Palabras preferidas

Foto: La Capital
Jueves 10 de abril de 2025
"Es un derecho más bien de la juventud esto de apasionarse por palabras aisladas", escribe el Premio Nobel de Literatura Peter Handke en Lento en la sombra (Eterna Cadencia), textos elegidos por Matías Serra Bradford.
Por Peter Handke. Traducción de Ariel Magnus.
Ahora perdí las diez palabras preferidas de Camus; mejor así. Primero porque seguro que en alemán tienen un brillo totalmente distinto que en su francés. Y luego porque es un derecho más bien de la juventud esto de apasionarse por palabras aisladas. Más tarde, una pasión de este tipo se vuelve peligrosa; cuanto más seguido un autor adulto invoca palabras como amantes, tanto más se repliegan estas con el tiempo; en lo sucesivo, si el escritor se obstina en ellas, directamente se aguijonean y mueren, o, dicho de otra manera, pierden su objeto; y puede ocurrir que el amante muera con ellas. ¿No le pasó esto a Camus mismo? Tan enloquecido estaba por “soleil”, “enfant”, “mer”, que el sol, el chico y el mar terminaron desapareciendo de sus escritos; no quedaba nada más por contar que la nocturnamente oscura, monológica “caída”, la chute, y luego, qué joven aún era él ahí, ya ni siquiera la noche. Lo digo por experiencia compartida. “¡A salir del lenguaje; quédate junto a las cosas, y a su brillo!”. Uno de los esfuerzos que debe hacer el escritor es tal vez no caer en el magnetismo de las palabras; este “no” es probablemente en sí mismo el signo-autor.

Las palabras, a diferencia del hablante, no están a su disposición; él no las utiliza en cada caso, él las descubre, mejor dicho la descubre, a ella, a una palabra, y solo para ahora, en este único lugar en el texto, nunca para remitir. También las palabras del idioma alemán son para nosotros más peligrosas que otras; envenenadas por la historia –justamente las esenciales, sin las cuales lo poético no se sostiene–, devuelven el golpe; el que se mete con ellas, probablemente sea asesinado por ellas; pero la escritura de aquel que no se mete con ellas, ¿no vale? ¿Tengo que meterme con ellas? Con todo, igual haré mención de una palabra, que me gustaría deslizar aún un par de veces en el transcurso de mis narraciones, si es que se da el momento; la usé apenas una vez, solo con el objeto correspondiente ante los ojos, sin ser consciente de alguna extravagancia de la palabra, y le tomé cariño porque luego un estimado crítico la halló ridícula, a sus ojos casi tan estrafalaria como “calicerío” [Kelchschaft]: es la palabra “vallerío” [Talschaft], una antigua y habitual palabra para una zona con mayoría de valles (la utilicé para el vallerío Wochein en Eslovenia).
Así que, lector, ¡cuidado! Claro que puedo contabilizar esta y aquella palabra querida en una lengua extranjera, las uso mucho, no como escritor sino como persona común; por ejemplo: “ataraxia”, griego antiguo, imperturbabilidad; “phalatrsnawairagya”, ¿indio, no?, encontrada durante la lectura de Mircea Eliade y aprendida de memoria, significa más o menos lo mismo que la griega; “ecuanimidad”, español; y luego naturalmente algunas palabras eslovenas como “domotožje”, nostalgia del hogar, o “hrepenenje”, añoranza. Letanías como estas a veces ayudan al firmante a atravesar medianamente su día, a estar en su día.
(1991)