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Valeria Mata: “Me interesa la escritura como proceso de despersonalización”

La antropóloga Valeria Mata llegó a Argentina con Todo lo que se mueve (Editorial DocumentA/Escénicas), un libro radiante del que anuncia: “El estado de desconcierto es un impuso alegre que me lleva directamente a la escritura”. 



Por Valeria Tentoni.



“Cada texto que aquí aparece es un campamento: deja rastros de los lugares por los que he transitado, en un paisaje que no deja de cambiar”, leemos en Todo lo que se mueve, libro de la investigadora y antropóloga social mexicana Valeria Mata publicado originalmente en 2020 que llega a Argentina vía Ediciones DocumentA/Escénicas. Objeto dinámico que ofrece, además de textos en constelación, recortes y extensiones desplegables que invitan al movimiento, este ejemplar de la editorial cordobesa cuenta con un gran surtido de imágenes en blanco y negro y la advertencia, al final, de que podría ser uno de los últimos libros en la historia del planeta Tierra. No parece tan descabellado, entonces, esforzarse tanto como se han esforzado por producir un objeto magnético, acompasado a la escritura que porta. 

Nacida en Puebla en 1992, Mata escribe e investiga sobre los cruces entre las prácticas artísticas y la antropología, la dimensión política y cultural de la comida y los imaginarios sociales del viaje. Además de Todo lo que se mueve, en 2018 publicó plagie, copie, manipule, robe, reescriba este libro




Todo lo que se mueve tuvo una primera edición autoeditada en Puebla, México, ¿qué podés contarnos de esa edición y por qué decidiste autoeditarte?

Fue una edición que imprimí hace tres años, en la ciudad donde vivo y con mucho entusiasmo de aprendiz. Me equivoqué varias veces durante el proceso, practiqué la paciencia y pedí consejos por todos lados. De la autoedición hay montones de cosas que me atraen, sobre todo las relaciones cercanas que permite y la autonomía para hacer circular un material. También disfruto elegir papeles, buscar tipografías, colaborar con amigas diseñadoras, correctoras, libreras; conversar con los trabajadores de la imprenta, darles un regalo de agradecimiento. Por otro lado, pienso que autopublicar puede servir para desmitificar la idea de que la producción y circulación de un libro son prácticas alejadas o inaccesibles. O para fracturar un poco el sistema de legitimación de un texto y preguntarnos quién decide qué se publica, cuándo, o en qué condiciones.


El libro está compuesto por numerosas piezas breves repletas de hallazgos históricos cruzados con experiencias personales. Ante esta colección de datos asombrosos, ¿Qué idea de hallazgo te rige y cómo fue esta recopilación? 

Los momentos de hallazgo son los que más me emocionan al hacer cualquier investigación. El estado de desconcierto es un impulso alegre que me lleva directamente a la escritura. Como si el asombro fuera condición de posibilidad para tomar notas. Y escribir es para mí un espacio de juego, en el que están muy presentes la sorpresa, la exploración, las apariciones repentinas. Especialmente en este libro, surgieron muchos hallazgos en las conversaciones con la gente, en la atención y la escucha. Después vino el montaje de esos materiales, que se acumularon en libretas y carpetas en la computadora. Tardé bastante en ensamblar todo, pero poco a poco apareció una columna para estructurar las vértebras que estaban dispersas y se fueron haciendo evidentes las correspondencias y amistades entre los fragmentos. 


Hay una delicada aparición de lo personal en Todo lo que se mueve: por momentos se siente como si aparecieses de casualidad en una foto mayor, lejos está la primera persona de protagonizar el libro o saturarlo, y sin embargo el efecto es de profunda privacidad, ¿quizás lo que alguien ama entre lo que ve sea lo que mejor lo defina? ¿Cómo pensaste lo privado en tu trabajo, tus anécdotas personales? 

Me interesa la escritura como proceso de despersonalización, como puesta en duda del yo. A veces pasa que cuando la autoría individual pierde importancia, la lectura es más abierta, o el libro se siente más como un espacio de hospitalidad. Por eso me cautivan tanto los experimentos de autorías ficticias, los seudónimos, los experimentos para difuminar la autoría o para hacerla plural.  Además, en varios relatos de viaje encuentro que sucede algo muy sugestivo, y es que al ahondar en la extrañeza y ubicarse en terrenos desconocidos, la persona se desestabiliza, se confunde y se desorienta. Entonces lo identitario pierde fuerza y ocurre que, como escribe Chantal Maillard en un poema: “quien habla es lo de menos”. 




En el ejemplar que tenemos en Argentina con DocumentA hay, además del texto, un apartado desplegable que invita, precisamente al movimiento, lo mismo que en interiores una sección de fotografías recortadas con las que se puede jugar. ¿En la edición original ya estaba así? ¿Qué podés decirnos de esta propuesta del libro como objeto con respecto al tema que lleva?

No, todos estos gestos no estaban en la primera edición. Gabriela Halac, editora de DocumentA, fue atrevida y tomó decisiones que fueron una sorpresa para mí. Me encantó que el libro se transfigurara, porque esa era su vocación desde que nació: ser un dispositivo indócil que pudiera desacomodarse y manipularse por otras. En ese sentido, Gabriela se tomó muy en serio que un texto que habla de movilidad tenía que ser errante él mismo, así que incluyó un pliego nómada que puede salirse del libro y perderse. Y eso de que las imágenes puedan combinarse o cortarse es mi parte favorita. Cuando lo abrí por primera vez, me recordó a un libro que leía muchísimo cuando era niña. Lloré de la emoción y todo. 


Sos antropóloga, ¿qué podés contarnos de esos estudios con respecto a la escritura? ¿Qué te ha dado la antropología para escribir?  

La antropología me ha dado la posibilidad de desplazar la mirada, la práctica constante de hacer extraño lo familiar. También de hacerme otras preguntas y sentir curiosidad por lo distinto. Las entrevistas son también herramientas de la etnografía y han estado muy presentes en mi trabajo. Es bonito preguntar, ¿no?, hacer que la gente hable de lo que le entusiasma y escribir sobre eso. 


Todo lo que se mueve está lejos de ser un texto académico, sin embargo. ¿En qué género lo pensaste? ¿Qué podés decirnos de tu concepción del ensayo literario?

Una vez escuché a Paul B. Preciado decir que se considera un viajero o migrante de género. Y creo que este libro es algo así. Una criatura un poco ambigua, un artefacto que habla sobre el cruce y que también se ubica en un territorio fronterizo e inestable. Entonces más que pensarlo dentro de un género, creo que la intención fue hacer evidente la porosidad entre lenguajes, y que pudieran convivir amistosamente el relato con el ensayo, la entrada de diario con la etnografía, la filosofía política con el poema. Creo que el lenguaje es una caja de herramientas y permite mezclas.  


¿Qué referentes tuviste a la hora de escribir? ¿Qué lecturas te provocaron el placer que intentaste provocar aquí? 

Bueno, el libro está muy atravesado por el pensamiento de Deleuze, que siempre me sacude. Pero están presentes Chantal Maillard, Rosi Braidotti, Gloria Anzaldúa, textos clásicos budistas y lecturas de pensadoras(es) anarquistas. Me acompañaron también los diarios de viaje de exploradoras(es) como Bruce Chatwin, Alexandra Devid-Neel, Matsuo Bashō, Mircea Eliade o Rysard Kapuściński.


¿Qué valor tiene el viaje en tu escritura? 

Me gusta pensar que el espacio de la escritura puede ser portátil, que para escribir no es necesaria la disciplina del cuerpo sentado y serio. En ese sentido, suelo escribir en tránsito. Me da la impresión de que pienso mejor en un autobús o en un hotel.

También me parece estimulante imaginar que los textos son como campamentos, que se asientan brevemente, pero que vuelven a levantarse y a caminar. Escrituras que no están quietas ni acabadas, sino en un constante devenir, dejando rastros o huellas en paisajes que no dejan de cambiar. Creo, por otro lado, que la escritura es abandonarse a una deriva incierta. Tanto viajar como escribir se relacionan con la duda, con la errancia en su doble etimología, que procede de un cruce entre los verbos latinos iterare (viajar) y errare (equivocarse). Dice Eugenia Almeida que escribir es estar en actitud de búsqueda sin orientarse hacia ningún objetivo. 



Tenés un libro anterior sobre el plagio y la copia y la reescritura. ¿Qué idea de originalidad te acompañó en Todo lo que se mueve

Me parece que la originalidad es una especie de ilusión. Presupone que la creación de objetos o ideas se da a partir de un principio absoluto y, como su nombre lo dice, de un origen identificable. Es un concepto muy movedizo y frágil que además tiene un carácter prescriptivo-autoritario, porque se emplea como un criterio de validez y reconocimiento y lleva implícito un mensaje cuyo objetivo es regular cómo deben ser las prácticas artísticas o literarias. En ese sentido, Todo lo que se mueve no busca ser un libro original, sino un tejido de citas, referencias, ecos, conversaciones, un espacio en el que se condensan diversas escrituras sedimentadas. Porque creo que ningún libro se escribe desde cero o sin influencias, sino en profunda compañía. 







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