María Teresa Andruetto: “Siempre me interesaron los márgenes”

Viernes 28 de marzo de 2025
En Como si fuesen fábulas (Random), la escritora cordobesa ofrece una serie de columnas conmovedoras que recuperan su trabajo radial.
Por Valeria Tentoni.
Al igual que en Extraño oficio, Como si fuesen fábulas proviene de una cuidadosa selección de las columnas radiales que María Teresa Andruetto graba una vez por semana y transmite desde la provincia de Córdoba, donde vive. Mientras que en aquél tomo leíamos escenas en escuelas, bibliotecas, librerías, talleres y ferias, en este caso el conjunto está tensado por otros hilos: la historia argentina, el borramiento de las comunidades originarias, la resistencia de lo comunitario, las vidas de las mujeres, las lenguas y los territorios silenciados. Pero no solo en este libro las víctimas de la exclusión tienen un lugar privilegiado en la mirada de esta poeta, docente, ensayista, cuentista y novelista.
Entre sus últimos títulos se cuentan además publicaciones en pequeñas editoriales del extranjero: un ejemplo es Genealogía, en Bogotá y con editorial Babel, con ilustraciones de Santiago Guevara. “Es un poema que tiene que ver con mis ancestras y con la migración actual, los náufragos del Mediterráneo, los inmigrantes en Europa”, explica. Se le suma un libro de crónicas en la editorial madrileña Comisura, ¡Mujeres, mierda!, compuesto por 39 historias reales acompañadas de fotografías de la estadounidense Andrea Modica. Por último, un libro album para adultos en Canarias, El vestido, con ilustraciones de Ana Luisa Stok, que pronto se convertirá en obra de teatro.
Mientras tanto, en Eduvim continúa su trabajo, junto a Carolina Rossi y Juana Luján, de rescate de libros de escritoras argentinas olvidadas. Allí acaban de publicar El jazmín negro, de Estela Canto.
Publicás en Random House, pero conservás el gusto por las editoriales pequeñas, ¿por qué?
Random me da una visibilidad que de otro modo no tendría, e incluso una recuperación de derechos que no se produciría, tal vez, en una editorial pequeña. Pero yo escribo una gran diversidad de cosas. Ahora está saliendo también en Fondo de Cultura Económica un libro que se llama El arte de narrar, de conferencias reunidas. Los sellos reflejan la diversidad de abordajes de escritura que hago; son cosas distintas que pueden tener distintas casas, por decirle así, distintos espacios que las alojen. Las editoriales pequeñas siempre me interesaron, sobre todo para cierto tipo de de textos. Por ejemplo, con El vestido yo tenía escrito ese cuento, pero le dije a mi representante que no lo quería poner en el libro de cuentos que saqué en Random. Me parecía que era otra cosa y me lo imaginaba ilustrado. Ella me dijo bueno, es muy difícil eso para adultos. Así que quedó en mi computadora. Pero en algún momento la editorial Diego Pun, que había sacado un libro mío para niños, le preguntó a ella si yo no tendría algo para adultos, porque estaban pensando hacer una colección ilustrada. Y bueno: siete años después encontró su casa.
Los libros tiene su tiempo, ¿cierto?
Sí, su tiempo y su lugar. También me interesan otros espacios. Hace nueve años que tengo una columna radial en un programa de Córdoba.
De ahí salió Oficios extraños, ¿también el libro nuevo?
Claro. Son textos muy elegidos, por supuesto. Y están re trabajados, por supuesto, también. Pero esa es otra vía de comunicación, digamos. Yo no improviso para la radio, sino que las escribo, las imprimo, las leo en voz alta. Le dedico, por lo menos, un día a la semana, a veces más. Me interesan distintas maneras de comunicar lo que pienso, lo que siento, lo que me imagino. El programa estuvo hasta el año pasado en Radio Universidad de Córdoba y ahora en una radio popular que se llama La Ranchada. Se llama Nada del otro mundo.
¿Y cómo armaste el conjunto de Como si fuesen fábulas?
Trabajé con Gabriela Vigo, que es mi editora en Random. Yo hice una preselección y en este caso son columnas que tienen que ver con cuestiones sociales más fuertes, más duras, con las expulsions, agresiones o violencias. En otros casos, trabajo otros temas; tengo una selección que no he publicado, por ejemplo, que tiene que ver solo con obras de arte.
Si entendí bien, escribís uno de estos textos por semana. ¡Qué productividad!
Es una locura. Son nueve años ya. Al comienzo no me daba cuenta. Pero salen. Hay algo que me llama la atención, siempre comienza así. Aparte de mis lecturas, cuando navego encuentro rarezas y me las mando a una carpeta. A veces es una imagen, una pintura, una música, una frase. En realidad no sé a dónde voy, empiezo a escarbar ahí y eso me lleva a alguna parte. Cada uno es lo que es y anda siempre con lo puesto, como dicen; bueno, casi siempre me lleva a algo de lo social, a mi relación con los otros, que es algo que está muy en la base de lo que soy. Los textos están hechos para que nunca sean más largos que siete minutos de lectura. Son dos páginas y media, más o menos, menos de tres páginas. Después la grabo y la mando.
Habla de una gran curiosidad, ¿la pensás como un recurso?
Sí, bueno, eso no ha envejecido. Cumplí 71 años en enero, pero eso no ha envejecido. Esa curiosidad, esas ganas de saber. Eso me permite hacerlas. También hay una cosa bonita con la audiencia, que es muy diversa. Muchos me las piden después grabadas, o las toman y las discuten en grupos. Yo trato de que las citas no sean abrumadoras, tampoco que sean chabacanas, digamos; no dejo de transmitir. Me interesa la comunicación con un público amplio, no una cosa de élite, pero a la vez me gusta profundizar.
Cerrás el conjunto con “Un gallo solo no teje una mañana”: quería preguntar por la cuestión de lo comunitario como uno de los núcleos temáticos del libro.
Yo estaba segura de que quería que ese fuera el último texto del libro. Haga lo que haga, llego a ese punto. Haga lo que haga, así sea participar de la edición de la colección de narradoras, la columna, escribir una novela, ir a las escuelas, lo que sea, es siempre eso. Siempre se trata del umbral entre lo privado y lo público. La vida entre lo propio y lo de los otros, lo individual y lo colectivo. Ahora se escucha mucho la frase “no le debo nada a nadie”, toda esa cosa del hombre hecho a sí mismo. Y, al contrario, yo creo que siempre le debemos tanto a tantos, a veces ni siquiera sabiendo a quiénes. Montale dice una frase que me gusta mucho: hacen falta muchos hombres para hacer un hombre. Hacen falta muchas mujeres para hacer una mujer, estamos hechas de todas esas que vinieron antes. Las escritoras que estuvieron antes, las que hemos leído y las que no.
En el otro extremo del libro, el texto que abre es sobre los nombres de los habitantes originarios de esta tierra, y también hay otros sobre las lenguas silenciadas, las lenguas perdidas.
Siempre me interesaron los márgenes. Nunca me interesó a mí ser marginal, aunque he vivido en cierta marginalidad, pero siempre he estado mirado los márgenes. He vivido en lugares donde he visto esa marginalidad por estar inmersa, digamos, en un barrio, en un lugar, en una pensión, en distintas épocas de mi vida. Y he aprendido mucho de eso. A veces veo que en las escrituras se mira la marginalidad desde un lugar teórico, de un modo intelectual. Yo he visto otras cosas en la marginalidad, he visto también solidaridad, he visto amor, he visto alegría, he visto belleza, he visto todo eso mezclado con la necesidad, y tengo una mirada más compleja. Por eso trabajo mucho la infancia, las mujeres, los pueblos originarios, las lenguas expulsadas, la ruralidad. Todo eso me interesa mucho. Me parece que conocer eso, incorporarlo, hace más ricas nuestras vidas, en la idea de complejizar, no de reemplazar ni tampoco de expulsar, sino de complejizar eso, atenta a la importancia de la diversidad.
Esto me lleva al texto de “Palomas migratorias”: el tema de la migración sería un tercer núcleo temático del libro, ¿desde dónde lo trabajaste? Hebe Uhart una vez dijo en este blog: “La humanidad tiende a la mezcla”.
Sí, tiende a la mezcla. Y lo mejor es la mezcla. Es lo mejor desde diversos puntos de vista, inclusive biológicamente, porque la mixtura fortalece. Los individuos son más resistentes: pensemos en la fragilidad de los reyes, que se casaban entre ellos. No olvides que yo soy hija de un inmigrante; mi papá, mis abuelos maternos. Hubo siempre algo presente: lo duro de trasladarse, de transportarse a otro lugar, lo que se gana y lo que se pierde. Mis abuelos maternos eran migrantes económicos, digamos, campesinos de subsistencia, muy pobres en Italia que se vinieron para acá. Mi papá, un migrante después de la segunda guerra. Esa nostalgia se va heredando de generación en generación. Y ahí hay un mandato paterno: mi papá quería que fuéramos muy de acá. Él decía que teníamos que hablar muy bien nuestra lengua, la lengua de acá. Mirá si le habré hecho caso: me convertí en escritora.
En este libro también hay uno de los textos en el que hablas de la bolsa de la ficción, reseñando el texto de Úrsula K. Le Guin, y pienso en el nombre que le pusiste al libro: Como si fuesen fábulas. ¿Cómo pensar lo ficcional, lo fabuloso, al contar estas historias reales?
No tuve dudas con el título. Tengo clavado como una estaca ese poema de Rita Baldassarri, una poeta italiana que no ha circulado tanto. Esa línea, esos versos, “aquí se cuentan los dolores humanos como si fuesen fábulas”. Y yo creo que eso es lo que hago en el libro. No son fábulas, es un como si, porque no tienen una moraleja. No están cerradas, están abiertas para que el otro piense. Y, si no tuviéramos palabras, el dolor sería intolerable.