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Inés Garland: “Hay que tener coraje para escribir”

La escritora argentina llega a librerías con un nuevo libro: Diario de una mudanza (Alfaguara). Acaba de ser galardonada con un Premio Kónex.




Por Valeria Tentoni


 

“Escribir es dejar que emerja una verdad que parece estar por debajo de lo que pasó”: en Diario de una mudanza, Inés Garland regresa a sus temas de siempre (el amor y el desamor, la vulnerabilidad y el desconcierto humano) pero en un viaje espiral que resignifica el camino sembrado por libros como Una vida más verdadera o Con la espada de mi boca, todos editados por Alfaguara.  

Novela fragmentaria que recuerda a la Marguerite Duras de El amante, Diario de una mudanza piensa la metamorfosis del alma y del cuerpo femenino a través del tiempo, a la vez que expone el desafío vital de atravesar una sintomatología repleta de metáforas y ocultamientos ante la displicencia del mundo médico (y del resto del mundo también): el climaterio. Pero, lejos de constituirse como una novela temática, la obra de Garland navega distintos pasillos en simultáneo, como el del universo laboral de una escritora, los duelos familiares, la convivencia con un vecino que se ofrecerá como espejo involuntario, la relación con los mandatos maternos, la crianza, la piedad y la crueldad de los objetos con los que compartimos nuestros días. 


 

¿Hay una continuidad o un diálogo con tus libros anteriores? 

Me parece que dialoga con todo lo que escribo, porque como parto de lugares emocionales bastante personales para escribir -aunque después haga cualquier cosa con el relato, digamos, o el relato haga cualquier cosa conmigo, mejor dicho-,  entonces sí, están todos ligados, obviamente, porque es una mirada sobre el mundo también. Me preocupan siempre como los mismos temas, me parece, como a todos los escritores, ¿no? A veces empiezo con una punta autobiográfica y después los hechos no me importan, entonces después las historias van pidiendo algo que yo no sé qué es. Muchísimas veces descubro mi manera de ver y entender el sentido que le doy a las cosas mientras estoy escribiendo.  

Contabas que aprendiste a encontrar esos materiales con una maestra. 

Sí, entendí que la escritura es algo muy anterior a mí. Es como si fuese una especie de mundo inconsciente que está en mi cabeza y lo único que tengo que hacer es entregarme a ese movimiento, sin ideas previas, sin pensar si está bien o si está mal, si a alguien le va a gustar o no. Después, en las correcciones, yo puedo poner toda la técnica y los recursos que tenga -que cada vez, obviamente, son más, porque son más y más años dedicándome a esto y a dar clases y a tratar de entender por qué algo funciona para mí o no funciona para mí-. Algo que aprendí es a correrme del lugar de opinar sobre lo que estoy haciendo y a entregarme al proceso. Hay cosas que llevan veinte años, por ejemplo... Esto lo aprendí con una maestra que se llama Diana Goetsch, a quien conocí en Iowa. Ella daba clases de creative writing y promovía esto de abrirse a lo que está sucediendo. Hablaba de la vulnerabilidad a la hora de escribir. Después, obviamente, tenía técnicas: los detalles, los sonidos, las imágenes. Ella decía que la escritura es una puerta que se abre del lado de adentro, y después tenés que dejar salir el material. El material sale de tu inconsciente. Es como si tuvieras guardado todo lo que te pasó, todo lo que leíste, todo lo que viste, todo lo que te contaron, todo lo que sentiste a lo largo de tu vida, en un enorme... Yo me imagino un archivo gigante de cajoncitos. Y, cuando estás escribiendo, se abren los cajones y te tiran lo que necesitás para que el relato funcione. Pero, para que eso pase, ese cajón tiene que estar muy bien aceitado. Y vos tenés que estar muy entregada a no tener miedo de qué pueda salir de ahí. Esto es, básicamente, lo que yo doy en mis talleres. Las premisas que doy son de Diana. Y se lo agradezco en todos los talleres, porque me ayudó a pensar la escritura desde otro lugar. 

¿Y antes de eso, cómo escribías? ¿Te acordás? 

Escribía igual, pero tenía la idea de que estaba mal, de que yo tenía que tener un plan, o de que tenía que saber para dónde iba, o de que tenía que saber de qué iba a ir la historia. Muchas veces me dijeron: tenés que conocer el final antes de empezar a escribir. Después me enteré de que Cortázar tampoco sabía los finales y los iba descubriendo. Hay escritores que tienen todo un plan, el final sabido de antemano, y hay otros que no. Y yo formaba parte de los que no.  

Leí que empezaste a escribir Diario de una mudanza hace mucho tiempo, ¿no? 

Cinco o seis años. En realidad, nunca sé, porque a veces encuentro mis cuadernos y empiezo a mirar para atrás y veo que ya estaba pensando en esto. Después desaparece, después vuelve a aparecer y finalmente empieza a insistir.  

¿Y te acordás cómo empezó?  

Yo iba tomando notas en mis cuadernos sobre varios temas. Sobre el cuerpo, sobre el paso del tiempo, sobre las cosas que me pasaban. Después hice una transposición, porque en realidad la muerte de mi padre y la partida de mi hija sí fueron al mismo tiempo, pero los síntomas de mi climaterio fueron posteriores. Me pareció que, si yo lo metía todo junto, armaba un principio mucho más poderoso. Y después, cuando empecé a mirar mis cuadernos, una amiga me propuso que nos escribiéramos cartas. Ella se armó un personaje, el de una editora que vivía en EE.UU. en un campus, pero no funcionaba. Lo que ella me contestaba no tenía nada que ver con lo que yo quería hacer, el lugar a donde quería ir, así que seguí sola.  

¿Cómo pensaste a la narradora de Diario una mudanza? Estás contando que trabajaste con materiales autobiográficos.  

Sí. Me sirvió mucho un ensayo de Vivian Gornick que se llama La situación y la historia. Es muy interesante lo que ella dice: que de todas las cosas que vos podés elegir contar, algo tenés que acotar, porque pasan un montón de otras cosas en la vida de la narradora. O, si es autobiográfico, en tu propia vida. Pero tenés que pensar desde dónde vas a contar. ¿Quién cuenta esto? Yo no sé si lo hago muy consciente, pero a mí me sirvió. Una de las cosas que dice Diana es que si vos no te sorprendés a vos misma escribiendo, el lector tampoco se sorprenderá leyendo. Y yo me sorprendo mucho cuando escribo, me digo ¿esto de dónde salió? Siempre agarro un detalle y empiezo a tirar del hilo, ahí empieza a aparecer la historia. Cuando algo me golpea y me conmueve.  

Te comparan con Marguerite Durás en la contratapa, ¿cómo te marcó ella? 

Es mi ídola absoluta. Hay veces que no la entiendo pero igual siento mucho lo que está ahí y me da una congoja, una zozobra... Creo que yo soy mucho más “comprensible”, por decirlo. Se entiende por dónde voy. A veces me pregunto por qué ella es tan resonante; eso es lo que yo diría de ella, que es muy resonante. La admiro muchísimo. Por supuesto, El amante fue de los libros que más me marcó.  

Diario de mudanza es un libro que puede leerse de una sentada, ¿qué devoluciones has tenido de las y los lectores? 

Me sorprendió muchísimo que lo leyeran de una sentada. Hay cosas que no te das tanta cuenta hasta que te las dicen los lectores. A mí me asombró muchísimo lo que pasó con este libro y a la vez me da mucha alegría. Recibo muchos mensajes de mujeres que me agradecen, que me dicen “pusiste palabras a cosas para las que yo no encontraba palabras”. Me sentí acompañada, me sentí consolada.  

Hay literatura reciente sobre madres e hijas, sobre maternidad, sobre duelo también hay, especialmente en estos días. Pero sobre menopausia, climaterio, no hay tanto desde la ficción, ¿no? 

Hay más ensayos y más divulgación científica, pero hay menos ficción. El libro trata sobre menopausia, pero también habla de otras cosas. Las diferentes entradas te llevan a distintos momentos de la vida de la protagonista, donde está revisando su vida y tratando de encontrarle algún sentido. Es como un momento de la vida en que la visión cambia y eso también muda tu mirada sobre tu propia vida.  

También hay una historia de amor trunco, que me hace pensar en Una vida más verdadera.  

Sí, eso también está. Eso está en todos mis libros. Es un sentimiento muy profundo y que aparece aunque no quiera. Es más, cuando trato de escribir alguna cosa que tenga que ver con el amor, sale así. Hace como veinte años que estoy escribiendo un cuento que no me sale y es porque se me va para el lado del desencuentro y no quiero. Se me va y es tremendo. No logro. Mis cajones se abren y sale eso.  

Es aterrador que una no pueda controlar lo que escribe. 

Es aterrador. Cuando en los talleres me dicen “ay, estoy bloqueada, estoy bloqueada, no puedo escribir”, yo respondo “andá a saber qué hay ahí que te da miedo ver”. Hay que tener coraje para escribir. Para mí unos de los requisitos más importantes son el coraje y la honestidad. Después tenés recursos, los recursos se aprenden, pero el coraje y la honestidad con vos misma no se aprenden. En el momento de corregir, es importante fijarse dónde se mintió; esa mentira que va desde las cosas más superficiales, cuando querés ser efectista y ponés exageraciones, que son los típicos errores de los principiantes, "fue como si cayera una bomba atómica en mi cuarto”... No, bueno, no funciona. Y eso es una mentira, porque nada es como si cayera una bomba atómica en tu cuarto. La autocompasión, los lugares comunes: todas esas cosas son defectos de mentiras en el texto. 

¿En algún momento te frenaste al escribir? 

Nunca digo “no escribo sobre esto”, porque ya sé lo que pasa. Cuando digo “no escribo esto”, no escribo más nada. Es así. No le podés decir a la escritura por dónde tiene que ir. Cuando la frenás, se bloquea, se empaca. Conmigo, por lo menos, se empaca. No me da más nada. Pero podría haber seguido yendo por ahí en mis cuadernos, sin publicar. Tuve mi momento de duda con la publicación, miedo de que fuera demasiada exposición. ¡Pero resultó tan distinto a lo que yo me imaginaba! La reacción de las lectoras, sobre todo, tanto más amorosas de lo que yo jamás me hubiera imaginado. En un momento mi agente me propuso cambiarle el nombre, cuando pongo mi nombre en una escena bastante feroz. Y yo le dije que me daba lo mismo: si le pongo otro nombre es igual, no interesa. Lo que me interesa a mí es si eso que estoy contando puede llegar a ser universal, puede aplicarse a muchas otras mujeres. Si es solo algo mío, mirándome el ombligo, no sirve. Y con este libro tenía la sensación de que no lo era. Pero le leí el manuscrito, el original, a mi hija, que tiene treinta años, y me dijo: “Mamá, yo quiero que lo lean todas mis amigas”. Y ella no es nada condescendiente. Además, me empezó a contar cosas que le pasaron a ella, cosas que le pasaron a sus amigas. "Ponelo, má", me dijo. O sea: no es lo que me pasa a mí, es lo que nos pasa a las mujeres. Es lo que le pasa a una madre con una hija adolescente. Creo que ella es la que mejor entendió eso que yo hago.  

Ante un libro como este, estarán las personas que tienen mucho entrenamiento en leer, o porque escriben o porque simplemente son muy lectoras, que pueden identificar procedimientos, artificios, puntos de vista, narradores. Pero después está todo el otro mundo de personas que, en su mayoría, leen quizás más accidentalmente y tienden a juzgar lo escrito como "la verdad". Esa confusión generalizada no está saldada, me da la impresión, y esos dos niveles o tipos de lectura conviven y no necesariamente de un modo armonioso. ¿Cómo lo llevás?

Yo siento que esa discusión no está saldada para nada. Tengo algo muy gracioso para agregar, y lo constaté con este libro: hay gente que prefiere quedar mal parada en un libro tuyo que no figurar. Con El rey de los centauros, que fue mi primera novela, una compañera de colegio mía estaba convencida que era ella uno de los personajes, una chica que se burlaba de la protagonista. La realidad es que yo no pensé en ella cuando escribía. ¡Y estaba muy ofendida! O sea, en la mezcla que hago, la gente hace lo que quiere. Yo creo que no hay que hacerse cargo de eso, que te tenés que liberar absolutamente. Y, sobre todo, no dejar de escribir por miedo a ofender a alguien, sobre todo la gente más cercana. Imagínate, yo si hubiera tenido miedo a ofender a mi madre no hubiese podido escribir directamente nada. Y la ofendí y la lastimé, se lo expliqué y bueno, se lo tiene que bancar. Cuando empecé, las amigas le decían “pobre Mercedes, que tiene esa chica que escribe”. Hay un chiste que a mí me encanta: son dos viejos haciendo cola para que la hija le firme el libro. Y cuando llegan a la firma le dicen: “Si hubiéramos sabido que ibas a ser escritora, no te hubiésemos tratado tan mal”. 

Es un poco el terror de la gente que está alrededor de quien escribe.  

Yo creo que sí. Y es el terror de uno como escritor también. ¿Qué va a salir? ¿Los resentimientos, las venganzas, las ofensas? ¿En qué las vas a transformar? ¿Cómo van a aparecer? También es un muy buen móvil, la venganza, para escribir. Y hay que admitir: los escritores no somos buena gente. En algún punto usás. O sea, no es que te conozco y te voy a usar, pero a mí me ha pasado de estar en situaciones muy tristes y pensar en escribirlo. Me acuerdo exactamente de un momento en que un novio, cuando yo tenía veinticuatro años, me estaba diciendo cosas muy dolorosas y yo estaba tomando algo y estaban las pulpitas del limón flotando en el fondo del vaso. Las pulpitas del limón me parecían pececitos. Y me dije: esto me lo tengo que acordar cuando escriba. ¡Un monstruo! 

Qué terrible. ¿Por qué pasará?  

¿Por qué pasará? Ojalá yo lo supiera. Piedad Bonnett, en un libro maravilloso y terrible sobre la muerte de su hijo, en un momento dice: “Lo que forma parte de mi pasión y de mi posibilidad de escribir poemas, en él es una enfermedad, que el mundo le habla”. Ella eso lo escribe y para él son voces que lo persiguen. Watanabe dice: "Yo salgo a la calle y veo una piedra al sol, y la piedra me habla de algo que tengo que escribir". A mí me pasa eso. Las situaciones y las personas me hablan. Es más, escribiría muchísimo más, si tuviera más tiempo, de todo lo que en un día me habla y me golpea. Yo escribo todo el día, todo el día.  

En cierto momento, barajabas un título que incluía a Venus, figura que finalmente aparece. ¿Cómo? 

Porque Venus es lo femenino. Yo estudié muchos años astrología y me encantan los mitos griegos. Venus es esa figura de la mujer que sale del mar, como en el cuadro de Botticelli. Nace del esperma que cae en el mar, es la maldita que después trae la guerra de Troya. Es furiosa y a la vez amorosísima. Es de una gran ambigüedad la figura de Venus en la astrología. También en la mitología es de una enorme ambivalencia y tiene muchos, muchos niveles. A la vez tiene las hermanas, que son las furias, que también me parecen muy interesantes. Nuestra cultura occidental tiene muy mezclada la luna, que es la madre, con Venus que es la mujer. Como si una madre ya no fuese mujer; una mujer venusina, quiero decir, plenamente sexual, no puede ser madre o es mala madre. Lo que está valorado es la abnegación de las madres, pero dentro de una mujer están las dos.  Venus es muy insultada y pisoteada en esta cultura patriarcal, y por eso me interesaba trabajarla.  

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