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Mauricio Kartun: “A la risa hay que usarla como un lugar de transformación"

Foto: Alejandra López

El dramaturgo y escritor participó del Eterna Social Club y contó cómo nació el proyecto de su primera novela, Salo solo. Mañana nos visita la española Luna Miguel. 




Por Anne-Sophie Vignolles.  


  

El dramaturgo y escritor Mauricio Kartun participó del Eterna Social Club en la librería: además de contar cómo nació el proyecto de su primera novela, Salo solo. El patrullero del amor, compartió con nosotros una vida de escritura, búsqueda, aventuras y proyectos varios… Todo mechado con risas, humor y profundidad.  


 

Contanos sobre la génesis del libro y su relación con las redes sociales. 

Yo estaba en Cariló, en la casa que tenemos con mi familia en el bosque. La pandemia me agarró ahí. Era marzo. Estaba por volver a Buenos Aires para reponer mis obras cuando mis hijos me dijeron que no volviera. “Para qué vas a venir? Quédate ahí. En algún momento vas a venir”. ¡Y “en algún momento” resultó ser un año y dos meses! A todo eso, yo escribo caminando; es decir, escribo sentado, pero las imágenes aparecen caminando. Delante de la computadora no me cae una ficha. Entonces, agarraba la libretita con la que ando siempre y salía a caminar por la playa, pero lo que me aparecían eran imágenes de una obra de teatro y todo me parecía tan inútil, tan vano, tan sin sentido en el contexto de la pandemia... Me preguntaba: ¿me voy a poner un año a trabajar en un texto y que después voy a tener que ensayar ocho meses, que no sé cuándo voy a poder mostrar? ¿Qué hago con esto que está apareciendo? Por otra parte, yo sé que los mitos necesitan un lugar de manifestación (llámese memoria popular, oralidad, teatro), es decir: un lugar que los contenga. Y yo estoy convencido de que los soportes son demandantes de forma. En pandemia, el único lugar donde yo tenía algún espacio donde volcar el impulso narrativo era en redes sociales y la verdad es que se había vuelto un lugar medio raro, porque de pronto empecé a sentir que la gente, por primera vez (en Facebook, por ejemplo), se animaba a leer algo que tuviese más de media carilla. ¡Porque estábamos todos al pedo, en un estado de angustia, soledad, aburrimiento, tedio horroroso! Y te preguntás: ¿qué puedo hacer? Bueno, puedo leer. Primero empecé publicando algunos cuentos y de repente había gente que los demandaba: para cuándo el próximo, me preguntaban. ¿Y ahora qué sigue? Es decir, me ponían en el lugar del narrador, en el lugar del oficio de escribir y dar un servicio. ¿Para qué te pensás que estás ahí, pelotudo, estás ahí para en-tre-te-ner-me! ¿Qué pasa que es viernes y no hay ningún relato nuevo? Por un lado, era interesante por la demanda, pero también por la propia reflexión de sentir cómo tardíamente veía con tanta claridad el lugar del narrador. 

Y a Salo -hermoso personaje, torpe, entrañable, divertido y medio loser-, ¿cómo lo pensaste? 

A cuatro cuadras de mi casa de Cariló vivió hasta hace unos años un amigo muy querido, dramaturgo, Eduardo Robner, con quien compartimos muchas cosas. Eduardo era como una especie de cantera imparable del humor judío incorrecto. Yo pasaba por su casa caminando y me acordaba de sus historias, sobre todo de las que me contaba cuando tuvo su primera separación. Cada vez que me lo encontraba, me contaba de sus desvelos de “hombre solitario” y yo no podía parar de reír. Una vez me contó que estaba yendo a un seminario de filosofía hebrea desde el punto de vista de Spinoza, cosa que me pareció entre bizarro y sospechoso, hasta que me contó cómo había llegado ahí: Eduardo estaba yendo al terapeuta tres veces por semana para llorar y hablar de su soledad. De hecho, sentía que su terapeuta estaba por dejarlo a él como paciente cuando un día, a la salida de una sesión, le había dicho: “Eduardo, recorriendo los lugares que usted ya recorrió, con todas las que tenía que pasar, ya pasó, y con las que no pasó, no va a pasar nunca. Circule, Eduardo.” Bueno, esa imagen es lo que nosotros, en el laburo, llamamos “las imágenes generadoras”. Está cargada de valor proteico, de calorías. Tiene valor alimenticio. Esto hace al relato. Y todo este largo prólogo viene a explicar por qué un día me puse a escribir la primera de las historias de Salo tomando esto: “Circule, Salomón, circule.” 

Y de ahí al blog, entonces… 

Sí, tal cual. Recuperé un formato anacrónico, pero que a mí me resultó muy útil. Ya nadie quiere el blog. Está totalmente pasado, pero igual abrí uno, y empecé a poner los relatos en orden. Decía: “Este es el capítulo Tres. ¿Querés leer el Uno y el Dos? En este enlace podés ir a leer para atrás.” Se empezó a armar. Cuando llegué al número 14, la gente me decía “bueno, ¿y otro, otro, otro?” Me cayó la ficha del último y sentí: “Tengo que hacer La Gran Netflix: escribo un capítulo de cierre, lo publico diciendo Fin de la primera temporada y me saco de encima la demanda”. 

O sea que, de repente, este texto tuvo recorridos múltiples: de la playa a Facebook, al blog, al libro… 

Tal cual. Igual, yo pensé que un libro no tenía sentido, especialmente en las editoriales en las que yo normalmente publico, que son de una circulación más limitada (editoriales de teatro), entonces le escribí al Señor Alfaguara. ¡En dos meses ya había tenido la primera reunión! Pasaron dos cosas con el libro. La primera es yo dije “tengo un libro: un libro”. Nadie me preguntó por el género, yo iba así, que sé yo. Son quince cuentos con el mismo personaje, pero apenas lo leyó Julieta Obedman, editora encantadora, me dijo, es “una novela” en el formato de las aventuras del Quijote, el viejo formato. Luego, vino el momento de la corrección que, para mí, fue todo un aprendizaje. Yo cambié la manera de escribir a partir del proceso de trabajar con una correctora. 

¿Qué es “escribir”? 

Escribir es muchas cosas. Escribir es una profesión. Uno vive, yo trato de vivir, de la escritura. La propia reflexión sobre la escritura está presente siempre y para mí, si no existe una necesidad, no habría por qué escribir. Los que escribimos vivimos una circunstancia curiosa, que es la de ofrecerle a otro un relato en el cual proyectarse. Se trata nada más que de eso, es un relato. Yo, durante algo así como cuarenta años, nunca tuve grandes interrupciones en ese servicio. Siempre encontré la forma de vehiculizar esa necesidad, ese lugar, ese servicio. La palabra “servicio” tiene mala prensa, pero a mí me parece que deberíamos sacarle toda connotación servil y entenderla desde el otro punto de vista. Lo que sirve, lo que es útil.  

Últimamente se escucha bastante la expresión “fingir demencia”. Muchas de las cosas de nuestra realidad parecen ficción. ¿Cuál es el poder de la imaginación? ¿Tenemos que seguir apostando? ¿Cómo vivís este momento? 

En este momento, la política, la historia argentina, están atravesando una zona basada en una verosimilitud de exigencias excesivas: el presidente se sube a un tanque y juega con una ametralladora, por ejemplo. Hay algo donde lo que nosotros consideramos las formas, es el lugar de la seriedad. Y, además, se tiende a ver valores en los cuales (o sobre los cuales), uno no tiene la más mínima idea. Es decir, se dicen cosas que uno tiene que creer simplemente porque se las repiten con mucho énfasis y están dispuestos a pelearse si no las crees. En ese marco, es difícil crear más ficción. Nos la están poniendo difícil.  

Ping-pong de preguntas. ¿Cuál es el olor y el sabor de Buenos Aires? 

Aceite de girasol. 

¿Cuál es el olor y el sabor de la infancia, de tu infancia? 

Humo de churrasco.

¿Escribir es un lujo, un espacio de libertad o un sacerdocio? 

Un servicio. 

¿Qué tal te llevas contigo mismo a la hora de escribir? 

Muy bien. Soy como una de esas parejas que me llevó un tiempo. Estuve muchas veces a punto de separarme de mí mismo, pero finalmente ¡le encontré la vuelta! 

¿La risa puede salvar el mundo? 

Sin ninguna duda. No es que puede salvar el mundo, la risa viene salvando el mundo. Es raro porque es una acción física sin utilidad biológica aparente, en términos de vida. No tiene una utilidad concreta. La risa es un reflejo de lujo. Celebra la salida de la red conceptual en la que vivimos. El mundo cambia porque nos reímos o, en todo caso, está asociado al cambio. Por lo general, no nos miramos a nosotros mismos reír, pero si hacés un acto de introspección y observación, te vas a dar cuenta que siempre se está riendo de lo nuevo, de lo novedoso. Por lo tanto, no habría posibilidades de cambiar nada sin la risa. No es la risa la que cambia. La risa es la celebración justamente de ese “acto de distanciamiento”, como lo llamaba Brecht. El riesgo de transformar la vida en un ritual solemne (en el que todo está predeterminado) es, justamente, la falta de cambio, donde no hay absolutamente nada nuevo. No puede pasar nada. A la risa hay que usarla como un lugar de transformación.  

Por último, un guiño francés. Si tuvieras que elegir, ¿qué elegirías: liberté, égalité o fraternité

Fraternidad. Sin ninguna duda. Tito Cossa, que murió hace unos días, tenía una frase que nos gustaba mucho. Decía: “Hacemos teatro para ir a comer después”. Hay algo en el teatro donde enseguida escribiste ya lo tienen los actores, te pones a ensayar, vas a comer, jodés, te divertís.   

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