María Moreno: “Mis textos son literarios desde el principio”
Foto: Alejandra López
Viernes 27 de diciembre de 2024
Tras su viaje a Chile, donde recibió el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, la entrevistamos sobre Por cuatro días locos, novedad de Sigilo.
Por Valeria Tentoni.
“Pequeño inventario de la Patria pop”, Por cuatro días locos es el último libro de María Moreno, publicado por Editorial Sigilo. Son crónicas, columnas, ensayos y artículos de distintas épocas, publicados en su mayoría en el periódico Página/12, “medio tolerante con los estilos barrocos que atienden más a los personajes que a los hechos, se olvida de la noticia y permite pasarse de los caracteres exigidos por la pauta", escribe Moreno en el prólogo exquisito de este libro “concebido por la propia autora", como reza la contratapa. Allí se encarga de figuras como las de Borges, Maradona, San Martín, Evita, Perón y sus caniches, la Coca Sarli, Cristina o el Che.
“Mi lenguaje pretendía ser como un foulard empapado en purpurina barroca con un fleco de jerga psicoanalítica, otro de materialismo dialéctico pop y otro de feminismo fashion más algunas motas de argot farandulesco y tartamudeo histérico”, dirá sobre su estilo inconfundible, que encontramos también en libros como A tontas y a locas, Banco a la sombra, Black Out o Vida de vivos.
Mientras tanto, en Chile Banda Propia acaba de reeditar su primer libro, El affair Skeffington, que se presentó en el marco de la Furia del Libro y la apertura del concurso Santiago en 100 palabras. Además, la escritora argentina recibió la medalla y el diploma del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas extemporáneo, otorgado originalmente en el año 2019.
Por cuatro días locos, dice la contratapa, fue una idea concebida por la propia autora. ¿Qué podés decirnos de este tipo de antologías que rescatan textos periodísticos, originalmente destinados a extraviarse con el paso del tiempo?
Yo no rescato textos periodísticos para tornarlos menos efímeros –la eternidad es un fantasma patriarcal–. Mis textos son literarios desde el principio. Trabajé como muchos en las revistas de Miguel Brascó que pedía escritores en sus redacciones. Sólo que los que trabajaron con él tenían una obra literaria aparte –Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Martín Caparrós, Jorge Dorio– y yo no. Después participé en proyectos que, de alguna manera, derivaban de los de Timerman que también exigían rasgos de estilo literarios: frases largas, un yo con altoparlantes, más climas y personajes que información noticiosa, aunque la información era muy precisa. Allí escribieron Enrique Raab y Rodolfo Walsh. Tomás Eloy Martínez fue el último de esa “runfla”. Cuando empecé en La Opinión existían secciones de moda y vida cotidiana que también eran bolsones de estilo. Ahí estaban escritoras como Tununa Mercado y Sara Gallardo. Nunca hice periodismo tal cual se lo entiende salvo en Oración y La comuna de Buenos Aires. No pienso que juntar mis crónicas en libro sea un deseo de trascendencia sino mostrar cómo uso los diarios como borradores. Yo soy cronista. Escribo sobre esto en Black Out. Y no pienso que el libro sea un “rescate” de una zona plebeya a otra más calificada.
No es tu primer libro así: pienso en Vida de vivos o en Pero aún así, más reciente. Me pregunto si siempre escribiste periodismo preocupada o mejor decir interesada en intervenir en su cualidad, de algún modo, efímera; si tuviste que diseñar estrategias que les habilitaran sobrevida a los textos, o si simplemente ocurrió.
Ninguna estrategia sino ventaja de pasar por ciertos lugares, sobre todo en Página/12 donde no creas que soy siempre bienvenida con mis vueltas rococó. Pero aún así casi no contiene notas periodísticas, es un libro que no recopila sino ponencias, presentaciones, micro ensayos y necrológicas donde no cumplí con ninguna regla periodística, si es que me quedan algunas. Pero el origen se me nota en todo. En los libros, los capítulos miden como una nota promedio. Y me plagio notas enteras. Escribo siempre por encargo.
“La crónica (...) es uno de los caminos para la autonomía de la literatura”, se lee en el prólogo. ¿Por qué?
Dice Julio Ramos en Desencuentros de la modernidad que escritores como Rubén Darío, Amado Nervo o Manuel Gutiérrez Nájera, que escribían en los primeros periódicos, valoraban sus producciones poéticas en contraste con esas zonas impuras de la prensa, reafirmando la creación de un sujeto literario latinoamericano.
¿Qué podés decirnos del cruce entre cultura pop y barroco, de la operación del estilo sobre el material que elegís trabajar en Por cuatro días locos?
Quise reunir mitos populares argentinos y mezclar la hacienda: Barthes y Wimpi, Lezama Lima (tenía unas crónicas preciosas como la de una almendra) y Juan José de Soiza Reilly, Chesterton y el general Mansilla, Séneca y Mordisquito. No elijo, recopilo y hago conjeturas de interpretación. El “caloteo infaltable”: las mitologías de Barthes.
Insisto en el tema del barroco: leí por ahí que fue, de algún modo, un salvoconducto, una estrategia para escribir ciertas cosas peligrosas de decir en cierto momento de la historia argentina, ¿fue así?
No tan épico. En la dictadura, como las noticias estaban censuradas había lugar para el estilo, el refrito y las misceláneas. El historiador peronista Fermín Chaves hacía los aniversarios de Radiolandia, yo era experta en nobleza europea –defensora a ultranza del divorciado Philippe Junot ante la monarquía de Mónaco y a favor de Carolina.
¿Y cómo te pensás en esa tradición, que tiene raíces en mujeres como Sor Juana?
No hay tradición, hay muchas lesbianas y solteras. Anandrynes. El hombre ayuda involuntariamente sea Leonard Woolf o el obispo de Puebla.
En los ochenta fundaste Alfonsina, primer periódico para mujeres. ¿Te puedo pedir que nos cuentes algo sobre esa experiencia? ¿Y es cierto que hacías escribir a tipos como Laiseca o Fogwill con seudónimos de mujer?
Fue una experiencia más de “vanguardia” que feminista. Rosa L. de Grossman era Perlongher; Rosa Montana, Martín Caparrós; María de la Cruz Estévez, Quique Fogwill. Era interesante cómo la renuncia al nombre propio de unos narcisistas incorregibles despertaba ideas feministas radicalísimas incluso de derecha. Por supuesto que quisieron apropiársela después, diciendo que era una revista feminista hecha por hombres, cuando yo era como una especie de Venus de las pieles.
Vos misma tenías seudónimo ahí, Mariana Imas, Dolly Skefington... Y María Moreno es otro seudónimo. ¿Qué te ha permitido el seudónimo?
No es un seudónimo, es un heterónimo que se ha hecho carne. Tiene su vida de personaje que no soy yo, pero es conocida como “yo” aunque no pensemos lo mismo. El María Moreno no me ocultó de nada ni me preservó.
Estás escribiendo un libro nuevo. ¿Se puede saber algo de ese libro?
Es sobre mi mutación disca. Está hecho de una serie de ensayos encadenados sobre la marcha, las políticas de las prótesis, la lengua –una lengua rota– el envejecer y, en general, la decadencia física y el brutalismo del presente, pero sobre todo sobre el derecho a morir.