede tener si se compra una remera o una gorra de Peter Capusotto. El libro, así como fetiche, pide un par de aclaraciones siempre. Como formato, como soporte, es una cosa muy prestigiosa. Ahora, la cantidad de libros que son prestigiosos yo diría que son los menos: la literatura, la poesía, es mínima con respecto a la autoayuda, a la investigación periodística, los libros de cocina, los libros de cualquier pelotudez. Entonces, eso es lo raro: en la Feria del Libro las salas no se llama Ari Paluch o Pilar Sordo, que son los que más venden. No. Tienen nombres como el de Alfonsina Storni o qué se yo, y después nadie compra un puto libro de Bioy Casares. Porque los libros quedan colgados, de alguna manera, de todo el sistema de celebridades. De hecho, yo seguro que vendo un poco más que otros porque soy conocido por el programa. Entonces, si vos me decís si es mi primer libro de cuentos, y... Yo no sé. No sé si son cuentos o son cosas que escribió un tipo que en realidad escribe televisión. En el teatro creo que nos ha pasado algo así, también. Por ahí tenemos un lugar muy prestigioso en la televisión, pero cuando pasamos a otro medio somos bastardos. Entonces yo siento eso con el libro. Y no fueron pensados como cuentos de un libro, en realidad.

Fueron entregas para la revista Un Caño, ¿cierto?

Claro. La revista, al ser periodística, aliviana un poco la presión. Entonces no sabés si es un cuento o una página de humor. Y al ser periodística, se acerca más un poco a la bastardía que es la televisión. Hay una zona más permitida.

Arrancaste en periodismo.

Claro. Y no conozco gente del ambiente literario, no conozco escritores. O los escritores que conozco resulta que son periodistas que también escriben. No sé qué va primero. Pero sí que hay algo que es más puro que otra cosa. Ser poeta es más puro que ser periodista, tiene un grado más de pureza. O escribir novelas tiene un grado más de pureza que ser guionista.

¿Eso es lo que creés vos, o es la percepción que tenés de la lectura que hacen los otros?

Yo creo que es la percepción que hay desde afuera. Y que también es una convención que todo el mundo termina incorporando.

¿De dónde salió el tema del fútbol para armar este conjunto?

Escribo sobre fútbol porque Hamilton es amigo y me pide que escriba algo para la revista. De fútbol yo no sé mucho. Soy fanático de Racing, sí, pero no sé mucho. Hace años que no voy a la cancha y no miro los partido, nada. Este no es un libro que si no sos futbolero no lo podés leer: yo lo que hago es agarrar una situación del fútbol, que culturalmente todo el mundo conoce. Lo loco es que el fútbol ha generado un subgénero literario, pienso en Eduardo Sacheri o en Alejandro Apo, que tenía un programa donde leía cuentos de fútbol y nada más. O sea, es como el policial.

Entonces son todos textos que salieron antes en Un caño.

No, se escribieron diez o doce cuentos y el resto fue a partir de la colección de la revista. Escribí mucho más cuando hubo una decisión de hacer el libro. Lo que pasa es que hay un lugar ahí mío que trabaja dentro de un sistema. Yo estoy acostumbrado a trabajar en televisión, a trabajar con plazos. Un sistema de plazos, no de objetivos. Hay que ir a grabar tal día y tenés que llegar con el material. En mi caso es un grupo de trabajo chico, por suerte, pero hay todo un aparato que se mueve ese día y vos tenés que llegar una semana antes, para hacer los encargues de producción, para que el programa se edite, para que pueda salir al aire. No hay inspiración, no es posible decir "no se me ocurrió nada"... Algo hay que escribir. Es industrial. El sistema se ha creado así en base a que nos criamos un poco así; estudiamos para un examen, armamos cosas para una muestra. Las fechas ordenan.

Después del libro del programa, quisiste seguir escribiendo.

Yo nunca había pensado en volver a escribir un libro, en realidad. Lo de Capusotto salió como un derivado del programa, y tuvo un éxito relativo. No todas las fidelidades son trasladables. A algunos les gustó más lo que leyeron que el programa, y algunos no podían encontrar el programa ahí. Y entonces este libro, para mí, se libera un poco de eso, de la imagen del programa. Obviamente vas con la expectativa de divertirte también acá. A mí por el libro me felicitan, pero yo digo: puta, yo hago un sketch y lo ven cien veces más que lo que vende el libro. La capacidad de difusión de un libro contra la del video, la tele o YouTube, es nada. Si vos me preguntás, para mí no deja de ser lo mismo. No lo tomo como que "ahora escribo cuentos". La televisión, la radio, el teatro, para mí es todo lo mismo. Siempre se trata de contar algo y de ser efectivo en eso. Fascinar o divertir o tener un objetivo en el cual la herramienta es el formato. ¿Qué está bueno de escribir cuentos? Y, que no tengo que hacer presupuesto de cámara y de lo otro, pero a su vez siento culpa de que eso no le genere laburo a nadie, porque lo otro es un colectivo de gente trabajando. Yo estoy solito y si quiero escribir que el Kavanagh se da vuelta, se da vuelta. Es bárbaro, es como falopa.

Cuando escribís guiones todo tiene que tener su correlato de posibilidad, inclusive con efectos especiales.

Sí, siempre va a ser eso que tenés-que-ver-cómo-se-hace. Acá está la escritura, nada más. Muchas veces, cuando voy a dar un cursito o charla para los pibes que estudian guión, me dicen: "Me cuesta escribir". Claro, porque el primer problema ante una idea es escribirla. La idea, en la cabeza, es ideal: es fascinante y es perfecta. Y cuando la vas a escribir, se encuentra con la torpeza del lenguaje y de tu escritura. No llegás. Y, peor, sumale que estamos considerando una escritura objetivamente, sin la carga del que la está leyendo. ¿Quién te dijo que esto es “esto”? Esto es “esto”, más lo que el otro tipo leyó. Y si el otro está drogado o tuvo un mal día, ¡o tuvo un buen día!, va a leer materiales distintos. A veces me dicen, con el programa: "¡Siento que el programa cambió!". Y yo respondo: "¡El programa y vos, que tenés diez años más!" Entonces no es el programa nada más. No consideramos que somos más contexto de lo que suponemos.

¿Y cómo aprendiste a escribir? 

Los cuentos fueron mi primera aspiración artística. En realidad no, fueron mi segunda aspiración artística.

Primero el cine, ¿no?

Primero fue más el cine, sí. Pero cuando yo tenía veinte años filmar algo era titánico, había cámaras súper 8. Todo el rito cinematográfico era una proeza. Si está el escritor que siempre está por escribir una novela y no la escribe, imagináte el corto que siempre estás por escribir. En cambio vos cuando escribís estás solo, nadie te rompe las pelotas, es muy linda esa parte. Cuando empecé a escribir, escribía más por una especie de urgencia expresiva. Y leía mucho. Siempre me enganché más con cuentos que con novelas. Cortázar, Borges. Novelas las de Marechal, por ahí. Y a su vez ver a tipos en ese lugar medio raro, como Dolina, que es un tipo que escribe pero lo que aparecía en la Revista Humor y todos seguíamos eran como artículos o cosas deformes. Yo la leía mucho. Para nosotros, que comprábamos esa revista, Dolina era algo rarísimo y distinto y algo por lo cual la comprabas. Para mí escribe muy bien, pero siempre será más conocido por su programa de radio. Es un tipo, como el Turco Asís, de esos que pueden hablar como escriben. En determinado momento hablan de una manera maravillosa, parece que están escribiendo mientras hablan. A mí me encantan los libros de Dolina. Y otros dirán: "Bueno, no sé si entran en la categoría literatura"; pero le pasó mucho a [Osvaldo] Soriano y a [Roberto] Fontanarrosa. Tipos que desde la academia eran extraños, uno que venía del periodismo, de escribir contratapas y aguafuertes, y Fontanarrosa más todavía porque era un dibujante.

Es un poco parecido a tu caso, ¿te sentís cerca de ellos?

Escribiendo, ni a la altura ni cerca. Lo que sí siento es que esta cosa de ponerse a escribir, que no importa en dónde. El Borges charlista, es todo un género. Escucharlo a Borges en los reportajes. ¡Es maravilloso! Y no todo escritor es bueno como Borges en esas charlas. Y es más, Borges se hace más conocido por el sistema mediático, por ser un gran contestador en reportajes, un gran provocador, antes que por escritor. Al personaje de Borges se lo conoce antes de conocer sus libros.  

¿Estudiaste técnico industrial, no?

Sí, yo soy técnico en electrónica. Jamás ejercí, no sé nada.

¿Ya escribías y te interesabas por el cine cuando elegiste seguir eso?

En mis años juveniles, todavía en la Argentina existían fábricas y entonces era una salida laboral asegurada. Pero cuando estaba en segundo año, empecé a interesarme más por esas cosas. Iba de vacaciones a lo de una tía en Arenaza que no tenía televisor, entonces entre Los Beatles, el rock, alguna cosa que leía en lo de mi tía y las fugas a la biblioteca… El rock me llevó a la literatura: porque había que leer, por salir de la rutina, porque la televisión esto o lo otro, por ir a buscar. En ese sentido, el rock es subsidiario de la literatura, tiene una pretensión. No se presenta solo como entretenimiento. Al tipo que hace un best seller, ¿por qué lo desprecian? Porque se supone que no hay ninguna transformación de nada ahí. No hay un dolor, no hay una transgresión, no hay nada revulsivo, nada transformador, nada inquietante, nada cuestionador. Entonces empecé a fugarme a la biblioteca. Rajaba de análisis matemático y me iba a leer. Ahí empecé a leer a Cortázar. Lo que más me impactó de Cortázar, en un momento, fue estar leyendo sobre algo que conocía. Que había un punto de identificación. Hablaba del Luna Park, de Banfield, hablaba de un mundo que estaba a la mano. Me costó siempre más leer literatura extranjera -aunque Borges podría serlo, por momentos. Pero claro, yo había ido al industrial porque el padre quiere que su hijo tenga las herramientas para sobrevivir.

¿Tus viejos qué hacían?

Mi vieja era ama de casa y mi viejo era obrero, supervisor industrial. Una especie de obrero calificado. Mi hermano trabajó también en la industria, metalúrgica. Pero sí en casa había siempre mucha inquietud artística flotando, o por lo menos transgresora. Mi viejo tenía cosas raras, como no festejar fechas de ningún tipo, una cosa medio peronista anarcoide. No había ninguna convicción en ninguna fecha, ni siquiera en las de los cumpleaños. Yo a los siete años pedí que no me festejaran más cumpleaños, por ejemplo. Mi viejo tenía esa cosa medio de rajar de todos los lugares, los veranos no quería ir a Mar del Plata, prefería algo chiquito, Sierra de la Ventana, el río. Toda su mirada era cuestionadora, todo era dudable. Todo era no-sé-si-es-tan-así. Y eso de mi viejo es lo que más me marcó, cierta cosa de disfuncionalidad. Y con Diego nos pasa. Nunca somos de ningún ambiente. Somos como tipos rockeros pero que están en la tele pero que no se sienten identificados con el mundo televisivo. Si nos ponemos a hacer cine, tampoco. Y si yo me pongo a escribir, tampoco. Y si vamos al teatro, tampoco. Qué se yo. Por ahí la radio. Pero la gente de radio siempre fue la más amigable, porque la radio es la más buena y humilde de todos los medios. No es ni el estrellato de la televisión ni el anonimato de la gráfica. Yo creo que la gráfica es el lugar de la expresión, de los periodistas, con un gran problema ahora: la gráfica finalmente termina de abandonar el sistema de celebridades. Firmar una nota, salvo que seas... Dos o tres firmas de editoriales. Pero la aspiración del periodista, ahora, en un momento, es la pantalla. Ser conocido. Estar en televisión, estar ahí, mojando en la zona de ascenso televisivo que viene a ver la primera C que es el panelismo. ¡Y son tantos! Además, ahora hay tanta segmentación que nadie puede terminar de ser famoso, son muy pocos los que terminan de ser famosos.

Hace más de diez años que trabajan juntos con Diego Capusotto, ¿cómo se conocieron?

¡Más! Por lo menos, veinte años hace que laburamos juntos. Nos conocimos porque vino a un programa de Tato [Bores], yo escribía ahí y se nos ocurrió que venga él a hacer un papel. Por esos años, él estaba en Cha Cha Cha. Y después haciendo juntos Todo por dos pesos, hicimos Delicatessen con el negro Fontova, después Peter Capusotto y sus videos, ese sí hace once años.

Siempre estás generando textos para que otros los pongan en pantalla. ¿En cámara estuviste en algún momento vos?

Una vez, con Omar Quiroga. Y la pasé como el orto.

¿No te gusta?

No. En la radio me defiendo más. De hecho, está muy claro: Diego es el que va en cámara. Los goces tienen que estar claros; dónde se ejercen, dónde armonizan. La tele no... No. De hecho, siempre me dicen: “Che, ¿y por qué no aparecés en cámara?” Es que no quiero. "Pero si vos podés", me responden. "Pero vos querés aparecer en cámara, yo no. Son tus ganas de aparecer en cámara", respondo. En todo caso, ese será mi lujo. Puedo, y no lo hago.

¿Te definirías como escritor?

Yo soy un guionista que escribí un libro. O mírenlo como quieran, qué se yo. No voy a tratar de estar en un lugar donde no sé si no me van a medir el aceite, a ver si doy la categoría o no de escritor. No fui a Puan, ¿entendés? No puedo pretender ir por la vida y que no haya gente que critique o desprecie lo que hago. El problema no es que me desprecien o que me critiquen, el problema es si eso me daña. Si no me hace nada, no pasa nada.

¿Vas a seguir escribiendo?

Sí, voy a escribir. De hecho estoy escribiendo otro libro. Y me gusta escribir temáticamente, me di cuenta. Me gustó decir: es fútbol [hace gestos con las manos como de levantar cuatro paredes, dos por vez], quedáte acá. Me gusta, hay una cosa que sigo sintiendo es televisiva, periodística, hasta cinematográfica. Hay un tema, algo que une todo, y que es evidente, no sutil.

¿Y el libro que estás escribiendo de qué va?

Cuentos de peronismo. Estoy encontrándole el tono. Van a ser cuarenta cuentos, con una pretensión ensayística, pero mínima, alrededor de un montón de historias. Es un lugar donde me divierto. Y me quedó la extensión de la revista; en pocos me excedo, pero generalmente son 5000 caracteres. A veces me extiendo, pero no mucho, porque me aburro. Y el problema es ese. Yo me empiezo a aburrir de lo que estoy escribiendo. Y esa es también una cosa televisiva, del sketch. La diferencia entre dos minutos y tres minutos de visualización de un sketch es tremenda. Los libros de cuentos son muchas veces fáciles para entrar y salir, los podés dejar y volver al tiempo, o no volver, o empezar por el cuarto cuento o el sexto. La novela es más arriesgada porque es un tiro, o lo enganchaste al tipo o no lo enganchaste.

Siempre el humor, pero el gran tema en tu producción es el poder, ¿o no?

No sé si es el poder. El gran tema es cómo nos perdemos en ese sistema de poder. No sé qué es lo que escribo, pero siempre siento que es algo alrededor de que esto puede ser de otra manera y que se puede ir todo a la mierda, no es que "la cosa es así". A mí me divierte eso. La idea que, de pronto, todo se puede trastocar. Miramos con una mirada domesticada, y esa domesticación tiene que ver con que seamos funcionales. Y está bien, ¡debe funcionar! Gracias a la domesticación, todos estamos de acuerdo en para los autos en un semáforo en rojo. Está bien que paremos en el semáforo, pero no me digas qué tengo que pensar con respecto a esto o aquello. O que cuando yo nazca todo sea de otros.

¿Hasta dónde puede ir el humor? ¿Cómo te llevás con el cinismo, por ejemplo?

Se puede ser irónicamente, cínicamente y ácidamente berreta. El cinismo y la ironía tienen más chapa de la que merecen. Un tipo se cree que porque es cínico esa es una demostración de inteligencia: no, no lo es. Yo conozco cínicos idiotas, muchísimos. y dañinos. El humor tiene siempre una especie de maldad inocente, para mí. El humor es la manera más dulce de la violencia, la más amable. El tipo cuando se puede reír de algo, tiene un doble lugar, es como la caricatura que hacés en el secundario del profesor o el apodo que le ponés. Uno es: no sos tan importante, no te tengo tanto miedo. Y la otra es: soy impotente frente a tu poder, y lo único que puedo hacer es ponerte un apodo o hacerte una caricatura. El humor tiene algo de última impotencia. “Bueno, por lo menos hago chistes”. Hay una venganza, pero leve. Nadie va a voltear a un gobierno por un chiste ni por una cancioncita.

Última: ¿qué diría ahora Micky Vainilla?

El mickyvainillismo siempre estuvo. Yo no hice Micky Vainilla en base a un potencial que imaginé. Yo lo escuchaba. En el subte, en los trabajos. Con Diego nos dimos cuenta que estaba. Ahora se... Y eso gracias al hermoso permiso de cierto progresismo-alternativismo-transgresor, como la incorrección política. La incorrección política es un gran lugar por donde se coló un montón de imbecilidad, racismo y fascismo.

 

 

 

 

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