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Lina Meruane: "El texto manda y una lo sigue con asombro"

Por Malena Rey

"Una sabe dónde empieza la escritura pero no hacia dónde se dirige". Una entrevista a propósito de su última novela, El sistema nervioso (Eterna Cadencia Editora)

Por Malena Rey.

 

Lina Meruane sigue desafiando a sus lectores y conquistando a aquellos que todavía no la han leído a fuerza de una voz eléctrica, perturbadora y profundamente literaria. Con veinte años de trayectoria, esta escritora chilena residente en Nueva York pasa con soltura del ensayo crítico (Contra los hijos es su última entrega, libro en el que cuestiona con humor y acidez los discursos culturales sobre la maternidad), al relato (Las infantas), la crónica (Volverse Palestina) y la novela (Fruta podrida, Sangre en el ojo) y sigue engordando una obra cada vez más premiada y valorada en América y Europa.

En su nueva novela, Sistema nervioso, la autora revisita sus tópicos preferidos –las enfermedades, los padecimientos corporales– para contar la historia de una familia disgregada a partir de la vida de Ella, una académica que quiere terminar una tesis de astrofísica mientras el país de su pasado y el de su presente se acercan y distancian en el tiempo.

Sistema nervioso se expande en las biografías clínicas de los integrantes de la familia de Ella y reconstruye de manera fragmentaria esos hitos que encierra todo clan; esos hechos tristes, esas memorias fallidas que, sin proponérselo, van a determinar sus existencias. Con una gran conciencia del lenguaje –Meruane mezcla lenguas que se contaminan, se detiene en frases breves que generan ecos o arma párrafos con detalles exactos–, consigue hablar de los vínculos que no elegimos y de los afectos que alimentamos. Desde Nueva York, y por escrito, la autora nos cuenta los pormenores de escritura de este libro, y se detiene en algunas lecturas que la apuntalaron.

 

Escribís ensayos, cuentos y novelas. Vas y venís entre formatos más breves y otros de largo aliento. ¿Qué cosas se ponen en juego a la hora de elegir la extensión y la forma de cada nuevo proyecto?

Dejando fuera los textos por encargo, que tienen sus reglas y sobre todo su extensión, los libros que he escrito por propia necesidad han dictado sus largos y sus modos. En el caso de Fruta podrida yo quise, y de hecho escribí, un libro de cuentos, pero comprendí que ese libro no era así, que yo en cierta medida lo había forzado, entonces lo puse de lado y lo volví a escribir y salió novela. Una novela con un final muy teatral y muy inesperado para mí. Sangre en el ojo iba a ser una memoria pero luego se volvió novela, y aunque yo pensaba que esa novela tendría dos partes, acabó teniendo sólo una. Del mismo modo, Sistema nervioso partió como un ensayo literario para una charla, pero luego la parte ensayística fue dejando paso a la novela. Siempre ha sido así para mí, una sabe dónde empieza la escritura pero no hacia dónde se dirige, y en ese recorrido el texto adquiere una autonomía. El texto manda y una lo sigue con asombro.

¿Seguís confiando en la potencia de la novela para contar ciertas historias? ¿Por qué?

Absolutamente. Hay algo que permite la novela y es dejar que se despliegue la imaginación, esa cosa loca que permite alterar la secuencia conocida de los eventos. Tenemos un poco atrofiada esa capacidad con tanto dato, con tanta información; esto es, de hecho, lo que descubre la protagonista de Sistema nervioso, que desde chica se encantó con la cuestión especulativa de la astrofísica pero abandona esa disciplina cuando comprende que la tecnología lo puede ver todo y está arrasando con la conjetura.

¿De dónde proviene la historia que se cuenta en Sistema nervioso y su particular trama familiar? ¿Hubo lecturas puntuales que te fueron guiando u orientando durante su escritura?

Esta pregunta no es tan fácil de responder. Recuerdo que de repente me entró una obsesión por el relato fragmentario, desde el Me acuerdo de Joe Brainard al de Georges Perec, desde el libro del duelo de la madre hecho de pedacitos que dejó clavados en su escritorio Roland Barthes hasta las novelas de la francesa Valérie Mréjen (El abuelo, El agrio), por nombrar unos cuantos. Ahora sé que estaba buscando algo ahí, una manera de contar que se sostuviera, porque estos libros a veces se caen a pedazos también, ese es su riesgo: al no estar atados por una historia, pueden tambalear o agotarse en las primeras páginas… En eso estaba pensando cuando me crucé con la idea de un físico llamado Richard Feynman que ahora es el epígrafe (“Un sistema no tiene una historia sino todas las historias posibles”). Eso es, pensé, mientras me ponía a escribir lo que pensaba que iba a ser un ensayo lleno de ideas dispersas pero que, al avanzar la escritura, empezó a ser una novela llena de historias cruzadas.

La familia como institución se presenta de manera disgregada, agrietada a partir de las patologías o dolencias de sus integrantes. ¿Tiene componentes autobiográficos esta novela?

Toda novela, y si me permites, toda escritura la elección de unos temas y no otros, proviene de las inquietudes y angustias y de las preguntas que una se hace casi sin darse cuenta. En mis novelas sobre enfermedad hay una elaboración de cuestiones médicas que conozco bien y que son un tema central porque los casos clínicos son unos relatos terroríficos y fantásticos, trágicos y también, a veces, cómicos. Pero también reaparecen los desaparecidos de la dictadura militar y los refugiados y los masacrados del presente. Todas cuestiones que una ha vivido a corta y mediana distancia.

Los personajes de Sistema nervioso sufren distintos trastornos que se hacen carne en sus cuerpos. Podría decirse que es una novela sobre los padecimientos y sobre cómo esos cuerpos ajenos y familiares a la vez son la sede de los dolores físicos y de las heridas más profundas. ¿Creés que la tuya es una literatura del síntoma?

Es bonito esto que dices, escribir una literatura del síntoma. Y supongo que podría decirse eso de esta novela, o tal vez de todas las novelas, pero yo no lo pensé así porque una no le pone nombre a lo que hace, una ni sabe qué está haciendo. Cuando terminé mi novela pensé que lo que había hecho era enfermarlos a cada uno, a todos, a los protagonistas y a los personajes secundarios y hasta a los ratones que corren por los tejados, y eso, pensé, es la vida. Todos vivimos equilibrándonos en el hilo tenue de la salud, todos estamos enfermos lo sepamos o no. Eso a mí me tranquiliza.

En Sistema nervioso las referencias están desdibujadas. No se llama a la protagonista con un nombre –es solo “Ella”–, ni al resto de los personajes, que son llamados por el parentesco que tienen con ella. Tampoco se explicitan los países que separan a los integrantes de la familia, aunque hay algunos indicios que podrían situarnos. ¿Qué te interesaba de estos borramientos?

Me parecieron innecesarias las referencias geográficas (di protagonismo a las referencias temporales y espaciales, en vez) y desde un principio la protagonista fue difusa, una Ella. Bastaba con decir Ella y Él y Padre y Primogénito y Mellizos y Señora y Madre, y así sucesivamente. Me interesaban los lugares y los roles que cada uno ocupaba dentro del sistema, me interesaba privilegiar unas historias incompletas que se van completando a medida que avanza la lectura, o eso espero yo. Y luego confieso me divirtió el desafío de una escritura casi sin pronombres personales, no poder usar Ella más que para nombrar a la protagonista; esto viene de un viejo amor por el Oulipo y su idea de que las limitaciones te obligan a salirte de tu recorrido y buscar otras maneras de resolver el problema del relato. Siempre he creído que las limitaciones son una ayuda si una las acepta como desafío productivo o incluso como marca personal, en vez de luchar contra ellas para parecerse a los demás.

Publicás libros hace veinte años, y ya tenés una larga obra de ficción y no ficción. Tu voz fue madurando con el paso del tiempo y tu escritura ganó espacio en América y en Europa. ¿Cómo te llevás con tus libros anteriores y con las repercusiones que van generando?

Yo suelo no mirar atrás, intento olvidarme de los libros anteriores pero los libros a veces te exigen volver a ellos. O los lectores te piden que hables de ellos, o los editores los reeditan o traducen y eso en cierta medida es un martirio… Eterna Cadencia reeditó hace unos años mi primer libro, Las infantas, y fue un vértigo leerlo porque en esos diez años desde su primera edición mi modo de abordar la escritura y mi lenguaje habían cambiado; lo que encontré en ese libro eran todos los temas sobre los que he seguido escribiendo. Como si ese libro fuera el índice de unas preocupaciones que fui desplegando de otra manera, incluso en otros géneros, después.

¿Estás con algún nuevo proyecto que se pueda contar?

Hay otras dos novelas dando vueltas desde hace años, pero después de escribir un libro yo necesito recuperarme de esa escritura y separarme de ella. No soy escritora de todos los días y no puedo saltar de un libro al siguiente con facilidad.

 

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