Sergio Raimondi: “La poesía tiene una conexión equívoca con la cronología”
Crédito: Festival de poesía bonaerense
Viernes 03 de enero de 2025
Celeste Diéguez entrevistó al poeta nacido en Bahía Blanca en el último Festival Bonaerense de Poesía.
Entrevista por Celeste Diéguez.
Nacido en Bahía Blanca en 1968, Sergio Raimondi publicó Poesía civil (Vox, 2001; 17grises, 2010) y Lexikón (Mansalva, 2022), del que salió un adelanto con el título Para un diccionario crítico de la lengua en Alemania en 2012. Catulito (Vox, 1999; Vox–Neutrinos, 2017) reúne sus versiones del poeta latino Catulo, y LVCRECIO (n direcciones, 2023) un ensayo y una traducción del final del libro IV de De rerum natura. En 2019 se editó Problemas de escribir una oda al océano Pacífico, discurso de apertura del Festival de Poesía de Berlín. Además de poeta, es profesor de Literatura Contemporánea en la Universidad Nacional del Sur desde 2002. Fue director del Museo del Puerto de Ingeniero White (2003-2011) y secretario de Cultura de la ciudad de Bahía Blanca (2011-2014). Recibió las becas Guggenheim y Künstlerprogramm DAAD.
En el último y segundo Festival Bonaerense de Poesía, Celeste Diéguez, poeta, docente y editora, lo entrevistó en vivo y aquí reproducimos parcialmente ese intercambio. Diéguez publicó La capital, (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2012), La enfermedad de las niñas, (Club Hem Editores, La Plata, 2013), El camino americano, (Eloísa Cartonera, Buenos Aires, 2015), La plaza (Malisia Editorial, La Plata, 2017), Bondiola mechada (Yaugurú, Uruguay, 2018), Lo real (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2018) y La canción del amor (Tammy Metzler, Buenos Aires, 2020). Codirige el ciclo de poesía y música de la Municipalidad de La Plata “Ciudad de poetas” y coordina el taller de escritura creativa El golpe de horno.
En una entrevista que te hicieron el año pasado en la Cámara de Diputados por los 40 años de democracia, -y que recomiendo mucho- decís que en los 90, la realidad había cambiado, el mundo había cambiado y que ya no podías leer la poesía que leías en la adolescencia del mismo modo; que “sus presupuestos no permitían tener una mirada perspicaz sobre la sincronía” que se estaba viviendo. Y que ahí, entonces, fueron surgiendo varias formas de resolver esa problemática; quiero invitarte a que nos cuentes un poco cuáles fueron las variables con las que abordaste esta tensión, no solo en Poesía civil, publicado dos meses antes del estallido del 2001, sino cómo estás pensando hoy esta cuestión, central para les que trabajamos con la palabra, de la pertinencia de la lengua poética/política, de la lengua en sí, para dar cuenta del presente.
Sí, la del vínculo de la poesía con el presente es para mí una pregunta fundamental. A la vez, no es una pregunta neta; quiero decir, que no implique sus problemas, que no tenga sus vueltas. Por un lado, porque la poesía tiene una conexión equívoca con la cronología; de hecho, se puede tomar un poema del VII antes de Cristo, pienso en Safo, y sentir una conexión hasta física: “como la manzana dulce volviéndose roja en lo alto de la copa, / en la rama más alta de la copa alta y que los recolectores olvidaron. / No, no olvidaron, no pudieron alcanzar”. A la vez con ese fragmento podés hacer una radiografía social y hasta económica del tiempo en el que Safo vivió. Y después están los modos de entender el presente o, en todo caso, de entender la intervención sobre el presente. Hace poco estuve leyendo una nueva edición de la poesía completa de Giannuzzi, escrita sobre todo en los 60 y 70, y es una poesía que está conectada al presente, pero no a ese presente que para nosotros quedó asociado a esos años: el de la manifestación, la marcha, la militancia. O sea, que la conexión de la poesía con el presente puede implicar una aparente desconexión, ¿no? Hay muchos ejemplos de conexiones sincrónicas que no fueron leídas en la sincronía. Pero bueno, ahora de pronto me acuerdo de un fragmento hermoso de Marx, unas notas que se publicaron bastante después de su muerte, uno de los pocos momentos en que escribe sobre literatura. Marx era un fanático de la poesía grecolatina. Estaba entre los que consideraban al arte griego como lo máximo. Y, sin embargo, en esas notas se refiere a cuáles fueron las condiciones en las que ese arte, por ejemplo, la epopeya, emergió. Bueno, dice, las fuerzas naturales todavía no habían sido dominadas… Y ahí arranca con unas preguntas espectaculares… No sé, capaz invento un poco: “¿Es posible Aquiles en la época de la pólvora?”. O, “¿qué es Júpiter frente al pararrayos?”. Y lo decisivo de esas preguntas es que, aun desde la admiración que sentía por el arte griego, las propone para decir básicamente que las condiciones en que aquella poesía emergió ya no existen más. Esa es una advertencia decisiva de la dimensión histórica de la poesía. Y una apuesta por un arte conectado, emergente de las condiciones de su época. Así me gusta pensar esta pregunta que es, para mí, tal vez, LA pregunta.
¿Y cuáles fueron entonces esas condiciones en los 90? Poesía civil lo publicaste en el 2001, ¿cuándo fue escrito?
En los últimos años de la década del 90 y el 2000. Yo tuve la suerte de presenciar una transformación increíble entonces, la del puerto de Ingeniero White. Claro, aun con los avances o modificaciones que se han dado, nosotros seguimos teniendo este problema macrocefálico. Porque, por ejemplo, en Ingeniero White el 2001 pasó en el 2000. Ingeniero White es el puerto de Bahía Blanca. Si no me equivoco, fue el lugar de la Argentina que más inversiones multinacionales recibió a lo largo de la década del 90. Y eso implicó por supuesto un cambio decisivo en el perfil productivo, con la expansión del polo petroquímico y de las empresas cerealeras, ligado a las privatizaciones y la apertura al capital extranjero, entre otras medidas de los gobiernos de Menem. Y en agosto del 2000… Por supuesto, eso en la prensa de Bahía Blanca se contaba con un tono celebratorio, Bahía Blanca “despegaba” … Yo, de hecho, trabajaba en el puerto, o sea que andaba por ahí. Donde antes había un cangrejal, de repente veías galpones enormes, caños kilométricos… A la vez, con los despidos y las jubilaciones anticipadas, la vida de los habitantes se volvía cada día más incierta. Había una asimetría fundamental entre la vida cotidiana y esas inversiones de millones y millones y millones. Bueno, en agosto del 2000 hubo un escape de cloro en una de las empresas. Por suerte ese día había viento y la nube se fue para el lado de la ría. Pero en realidad en ese escape había una señal de que esa asimetría había llegado a un límite... Al menos así lo entendieron quienes vivían ahí, que empezaron a reunirse en asambleas, cortaron la ruta… ¿Cuántos años pasaron de lo que yo te estoy contando? ¿23, 24 años? Tuvimos momentos de gran entusiasmo a lo largo de este tiempo, que sin duda estuvieron ligados a revertir esa asimetría. Pero ese puerto que se construyó en los ’90 está tal cual. Hoy. ¿Se podrá decir lo mismo de la transformación de la economía argentina que se dio en aquella década? Quizás, y ahí hay algo por pensar. Además de dimensionar las insistencias, las recurrencias… Por ejemplo, esta voluntad de revisar la eficacia del Estado, que si querés ya está con Onganía en su avance sobre los “puertos sucios”. Y en realidad no es la eficacia del Estado. Lo que se revisa una y otra vez es la pertinencia del Estado de bienestar, capaz una de las mejores tradiciones argentinas, que a su vez necesita una y otra vez de actualización.
En La tendencia materialista, una antología crítica de la poesía de los 90 que salió allá por el 2012, definieron tu poesía como “materialismo histórico” afirmando que, junto con la crisis del 2001, Poesía Civil cierra la llamada “poesía de los 90”, pero Alejandro Rubio, gran poeta y querido amigo en común, decía que toda su obra hasta el presente giraba alrededor del sujeto caído del sistema durante el gobierno menemista… ¿Cómo te llevás con las categorías de la crítica literaria? ¿Te sirven para pensarte, para pensar tu obra? ¿Qué significan para vos los 90, la poesía de los 90? ¿Es una década, un movimiento estético cerrado, un modelo económico que se radicaliza? ¿es todo eso jugando junto o es otra cosa?
Para mí la poesía de los 90 tiene que ver con una suerte de hermandad, de acompañamiento en el tiempo. Decía recién del problema de lo macrocefálico, y creo que la poesía de los 90 debe haber sido uno de los fenómenos que más lo desarticularon si lo pensamos en relación a otras generaciones: Córdoba, Bahía Blanca, Rosario, Mar del Plata, La Plata. No solo como lugares donde pasaban cosas, sino como lugares que empezaron a estar conectados entre sí. Vínculos territoriales, culturales, afectivos también. En fin, un aprendizaje en común, acumulado. Vos lo nombrás a Alejandro Rubio. A mí me cuesta todavía hablar de Alejandro, porque lo extraño, y Alejandro es un buen ejemplo. Cuando Alejandro estaba vivo y yo veía en el celular una de sus llamadas… Porque Alejandro era un poco demandante a veces, y sin embargo ahora cada tanto me encuentro esperándolas. Capaz lo increíble de la poesía de los 90, lo digo como una hipótesis irresponsable, es que en un país que ha tenido una tradición fuerte en la prosa, como la sarmientina, como la del ensayo, las operaciones estratégicas que implicó el menemismo en la sociedad argentina no fueron leídas en su minuciosidad ni desde el ensayo ni desde la narrativa. Fueron leídas desde la poesía, y en sus diferentes niveles: en las modificaciones que implicó en la subjetividad y la sensibilidad, en la recuperación conflictiva de los 70, en las cuestiones económicas, en los desplazamientos lingüísticos. Dentro de treinta o cuarenta o cincuenta años, el que quiera buscar el documento más exhaustivo de qué implicaron los 90 en Argentina no lo va a encontrar en los libros de historia, tal vez ni siquiera en los periódicos, y capaz sí en un conjunto de poemas. Ahí se dejó una marca.
Hay algo muy presente en tu obra, y me animaría a decir, en la obra conceptual de toda tu vida pública, en la que, para mí, no solo hay que tener en cuenta Poesía civil o Lexikón, sino tus traducciones tan personales, versiones que sacan (o vuelven a poner) los clásicos latinos en la calle, tu decisión de hacer entrar el lenguaje económico a la poesía o poner la arquitectura lírica al servicio de discursos extraliterarios hipercodificados; o cada una de tus intervenciones públicas; esta inclusive, tus clases y seminarios, tus entrevistas y participaciones en congresos, tu trabajo como director de Cultura y director del Museo del Puerto de Ing. White, ese espacio tan especial donde se trabaja de manera única con la historia personal y colectiva de las y los vecinos trabajadores del puerto; o todas esas veces que cerraste un párrafo soñando con una historia del planeta a través de la pastelería, te cito: “un museo de tortas y masitas”, o cuando, para referirte al contraste entre el silencio de la dictadura y el bullicio de la democracia en tu ciudad, Bahía Blanca, tirás: “como si se pudiera leer la historia simplemente con la oreja”. Entiendo que ese es uno de los ejes de tu práctica, todo puede y merece ser “leído”, todo tiene una historia para contar. Entonces: ¿qué sonido, qué voz de la ciudad escuchaste al momento de escribir Poesía civil?
Yo a los 23 años empecé a trabajar en un museo creado cinco años antes, este que nombraste: el Museo del Puerto. Y empecé con una tarea alucinante, la de armar un archivo oral. Entonces estudiaba en la Universidad Nacional del Sur, y ya estaba remetido con la poesía latina. Así que me tomaba el colectivo todos los días hasta Ingeniero White leyendo, ponele, Virgilio, y le iba a tocar la puerta a un vecino de 70, 80, 90 años que había sido estibador, cocinera, maestra, ferroviario, albañil… Llegaba, me sentaba en la cocina de su casa, en su patio si era primavera o verano, ponía un grabadorcito y escuchaba. Y eso tuvo en mí un impacto enorme. No entonces, pero después supe que todas esas charlas constituyeron una formación paralela que implicó la necesidad de revisar las categorías que había aprendido en la universidad, que por lo menos en Bahía Blanca estaba muy atravesada por la tradición humanista. Porque ese mundo de las tareas de pilotaje del puerto, de la cocinera de una cantina, de una embarcación pesquera o del que paleaba cereal con un pañuelo en la boca no estaban en el horizonte de la universidad. Era un humanismo desentendido de su territorio, y desentendido también, en definitiva, de la dimensión popular de la cultura. Se lo puede explicar, más vale… Ahí está por ejemplo el antiperonismo clásico de la tradición humanista en la Argentina, pero a la vez esa antinomia no agota la cuestión. Porque el puerto está atravesado también por memorias socialistas, anarquistas. Bueno, si no perdimos ya la palabra libertario, por tradiciones libertarias. Esa era una palabra muy querida por Horacio González. Una palabra que él todo el tiempo traía, yo creo, inteligentemente, buscando con esa palabra ampliar el diálogo del peronismo con otras manifestaciones de la vida popular. Al final siempre hay un montón de tareas por hacer.
Entonces, retomando un poco lo que nos contabas antes, ¿qué voces creíste pertinente escuchar, incluir en tu nuevo libro? ¿Qué es Lexikón, y cómo llegaste a decidirte por ese título? Porque entiendo que fue un proceso extenso de escritura donde fue adoptando distintos nombres. ¿Qué mundo está queriendo leer? ¿A qué mundo le habla? ¿Qué quisiste hacer, cómo lo hiciste, con qué criterios, que te den ganas de compartir, fuiste articulando y ordenando los textos que tocan temas o materias tan diversas, buscando o procurando qué combinaciones, qué afinidades y contactos? Durante esta larga escritura, ¿cómo fuiste descubriendo adonde te llevaba? ¿Qué se mantuvo de aquella idea inicial, y qué fue cambiando?
Fue así, un proceso largo, muy largo, en el que el proyecto fue mutando, también tal vez en relación a otras mutaciones, y mutando sobre todo contra mis propias intenciones, porque la poesía tiene un poco eso, que cuando estás en el poema el movimiento no es exactamente tuyo, y en parte hay que dejarse llevar, o responder a algo que no habías calculado, previsto o al menos imaginado en términos conscientes. En un sentido, si lo digo rápido, capaz la pretensión de escribir un diccionario me llevó a entender, o hasta a celebrar, su imposibilidad. Como si hubiera necesitado la experiencia de hacerlo para reparar en ciertas limitaciones, ciertas prepotencias, en relación a ideas de completud. Hay una frase lindísima al inicio de un libro que Sloterdijk le dedica a la espuma: “Casi nada, y sin embargo no nada. Un algo”. No sé cómo será “algo” en alemán, pero recuerdo que cuando leí la frase pude ver ahí la cantidad extensísima de posibilidades que se despliegan más allá de la opción binaria de todo o nada. El diccionario terminó siendo así más un diccionario teórico, y metodológico. Incluyendo entre sus cuestiones cierta predisposición menos enfática al momento de entender. Porque, bueno, no sé si puede haber intervención sobre el presente sin incorporar la inquietud de no disponer a veces de instrumentos para pensarlo, para hacerlo. Hoy a veces advierto hasta una ansiedad para poner cuanto antes una categoría que defina lo que sucede. Esto es así. Ah, listo. Como si no se soportara reconocer que quizá las categorías de las que disponés no son las adecuadas. Y para mí es un poco al revés, porque en ese no saber, que te puede conmocionar más o menos, en general más, es donde están las chances de sospechar algo diferente.
Entre Poesía civil y Lexikón parece haber un cambio de escala; la primera más acotada, local, argentina, la segunda más planetaria o global, o más bien descentrada, excéntrica, en tiempo y espacio. Vos hablás de categorías que necesitan ser actualizadas todo el tiempo, como América Latina y la característica plural, mestiza del español. ¿Cómo pensás estas cuestiones?
A ver… Para volver al tema del presente, que tal vez no abandonamos en ningún momento. En el último período del diccionario, la pandemia quizá no haya sido ajena, empecé a tener con cierta nitidez, con cierta nitidez confusa, la sensación de estar en medio de una transformación, de una transformación que involucraba los modos de percibir el espacio, y el tiempo también. Siempre y cuando esas dos dimensiones se puedan separar. Y en Lexikón hay una consideración, o una advertencia, en relación a eso. A mí por ejemplo me tiene muy intrigado lo que el gobierno chino viene haciendo en relación al uso de internet. Fijate que es como si hubieran armado de nuevo la gran muralla. Y a la vez es impresionante cuando pensás en las diferencias que existen entre aquella y esta. Ahí tenés un dato no solo de la transformación, sino de su importancia política, porque lo territorial adquiere otros sentidos. ¿Dónde está esta nueva muralla? ¿Y cuáles son sus funciones? Y bueno, no la quiero hacer larga, pero hace muy pocos años un grupo de mujeres de una comunidad huarpe de Mendoza, de la que Mitre a fines del XIX estudió su lengua, dándola por perdida, le pidió al gobierno provincial que restituya al Aconcagua la “momia”, no sé bien cuál es el término, de un niño inca ofrendado a la montaña al parecer hacia 1400, antes de la llegada de los españoles. Unos alpinistas lo encontraron de casualidad a fines de los 80 y desde entonces venía siendo objeto de estudios por parte de la universidad. Para mí este episodio, hasta donde sé todavía sin resolver, es uno de los acontecimientos más impresionantes de los últimos años, por muchas razones. Hoy pareciera ser el momento más inadecuado para prestarle atención, por lo que yo justamente se la prestaría.
Tanto en Lexikón como en Poesía civil aparecen con recurrencia detalles y eventos que el microscopio no logra ver, que la ciencia no puede capturar/mensurar; una vez te escuché burlarte un poco de esa “confianza ilustrada” de creer que se puede ver todo, reducir todo a la horizontalidad del conocimiento, pero… me da la sensación al leerte, que para vos la poesía ofrece un método posible para tejer, unir eso que fue roto o artificialmente separado para retornarlo a una dinámica más integral, vinculante, relacional. Un método que lograría trascender ámbitos aparentemente disímiles, históricamente separados por cierto pensamiento, más que nada occidental, ¿no? intereses a los que les conviene la separación de ciertas cosas, como ahora que quieren separar el déficit cero de la heladera de la gente: como si fueran términos autónomos y no interdependientes, una disociación muy peligrosa; en fin, separar, categorizar no como herramienta de conocimiento, sino como una forma de mantener o conservar ciertos privilegios. Entonces, pensaba que una de las características más coherentes que se puede observar en tu práctica es esa búsqueda, ese flujo de volver a juntar, de reunir, re-unir algunas cosas. ¿Es así? ¿Cómo lo pensás vos? ¿De dónde vendrá esa voluntad?
Uhh. Supongo que de cierta sospecha acerca de la necesidad de poner en cuestión dominios en general muy delimitados de conocimiento, ¿no? Como si hubiera cada vez más cuestiones exigiendo esa capacidad para poner en relación, o para utilizar perspectivas de un dominio en otro. El tema de la dificultad actual para separar lo natural de lo social es uno, enorme. Creo que hay todo un conjunto de tareas por hacer, estratégicas, tomando esa dificultad como desafío. Hace poco volví a… ¿Viste que hay cosas, fenómenos, en los que podés estar muy involucrado un tiempo, pero que pasan, los dejás, y que hay cosas, fenómenos, que insisten, de los que por un tiempo te olvidás, o creés que te olvidás, y vuelven? A mí me pasa eso con Pasolini. Hace poco volví a encontrar un ensayo de 1965 que tiene un título genial, “La voluntad de Dante de ser poeta”, en el que dice que lo distintivo de Dante no está, como se dice, en su gesto de preferir el florentino vulgar ante el latín. Dice que lo distintivo de Dante es su “ensanchamiento lingüístico”, el hecho de haber ampliado esa lengua vulgar con giros comerciales, populares, jergas, lenguajes especializados, citas de lenguas extranjeras. Y cuando dice eso dice algo espectacular: dice que ese “ensanchamiento lingüístico” es, a la vez, un “ensanchamiento social”. Bueno, yo creo que también se podría agregar que ese “ensanchamiento” es un “ensanchamiento perceptivo”.
Para ir cerrando, te quiero preguntar si quedaron muchos poemas fuera de la edición de Lexikón que salió finalmente en Mansalva…
Sí, sí, quedaron muchísimos poemas afuera, casi otro libro, pero quiero aprovechar esta última respuesta para agradecerte tus preguntas, Celeste, que me resultaron muy pertinentes, o, en todo caso, en las que distinguí muchísima atención, una especie de intensidad de lectura con la que me sentí convocado, porque ahí hay, no sé cómo decirlo, una vocación hacia el poema, un compromiso. Que a su vez no está desvinculado de un afecto. Así que, si algo dijimos o hicimos esta tarde, bajo este sol terrible, fue efectivamente en el ida y vuelta.