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Literatura infantil y juvenil

Judith Kerr: "No se puede escribir sobre lo que quieren los demás"

Despedimos a la autora británica con una lectura cruzada

La escritora e ilustradora británica de origen alemán falleció este año y dejó una obra premiada por su trabajo a favor del entendimiento y la tolerancia. En esta nota, madre e hija cruzan lecturas y admiración reseñando dos libros de su trilogía dedicada a la supervivencia al nazismo. 

Por Sandra Comino y Martina Antognini.

 

Descubrí a Judith Kerr (Berlín 1923 - Londres 2019) gracias a mi hija, hace década y media, cuando un día volvió de la escuela con el primer libro de la trilogía The Other Way Round (Cuando Hitler robó el conejo rosa). Luego, comenzó la búsqueda de la segunda parte En la batalla de Inglaterra, que pude encontrar luego de buscarlo durante mucho, mucho tiempo. Lamentablemente la tercera parte nunca fue traducida al castellano, como la mayoría de su producción.

A pesar de haber escrito bastantes libros, The tiger who cam to tea (1968) (El tigre que vino a tomar el té) tal vez sea su obra más conocida en nuestro idioma, pero en Argentina por ejemplo además se consigue Mog, la gata despistada.

Además de escritora, Kerr fue ilustradora, diseñadora y guionista. Era hija del famosos crítico de teatro y ensayista alemán, Alfred Kerr, uno de los primeros nombres en aparecer en las listas negras del partido nazi. La familia de Kerr abandonó Alemania hacia 1933 para escapar y llegó, como en la historia que escribe, a través de París a Inglaterra.

Los que tuvimos oportunidad de conocer su escritura nos sumergimos en esa construcción de mundo que, a pesar de abordar una temática difícil (en el caso de la trilogía, por ejemplo) consigue con su manera de narrar, y un sutil humor, que su ficción con contexto histórico nos haya marcado para siempre. 

En 2007 Kerr obtuvo la medalla de “La Orden al Mérito” otorgada por la República Federal Alemana por su trabajo a favor del entendimiento y la tolerancia. Residió en Londres hasta el día de su muerte, el 22 de mayo de este año. Tenía noventa y cinco años.

 

 

 

Cuando Hitler robó el conejo rosa

Por Sandra Comino

A pesar de ser muy niña (tiene nueve años), Anna es capaz de comprender la situación política de Alemania. Sus conversaciones con su amiga Elsbeth o con su hermano Max giran en torno a las elecciones y al temor a que gane Adolf Hitler. También comprende por qué su padre, por temor a que le saquen el pasaporte, viaje a Suiza y luego lo hacen ella, su hermano y su madre.

Anna es especial: escribe poemas con temática difícil,  “estilo catástrofe”, y su profesora le sugiere que lo haga sobre temas alegres. Pero cuando ella le cuenta a su padre éste le advierte “que no se puede escribir sobre lo que quieren los demás”. Su padre escribe sobre política y es perseguido durante esos años. Anna comienza a ver el mundo con juicio crítico y a la vez conserva la inocencia, para algunas cosas, de una niña de su edad.

Tiene que elegir llevarse el conejo rosa o el perro de lana, debe dejar sus libros, sus cajas de juegos, sus pertenencias más queridas, despedirse de Heimpi, quien la cuidó siempre, y, lo más difícil: mentir a los más íntimos para que nadie sospeche de la partida. El silencio aparece como metáfora de la protección.

Cuando llegan a Suiza Anna se enferma. Pierde la noción del tiempo y de dónde está, pero luego se adapta a su nueva vida. La atmósfera que los rodea por un lado es opresiva pero, por otro, la cotidianeidad amortigua los días de extrañar y los cambios drásticos. Pasa su décimo cumpleaños en un barco en el lago de Zurich añorando el pastel que le hacía Heimpi. El colegio de Suiza es muy diferente al de Berlín. Como lo será el de París cuando deban irse de Suiza porque nadie le da trabajo a un alemán antinazi. Volver a empezar en Francia reconstruye las dificultades pero pese a todo lo que han perdido van adaptándose una y otra vez.

Toda la familia va amoldándose al día a día no sin dificultades. Para Anna es el fin de su infancia pero en cada progreso, en cada avance, o en cada crisis se nos hace entrañable.

Kerr narra más allá del conflicto que tienen que vivir, las vivencias diarias, las reacciones humanas del entorno, el impacto de las noticias y por sobre todo la adaptación de cada uno a las circunstancias inesperadas.

En 1974 el libro recibió el Premio Deutscher Jugendliteraturpreis. 

 

 

 

 

En la batalla de Inglaterra

Por Martina Antognini

 

Dejamos a Anna, protagonista de Cuando Hitler robó el conejo rosa, debajo de la lluvia. Ahora está sentada en el medio de una habitación elegante en el Londres de los años 40, y se siente insignificante. Tiene quince años. Hace siete que ella y su familia abandonaron Berlín, huyendo de la persecución nazi.

En la batalla de Inglaterra (cuyo título original en inglés, alejado de su traducción al español, es Bombs on Aunt Dainty) es el segundo libro de una trilogía autobiográfica escrita por Kerr. El tercer y último libro de la trilogía se llama A Small Person Far Away, inédito en español.

Leí el primer libro, Cuando Hitler robó el conejo rosa, cuando tenía la misma edad que Anna al abandonar su país natal, su casa en Berlín, su escuela y a su mejor amiga Lisbeth. Descubrí el segundo a la misma edad en la que Anna está sentada en la habitación elegante de Londres.

Quizás su clasificación dentro del género autobiográfico no sea del todo correcta o satisfactoria. Kerr utiliza, en su novela, la distancia que impone la ficción. Nos cuenta la vida de Anna y su familia, compuesta por el padre escritor, la madre pianista y el hermano mayor, Max. La voz narrativa no es la voz de Anna. Tampoco hace uso, en el marco del relato, de su propia identidad. El narrador es una construcción íntima, honesta, que sigue a Anna a todas partes y conoce todas sus tribulaciones. A través de sus ojos, mira. Junto a sus pasos, camina. Junto a los de los lectores y lectoras, también.

La historia de Anna es la historia de una adolescente que se percibe inoportuna, fuera de lugar. Su identidad de refugiada la determina. Exiliada, errante, extranjera en todas partes, es objeto del desdén e, incluso, de la sospecha de algunos ingleses por su origen alemán. Su vida en el exilio tiene, además, otras consecuencias. Es tímida, se sonroja con facilidad y le cuesta expresar sus ideas en voz alta sin sentirse avergonzada. Sus padres viven en un hotel modesto, en compañía de otros refugiados alemanes y como no tienen dinero suficiente para pagar otra habitación, Anna pasa de un hogar a otro, permaneciendo allí donde otros, por solidaridad, le dan un techo. Añora, todavía, su casa en Berlín, vive la cotidianeidad de un país en guerra: lleva en el bolso una linterna, sus amigas huyen de Inglaterra y se refugian del otro lado del Océano, los niños se marchan al campo, por las noches duerme en el sótano, la manteca y el azúcar se racionan, mientras camina esquiva soldados y carteles que señalan los refugios antiaéreos. La única constante a lo largo de su infancia y adolescencia es la figura del padre, siempre igual; ocurrente, irónico, taciturno, sentado frente a la misma envejecida máquina de escribir.

En medio de la violencia de los bombardeos, el temor al avance de los ejércitos de Hitler por Europa y la persecución de la cual es víctima su hermano por tener la nacionalidad del enemigo, Anna estudia, trabaja y dibuja. La estigmatización pesa sobre ella y Anna cree, allá donde vaya, la mala suerte irá con ella. Así, durante los años convulsos de su primera juventud, crece, se enamora y busca su lugar en el país en el que ella y su familia buscaron, hace siete años, un último refugio.

 

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