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Richard Matheson: el gigante del terror y la fantasía

Por Luciano Lamberti

"Estoy en la posición de decir que todos, alguna vez, han sido tocados por alguno de los tentáculos de Matheson. En el cine, en la televisión, en la literatura, sus tentáculos son largos y sus límites nunca del todo definidos". Un perfil del autor de Soy leyenda.

Por Luciano Lamberti.

 

Hay escritores invisibles, escritores que son menos un nombre que un puñado de historias, escritores ubicuos, escritores que sostienen humildemente las columnas de la, por decirlo así, cultura popular, pero cuyo nombre no es venerado por más de un reducido grupo de fans. Escritores que funcionan como una caja de resonancia, y que dejan su rastro incluso en producciones que no tienen nada que ver con ellos, como si siguieran sonando después de un tiempo, en otras voces y otros ámbitos. Todavía recuerdo con especial encanto la vez que vi, en el ciclo “Viaje a lo inesperado” una noche en casa de mi abuela, que se había dormido ostensiblemente en un sillón, Duel, el primer largometraje de Steven Spielberg: una película cuya acción principal, casi la única, transcurre durante la persecución de un camión cisterna al auto del protagonista. Es una película simple, de tensión sostenida, recuerdo que la vi casi sin moverme de mi lugar, solo alertado por los ronquidos de mi abuela, tan estruendosos como lo son todos en mi familia. En ese tiempo no sabía quién era Richard Matheson (no sabía ni quién era Spielberg, si vamos al caso, aunque años después lloraría viendo el final de E.T., cuando todavía usaba pantalones cortos) pero ya había sido tocado por uno de sus tentáculos.

Estoy en la posición de decir que todos, alguna vez, han sido tocados por alguno de los tentáculos de Matheson. En el cine, en la televisión, en la literatura, sus tentáculos son largos y sus límites nunca del todo definidos. Y seguirán resonando en obras que él mismo ni siquiera imaginó, expandiéndose.

Richard Matheson nació en 1926 en Nueva Jersey. Hijo de inmigrantes noruegos, se crió en Brooklyn y fue soldado de infantería en la Segunda Guerra Mundial. A los dieciséis años había escrito una novela, y desde ese momento no se detuvo. En 1951 se mudó a California. Como la del oro, había una fiebre del cine en California, que llamaba a los escritores de todo el país. Matheson, que siempre había amado las películas, escuchó el llamado y se mudó. En su vida, cine y literatura estarían irremediablemente unidos. Matheson quería contar historias, y no le importaba mucho el formato: podía ser el guión de una película o de un capítulo de La Dimensión desconocida, un cuento en una revista, una novela. Lo importante era dejar salir todo eso.

En los años 50, los escritores podían (escasamente) vivir de lo que escribían publicando en pequeñas revistas Pulp norteamericanas. Matheson comenzó su carrera con la publicación en The Magazine of Fantasy and Science Fiction de un cuento que ya es mítico: “Nacido de hombre y mujer”. Tenía veinticuatro años y el cuento sería la proa por la que navegaría la nueva ola de fantasía y ciencia ficción norteamericanas, tan lejos de los últimos estertores de Lovecraft & compañía como de la ciencia ficción dura de Asimov. En él, como en Bradbury o en Theodore Sturgeon, lo importante no eran nunca los datos comprobables, el rigor de la ciencia, sino más bien lo que Flannery O´Connor llama “el misterio de la personalidad humana”. Y es eso lo que estaba en juego siempre, sin importar si la acción transcurría en el futuro, en Venus o en la mente afiebrada de un escritor terrícola.

Ese solo cuento, el monólogo gótico de una criatura de múltiples patas que escala las paredes, cuyos padres lo mantienen encerrado en el sótano, que termina con una frase bastante inquietante (“Si intentan pegarme de nuevo les haré daño. Lo haré”) bastó para ubicarlo como la gran promesa de un género que estaba gastando ya sus últimos cartuchos. Su tema es la ambivalencia entre la ternura y el horror, y también la condena que significa ser padre, la enfermedad, la culpa. Amigos: todos hemos estado ahí, y es eso lo que en gran medida se repetirá en muchas de las obras de Matheson. La capacidad de alcanzar lo universal en el reducido campo de la ciencia ficción y la fantasía. La capacidad de tocarnos con una mano que hace que nos apartemos con asco, como ese pobre padre. La capacidad de decirnos: amigo, vos también estás ahí.

Desde ese momento, Matheson no paró de escribir. O de contar historias, más bien. Su contribución a la literatura fue pareja a la del cine, donde escribió muchos guiones, así como a la televisión: los mejores capítulos de La Dimensión Desconocida (como “Pesadilla a 20000 pies”, parodiado en Los Simpsons) llevan su firma. Escribió un centenar de cuentos, y muchas novelas, pero sobre todo escribió dos novelas, adaptadas al cine con desigual suerte, pero con tanta fuerza que bien podrían convertirse (en un futuro no muy lejano) en mitos, independientes del nombre de su autor. Todo el mundo conoce a Frankenstein (o al monstruo creado por Frankenstein, que no es lo mismo) o a Drácula, son parte de la cultura popular, aunque no muchos sepan que fueron escritas por Mary Shelley o Bram Stoker, respectivamente. Los monstruos se independizan de sus creadores, incluso de las obras que los generaron, y saltan al imaginario popular.

En Matheson, sus novelas Soy leyenda y El hombre meguante pertenecen a estos casos.

La primera es una novela post apocalíptica, cuyo conflicto está contenido en la primera frase “En aquellos días nublados, Robert Neville no sabía con certeza cuándo se pondría el sol, y a veces ellos ya ocupaban las calles antes de que él regresara”. El “ellos” es la clave: los seres en que, infección mediante, se han convertido los humanos, una nueva raza, una especie de vampiros / zombies. Neville, en este sentido, es el último sobreviviente, el último humano, dedicado a pasear por la ciudad tratando de sobrevivir. Los vampiros/zombies de Matheson hablan, se mueven y actúan como los humanos, lo cual acentúa su efecto: es mucho más difícil distinguirlos. Hay un vecino de Neville que lo llama, todas las noches: que el mal, o esa nueva forma de vida que podemos llamar el mal, viva al frente de tu casa, es la clave para pensar en lo siniestro, el viejo concepto de Freud según el cual algo que era familiar revela, de pronto, una faceta desconocida. Soy leyenda es una novela corta, sin ripios, intensa, de tensión creciente. Y sus tentáculos son innumerables. Tuvo tres adaptaciones cinematográficas (la última, bastante digna a mi entender, aunque se separe visiblemente del libro, es del 2007 y está protagonizada por, ejem, Will Smith), pero siguió resonando por afuera o por debajo de si misma, en todo el “movimiento zombie” (a esta altura ya podríamos llamarlo así) desde La noche de los muertos vivos de Romero hasta The Walking Dead, desde la floja Cell de Stephen King hasta la descomunal La Carretera de Cormac Macarthy. Es una novela política, por supuesto, sobre la diferencia, sobre la fidelidad y la supervivencia, pero también, como en todos lo momentos en los que Matheson alcanza grandes estaturas, es una novela sobre la, digamos, condición humana. Amigo: todos hemos estado ahí. ¿Quién no se ha sentido nunca como el último hombre sobre la tierra? ¿Quién no se pensó a si mismo como el único distinto? Robert Neville representa, en gran medida, al Hombre Común, el que se diferencia de la multitud, el perseguido, el que acepta su condición de “raro” o “anormal”.

           

Lo mismo podría decirse de la otra gran novela de Matheson, subvalorada al lado de Soy Leyenda pero al mismo nivel en términos de conformar un símbolo, tan productivo como todos los grandes símbolos literarios. Hablo de El increíble hombre menguante, publicado en 1957. La novela, como todos sabemos (por sus tentáculos, naturalmente) cuenta la historia de Scott Carey, un hombre que, después de exponerse por un accidente a una buena cantidad de radiación (y no deberíamos olvidar lo que “radiación” significa en la época en la que fue escrita, amenaza nuclear mediante) descubre que todos los días se va encogiendo un poco. Hay muchos aciertos en la novela, y uno de ellos es la forma en la que está contada. Según figura en Danza macabra, el libro de ensayos de King que cualquier escritor de género debería leer por lo menos una vez en la vida, Matheson había comenzado a escribirlo cronológicamente, desde el accidente, pero se dio cuenta de que “tardaba demasiado en llegar a lo bueno” y decidió contarlo en media res, desde que Carey está encerrado en el sótano, con la estatura de un chico de cuatro años, para narrar el resto con sucesivos flashbacks. Hay grandes momentos en la novela, pensados sobre todo desde lo que implica el tamaño en una persona mayor. Desde la imposibilidad de tener sexo con su mujer a su breve romance con una enana de circo, desde la amenaza de su hija, que juega con él como si fuera un muñeco, hasta la de un gato o la de una tarántula. Llegando al final hay un gran momento: Carey se pregunta qué viene después, cuando desaparezca visiblemente, cuando tenga del tamaño de una molécula, y después de un átomo, ¿y después? Otro tentáculo: en la reciente Ant Man, la película del 2015 protagonizada por Paul Rudd y Evangeline “Lost” Lilly se plantea un problema similar cuando el hombre hormiga atraviesa el umbral atómico y llega a un estado casi espiritual.

 Como en Soy Leyenda, esta novela es un símbolo también de algo intrínseco en el corazón humano: la, como dice King, “pérdida del poder”, la posibilidad de convertirse, para el resto del mundo, en alguien insignificante, una mota de polvo que cualquier distraído puede pisar. En este caso, hay razones autobiográficas que la sustentan. Matheson la escribió en un sótano idéntico al que se describe en el libro, en dos meses y medio, cuando tenía problemas de dinero y le costaba mantener a su familia. Él mismo es ese hombre que mengua, el que se ve disminuido por las circunstancia exteriores, pero también es todos los hombres que alguna vez se han sentido así.

No es común que ningún escritor alcance a rozar eso que Matheson desarrolló en sus dos novelas más importantes. Muchos de sus cuentos, escritos al calor de la supervivencia, y publicados en revistas baratas para consumo sobre todo masculino, son dignos y divertidos, pero su contribución principal es haber forjado una red subterránea de referencias propias. Desde el “senador Richard Matheson” que aparece en varios capítulos de X Files, hasta la siempre entrañable Querida encogí a los niños. Y los tentáculos se alejan tanto que ya es imposible identificarlos.

Cuando murió, en el 2013, todos los que lo habían leído y amado lo homenajearon de una u otra forma. Lo que escribió King para ese momento merece ser citado entero:

“Hemos perdido a uno de los gigantes de los géneros de terror y fantasía. Desde The Beardless Warriors, su brillante (y poco leída) novela de la Segunda Guerra Mundial, hasta El increíble hombre menguante y todos los maravillosos guiones e historias de The Twilight Zone, Matheson encendió la imaginación de tres generaciones de escritores. Sin su Soy leyenda no habría existido La noche de los muertos vivientes; sin La noche de los muertos vivientes no habrían existido The Walking Dead, 28 días después ni Guerra Mundial Z. Matheson escribió el guión de Duel (El diablo sobre ruedas), la extraordinaria película de Steven Spielberg, y en La casa infernal creó una de las novelas de casas encantadas más aterradoras y paralizantes del siglo XX. Encendió mi imaginación al situar sus horrores no en castillos europeos ni en universos lovecraftianos, sino en escenarios de Norteamérica que yo conocía y con los que podía identificarme. «Quiero hacer lo mismo. Tengo que hacerlo», pensaba yo. Matheson nos enseñó el camino. Y era, además, un caballero que estaba siempre dispuesto a ayudar a un escritor joven. Echaré de menos su amabilidad y erudición. Disfrutó de una vida plena, formó una buena familia y nos regaló historias, novelas, series de televisión y películas inolvidables. Es una suerte. Sin embargo, lloro su pérdida. Una voz excepcionalmente americana se ha apagado”.

 

 

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