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Primeras mañanas pacíficas

Por Maurane Mazars

En Suiza, publicó su primer libro Acouphènes, con el que ganó el premio Töpffer para autores noveles. La artista es la primera participante de la Residencia Filba, el nuevo programa de Fundación Filba organizado junto a Prohelvetia - Coincidencia, Suiza. Aquí, el texto que leyó durante la primera jornada del festival.

Por Maurane Mazars. Traducción de Gabriela Adamo. Foto de Walter Sangroni.

 

 

2016

No estaba bien.

No estaba bien y no lo había estado por mucho tiempo.

O tal vez en realidad nunca lo estuvo, me pregunto a veces.

Levantabas una cuchara tirada por ahí. Todas las venas de tu brazo flaco se hinchaban cuando lo levantabas por encima de tu cabeza, como un reloj que marca las doce. Y luego se abalanzaba. Una y otra vez. Directo hacia la caja de cartón llena de ropa. Siempre tuviste una fuerza sorprendente. Una y otra vez se abalanzaba, rompiendo la caja y agarrando mis abrigos; el tiempo se detenía y yo podía ver cada gota de saliva saliendo de tu boca mientras bramabas con toda la potencia de tus pulmones: “No te soporto más”. Un alarido tan rojo como tu cara y tus nudillos apuñalando el cartón, asesinando mis abrigos. Un alarido que desgarraba la caja de cartón. Y creo que yo me desgarraba también.

Te levantabas para mirarme, espuma en la boca y ojos rabiosos inyectados de sangre, hombros subiendo y bajando con tu respiración agitada. El tiempo se volvía a acelerar. Los cortes quedaban. Todo desparramado. Todas mis cosas en el cuarto, divididas en cajas. Vos y yo y la idea de nosotros y esa parte de mí que no podía dormir sin vos. Más cajas. Pongo esta parte de mí en una caja. Le echo llave. Te guardo a vos en tu estudio. Otra caja. Termino de empacar. Vos seguís gritando, yendo y viniendo y dando vueltas, tengo miedo de que estés a punto de saltar. Tengo que acordarme de agarrar mi pasaporte, y también de respirar. Parejamente. Inspirar y expirar. Vos entrás y salís del cuarto. Me seguís. Me seguís gritando. Pero no podés tocarme, estás encerrado en una de las cajas y yo ya estoy tan lejos. Le estás ladrando a algo mecánico. Empacar cajas. Al sótano. Hacer el bolso. Al aeropuerto. Evitar que el hombre salte. El hombre me acompaña hasta el bus. Dice que lo siente pero sigue ladrando. Sigue golpeando. Pero la caja de cartón está en el sótano. El hombre ladra, dale algo de comer, que se distraiga para que te puedas ir, para que no salte.

Estoy en el aeropuerto, en la puerta de embarque. Llamo a mi madre. Se terminó. Ella parece aliviada. Creo que yo también lo estoy. No pensé que lo estaría.

Este no es momento para romper.

Estoy en las calles desconocidas, buscando un hostel. Estoy perdida. Este tampoco es momento para romper. Estoy acostada en el futón, a medianoche. Me despierto con pánico. Siento vértigo y no puedo respirar. ¿Qué hora es?

Me despierto con el sol pasando a través de alambres y cables y postes y olores extraños y las voces cálidas de trabajadores que madrugan. Miro por la ventana y todo es muy nuevo y antiguo, desconocido y tan íntimo, y de algún modo siento que siempre estuve aquí. Conozco todo sobre este lugar y me aterroriza lo desorientada que estoy. Quebrada para siempre pero nunca tan fuerte.

Estoy del otro lado del mundo.

Estoy en Osaka.

Tampopo Bay, Filipinas.

Son las 5 a.m. y todo es verde y azul y la lluvia es cálida. El aire está lleno de sonidos que creía conocer pero nunca imaginé; la selva pasa de la noche al día y los pescadores comienzan a trabajar. Sus hijos juegan con pescados. El sol cae sobre las palmeras y pronto todo será amarillo y verde y azul. Todo parece inmóvil, pero si mirás fijo se nota que no es así. Debería estar tranquilo, pero el silencio es un tapiz formado por miles de sonidos. Trinos de pájaros, chicos jugando, perros callejeros que ladran, la selva respira y el agua susurra con suavidad.

Estoy sobre el techo del barco.

Siento como si mis pulmones estuvieran llenos de agua y a punto de estallar. No puedo respirar y quiero llorar, pero no sé por qué. Siento que estoy cayendo por un abismo o por la madriguera de un conejo, no estoy segura, otra vez este vértigo extraño. El pánico silencioso de estar a mil millas de distancia de todo. Vértigo horizontal. Como si estuviera separada del suelo. Flotando más allá de cualquier conexión.

Sin aliento.

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