Martín Sancia Kawamichi: "Empecé a escribir y no pude parar"
Valeria Tentoni
Lunes 22 de setiembre de 2025
Por segunda vez finalista del Premio Fundación Medifé - Filba de novela, el escritor visitó la librería para grabar un nuevo episodio de Máquinas de escribir.
Entrevista y foto por Valeria Tentoni. Edición de audio de Leo Pillows.
Martín Sancia Kawamichi tiene varios galardones en su haber. Con Los poseídos de Luna Picante y Todas las sombras son mías, para empezar, fue reconocido con el primer y segundo lugar del Premio Sigmar de Novela. Con su obra teatral El desamor resultó ganador del concurso de dramaturgia TBK. Hotaru, por su parte, le dio el Premio de novela negra BAN! Ahora su nombre insiste, por segunda oportunidad, en la lista larga de finalistas del Premio de Novela Fundación Medifé - Filba, esta vez con El árbol de Karlok, publicada por Salta el pez. Mientras tanto, La crujía publica Kurepa, una novela ambientada en Paraguay que recibió el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2023.
La suya es una prosa que ocupa las páginas con la libertad de los poetas. El universo de Sancia Kawamichi es múltiple y extravagante; de las historias japonesas a las medievales, de los misterios de la selva centroamericana a la sordidez y la violencia que se esconde en las ciudades, ninguna de sus recorridas nos deja indiferentes. También autor de libros infantiles y juveniles, guionista, docente de talleres literarios y conductor radial, nació en Buenos Aires en 1973 y escribe libros a una velocidad envidiable. Se convirtió en escritor, sospecha, porque aprendió a mentir muy bien de chico.
Podemos empezar por Kurepa, un libro que tuviste que terminar un poco a contrarreloj para llegar a la Feria de Editores. ¿Fue motivado por un viaje?
El libro surgió durante una estadía de un mes en Paraguay. Escribí allá la novela, la primera versión, totalmente contagiado por Paraguay, en esa deriva. Y no pude parar. Empecé a escribir y no pude parar. Escribí el primer borrador en dos días, y ahí quedó la primera versión. Cuando surge la posibilidad de editarla con La crujía, Sabrina Sosa, la editora, me dice que es de familia paraguaya y me propone hacerla más paraguaya todavía. Con esa contención de Sabrina, la novela se duplicó en tamaño en muy poco tiempo. Después fuimos tratando de pulir cosas. Yo soy muy indeciso, sobre todo cuando se acerca el plazo de publicación. Fue un trabajo intenso. Intenso, intensísimo.
Está repleta de términos en guaraní, y leerla también fue un paseo por esa cultura extraña y a la vez familiar para quienes viven en Argentina, porque hay una comunidad muy grande de paraguayos aquí.
Sí, incluso el kiosco al que iba a comprar yo de chico era el kiosco de Honoria y hablaban en guaraní. Ella era paraguaya, y mi mejor amigo de la infancia, Ariel, era paraguayo. Había muchos, muchos, muchísimos paraguayos en mi barrio, en La Matanza, ahí a un costado de Villa Celina. No me resultaba extraño, pero cuando conocí Paraguay era muchísimo más de lo que yo esperaba. Estuve en un lugar muy parecido al que cuento, en Arroyos y Esteros, al lado del monte. La novela fue disparada por una conversación que tuve con una pareja de gente grande. Ella era payecera, dominaba fuerzas oscuras. Me empezaron a hablar y en medio de esa conversación me levanté y me fui a escribir. No lo podía creer. Contaron dos historias. Una historia que aparece en la novela, la de un hombre que suele salir mucho de noche y un día la mujer le dice basta de salir, por un día quédate en casa a tomar tereré en el jardincito. Él decide quedarse ese día, ella le da un tereré, cae un rayo, le pega a la bombilla y se electrocuta. Y ella dice yo "yo le maté". Hace tres años que está encerrada, de duelo. En un momento le pregunto al hombre si recibe gente, y me dice que él no va porque no se puede tomar tereré. Y todas las historias son así.
¿En dos días escribiste toda la novela?
La primera versión, sí. Pero hay que estar en Paraguay, si conocieras Paraguay verías que fue inevitable. Esa velocidad no es común. Fue ahí, el lugar. Pero yo me vuelvo loco si no termino una primera versión pronto. Tengo que escribir sin parar hasta que llego a la primera versión, porque siempre tengo el terror de no terminar, suelo dejar todo por la mitad o inconcluso. Ya sé que funciona así. La primera versión, como sea, tiene que salir pronto. Después me puedo tomar cinco años en corregirla, no importa. Pero no podría estar cinco años escribiendo una novela que no sé para dónde va.
¿Cuándo te diste cuenta de que ese era el método que te convenía para escribir?
Me pasaba de dejar cuentos. Yo empecé a escribir a los 15 años más o menos. Me interesó escribir, pero empezaba los cuentos, dejaba por la mitad. Empezaba novelas, las dejaba por la mitad. Todo por la mitad. No escribía más de cuatro páginas, cinco. Así estuve ocho años, ocho años queriendo escribir y sin poder terminar nada. Y un día escribí algo para un tío, algo en broma, y empecé a escribir sin pensar. Terminé armando un cuento, y ahí me di cuenta de que hasta ese momento había trabajado mal. Yo pensaba que no podía escribir un cuento si no tenía ya en mente todo lo que iba a suceder. Entonces, hasta que no resolvía todos los problemas en la cabeza, no me lanzaba a escribir. Era un freno, me trababa el saber lo que iba a pasar. Después me di cuenta de que yo necesitaba ese estímulo, el no saber qué iba a pasar. Escribí cuentos durante mucho tiempo. Empecé a escribir novelas y las dos primeras me llevaron mucho tiempo, eran novelas muy largas. De a poco fui dándome cuenta de que yo funcionaba mejor con la velocidad. Tenía el prejuicio de que tenía que escribir lento, me forzaba ser lento, me parecía que era un acto de irresponsabilidad escribir rápido. Y me contenía. Hasta que un día dije bueno, basta. Y ahí empecé a terminar. Después viene un proceso lento, pero yo ya sé que estoy sobre algo seguro. Esta es la manera que a mí me sirve. Al escribir rápido, me permito tomar caminos sin andar pensando tanto. ¿Cuánto perdí? Un día, dos días de trabajo. No pasa nada. Eso me permite, si yo tengo una duda, probar. Pero es todo vertiginoso. Aparte me entretiene, me divierte más, me vuelvo menos insoportable también, porque no es que estoy un año encerrado como un loco. No, son dos días que estoy encerrado como un loco. Y se me puede hablar, porque estoy contento, me pone de buen humor.
No sos de los escritores que sufren, entonces.
No, no. Una vez lo escuchaba a Carlos Busqued, que decía que le parecía un pelotudo el escritor que disfruta escribir. Busqued me encanta, pero no me identifico con él. Lo admiro asquerosamente, pero no.
Escuchá la entrevista completa en nuestro podcast Máquinas de escribir: