Todo lo que cambia: acerca del lenguaje inclusivo

Por Ana Ojeda
Lunes 03 de setiembre de 2018
La escritora argentina nacida en 1979 es una de las primeras en completar la redacción de una novela totalmente atravesada por el lenguaje inclusivo. ¿Cómo lo hizo? ¿Por qué lo hizo? ¿Con qué dificultades se topó?
Por Ana Ojeda.
Todo lo que está vivo cambia. Lo dijo Heráclito, con metáfora hidráulico-higiénica: no nos bañamos dos veces en el mismo río. Lo cantó inigualable Mercedes Sosa, gracias al poema de Julio Numhauser. La lengua no escapa a esta regla. Las palabras (sus átomos o ladrillos constructivos) nacen y mueren sin que a veces nos demos cuenta. Recuerdo –pequeño ejemplo en primera del singular– que de chica gustaba mucho del vocablo toco para significar mucho, junto con –por supuesto– su demencial superlativo: tocazo. A rolete lo usaba, para modificar sustantivos concretos (Tenés un toco de fichus) o abstractos (Tocazo de ganas tengo de ir). En alguna vuelta de la vida, sin siquiera notarlo, el pobre toco feneció, olvidado por mí y, evidente, también por el resto de usuarixs traidorxs de ese cronolecto que compartíamos.
Por estos días se discuten con fervor las posibilidades del lenguaje inclusivo, en sus dos vertientes: la oral y la escrita. En la primera, se viene imponiendo por unanimidad el uso de la “e” para aquellos plurales que incluyen mujeres, hombres, personas de género no binario (o una combinatoria de estas tres), o para singulares referidos a personas de género no binario (que no se autoperciben ni como hombres ni como mujeres, o como ambos a la vez), estrategia que permite evadirse del tradicional uso genérico masculino, que engloba todo colectivo bajo ropajes varoniles. Así, ante la realidad de un grupo mixto constituido por al menos una subjetividad que no se autoperciba hombre podemos decir: “Todes queremos los mismos derechos”. Más allá de estos casos (y del referente), las palabras siguen siendo femeninas o masculinas (la sal, el limón); más allá del lenguaje (oral y escrito), el referente pulula evadido de lo binario con infinidad de combinaciones imposibles de adscribir al femenino/masculino lingüístico.
En el plano de la escritura, las estrategias se multiplican. La “o” y la “a” en posición final, en muchos casos son morfemas de género y se asocian a masculino y femenino. Se puede optar por reemplazarlos por la “e”, como en la oralidad, o por una “x” (signo de algo que está siendo disputado, sin equivalente fónico, es decir, sin un sonido pronunciable) o una “@”, o por quitarlas, como hace Rita Segato en La guerra contra las mujeres (Traficantes de sueños, 2016, que puede descargarse de forma gratuita desde la página de la editorial, gracias a que trabajan con copyleft). O por una combinación de todas estas.
Hay quienes se rebelan contra las dificultades que aportan estas novedades a la lectura pero, sobre todo en el plano literario, así como Georges Perec se dio a la laboriosa empresa de escribir La disparition (La desaparición) sin usar la letra “e” (que fue traducida al español de España por Anagrama, omitiendo la letra “a”), en mi opinión, el sistema de signos que usamos para comunicarnos se enriquece con estas exploraciones. Nos permite decir más, o sea, pensar más: pensar nuevos mundos posibles, más igualitarios y equitativos, que reflejen mejor, de manera más exacta, una sociedad cuyas minorías luchan para lograr una ampliación de sus derechos. En definitiva, intervenir el lenguaje para visibilizar en su superficie una mayoría históricamente minorizada (las mujeres) o minorías diversas o diversamente deseantes (todxs aquellxs que se autoperciben como no hombres-blancos-cis) usando formas inclusivas es una decisión política, no lingüística.
Puesta a reflexionar cómo atraviesa la realidad (#NiUnaMenos, #AbortoLegalYa, etc.) el discurso con que escribo ficción, deseosa de averiguar los límites de la herramienta con que construyo mis historias, en mi novela Pues pues quité las vocales de género o usé la “x” para referir a grupos mixtos. Algo conservadores, mis personajes mantuvieron, sin embargo, su adscripción genérica binaria (hombres / mujeres), de forma que la alteración escritural solo se manifiesta en los plurales mixtos (Están cansads).
Cabe esperar, en un futuro cercano, ficciones más radicales, en las que los personajes no estipulen su género, se evadan de las etiquetas binarias y sean, simplemente, en perpetua mutación y cambio. Quedo atenta al porvenir.