Guerras, ficción y no tanto
La violencia contada a los más chicos
Lunes 10 de abril de 2017
"Nunca existió una buena guerra ni una mala paz", decía Benjamin Franklin. En tiempos violentos, el tema se cuela en la literatura infantil. Sandra Comino presenta cuatro libros emblemáticos para los pequeños lectores argentinos, muy distintos entre sí, pero con una temática y una atmósfera común.
Por Sandra Comino.
Se puede hacer un recorrido entre los relatos de guerra inolvidables de la LIJ que va desde Cuando Hitler robó el conejo rosa, de Yudith Kerr, en 1972, hasta El sótano de Neske, de Lidia Barugel, de 2016, pasando por Mil Grullas de Elsa Borneman (1991) y El cartero de Bagdad de Marcos Calveiro (2010), solo por mencionar algunos títulos. En el medio, Malvinas, que es un capítulo aparte en la edición con escaso material que asoma poco a poco.
Uno de los primeros cuentos sobre Malvinas fue No dejes que una bomba dañe el clavel de la bandeja, de Esteban Valentino, en 2001. También escribieron Liliana Bodoc, Mempo Giardinelli, Pablo De Santis, Inés Garland. Como siempre, hay que elegir, y para elegir recortar a continuación cuatro emblemáticos muy distintos entre sí, pero con una temática y una atmósfera común.
El general Extranjero de Hojalata y la Vieja Dama de Hierro
La versión que conocemos es la de Rosa Montero (publicada en 1985) de un cuento escrito por el inglés Raymond Briggs. La historia tiene un fuerte tono político, absolutamente antibélico, con recursos de la novela gráfica cuando describe la situación del lugar y las características de los personajes. Es muy interesante observar el punto de vista del narrador que utiliza el extrañamiento y trata de ser imparcial, pero lo traicionan algunos adjetivos.
El cuento impacta no solo desde la imagen sino también por su tono: “Había una vez una isla pequeña y triste allá al final del mundo. En la pequeña isla triste sólo vivía un puñado de pobres pastores… Muy cerca de la pequeña isla triste había un reino grande y poderoso, gobernado por un malvado general extranjero”. Y, si bien las descripciones son acordes al “malvado general extranjero”, merecidas las bajadas de línea, tampoco se queda atrás con las que corresponden a la vieja dama que se pone “frenética” y va a “reconquistar” la isla. Hay una parte del relato donde se cambia de registro visual para contar la guerra desde el realismo y los dibujos en blanco y negro crean un fuerte impacto en el lector.
Raymond Briggs también es autor de Cuando el viento sopla entre muchos libros.
Como una guerra
Andrés Sobico & Paula Adamo
Vale aclarar que siempre el álbum aunque se asocie con lectores muy chicos es un género que no excluye a nadie ya que, en general, estos libros tienen la capacidad de sumar lectores por sus diferentes capas de lecturas que terminan (por decirlo de alguna manera) por atrapar al adulto que, en definitiva, es quien acerca la historia a quien aún no es lector. El libro comienza con una dedicatoria: “A todos esos chicos que estuvieron y a los que, de alguna manera, aún están allá”.
El dato que nos ubica en Malvinas es la edad que tenían los autores en el 82. El año aporta un contexto histórico. Un registro sutil con economía de relato y collage en papel transparente muestran soldados de juguete, hay marcas en la composición visual que van desde el dibujo aniñado hasta fotos en dos planos: el presente de dos chicos y el pasado (lo que el tío le cuenta a uno de ellos). Conviven múltiples lecturas que se suman con las relecturas.
La trinchera puede ser una maceta y la maceta la corona. La analogía y la metáfora construyen un decir desde la imagen lleno de detalles simbólicos y desde la escritura una simpleza que tiene que ver con la escucha de algo muy lejano. A medida que avanza la historia crece el estremecimiento. Una pelota acompaña todo el relato como si se tratara de un juego. Sin embargo, la intensidad de las imágenes y las palabras nos vuelven a la guerra pese a la casi incredulidad de los chicos.
Rompecabezas
María Fernanda Maquieira
Mora vive con la abuela Oma. Va a la escuela y tiene prohibido pasar por una calle sin salida (Salsipuedes) donde hay una fábrica abandonada que Oma dice que, además de un loco que muestra sus partes íntimas, hay “un paredón lleno de agujeros de cuando los fusilamientos, de la noche en que bajaron gente de un camión y los liquidaron a todos…” Mora pregunta y nunca le responden del todo. Algunas veces existe un tiempo cotidiano, tranquilo, y otras se cuelan intrigas como la de los jueves que Oma va a la plaza. Por un lado, Mora tiene un grupo de amigas que se llaman “Las chicas de Siberia” les ocurre lo que a todas las chicas de cualquier parte. Ella tiene una particular manera de ver el mundo, definir las cosas que suceden casi con explicaciones folclóricas o con animismo. Por otro, no sabe nada de sus padres y de un día para otro la guerra. Deben cantar la “Marcha de las Malvinas”, tienen prohibido usar palabras en inglés, la señora Chapeaux corta los flequillos a los chicos, les descose los dobladillos de las faldas a las chicas porque “no tolera que las cosas tengan la medida inadecuada”.
El hermano de Pablo va a Malvinas. Las chicas escriben cartas y Pablo lee los cuentos que le manda su hermano (que quiere ser escritor pero está en la guerra) donde el relato, supuestamente de ficción, aporta datos de lo que está sucediendo.
La novela tiene un intertexto literario, Mora se identifica con algunos personajes, escribe, hace listas, cuestionarios. Hay un trasfondo de “no saber” muy bien reconstruido por Maquieira que nos trae una atmósfera de aquella época de manera notable.
Nunca estuve en la guerra
Franco Vaccarini
Francisco Estévez elige probar suerte en Buenos Aires cansado de estar en el campo después de terminar el secundario. Espera el sorteo para hacer el servicio militar obligatorio mientras sueña con dos cosas: hacerle una entrevista a Borges y practicar paracaidismo. Primero concreta una de sus metas, luego le toca la Marina y su padre hace una promesa a la Virgen de Luján que cumplirá si su hijo no va a la guerra. Francisco tiene una visión romántica de la guerra y cree que es hermosa, mirada que se le diluye con la instrucción y se le esfuma cuando le enseñan a vacunar y lo destinan a la Base Naval de Puerto Belgrano como enfermero. Cuando conoce a excombatientes, que llegan desde las islas, Francisco conoce la guerra a través del relato de los que la vivieron y sus consecuencias. Un chico mutilado y otro con secuelas psicológicas irreversibles, dan fe de lo acontecido. Las cartas de sus padres y Lupe le hacen tolerable la estancia en el lugar. La novela se transforma en una crónica de lo que fue la guerra, qué pasó con el Crucero General Belgrano, qué significaba hacer la conscripción en la época de la dictadura con minucioso detalle del maltrato y el abuso de poder.
Por momentos el relato es crudo e impiadoso aunque de manera espontánea el humor y la ternura irrumpen en la descripción logrando un clima que desentierra la guerra y se reaviva un período muy doloroso de nuestra historia.