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Entrevistas

Ruge el bosque: volver la mirada hacia nuestros ecosistemas desde la poesía

“Es un proyecto infinito que puede ir tomando diferentes formas", explican las responsables del colectivo que acaba de lanzar su segunda antología de poesía.  




Por Valeria Tentoni


   

Detrás de Ruge el bosque hay un equipo conformado por tres amigas y colegas, formadas en Letras pero especializadas en distintos saberes dentro del campo cultural y situadas en diferentes partes del continente. Valeria Meiller, directora del proyecto y editora, trabaja literatura y ecología desde la academia en Estados Unidos, Whitney DeVos es especialista en estudios literarios hemisféricos y vive en México, donde ahora está aprendiendo náhuatl y traduciendo obras escritas en lenguas originarias y en castellano. Javiera Pérez Salerno vive en Tandil, provincia de Buenos Aires, y se dedica a la gestión cultural y a la producción editorial: “Cada una aporta desde su lugar para planear, pensar y discutir las antologías”, explica. “También contamos con la colaboración de nuestra diseñadora Clarisa Chervin, que está radicada en Australia y le dio toda la identidad visual al proyecto”.  

Juntas ya sacaron dos antologías, Cono Sur y Mesoamérica, y produjeron Ecoteca, un podcast que sitúa a la poesía dentro de problemáticas medioambientales regionales que se puede escuchar en Spotify. Además realizaron acciones performáticas, como la que tuvo lugar en el MALBA durante el Festival Internacional Filba de 2022. 


    

¿Cómo nació la idea del proyecto Ruge el bosque y cómo se conformó el equipo de trabajo? 

Javiera Pérez Salerno: La idea de Ruge el bosque surgió inmediatamente después de la pandemia, cuando en nuestras conversaciones empezó a aparecer cada vez más lo que pensábamos y sentíamos alrededor del presente de nuestros ecosistemas. En ese momento, por ejemplo, seguíamos de cerca la problemática de los humedales en Argentina. Nos preguntamos qué podíamos hacer nosotras desde nuestro campo de acción, que siempre fue la literatura, la producción cultural y la edición. Así se nos ocurrió la primera parte del proyecto, que comenzó con una convocatoria abierta a poetas de todo el Cono Sur. La propuesta fue un llamado a volver la mirada hacia nuestros ecosistemas, pero desde la poesía. Investigamos mucho sobre qué se había escrito antes, rastreamos antecedentes ecopoéticos, llegamos a Nicanor Parra, volvimos a leer a Marosa di Giorgio con otros ojos y fuimos encontrando varias claves que nos ayudaron a armar el proyecto.  

¿Podrían expandir un poco la idea de "bioma poético"? ¿De qué se trata ese concepto, así como el de "ecología literaria"?  

Javiera Pérez Salerno: Todo nuevo proyecto necesita nuevas palabras. Con Ruge el bosque estamos haciendo mucho más que una selección de antologías, buscamos generar una intervención concreta sobre este tiempo que nos toca vivir, su lenguaje, su producción cultural. Por eso necesitamos nuevos conceptos que acompañen este nuevo espacio. Así surgieron “bioma poético” o “bosque sonoro”, como una forma de dar cuenta de estas producciones, sus diferencias y sus matices. La diversidad es la clave de estas antologías y también del podcast: queremos representar todas las voces posibles, las minorías racializadas, las comunidades indígenas, las miradas queers sobre la naturaleza, las voces migrantes. Esos son algunos de los biomas que aparecen en los libros. El concepto de ecología literaria viene tiene que ver con las interacciones entre lo literario y el medio ambiente. Pero también los microambientes que construye literatura en sí, y sus posibilidades especulativas de reconfigurar el mundo. El término ecología literaria también recuerda el concepto de ecología política, un campo que interroga críticamente a la naturaleza por el análisis de las relaciones de poder y sus asimetrías. Las ecologías poéticas-políticas de Ruge el bosque nos permiten articular tanto las condiciones actuales como las esperanzas emergentes.  

¿Con qué lecturas acompañaron esta idea de cruce entre ecología y literatura?  

Valeria Meiller: El proyecto se inscribe dentro de las humanidades ambientales como un campo de estudio que indaga la interrelación entre los lenguajes culturales y la crisis climática actual. Dentro de esta perspectiva tan amplia, que tiende a incluir muchas disciplinas además de a la literatura, nuestra investigación se orienta específicamente a pensar los modos en que los vocabularios poéticos del siglo XXI resisten y denuncian las lógicas extractivas del Antropoceno. En este sentido, nuestro trabajo encuentra inspiración en las investigaciones de latinoamericanistas como Azucena Castro, Gisela Heffes, Sofía Rosa y Carolyn Fornoff que hace tiempo vienen conceptualizando los vínculos de la poesía contemporánea con la crisis climática. Dentro de estas conversaciones, la particularidad de Ruge el bosque tal vez reside en ser un proyecto orientado a reunir poetas de tradiciones literarias que, hasta hace muy poco, habían permanecido aisladas. Esto se ve, específicamente, en cómo los campos de estudios y los mercados editoriales separan a las literaturas en lenguas coloniales como el español o el portugués de aquellas escritas en lenguas originarias.   

Nuestra intuición es que necesitamos apostar a la creación de redes plurales, de encuentro y de confluencia entre estas tradiciones, para pensar en el Antropoceno. Por eso, apelamos a la diversidad lingüística en nuestras antologías y buscamos reunir poemas en lenguas indígenas, criollas e híbridas. Del mismo modo, intentamos buscar puntos de confluencia no sólo en las literaturas del siglo XXI sino también en las tradiciones que nos preceden. ¿Qué tradiciones poéticas del pasado, leídas a contrapelo, pueden demostrar tener una preocupación medioambiental, sea de manera explícita o no? Pensando en este ejercicio de reformulación, por ejemplo, en el primer volúmen dedicado al Cono Sur decidimos que cada sección del libro estuviera titulada simultáneamente por un verso de la poesía de la uruguaya Marosa di Giorgio y conceptos medioambientales de los pueblos originarios del Cono Sur provenientes de las lenguas guaraní, kunza y aché. Entre la irreverencia ontológica de los jardines marosianos y los conceptos medioambientales de los pueblos originarios, la antología ponía a dialogar a las lenguas y a los territorios del Cono Sur para revisar los procesos de saqueo colonial y sus heridas.  

Para el volumen dedicado a mesoamérica, siguiendo ese hilo de sentido, evocamos los versos del poeta Humberto Ak’abal, originario de una comunidad maya k’iche’ en el altiplano occidental de Guatemala. Ak’abal comenzó a escribir en español, porque era “analfabeto” en su propia lengua materna, en la cual empezó a poetizar en los ochenta como acto de resistencia cultural en pleno genocidio maya. Así, su poética nos permite, al mismo tiempo, trazar una preocupación por la continuidad de formas de vida en la tierra y la continuidad de las lenguas en los territorios de Abiayala. Junto a los versos de Ak’abal, cada sección del libro reúne también conceptos medioambientales provenientes de pueblos originarios de la región mesoamericana y correspondientes a las lenguas guna, maya k’iche’, miskito y náhuatl. Entonces, para cerrar esta respuesta sobre “ecología y literatura”, nos interesaba pasar del monolingüismo al plurilingüismo, de la centralidad de lo humano a la pluralidad de lo viviente, de la exclusividad del paradigma occidental a la diversidad de las cosmologías de nuestro continente para desafiar, justamente, los modos (o “el” modo) en qué tradicionalmente hemos leído literatura “latinoamericana”. 

¿Cómo eligieron el territorio de mapeo, y de dónde proviene esta idea geográfica Abiayala/Afro/Latinoamérica?  

Valeria Meiller: Nuestro proyecto se propone compilar expresiones poéticas medioambientales desde la frontera del Río Bravo hasta la punta de la Patagonia en una serie de antologías dedicadas al Cono Sur, Mesoamérica, la Amazonía, los Estados Andinos, y las Guayanas y el Caribe. A partir del uso de categorías regionales (en lugar de, por ejemplo, pensar desde las literaturas nacionales) buscamos indagar cómo los territorios comparten características que trascienden los trazados geopolíticos. El deseo de pensar más allá de la categoría de nación está movilizado, por un lado, por el modo en que la nación invisibiliza formas de producción literaria que no se ajustan a criterios de homogeneidad identitaria y lingüística (a pesar de que, en las últimas décadas, estamos viendo a varios estados de nuestro continente reconocer sus identidades plurales y reconocerse estados plurinacionales como sucedió con Bolivia en 2010). Por otro lado, consideramos que la crisis climática requiere nuevas formas de pensamiento territorial para dar cuenta de realidades medioambientales compartidas. Ruge el bosque se organiza como un proyecto de cooperación transnacional que nos permite mirar transversalmente y trazar redes de solidaridad y cooperación entre territorios. Nos interesa investigar cómo, por ejemplo, categorías como la cordillera de los Andes o la Amazonía nos permiten pensar a través de Estados y territorios heterogéneos que comparten la identidad de sus ecosistemas.   

Entre sus esfuerzos por subrayar estas líneas de encuentro y cooperación, este segundo volumen adopta una redefinición conceptual del término “Latinoamérica” como “Abiayala/Afro/Latino-América”. Esta definición reconoce y reivindica la presencia de comunidades originarias y afrodescendientes en el territorio conocido como América Latina, insistiendo en la diversidad cosmológica y cultural que caracteriza a la región. Seguimos, por ejemplo, al académico Arturo Escobar, quién insiste en que no habitamos un continente unificado ni en su historia ni en su cultura sino que se trata de un pluriverso dónde “los mundos indígenas y afrodescendientes, en particular, han cobrado una importancia inusitada en la redefinición de una supuesta identidad y realidad compartidas”. Escobar explica que no se trata de una definición ideal, dado que esconde otros ejes claves como rural/urbano, clase, género, generación, sexualidad y espiritualidad. Pero es una manera inicial de problematizar y, al menos, hacernos tartamudear, cuando con tanta naturalidad invocamos a “América Latina”.  

Además de medioambientales, se proponen el trabajo sobre lo plurilingüístico: ¿qué vínculo encuentran entre estas dos líneas? 

Whitney DeVos: Creo que para acercarme a esta pregunta, es importante hablar un poco de territorio. Este concepto nace con el despojo de gente originaria de sus tierras ancestrales por los poderes coloniales y, posteriormente, la instalación de los Estados naciones. Durante la etapa de la consolidación de los Estados nacionales, tener un lenguaje común se volvió un componente esencial para el concepto de la “identidad nacional”. Así el lenguaje estaba ineludiblemente ligado a un territorio en específico. Pero, desde otra perspectiva, siempre ha sido el caso, aún antes de que existiera el concepto de territorio como propiedad estatal. Porque desde el lenguaje se expresa la cosmovisión, la sabiduría, la curaduría, la historia de un lugar. Si entendemos el concepto de “territorio” en términos amplios, se trata no sólo de la tierra sino de muchas otras cosas. Adam Coon, especialista en poesía nahua contemporánea, explica territorio como “una mezcla interseccional de espacios acústicos, lingüísticos, visuales, epistémicos y topográficos.” A todo esto podríamos añadir también espacios medioambientales. 

Hay investigación que demuestra una correlación entre la biodiversidad y la diversidad lingüística. ¿Por qué? Porque los “puntos clave” mundiales de la biodiversidad existen de manera desproporcionada en lugares donde las comunidades originarias locales han logrado mantener sus tradiciones ancestrales. Tales comunidades que todavía siguen cuidando sus tierras lo hacen desde puntos de vista, manifiestos en sus lenguas, en que la tierra no es un recurso para explotar, sino un ancestro suyo. Bajo estas condiciones en las que las comunidades mantienen una relación de interdependencia entre sus miembros y su entorno, visto como miembro propio de la comunidad, florece la biodiversidad. Las comunidades lingüísticas vienen de territorios específicos y, hay que decirlo, están brutalmente amenazados por el extractivismo y otras formas de violencia. Pero a la vez crean territorios suyos por sus lenguajes y sus poemas, inclusive en la diáspora, y estos territorios desafían lógicas estatales y, además, maneras hegemónicas de saber. La antología quiere visibilizar las epistemológicas que han sido marginalizadas por los estados que anteponen el extractivismo y la ganancia a las comunidades que se encuentran dentro de sus fronteras. Además, la antología pretende ponerlas en diálogo con autores que comparten ciertas afinidades, pero que escriben por medio de los lenguajes coloniales. En nuestra época, los vínculos entre lenguas y territorios están siendo cuestionados y reconfigurados. Sobre todo por la migración, que sólo va a aumentar a medida que aumente el número de refugiados climáticos debido al calentamiento global. Dentro de este contexto, para enfrentar una crisis de escala planetaria, el plurilingüismo nos parece esencial.

Resistencia y futuridad ante la desaparición de la diversidad: ¿qué lecturas les dieron indicios tempranos de que la poesía tenía potencia como para acompañarles en tales objetivos?  

Whitney DeVos: Hay que decirlo: las proyecciones sobre la pérdida de lenguas son increíblemente sombrías. Se estima que para el próximo siglo desaparezcan casi la mitad de las aproximadamente 7.000 lenguas que se hablan en nuestro planeta. Las cifras relativas a la biodiversidad son igualmente devastadoras. Al mismo tiempo, en muchas comunidades originarias de Mesoamérica, la poesía ha surgido como herramienta para combatir la pérdida de la lengua que, como vimos en la pregunta anterior, tiene que ver con la pérdida de biodiversidad.   

Muchos de los poetas incluidos en Ruge el bosque han sido actores claves en los movimientos contemporáneos de la resurgencia de las lenguas. Wingston Gonzalez, por ejemplo, fue líder del el proyecto de microedición Wanichugu, dedicado a promover la literatura reciente de la comunidad garífuna centroamericana. Taira Edilma Stanley ha concebido su producción poética como una parte fundamental de su trabajo como profesora y activista del movimiento indígena de Panamá y co-Coordinadora del Grupo de Trabajo “Pueblos indígenas disputas epistémicas territoriales”. Para ella, no se puede separar su identidad de la poesía, dice que en “el Pueblo Kuna somos todos y todas poetas”. Martín Tonameyotl, por su parte, es uno de los activistas lingüísticos más activos en mesoamérica; compila antologías plurilingüísticas de poesía no sólo para demostrar la riqueza de la literatura “mexicana” sino también para crear vínculos de solidaridad que atraviesan distintas comunidades y lenguas dentro del país. Son sólo tres ejemplos en que la defensa del territorio lingüístico se traduce en la defensa del territorio en un sentido más amplio.  

La poesía, ya sea en lengua originaria o lengua colonial o lengua híbrida, aborda los límites del lenguaje, y así del pensamiento, ofreciendo un lugar desde donde acercarnos  a maneras emergentes de entender, habitar y construir el planeta. En este sentido, encontramos resistencia y futuridad dentro suyo . Pero no nos hacemos ilusiones de que la producción cultural sea suficiente por sí sola para enfrentar la violencia del capitalismo racial y sus formas persistentes de colonialidad, que son las raíces de nuestra crisis colectiva. Por eso nos sentimos tan inspiradas por los poetas activistas cuyo trabajo presentamos, quienes habitan la poesía de las mismas formas  en que las que combaten las muchas formas de violencia de la vida contemporánea. Esperamos que los lectores se sientan animados a aprender más sobre sus vidas y carreras “fuera de las página”, y que, al igual que nosotras, admiren y aprendan de sus tácticas luchadoras para organizarse contra lo que Jessica Hernández ha denominado el “ecocolonialismo”.  

Ahora acaban de publicar una segunda antología, pero también tienen un podcast y realizan acciones performáticas: ¿qué idea expandida de literatura acompaña este proyecto?  

Javiera Pérez Salerno:  Pensamos la expansión no solo territorialmente sino también en relación con otras expresiones artísticas. Nos interesa que el proyecto circule en diferentes formatos, más allá del papel, una industria que además está en crisis. Desde nuestro podcast, Ecoteca, buscamos enlazar los poemas de las antologías con problemáticas medioambientales regionales. En esta parte del proyecto trabajamos junto a Celeste Prezioso, editora de sonido, y el músico Federico Durand y convocamos para cada episodio  a músicos invitados, que crearon ecosistemas sonoros para acompañarnos. Buscamos armar, entre poesía y música, un bosque acústico y experimental que responda cada problemática en particular que enfrentamos en nuestro tiempo.  

Desde el principio comprobamos que la propuesta de Ruge el bosque despierta interés. Tuvimos la suerte de ser invitades a eventos muy hermosos, como la apertura de FILBA o los ciclos de Fundación Andreani y también participamos de espacios especializados de traducción como Loreen Forum e hicimos lecturas online, lo que le dio una espesura más performática al proyecto.  La logística no es fácil, porque todas las personas que formamos parte del proyecto estamos en diferentes partes del continente, pero armamos una puesta que puede ser montada en diferentes espacios, con sonidos y proyección de imágenes para acompañar las lecturas. 

Para el futuro, nuestros planes incluyen un mapa decolonial en nuestro sitio web, donde los usuarios puedan navegar los territorios, los poemas y los ecosistemas de nuestras antologías; para lo que esperamos poder conseguir financiamiento. Ruge el bosque es un proyecto infinito que puede ir tomando diferentes formas. 

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