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Escribir por escribir

Entrevista a Alejandro García Schnetzer
Por P.Z.

Alejandro García Schnetzer vive en Barcelona, donde se desempeña como director de colecciones en Libros del Zorro Rojo. Durante un breve regreso a Buenos Aires -que encontró tan cambiada desde la última vez que la visitó, hace cuatro años-, pudo presentar su libro Requena (Entropía, 2008) en el Centro Cultural Pachamama. El lunes pasado tuve la oportunidad -y el placer- de conocerlo y entrevistarlo.

Dueño de una voz porteña en la que se filtra cierta entonación ibérica -en especial cuando pronuncia la jota-, Alejandro habla despacio y sin exabruptos, saboreando cada concepto.

Alejandro García Schnetzer

¿Qué es Requena?

Entiendo que es consecuencia de algunas lecturas heterogéneas, en muchos casos sin punto alguno de conexión: la literatura de principios del siglo XX, el humor absurdo, los clásicos de Grecia y Roma, la filosofía y la historia de la filosofía. En lo que respecta a la figura del personaje, no es otra que la del santón de barrio. Su estampa es pretérita, cada barrio, cada café de Buenos Aires, contaba con el suyo. Por lo general era hijo de madre viuda, no solía trabajar, era un vecino instruido al que rodeaba, y apreciaba particularmente, un grupo de gente algo más joven que él. Al igual que Sócrates, "pervertía a la juventud". Su naturaleza, por supuesto, no es exclusiva del Río de la Plata, algunas de sus variaciones nos llevarían a evocar a Gombrowicz, a Pessoa, a los maestros zen; en el orden de la ficción, y en un grado mayor de erudición, quizá también lo fue Juan de Mairena. Debo a Antonio Machado la rima del nombre y la estructura narrativa hecha de fragmentos, de recuerdos. En lo que atañe al habla, pretendí remedar cierta dicción y entonación propia de los criollos cultos de entonces. Pienso por ejemplo en Marechal, en Martínez Estrada.

Entrevista a Alejandro García Schnetzer
Por P.Z.

Alejandro García Schnetzer vive en Barcelona, donde se desempeña como director de colecciones en Libros del Zorro Rojo. Durante un breve regreso a Buenos Aires -que encontró tan cambiada desde la última vez que la visitó, hace cuatro años-, pudo presentar su libro Requena (Entropía, 2008) en el Centro Cultural Pachamama. El lunes pasado tuve la oportunidad -y el placer- de conocerlo y entrevistarlo.

Dueño de una voz porteña en la que se filtra cierta entonación ibérica -en especial cuando pronuncia la jota-, Alejandro habla despacio y sin exabruptos, saboreando cada concepto.

Alejandro García Schnetzer

¿Qué es Requena?

Entiendo que es consecuencia de algunas lecturas heterogéneas, en muchos casos sin punto alguno de conexión: la literatura de principios del siglo XX, el humor absurdo, los clásicos de Grecia y Roma, la filosofía y la historia de la filosofía. En lo que respecta a la figura del personaje, no es otra que la del santón de barrio. Su estampa es pretérita, cada barrio, cada café de Buenos Aires, contaba con el suyo. Por lo general era hijo de madre viuda, no solía trabajar, era un vecino instruido al que rodeaba, y apreciaba particularmente, un grupo de gente algo más joven que él. Al igual que Sócrates, "pervertía a la juventud". Su naturaleza, por supuesto, no es exclusiva del Río de la Plata, algunas de sus variaciones nos llevarían a evocar a Gombrowicz, a Pessoa, a los maestros zen; en el orden de la ficción, y en un grado mayor de erudición, quizá también lo fue Juan de Mairena. Debo a Antonio Machado la rima del nombre y la estructura narrativa hecha de fragmentos, de recuerdos. En lo que atañe al habla, pretendí remedar cierta dicción y entonación propia de los criollos cultos de entonces. Pienso por ejemplo en Marechal, en Martínez Estrada.

No mencionás a Macedonio.

Macedonio, creo, fue la referencia tutelar para muchos lectores de la novela. Sin embargo no siento su influjo como algo determinante. No he leído prácticamente nada de su literatura. Sí, por supuesto, lo que Borges dijo de Macedonio durante el responso que leyó en la Recoleta. Supongo que el libro podría haber sucedido aunque Macedonio no hubiera existido. Lo que de Macedonio me interesa es el modelo ético que sus amigos pretendían derivar.

¿Cómo identificás a ese personaje que narra en primera persona?

Es uno más del grupo, a veces lo confundo con alguno de los personajes que sí tienen nombre; pero el suyo nunca aparece, tampoco el de Requena. Borges destaca en uno de sus ensayos cierto pasaje de Platón, donde éste al recordar la muerte de Sócrates enumera a todos los que estaban presentes durante «el memento mori», y el mismo Platón dice: «Platón, creo, no estaba». 

¿Cuáles fueron los problemas a los que te enfrentaste?

La nostalgia, el sentimentalismo. Entiendo que fueron dos tentaciones que era necesario calibrar de un modo preciso. También evitar toda deslealtad a la voz y a la rara lógica del personaje, no incurrir en anacronismos. Luego, las trabas que son propias de mi día a día. Trabajar como editor me impide, al final de la tarde, el entusiasmo hacia la palabra escrita. Creo que la edición y la escritura son dos actividades bastante incompatibles, que yo sepa no abundan los editores que escriban. Sospecho que se debe a la relación profesional con la palabra. Mi trabajo consiste en leer y en escribir de lunes a lunes, de modo que cuando llega el fin del día, lo que codicio es salir a caminar, no escribir. El momento de Requena fue en Alemania, en Berlín hacia el 2002. Nevaba. Iba al Instituto Iberoamericano a trabajar... Me había ido de Buenos Aires con la idea de Requena, pero aún no tenía su nombre, tenía la idea de un filósofo de Palermo, de entre el '25 y el '30, pero no sabía cómo traducirlo, no había conseguido definir un modo capaz de urdir los recuerdos sin convertirlos en una novela, donde lo que rodea la anécdota muchas veces obra como relleno. La escritura resultó muy plácida, Requena me acompañaba en la soledad. A veces despertaba a las dos de la madrugada con una oración que me parecía exacta y me levantaba muy feliz a escribirla. Hasta no hace mucho, su fantasma, de tanto en tanto, me visitaba y me dictaba algunos recuerdos. Lo mejor es cuando eso sucede, cuando la mano escribe sola, cuando se entrevé la idea y es posible anotarla de corrido a salvo de toda distracción.

Suena a muy borgiano esto que decís de no querer contener todos estos recuerdos en una novela para no poner un relleno. ¿Estuviste dando vueltas a la idea de una novela?

Ensayé con algunas novelas pero no me sentí a gusto con el resultado, abundaban en relleno. Pude, sí, haberme sentido a gusto con el momento de la escritura, acaso sea el único que cuenta: ese momento en que al escribir se alcanza cierto estado de epifanía, de pureza, aunque no se trata de una observación general pues depende de cada experiencia. Uno puede padecer haciéndolo, pero ese padecer es una de las justificaciones de la obra.  En el caso de Requena pretendí que todo discurriera, que no estuviera mediado por operaciones narrativas y esquemas de desarrollo; su argumento es tenue, como sucede en la memoria. Apenas comprende los años finales del personaje.

¿Te gusta la poesía?

Sí, por supuesto.

En Requena la prosa es muy poética.

Fue una de las aspiraciones del libro. Tratar que las palabras fueran las necesarias, «las que dicen», por darles un nombre. Supongo que está en relación con el tiempo, con los cuatro años que me ocuparon esas setenta páginas. Es un promedio que desquiciaría a todo agente literario. Pero en cualquier caso, se trata de la escritura en sí, de la expresión en sí, nada más... ni nada menos. Escribir por escribir.

¿Cómo recibiste las críticas del libro?

Se sabe: las críticas suelen estar en relación con el acervo de cada lector. Casi nadie mencionó a Juan de Mairena de Machado; sí a Macedonio. Imaginemos un crítico primordial, alguien que sólo hubiera intimado con las Meditaciones de Marco Aurelio. Es probable que viera en él una influencia capital en la obra. Como Carlos Gorriarena, suscribo, sin ser yo un artista, las palabras de Bacon: «La única crítica en la que creo es la del artista criticando su propia obra en el proceso del hacer».

Pero en ese sentido, quienes lo hemos leído y lo interpretamos de una forma, fuimos injustos con el libro.

¿Por qué no serlo? Justicia o injusticia en literatura son consecuencia del momento, de las personas, de su humor, de su entendimiento. Es ingobernable, ¿por qué debería ser de otro modo? ¿Por qué no pensar también que los textos tienen parte de culpa en esa arbitrariedad? Todo lector reconstruye a su modo un proceso parecido al que fue el de la escritura, y a veces consuma un goce o una frustración semejante. No sé qué diría Requena de esto. Puede que se declarase culpable de todo equívoco.

¿Cómo fue la presentación del libro la semana pasada?

Fue una lectura en el Centro Cultural Pachamama. Nos habían convocado a las nueve de la noche, comenzamos a las diez junto con otras escritoras de la editorial, cada cual leyó cerca de quince minutos, a mí me tocó principiar. La gente tenía vedado aplaudir, de modo que chasqueaban los dedos. Nunca vi tanta gente reunida chasqueando sus dedos. Quizás algún día se imponga como costumbre. Cuando suceda, yo diré que fui de los primeros en ver ese prodigio.

¿Estás escribiendo otros libros?

Qué más quisiera. Tengo la voluntad de seguir escribiendo.

Pero, ¿podrías volver a escribir algo a partir de apostillas?

No quisiera merodear por Requena indefinidamente, preferiría olvidar al personaje. Salir de la figura de Requena antes de que comience a convertirse en un artefacto, donde ciertas ideas pasan por el tamiz y la lógica del protagonista y despachan un comentario más o menos coherente con el resto de la obra.

Requena habla sobre la experiencia, sobre la creación, sobre ciertas relaciones, pero en cuanto el grupo de discípulos pregunta, responde con una frase absurda o enigmática. Parecería que hay algo incomunicable en Requena: la experiencia.

Si acaso hay algo que no lo sea. Cuando interrogan a Requena en serio, evita responder en serio. Como si quisiera dejar en claro que la seriedad no es el único modo de aprehender la verdad, sino uno más entre tantos. Requena es un hombre de cierta edad y condición que evita responder en serio; por oposición, sus amigos no tardan en descubrir que la definición de seriedad es una construcción subjetiva, variable de persona en persona y de tiempo en tiempo. Ese encuentro entre dos actitudes disímiles, permitía tratar ciertas preocupaciones: la muerte, la soledad, el paso del tiempo, la poesía... sin academicismos, desde un modo de pensar absurdo y secretamente lógico. O a la inversa.

Pero no hay escepticismo en Requena.

Pienso que Requena acepta y rechaza la tradición, incluso el escepticismo, cree y descree por igual de la filosofía clásica y contemporánea, no desprecia la inmovilidad, y casi nunca el error. Por eso nos entendemos.

Foto: Lucio Ramírez

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