Nueve preguntas a Carina Sedevich
Cuestionario fijo
Martes 21 de marzo de 2023
La ganadora del Premio de Poesía José Pedroni y autora de libros como Cuando la muerte sorprendió a Fassbinder, Krishnamurti y Rosados cuerpos de pinos responde hoy nuestras preguntas de siempre.
1. ¿Cuál es el objeto más antiguo que conservás?
No se me da por conservar objetos, más bien todo lo contrario. Me he mudado muchísimas veces en mi vida –de hecho en estos días me estoy mudando de nuevo- y me he acostumbrado a ir dejando en el camino. Me llevo sólo lo imprescindible, y eso sobre todo porque no considero necesario cambiar cosas que ya tengo, que me sirven y me gustan.
Hay cosas que acarreo conmigo porque son recuerdos amados. Creo que lo más significativo que guardo en mi casa, en una cajita, son algunos dientes de leche de mi hijo. Y algunas fotos suyas de cuando era chiquito. Pero pocas, porque a la mayoría se las he dado a él.
También conservo cosas que no tengo conmigo, pero son mías, como un juego de tacita y cuchara de acero inoxidable que tiene grabado un patito con sombrero. Con esa vajilla me daba bizcochitos mojados en leche mi mamá cuando yo era bebé. La tacita ahora la tiene mi sobrina menor y la cuchara sigue en casa de mi mamá. Ya las voy a juntar y a guardar para pasárselas a mi nietita.
2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?
En ese sentido, más que de libros podría hablar de palabras, de frases, de versos. Ciertos versos que me atravesaron y me modificaron para siempre. Versos que puedo recordar todavía, que me gusta volver a paladear. Que me acompañan desde que llegaron a mí, sea consciente de eso o no.
Todo refulge como un guijarro de Dios sobre la arena, de Enrique Molina, es un ejemplo de eso.
El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro blanquísimo sepultado en la vena, de Viel Temperley, es otro ejemplo.
Poemas enteros de Mastronardi o de Molinari o de Gamoneda, por nombrar algunos. De Fijman, de Juan L. Ortiz.
Y también versos de numerosos poetas orientales, como Taneda Santoka, Ryokan, Buson, Issa. De Santoka recuerdo ahora: Profundamente emocionado por seguir vivo/ es hora de remendar mis ropas.
3. ¿Lo mejor y lo peor que te dio la literatura?
Voy a referirme puntualmente a la poesía. Creo que la poesía me ha dado todo lo que necesito para sobrevivir. Para mí ha sido refugio -algo así como un escondrijo tibio, blando y en penumbras para un pequeño animalito-. Y ha sido soledad intensa, pura, dura. Es decir, la poesía es parte de las pocas cosas que conforman mis días y que por momentos soy capaz de disfrutar y en otros momentos puedo apenas soportar.
4. ¿Cuál es el libro que más regalaste y por qué?
Ocurre que no me relaciono con mucha gente y no suelo regalar libros. Le regalaba a mi hijo cuando era chico, ahora a mis sobrinos y a mi nieta. En esos casos elijo entre los clásicos que leí en mi infancia.
5. ¿Como qué disco suena la música funcional de tu cabeza?
En mi cabeza suenan sobre todo palabras. Fragmentos del silencio que no se puede completar.
6. ¿Cuál fue el color más hermoso que viste en tu vida y dónde aparecía?
Tal vez el amarillo, el amarillo en todas las tonalidades que puede ofrecer un limón. Amo el blanco sedoso de las calas. Y el rosado de los piecitos de los bebés.
7. ¿Con qué escritor o escritora que ya no pisa el mundo de los vivos quisieras tomar un taller literario?
A lo mejor me gustaría encontrarme con Taneda Santoka errando por la montaña o sentado a la orilla del mar. A lo mejor, no estoy segura. Quizás prefiero quedarme solo con la resonancia de sus poemas en mí.
8. Un libro que hayas prestado y no te devolvieron.
Me viene a la mente un librito que en ese momento, cuando era una nena, me había encantado y me dolió perder: Mi planta de naranja-lima. Se lo presté a una amiga de la escuela. Lo peor es que sospecho que nunca lo leyó.
9. ¿Cómo ordenás tu biblioteca?
Con los libros me ha pasado como con todos los objetos, más que acumular he aprendido a dejar en el camino. Cada vez son menos los que se mudan conmigo. De a poco me fui alejando de todo lo que no fuera poesía. Y también fui entendiendo qué es poesía para mí y asumiendo que muchas veces no está necesariamente en los libros.