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Monica Zwaig: “El lenguaje es una gran pregunta por la identidad”

Nacida y criada en Francia por padres argentinos exiliados, se mudó a Argentina a los 25 años y publicó dos novelas: Una familia bajo la nieve y La interlengua, ambas por Blatt & Ríos. 



Por Natalia Viñes





   Monica Zwaig, nacida y criada en Francia por padres argentinos exiliados, se mudó a Argentina a los 25 años y publicó dos novelas: Una familia bajo la nieve y La interlengua, de reciente lanzamiento, ambas por Blatt & Ríos. Este sintético resumen es un punto de partida que apenas señala el entramado de la lengua que se cifra en su escritura. La autora es, además, abogada, actriz y dramaturga. Actualmente trabaja en el Ministerio Público Fiscal con los juicios de lesa humanidad, pero ni bien se instaló en el país trabajó siete años en el Centro de Estudios Legales y Sociales y luego en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad.  

Aunque sus dos obras se entrelazan con partes constitutivas de su vida, Monica se aleja del territorio de la autobiografía para, a partir de eso, lanzarse en caída libre hacia la construcción de la ficción. “Nunca me propuse hacer una novela autobiográfica, no es algo que yo pueda hacer. Sería algo que me paralizaría. La búsqueda de la verdad no me interesa para nada; de hecho, en mi trabajo no busco la verdad, como abogada busco dónde está la mentira, qué es lo que no cierra”, dice Zwaig.  

Una familia bajo la nieve relata la historia de una familia argentina en el exilio que vive en los suburbios de Francia. El punto de vista de la hija recorre una vida que, desde el inicio, está plagada de huecos que conforman un collage identitario donde prima una historia que falta: “Nosotros nos criamos ahí (…) llenos de árabes y negros. Yo, de hecho, pensaba que éramos árabes. Pero no.” Así comienza la novela, y un relato que desde esa distancia va a conformar un mundo íntimo familiar en el que se conserva una extrañeza latente.  

En su segunda novela, La interlengua, una joven francesa que vive hace muchos años en Buenos Aires decide estudiar italiano junto a un grupo de argentinos que, contrariamente a ella, quieren aprender esa lengua para irse del país. En ambas novelas, el sentido del humor y una particular ironía construyen una narración poética y ensayísitca que reflexionan, entre otras cosas, sobre el lenguaje, la pertenencia y el desarraigo.  

 

En ambos libros, en distinto tenor, el lenguaje es un eje desde donde se puede desdoblar la narración. ¿Cómo llegaste a eso? 

 

En Una familia bajo la nieve lo incorporé a la vida de la narradora y en La Interlengua sí me propuse que sea todo a través del lenguaje, que las situaciones se construyan y que se deconstruyan con el conflicto de la lengua. Es un tema que me fascina porque estoy atravesada por ese conflicto permanentemente en la cotidianeidad. Estudié francés toda la vida hasta los 26 años y el castellano fue una lengua que recuperé después. Estudié idiomas toda la vida: alemán, inglés, hice traducciones. Me interesa mucho cómo hace uno para no enloquecer en medio de tanta búsqueda de lenguaje, cómo hace uno para volver a encontrarse siempre en esa pérdida. Yo siento que siempre hay una búsqueda y una pérdida en la que todo el tiempo hay que estar como un motor remándola. Me parece que el personaje de Amanda (La interlengua) tiene ese conflicto de sentir cómo confunde el sentido de la vida con el sentido de las palabras. Quise mostrar eso más que nada.  

 

Decís: “¿cómo hace uno hace para no enloquecer?” ¿Escribir es una respuesta? 

 

Construir ficción, diría. Me resulta difícil y es un tema que claramente me gusta mucho, el de la lengua. El poder extranjerizar la lengua a la hora de construir un personaje es algo que me divierte mucho porque es algo que tengo muy vivido, de alguna manera. Me cuesta más pensar en un personaje que tiene un solo país, una sola lengua. Me gusta la figura del extranjero, del apátrida.  

 

El lenguaje también aparece íntimamente relacionado con el amor. Es casi como un conductor de ese lazo. 

 

Creo que el amor siempre tiene su propio lenguaje. Si bien se puede hablar en el mismo idioma y no entenderse, hay también una dificultad suplementaria cuando realmente las personas no tienen el mismo idioma para comunicarse. ¿Cómo se construye ese vínculo? Porque hay uno de los dos que tal vez está en pérdida más que el otro de su propia identidad, y eso también genera un desequilibrio. Ahí es donde entra el juego en La interlengua donde lo amoroso no es un conflicto grave, pero sí es más grave cuando toca la propia identidad.  

 

En Una familia bajo la nieve, el lenguaje también es una vía de los vínculos amorosos familiares. 

 

Me gusta ver cómo en el vínculo amoroso está también el primer vínculo con el padre y la madre, con la lengua materna, y cómo se transmite esa lengua materna. En esa novela se habla explícitamente de la no transmisión de la lengua que tiene que ver con la no transmisión de la historia, o la transmisión del trauma sin palabras.  

En La interlengua la protagonista no habla de la lengua materna como una lengua que tuvo un trauma, sino un desarraigo. Y esto que se vincula con la lengua, se vincula con la patria entre comillas. Estos libros tienen en común personajes que no pueden asumir su pertenencia a un país, a una historia, a dos países, a dos historias. Son como personajes suspendidos siempre arriba del océano y estos vínculos familiares se construyen con la posibilidad de pertenecer.  

 

 

Monica Zwaig comenzó a escribir Una familia bajo la nieve en francés, sin pretensión de que fuera publicada, hasta que un amigo traductor al leerla, le dijo que escuchaba el zumbido del castellano en ese relato y le dio la idea de escribirla en ese idioma. Ese fue el comienzo de un trabajo de muchos años que abandonó y comenzó de cero muchas veces. Yo sabía que no estaba a la altura, que me faltaba un montón para escribir. Era una ridiculez ponerse a escribir sabiendo que tenía errores de sintaxis y que ponía mal las preposiciones, pero había una necesidad mía muy grande de escribir esta historia. De vez en cuando la daba a leer. Me preguntaba si estaba enloqueciendo, pero a medida que lo iba haciendo iba creciendo mi castellano. Lo que me permitió realmente escribir fue ponerle ‘Harmonica’ al personaje. Ahí dije ‘ya está, ya no soy yo, ya fluyó la ficción’. Obviamente hay cosas de mí en la novela, porque este personaje tiene esa búsqueda del idioma, tiene esa búsqueda de la Argentina, de tratar de entender qué le pasó a su familia y eso me permitió darle una verdad, no en el sentido de la autobiografía, sino en el sentido de la verosimilitud.”  

  

En Una familia bajo la nieve la narración casi sugiere lo fantástico que hay en ese poderoso realismo ficcional. En La interlengua, finalmente, se introduce un elemento fantástico.  

 

Hay un autor argentino que me gusta mucho, Sergio Bizzio, que parece que está en una realidad y se va para otro lado y vuelve. Eso me fascina. Encontrarme con la obra de Bizzio me ayudó, me hizo poder sentarme a escribir más libre. Lo que me preocupa son mis limitaciones porque, por ejemplo, no me siento a la altura para describir un personaje argentino que vivió toda su vida en la Argentina. Creo que no tengo los recursos lingüísticos ni culturales como para ese tipo de personaje. Creo que me van a seguir interesando estos personajes medio entre dos lugares, o más lugares todavía, pero esta cosa de no pertenencia del todo a un lugar me interesa. Por ejemplo, cuando pienso en la traducción de mis novelas, me parece imposible. Una familia bajo la nieve no la podría traducir. La tendría que escribir nuevamente en francés, y sería otra novela. Y con La interlengua, lo primero que pensé es “esto no se puede traducir, está demasiado entre tres idiomas”. Me pregunto cómo se traduce esa pérdida, y no sé contestar esta pregunta.  

 

Hay algo en una clave trans en cuanto a la posición en la que está puesto el lenguaje, ¿pensaste en algo de eso? 

 

Me parece que el lenguaje es una gran pregunta por la identidad. El lenguaje es la identidad también. ¿Qué pasa cuando la identidad no está tan nacionalizada, no está tan fronterizada como debería ser? Yo creo que ahí también podemos hablar de un híbrido. Me parece que con el idioma podríamos hablar de un conflicto parecido al de la identidad de género: no es binario, no es uno u otro; se nutre, se contamina, y la pregunta es qué hacemos con eso, cómo seguimos identificándonos después de esa contaminación. Eso es lo que me pregunto y lo que a través de la escritura trato de desarrollar, pero no tengo respuesta porque la identidad es una cosa en tensión permanente. Lo que me parece lindo en general es tratar de abrir lo más posible las fronteras del uso del idioma, pero ahí aparece la locura también porque ¿cómo nos vamos a no perder en este camino y además hacernos entender?, porque hay que encontrarle la vuelta a la vez para que esa escritura también pueda ser leída, porque si no sólo es para uno mismo y ahí no hay comunicación.  

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