Roberto Chuit Roganovich: “Soy adicto a escribir”

Lunes 07 de abril de 2025
Con su primera novela ganó el Premio Futuröck, con la segunda el Premio Clarín: conversamos con el escritor cordobés sobre Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores.
Entrevista y fotos por Valeria Tentoni.
Nacido en 1992 en Córdoba, Roberto Chuit Roganovich ha sido premiado por todo lo que escribió. Con su primera novela, Quiebra el álamo, ganó el Premio Futuröck en 2022; con la segunda, Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores, ganó el Clarín el año pasado. En el medio, su libro de cuentos Todos los terneros y los pumas ganó el Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes. Su escritura ha sido reconocida por autores como Mariana Enriquez, Samanta Schweblin, Alberto Fuguet, María Moreno, Luis Chitarroni y Martín Kohan.
Vive entre Buenos Aires y Córdoba, donde se graduó como Doctor en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba, institución en la que además da clases. Formado, por su parte, en el de Luciano Lamberti, actualmente dirige talleres de escritura creativa y está concluyendo su beca en CONICET.
Acabás de ganar el Clarín, venías de ganar otro premio. ¿Quiebra el álamo era tu primera novela escrita?
Lo primero que escribí de largo aliento fue una novela en la que intentaba rescatar la historia de la familia de mi mamá en Montenegro y en los pueblos eslavos. Después escribí Quiebre el álamo. No tenía ninguna intención verdadera de publicarla, pero por alguna razón empecé a conversar con Mariana Enriquez por Twitter, a través de un post que yo había hecho sobre bandas argentinas contemporáneas. Ella aceptó recibirme el manuscrito y leerlo. Ganó el premio Futuröck de novela con un jurado compuesto por Martín Kohan, María Moreno y Luis Chitarroni. Después tengo cuentitos sueltos que, al no tener cierta coherencia de contenido, no me animaba a publicar o a mandar a ninguna editorial, sabiendo también que muchos de mis amigos estaban intentando publicar y que mandaban mails a diferentes editoriales y las editoriales no respondían tan bien como ellos esperaban. Amigos del taller con Luciano Lamberti, un taller de escritura creativa virtual donde había gente de Córdoba, de Buenos Aires, de Mendoza, de Tucumán, etc. La respuesta era básicamente uniforme: recibimos demasiados manuscritos, no tenemos tiempo de leer todos, esperarnos a ver qué pasa. Y esa espera se dilata hasta el fin de los tiempos, lo que obliga a mucha gente a pensar en la autopublicación o en editoriales que trabajan con pagos anticipados, que es un poco más complicado. Y si no están los premios literarios. Acá en Argentina, el premio metálico funciona siempre como anticipo de regalías: te publican, pero los primeros 1000, 1500 ejemplares que se vendan se te pagaron con el premio.
Cuando ganaste el primer premio, ¿te lo esperabas?
En el momento en que vi quiénes oficiaban de jurado, sentí que no lo iba a ganar, porque ni Martín Kohan, ni María Moreno, ni Luis Chitarroni, aunque él estaba en un espacio un poco más flexible, consumían o recomendaban en sus entrevistas o en sus clases el tipo de literatura que a mí hoy me interesa escribir. La di por perdida. Para ese entonces yo vivía en Córdoba, mi mamá me insistía mucho en que fuese a la premiación. Esta novela ya había resultado finalista en un premio de la Fundación Proa, a la que fui y perdí. No tenía ganas, no sólo de perder de vuelta, sino también de tener que esperar cinco horas, charlar con gente que no conozco, tomar café, etc. Así que mi hermana y mi mamá me obligaron, de algún modo. Pagamos a medias el pasaje con mi mamá y bueno, resulté que ganador, inexplicablemente.
¿Y cómo se escribe después de un premio? ¿Se te resolvieron las cosas que no se resolvían mandando mails a editoriales como antes?
Hasta publicar Quiebre el álamo no había mandado un solo mail a ninguna editorial. Yo no quería publicar ni estaba esperando publicar. Yo escribía y me gustaba escribir, porque para mí escribir es el centro, a pesar de que es la práctica más masoquista y autoflagelante que conozco, por lo menos en mi caso. Soy adicto a escribir. Después de que se publicó la novela empecé a ver que había gente que se me acercaba, o editoriales que me preguntaban si tenía algo nuevo escrito. Pero como, de vuelta, no tenía intenciones de publicar y sabía que haber ganado este premio me permitía tener cierto tiempo hasta sentirme a gusto con lo nuevo, no volví a mandar. Después, en el 2023, gané el Fondo Nacional de las Artes por un volumen de cuentos que todavía está inédito, que no lo pienso publicar a corto plazo porque no me gusta. Hay cuatro o cinco cuentos que considero decentes, pero hay otros siete, ocho, nueve que deberían ser reescritos o eliminados. Y después pasó con esta novela. No estoy desesperado por entrar al circuito. Doy talleres de escritura creativa y lo que intento decirle a la gente que se acerca a mis talleres es que las publicaciones de alguna manera van a venir solas. Lo que uno tiene que hacer es escribir y enfocarse en eso. Muchas veces te encontrás con gente joven y no tan joven que está más desesperada por publicar que por escribir, y me hace acordar mucho a un tweet de Carlitos Busqued que decía que ser escritor es una práctica social al alcance de cualquier persona, mientras que escribir una novela es una práctica artística al alcance de muy poca gente. Entendí que el ser escritor requiere otra clase de destrezas que yo no tengo, que son las de la sociabilidad, la de poder escaviar mucho durante largo tiempo y tendido y hacer lobby y acercarse a asados y etcétera. Mientras que escribir una novela es una práctica mucho más solitaria, en la soledad de nuestras respectivas casas, con alguna musiquita tranquila, pero sin la intervención de terceros. Por supuesto que hay terceros que son los que te van guiando en la lectura y que te van diciendo esto sí, esto no; pero la escritura no requiere algo en lo que yo no soy diestro y en lo que no tengo ningún tipo de soltura, que es tener que charlar con gente que no conozco. Me aburre y me pone muy ansioso.
¿Qué crees que es lo más complejo de escribir una novela, de meterte en eso? ¿Tener que ser funcional en la vida, en paralelo, por ejemplo?
Para mí escribir no necesariamente cuento, sino escribir una novela es incompatible directamente con la vida. Llega un momento de la escritura en la que los personajes con los que estás trabajando, sean antropomórficos o no, como es el caso de lo que escribo, invaden tanto tu vida e invaden tanto tus espacios vinculares y tus espacios laborales, así como los espacios de divertimento, que el mundo se vuelve completamente brumoso, con límites súper difusos. Hay instancias de la sociabilidad en la que no puedes conectar, estás pendiente de los personajes que creaste y que ya han cobrado cierta autonomía y se resisten a hacer lo que vos querés que hagan porque están pidiendo hacer otra cosa. Entonces, cada vez que me siento escribir algo de largo aliento, espero profundamente terminarlo, porque en el momento en el que siento que pongo un punto final y se la mando a algún compañero para que lo revise, siento que el mundo vuelve a solidificarse.
¿La novela te esclaviza, dirías?
Para mí es una forma de adicción. O sea, no sé si es de las más sanas, pero para mí escribir es completamente adictivo, a pesar de que la pase muy mal. El momento en el que uno se pone frente al castillo del español, empieza a descubrir que tal vez no entiende la lengua tanto como cree, y eso que es la lengua en la que yo le digo a mi mamá que la amo, o sea, debería ser una lengua que me pertenezca por derecho y por simplemente haber nacido en este país. Pero de repente se te vuelve una enemiga y te pone de cara frente a tus propias imposibilidades. Sobre todo en algunas de las cosas que escribo, en donde intento simular formas del habla o formas de la escritura que se alejan del habla humana. ¿Cómo hago desde el español para simular un habla no humana? Es un problema no sólo teórico, metafísico, espiritual, sino también, bueno, formal. ¿Cómo hago para convertir esto en algo que sea entendible o inteligible para un otro? Siento que es una forma de adicción que sólo cesa cuando ponés lo que crees que es un punto final. Ahí el mundo vuelve a ser sólido, ahí los vínculos vuelven a ser vínculos, ahí tu casa vuelve a ser tu casa y tu sillón vuelve a ser el sillón de Netflix y no el sillón donde estás reventando un teclado. Es más, tengo que cambiar un teclado ahora porque con esta novela mi teclado de la notebook voló. Tengo cuatro teclas menos.
¡¿De qué manera lo rompiste así?!
No sé, uno entra en un estado febril, extraño, de escritura. En momentos de tensión o de puntos álgidos de la tensión de la narración, a veces suelo escuchar música un poco pesada. Como no escucho lo que sucede a mi alrededor, siento que tecleo demasiado suave y vuelan las teclas. No tengo la o, no tengo la e, no tengo la n. Y la barra espaciadora está muy floja de papeles.
¿Qué música escuchás al escribir?
Yo escucho de todo, a mí me gusta de todo, pero hay momentos en donde necesito un estímulo. Padezco de hiperacusia, cuando hay sonidos muy agudos siento que me están metiendo un cuchillo en la cabeza. Entonces estoy obligado a usar unos taponcitos que me cortan ciertas frecuencias agudas. Eso no me pasa cuando uso auriculares. Vivo en una planta baja en Palermo, donde pasan camiones de bomberos, policías y ambulancias todo el tiempo, y me distraen de la práctica de la escritura, entonces escucho música pesada. Tool, Mastodon, White Ward; o sea, música pesada en serio. Y cuando estoy en otros momentos de la escritura, tal vez más poéticos o más distendidos, sí escucho otro tipo de música: John Williams, Hans Zimmer, Howard Shore, gente que me gusta mucho. Pero por lo general escribo en silencio y con tapones puestos.
Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores es un título extraño que te recibe en el primer texto, en la primera voz que aparece de las cuatro que van a aparecer. La novela está armada en cuatro tiempos: el tiempo de la conquista de América, el siglo XIX, después en el 45 y finalmente en el futuro, en 2036. En cada uno de esos tiempos que van corriendo en simultáneo hay distintas voces, distintos puntos de vista. Hay primera persona, segunda, tercera.
Era también un ejercicio de escritura intentar trabajar con diferentes registros narrativos, porque sentía que una novela así de larga como me terminó quedando me iba a resultar insoportable si era idéntica desde la página uno a la 430 y pico. Es que no puedo sostener una voz narrativa durante mucho tiempo porque me empiezo a aburrir. Entonces, para cada uno de los personajes encontré un espacio de narración diferente. Está la que abre el libro y le da título al libro que es una segunda persona extraña, donde alguien le está narrando a otro alguien al oído lo que sucede en América. Después intenté trabajar con el registro epistolar o de diario, que es una primera muy formal, también muy atada al personaje, un emisario argentino que viaja a Londres a hacer trabajo empresarial. Después una tercera un poco más humilde y poco más focalizada en un personaje. Y después una primera que ya es como una primera disgregada o separada de sí, que me permitía trabajar con diferentes tiempos verbales, ya sea el pasado, el presente o proto futuro.
¿Dirías que la novela pertenece al New Weird?
Quienes estudiamos el New Weird verdaderamente no sabemos qué quiere decir New Weird. Intentamos definirlo y caemos en definiciones a veces muy parecidas o muy limitadas, en decir que se trata de una mezcla entre la ciencia ficción, fantástico, etcétera. En Quiebra el álamo el acontecimiento que radicaliza un quiebre en la vida de los personajes viene desde el exterior a través de unos obeliscos extraños que traen adentro unos seres muy gentiles. Y esta segunda novela no viene nada del exterior, sino que es la Tierra misma, Gaia, la que está diciendo algo que emerge o desaparece a los ojos de los humanos en diferentes momentos de la historia. No hay viajes en el tiempo, de modo que las historias no están conectadas entre sí más que por algunos detalles puntuales que hacen que pueda leerse como una continuidad, pero importa más la subsistencia de la planta que la subsistencia de cada uno de los personajes que terminan acercándose a ella de maneras súper fortuitas.
Trabajas también con muchos elementos de la historia argentina. Trabajas sobre la colonización, trabaja sobre la conquista del desierto, trabaja sobre el papel de Argentina en la Exposición Universal de París.
La parte más divertida, porque no implicaba escribir, era leer acerca de estos hechos, documentarme. La historia argentina me fascina. También aprender un poco de botánica, cosa que no sabía. Y volver a leer mis apuntes de lingüística, porque llega un momento en el que hay un mensaje que está intentando dar la planta, que uno de los personajes intenta descifrar, tal como hace la protagonista de Arrival en la peli de Denis Villeneuve, basada en un libro de Ted Chiang, un escritor que me gusta mucho. La parte que más me divirtió fue leer, investigar y sobre todo planear una voz dislocada. Así que tuve que volver a leer Oficios de tiniebla cinco de Camilo José Cela, que no lo quiero mucho, no sólo por franquista, sino porque su literatura no me gusta mucho. Pero ese libro me parece un gran experimento formal que deberíamos leer todos, porque son 400 y pico de páginas sin una sola coma, sin un punto seguido.
Venís desde esta tradición de escritores cordobeses, de hecho Lamberti, quien te dio taller literario y también estudió Letras donde vos, ganó el Clarín un año antes. Para cerrar, ¿qué podés contarnos de ese circuito?
Entramos a Letras con muchos amigos y empezamos a descubrir no sólo que existían escritores cordobeses, que ya lo sabíamos, sino que esos escritores cordobeses por lo general paseaban o iban a tomar algo a lugares a donde nosotros íbamos. Siendo muy chiquitos veíamos a María Teresa Andruetto, a Eugenia Almeida, a Federico Falco, a Luciano Lamberti, veíamos a Carlos Busqued, a Camila Sosa Villada, y era eran héroes para nosotros. Era gente que estaba publicando sus primeros libros, o era gente que estaba haciendo sus primeras obras de teatro. Pensábamos que el mundo editorial habitaba acá en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cosa que es cierta. Pero algo sucedió en Córdoba de repente, que la gente dijo bueno, vamos a escribir y vamos a intentar escribir bien. Y han aparecido algunas figuritas importantes que me convidaron la idea, sin saberlo ellos, de que se podía hacer. Por eso yo los quiero mucho, a pesar de que no lo sepan. Nos hicieron recordar que podíamos escribir siendo del interior. Algo tan simple como eso. Que el mundo de la literatura y el mundo editorial no eran mundos que teníamos vedados solamente por haber nacido en el interior del país.