Juan José Becerra llega al podcast de Eterna Cadencia
Lunes 25 de agosto de 2025
El autor de Un hombre, dos mujeres visitó la librería para grabar un nuevo episodio de Máquinas de escribir: sobre sus procedimientos, intereses y fascinaciones.
Por Valeria Tentoni.
Nacido en Junín en 1965, Juan José Becerra es autor de los ensayos Grasa, La vaca. Viaje a la pampa carnívora, y Patriotas; de los relatos de Dos cuentos vulgares y las novelas Santo, Atlántida, Miles de años, Toda la verdad, La interpretación de un libro, El espectáculo del tiempo y El artista más grande del mundo.
Su último libro son dos tomos: Un hombre y Dos mujeres, cruzados por una escena y por una portada continua que ilustra la obsesión del primer protagonista, los autos antiguos. Este díptico viene a hacer juego con libros como el lanzado sin título ni firma, con una portada totalmente blanca, un misterioso ejemplar de 2021 en el que el objeto libro es parte de la apuesta.
Un punto de encuentro, dos libros, el nuevo desafío de Becerra narra, primero, las peripecias de un hombre asediado por la presión de la edad y las ilusiones pendientes, y en segundo lugar el cruce entre dos mujeres muy distintas entre sí, atadas durante algunas horas de sus vidas en las calles del centro porteño en busca de la libertad. Mitades autónomas, ambos libros se encuentran en preocupaciones comunes: el miedo, la libertad, el paso de los años, la conquista del deseo.
¿Cómo pensaste el libro en dos partes, esa apuesta formal?
Me da toda la sensación de que el accidente es una presencia programática en mi obra. Parece una contradicción, ¿cómo que el programa es el accidente? Yo creo que eso se produce porque no tengo programas cerrados. Me pasó con estos dos libros. Yo tengo varios libros inéditos, cortitos, de 100 páginas. Lo que me pasó con estos dos es que tenían una escena común, que yo no me había dado cuenta era casi una copia de la otra. Ante la posibilidad de juntar dos novelas cortas, lo que hice fue imaginar que cada libro tiene su propia cadena de sucesos, como los tiene la vida, que es últimamente mi yacimiento para escribir. En un punto en el que los personajes de un libro podrían haber pasado a ser personajes del otro, me pregunté por qué no imaginarlo como dos objetos diferentes, sin pensar que la vida es una experiencia que funciona como una unidad sellada. La fantasía mía como lector, de que la literatura tenga vida, es un hecho irrealizable para la disciplina. Pero eso no me quita la voluntad de producir un efecto de vitalismo. Aunque sea falsificado.
¿Cómo reaccionaron en la editorial ante la propuesta?
En principio querían dos libros distintos. La pregunta es por qué junté estas dos novelas y no otras que tenía dando vuelta del mismo tamaño. En una, el protagonista era un hombre que podía representar al género en los términos en que cualquier individuo puede representar a su especie. Ese hombre no es el hombre modelo, el hombre prototípico. Y con las mujeres me pasaba lo mismo, cada cual tenía particularidades muy propias de ese género que representaba.
El personaje de Un hombre tiene mucho y en un momento se da cuenta de que lo que tiene no le sirve. Y se encanta con lo que sería el vitalismo de la pobreza de sus vecinos. Su experiencia, el hecho de coleccionar autos antiguos, ya no le da nada. Es una experiencia más de acumulación. Entonces empieza a pensar en que su vida podría ser tranquilamente la vida de los otros. Y el personaje de la mujer, por su parte, es mucho más salvaje y libre. Es una mujer que abandona justamente la vida burguesa que también tiene el varón, en otros términos. Y renuncia no solo a la tranquilidad que supuestamente le da la vida material, sino también a sus hijos. Hay una mujer que la sigue y que la admira, la idolatra. Y se enamora de ella un poco. Las dos novelas tienen una escena en común en la que estos personajes se encuentran y pasan de largo. Entonces dije, bueno, hagamos una tapa con la escena común.

¿Tenés mucho material inédito?
Tengo varias de esta extensión, debo tener 4 ó 5, varias novelas cortitas de una época que escribí así. Debo tener un par más de novelas medianas y ahora estoy terminando una que es como un ladrillo, que es cualquier cosa en realidad.
¿Cómo “cualquier cosa”?
“Cualquier cosa” es como mi género, el género que me empezó a atraer mucho más. La novela es el género que siempre más me atrapó. Y en esto del accidente como programa de la literatura, aparece la resistencia a concederla al aburrimiento un lugar. Cuando yo me aburría, lo que me pasaba era que insistía por otros canales, y ahora no. Cambio directamente de tema, que es como cambiar de novela dentro de la novela. Por ejemplo, estoy escribiendo sobre una cosa específica, e imagino que en el ADN del asunto está su prolongación pero se interrumpe antes por falta de deseo. Y bueno, escribo otra cosa. Y si se interrumpe, otra. Después si hay que volver, vuelvo. Busco que el deseo de la escritura esté presente, eso me interesa mucho últimamente. No considerar al acto de escribir como un hecho inspirado en el compromiso -o sea, lo empecé, lo termino-. De ninguna manera. Puedo seguir haciéndolo, pero ahora me parece que es mucho mejor para mí responder a ese deseo confuso, y darle espacio a la literatura para que haga. Rica o pobre, buena o mala. Cualquier cosa es una novela que empieza con una persona que se tira a la garganta del diablo, sigue con un pueblo donde hay una especie de falansterio y después aparece un tipo que se va a vivir a Río de Janeiro, porque justamente hay vida ahí, y después vuelve. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que unifica todo eso? Porque hay que unificarlo, como si hubiese que escribir bajo normas ISO. Me parece que lo que lo normaliza es justamente la crisis de deseo que significa escribir largo. A mí, que soy un amante total de Proust, siempre me pareció inconcebible el modo que tuvo de sostener ese narrador. Yo creo que tiene que ver con la edad. No creo que tenga que ver con la literatura. Menos con un proyecto de literatura, sí con una persona, que en este caso soy yo, que escribe y cuando se sienta a hacer literatura, ahora entra en crisis. Lo que me pasó con esta novela “cualquier cosa” es que después la propia novela reclama su pasado, y ahí lo que hay que hacer, supongo, o lo que hago yo, es decir bueno: juntémonos. El síndrome de Diógenes llevado a un subgénero. Y a una acumulación que no se da por solamente por la cantidad. Sino que del curso a la escritura, de lo que quiero y no quiero. Yo lo veo como un gesto de carácter. ¿Ahora quién va a leer eso? No sé. ¿Pero por qué hay que quedarse en un libro que te empezó a aburrir?
Además claro, cuando se aburre el escritor lo más probable es que se aburra el lector. ¿Recordás tu primer entusiasmo con la escritura?
El lector es muy posible, pero lo que está probado que te aburrís vos. Pienso en un libro mío, el primero, que se llama Santo. Algunos lectores creen que está agotado, pero yo tengo como 100 en mi casa. Es el único libro al que yo obviamente le tengo cariño, porque fue mi primer libro. Me acuerdo de haber ido a la imprenta a ver la tapa con una novia que tenía, que era como decir, no sé, vamos de vacaciones. Me enternece, digamos, esa fascinación, haber sido esa persona que ama la literatura y de pronto tiene un libro propio. Nunca más me volvió a pasar, ni con el segundo, ni con el tercero, ni con el último. No soy fetichista de mis libros. Y ese libro, Santo, está muy fascinado por el cono de luz de la obra de Saer, una lectura muy fuerte que tuve yo en mi juventud. Me parece que yo quise agregarle algo, a pesar de mi poca destreza para hacerlo. O sea, es un libro, si lo leés, quizás totalmente saeriano, con el narrador patrullando cada palabra, cada frase, con muchas subordinadas. Para mí en esa época la escritura era la subordinada. Y lo que veo yo desde el recuerdo es que se mete el humor ahí, porque quizá era lo que yo pensaba como lector de Saer que le faltaba a él. A pesar de que yo lo amaba y amo sus libros, me parecía que era demasiado solemne. O sea, si yo soy una persona a la que le gusta reírse, ¿por qué mis libros no deberían tener humor, aún de manera fallida? En Santo sumé ese elemento, y entonces había chistes medio gruesos, un poquito empujado también por Lamborghini. A ese libro lo escribí cuando tenía 25 años más o menos.
Si querés escuchar la conversación completa, ya está disponible en nuestro podcast Máquinas de escribir.