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Margaret Atwood: cómo escribí El cuento de la criada

La escritora canadiense relata el proceso de creación de su novela, un clásico contemporáneo, en Blancos móviles (Elefanta).




Por Margaret Atwood. Traducción de Leonardo Martínez y Cecilia Núñez.



 

La respuesta podría ser parte en una máquina de escribir eléctrica rentada, con un teclado alemán, en un departamento de un edificio sin ascensor en Berlín occidental, parte en una pequeña casa en Tuscaloosa, Alabama. De esta última ciudad se me anunció, no sin cierto orgullo, que era la capital estadounidense de los asesinatos per cápita. “Cielos”, dije. “Quizás no debería estar aquí”. “Nah, no se preocupe”, me respondieron. “Solo les disparan a parientes”. Sin embargo, aunque estos dos lugares proporcionaron, por decirlo de alguna manera, cierta atmósfera, hay mucho más que eso detrás del relato. 

Quizás sea necesario explicarle a la única persona del público que tal vez no lo haya leído aún(disponible en pasta blanda, una ganga de emociones escalofriantes por $4.95 dólares) que El cuento de la criada está ubicado en el futuro. Algunas personas se tragaron el cuento de que era ciencia ficción, aunque en mi mente no lo es. Defino la ciencia ficción como la narrativa en la que ocurren cosas que aún no son posibles hoy en día (que dependen, por ejemplo, de los viajes espaciales avanzados, el viaje en el tiempo, el descubrimiento de monstruos verdes en otros planetas o galaxias) o que incluyen diversas tecnologías que aún no han sido desarrolladas. Sin embargo, nada de lo que ocurre en El cuento de la criada es algo que la raza humana no haya hecho ya en algún punto del pasado o que no esté haciendo ahora, quizás en otros países, o para lo cual no haya desarrollado aún la tecnología. Lo hemos hecho o lo estamos haciendo o podríamos empezar a hacerlo mañana. No ocurre nada inconcebible y las tendencias proyectadas en las cuales mi sociedad del futuro está basada ya están en marcha. Así que, a mi parecer, El cuento de la criada es ficción especulativa, no ciencia ficción; de manera específica, considero que es un ejemplo de la forma negativa de la literatura utópica que ha llegado a ser conocida como distopía. 

Se suele pensar que una utopía es una sociedad ficticia perfecta, pero de hecho la palabra no significa “sociedad perfecta”. Significa “no (hay tal) lugar”² y fue utilizada en el siglo XVI por Sir Thomas More como el título sarcástico de su propio discurso ficticio sobre el gobierno. Quizás quería indicar que, aunque su Utopía tenía más sentido racional que la Inglaterra de su época, era poco probable que se encontrara en algún lugar que no fuera un libro. 

Tanto las utopías como las distopías se ocupan del diseño de sociedades: buenas sociedades en el caso de las primeras; malas, en el caso de las segundas. El escritor encuentra un placer parecido al que teníamos construyendo ciudades de arena o junglas de plastilina para dinosaurios o dibujando guardarropas enteros para muñecas de papel en nuestra niñez. Sin embargo, en una utopía tienes la oportunidad de planificar todo (las ciudades, el sistema jurídico, las costumbres, incluso aspectos del lenguaje). El mal diseño de las distopías es el buen diseño de las utopías en reverso; esto quiere decir que se supone que los lectores deduciremos lo que es una buena sociedad al observar, en detalle, lo que no es. 

Como forma, la utopía-distopía tiende a ser producida solo por culturas basadas en el monoteísmo(o, como el sistema de Platón, en una idea única del bien), las cuales también postulan una línea temporal única y orientada hacia un objetivo. Las culturas basadas en el politeísmo y el tiempo cíclico no parecen producirlas. ¿Por qué intentar mejorar la sociedad o inclusive visualizar una mejor sociedad, cuando sabes que todo va a dar la vuelta de nuevo, como la ropa en la lavadora? ¿Y cómo puedes definir una sociedad “buena” en oposición a una “mala”, si consideras que el bien y el mal son aspectos de la misma cosa? Sin embargo, el judeo-cristianismo, por su naturaleza como monoteísmo linear (un Dios y una trama, desde el Génesis hasta el Apocalipsis) ha generado muchas utopías ficticias y muchísimos intentos de crear algo auténtico aquí en la Tierra, lo cual ha incluido tanto la aventura de los primeros colonos de Nueva Inglaterra (“seremos una ciudad sobre una colina, el mundo entero se fijará en nosotros”), como el marxismo. En el marxismo, la Historia reemplaza a Dios como un determinante y la sociedad sin clases reemplaza a la Nueva Jerusalén, pero igualmente postula un cambio a través del tiempo, encaminado hacia la perfección. En el trasfondo de cada utopía moderna merodean la República de Platón y el Libro del Apocalipsis, y las distopías modernas sin duda han sido influidas por diversas versiones literarias del Infierno, en particular las de Dante y Milton, las cuales a su vez descienden de la Biblia, esa fuente indispensable de la literatura occidental. 

La Utopía original de Sir Thomas More tiene una larga lista de descendientes, muchos de los cuales leí mientras me abría paso a machetazos por la preparatoria, por la universidad y, más tarde, por mis estudios de posgrado. Esta lista incluye Los viajes de Gulliver,³ de Swift y, en el siglo XIX, Noticias de ninguna parte,⁴ de William Morris, en la cual la sociedad ideal es una especie de colonia de artistas; La máquina del tiempo,⁵ de H. G. Wells, en la cual las clases bajas literalmente se comen a las clases altas; Erewhon,⁶ de Butler, en el cual el crimen es una enfermedad y la enfermedad es un crimen; y La edad de cristal,⁷ de W. H. Hudson. Los clásicos de nuestro siglo incluyen Un mundo feliz,⁸ de Huxley, Mirando atrás,⁹ de Bellamy y, por supuesto, 1984, ¹⁰ por mencionar solo unos cuantos. Las mujeres también han escrito utopías dignas de mención, aunque no son tan numerosas. Por ejemplo, están Dellas: un mundo femenino¹¹ de Charlotte Perkins Gilman, y Mujer al borde del tiempo,¹² de Marge Piercey. 

Las utopías suelen ser satíricas, el objetivo de su sátira es la sociedad en la que el escritor vive en la actualidad; esto quiere decir que la organización superior de los habitantes de la utopía da una mala imagen de nosotros. La mayor parte de las veces, las distopías son más advertencias alarmantes que sátiras, sombras oscuras que el futuro proyecta sobre el presente. Son lo que nos ocurrirá si no nos ponemos las pilas. 

¿Qué aspectos de esta vida les interesan a estos escritores? No sorprenderá a nadie que sus preocupaciones resulten ser más o menos las mismas que las de la sociedad. Por supuesto, están los asuntos superficiales como la ropa y la cocina; la desnudez parcial y el vegetarianismo aparecen con regularidad. Sin embargo, los principales problemas son la distribución de la riqueza, las relaciones laborales, las estructuras de poder, la protección de los desamparados (si la hubiera), las relaciones entre los sexos, el control poblacional, la planificación urbana (con frecuencia, mostrando interés en desagües y alcantarillas), la crianza de los niños, la enfermedad y la demencia y su ética respectiva, la censura delos artistas y gentuza como esa y los elementos antisociales, la privacidad individual y su invasión, la redefinición del lenguaje y la procuración de la justicia. Si es que dicha procuración es necesaria del todo. Una característica de las utopías extremas, en una punta, y de las distopías extremas, en la otra, es que en ninguna de las dos hay abogados. Las utopías extremas son comunidades del espíritu, cuyos miembros no tienen desacuerdos reales, porque todos tienen ideas afines y sus ideas son correctas; las distopías extremas son tiranías absolutas, en las cuales no es posible disentir. Por lo tanto, los abogados no son necesarios en las utopías y no son permitidos en las distopías. 

Sin embargo, la mayor parte de las utopías y distopías (al igual que la mayoría de las sociedades humanas) se encuentran entre ambas puntas y es en ese espectro que los autores de estas obras literarias han demostrado una fecundidad notable. Quizás son las relaciones entre los sexos las que presentan el mayor rango. Algunas utopías plantean una especie de sexo comunitario con mente lúcida; otras, como La edad de cristal, de W. H. Hudson, optan por una organización como la de las hormigas, en que la mayoría de los ciudadanos son sexualmente neutros y solo una pareja de cada gran mansión campestre realmente se aparea, logrando así reducir el índice de natalidad. Otras, como las de MargePiercey, permiten que los hombres participen de manera casi igualitaria en la crianza de los niños, al permitirles que amamanten por medio de inyecciones de hormonas, una opción que quizás no llene de alegría sus corazones, pero que al menos tiene la virtud de lo novedoso. Y luego están el sexo ritual engrupo y los bebés cultivados en botellas de Huxley, las cajas de Skinner y varias obras menores de ciencia ficción, escritas por hombres (hay que señalarlo), en las cuales las mujeres devoran a sus parejas o, como si fueran arañas, los paralizan e incuban sus huevos en ellos. Las relaciones sexuales en las distopías extremas suelen incluir algún tipo de esclavitud o, por ejemplo, en el caso de Orwell, una represión sexual extrema. 

Así pues, los detalles varían pero, como forma, las utopías-distopías nos permiten probar las cosas primero en el papel, para ver si podrían gustarnos o no, en caso de que alguna vez tuviéramos la oportunidad de ponerlas en práctica. Además, nos reta a examinar de nueva cuenta lo que entendemos por la palabra humano y, sobre todo, lo que pensamos respecto de la palabra libertad. Porque ni las utopías ni las distopías son algo indefinido. Las utopías son un ejemplo extremo del impulso hacia el orden; es el resultado del desenfreno del verbo deber. Las distopías, su reflejo en el espejo de las pesadillas, son el deseo de aplastar la disensión llevado a un punto de inhumanidad y locura. No podríamos decir que ninguna de las dos es tolerante, pero ambas son necesarias para la imaginación: sino podemos visualizar el bien, el ideal, si no podemos formular lo que queremos, obtendremos lo que no queremos, por montones. Nos resulta más fácil creer en las distopías que en las utopías y es triste lo que eso nos dice sobre nuestra época: las utopías solo existen en nuestra imaginación, pero ya hemos experimentado distopías. Sin embargo, si nos esforzamos demasiado en imponer una utopía, pronto nos encontramos en una distopía: si suficientes personas están en desacuerdo con nosotros, tendremos que eliminarlas o suprimirlas o aterrorizarlas o manipularlas y entonces llegamos a 1984. Como regla, las utopías solo son seguras cuando se mantienen fieles a su nombre y no están en ningún lugar. Son lugares agradables para visitar, pero ¿realmente querríamos vivir allí? Lo cual puede ser la moraleja fundamental de tales historias. 


Les he contado todos estos antecedentes para que sepan que leí las lecturas de rigor antes de lanzarme con El cuento de la criada. Hay otros dos tipos de lecturas obligatorias que me gustaría mencionar. El primero estaba relacionado con la literatura de la Segunda Guerra Mundial: leí las memorias de Winston Churchill cuando estaba en preparatoria y, por supuesto, una biografía de Rommel, el Zorro del Desierto, y muchos otros tomos de historia militar. Leí esos libros en parte porque soy una lectora omnívora y estaba a la mano; mi padre era un aficionado de la Historia y ese era el tipo de cosas que andaban por la casa. Por extensión, leí varios libros sobre regímenes totalitarios, del presente y del pasado; el que más recuerdo se llamaba Oscuridad al mediodía,¹³ de Arthur Koestler.(No fue lo único que leí durante la preparatoria; también leía a Jane Austen y Emily Brontë y un libro de ciencia ficción especialmente escabroso llamado El cerebro de Donovan, de Curt Siodmak. ¹⁴ Leía de todo y aún lo hago. Cuando todo lo demás falla, leo las revistas de las aerolíneas y debo decir que estoy cansada de esos artículos acerca de los hombres de negocios multimillonarios. ¿No creen que es tiempo de otro tipo de narrativas?)

Esta así llamada área “política” de mis lecturas se vio reforzada más tarde por mis viajes a varios países donde, para no decir algo peor, ciertas cosas que consideramos libertades no están vigentes de manera universal, y por mis conversaciones con muchas personas; en particular, recuerdo mi encuentro con una mujer que había formado parte de la Resistencia francesa durante la guerra y con un hombre que había escapado de Polonia en la misma época. 

El otro lote de lecturas de rigor estaba relacionado con la historia de los puritanos del siglo XVII, en particular, aquellos que habían terminado en Estados Unidos. Incluí dos dedicatorias al principio de El cuento de la criada. La primera es para Perry Miller, mi profesor en el pavoroso Departamento de Graduados de Harvard, quien casi sin ayuda de nadie más fue el responsable de resucitar a los puritanos estadounidenses como un campo para la investigación literaria. Tuve que tomar muchas de esas cosas y necesitaba “llenar el vacío” para obtener mi certificado de cumplimiento y esta era un área que no había estudiado durante la licenciatura. Perry Miller señaló que, contrario a lo que me habían enseñado antes, los puritanos estadounidenses no habían venido a América del Norte en búsqueda de tolerancia religiosa, o al menos no de lo que esa frase significa para nosotros. Querían tener la libertad de practicar su religión, pero no tenían mayor interés en que los demás practicaran la suya. Entre sus logros más dignos de mención estaban el destierro de los así llamados herejes, la ejecución en la horca de cuáqueros y los famosos juicios de las brujas. Tengo el derecho de hablar mal de ellos porque fueron mis ancestros (en cierta forma, El cuento de la criada es mi libro sobre mis ancestros) y, de hecho, la segunda dedicatoria es para una de ellos, Mary Webster. Mary fue una bruja reconocida, o al menos fue juzgada por brujería, y ahorcada. Sin embargo, fue antes de que inventaran la “caída”, la cual te quiebra el cuello… simplemente la ahorcaron y la dejaron colgada y, a la mañana siguiente, cuando regresaron a bajar su cuerpo, ella aún estaba con vida. Bajo la ley del procesamiento por segunda vez, no se podía ejecutar a una persona dos veces por el mismo crimen, así que vivió otros catorce años. Pensé que, si iba a jugarme el cuello al escribir este libro, lo mejor que podía hacer era dedicárselo a alguien con un cuello muy duro. 

La Nueva Inglaterra puritana era una teocracia, no una democracia; y la forma de gobierno de la sociedad futura propuesta en El cuento de la criada también es una teocracia, con base en el principio de que ninguna sociedad se aleja jamás por completo de sus raíces. Si no hubiera sido precedida por la Rusia zarista, la Rusia estalinista hubiera sido inconcebible… y así nos podríamos seguir. Además, las dictaduras más poderosas han sido siempre aquellas que han impuesto una tiranía en nombre de la religión; e inclusive gente como los revolucionarios franceses y Hitler se han esforzado por proveer a sus ideas de una fuerza y autorización religiosas. Lo que toda tiranía realmente eficiente necesita es una idea o autoridad incuestionable. Los desacuerdos políticos son desacuerdos políticos; sin embargo, estar en desacuerdo político con una teocracia es herejía y una buena cantidad de golpes de pecho con una sonrisa de satisfacción puede ser utilizada para dar inicio a la exterminación de los herejes, como lo ha demostrado la historia por medio de las cruzadas, las conversiones forzadas al islam, la Inquisición española, las quemas en la hoguera bajo el reinado de Bloody Mary en Inglaterra y muchos más casos a través de los años. Fue bajo la luz de la historia que los constitucionalistas estadounidenses del siglo XVIII separaron a la Iglesia del Estado. Es también bajo la luz de la historia que los líderes de El cuento de la criada los combinan de nuevo.

Todas las narraciones comienzan con la pregunta ¿Y si? El y si varía de libro a libro (“y si Juan ama a María”, “y si Juan no ama a María”, “y si a María se la come un enorme tiburón”, “y si los marcianos nos invaden”, “y si encuentras un mapa del tesoro”, y así), pero siempre hay un y si, y la novela es la respuesta a esa pregunta. Y el y si de El cuento de la criada puede ser formulado así: ¿y si esto pudiera ocurrir aquí? ¿Qué tipo de esto podría ser? (Nunca he creído en las obras literarias sobre la invasión delos rusos. Si no pueden lograr que sus refrigeradores funcionen, francamente no tendrían mayor oportunidad. Así que, para mí, no es un esto verosímil.)

O, siendo la sed de poder lo que es, ¿y si quisieras apoderarte de Estados Unidos y establecer un gobierno totalitario? ¿Cómo lo llevarías a cabo? ¿Cuáles condiciones te favorecerían y cuál lema propondrías, qué bandera ondearías, qué atraería al 20 por ciento de la población necesario para que un régimen totalitario se mantenga en el poder? Es improbable que hubiera muchos voluntarios si propusieras un régimen comunista. Una dictadura de demócratas liberales sería vista, inclusive por aquellas personas de pocas luces, como una contradicción de términos. Aunque, admitámoslo, se han cometido muchos actos turbios en nombre de la gran diosa Democracia; usualmente han sido cometidos en secreto o encubiertos por una buena cantidad de bordado verbal. Si quisieras tomar el poder en Estados Unidos, lo más probable es que intentaras alguna versión de un patriarcado puritano. En definitiva, ese sería tu mejor plan. 

Sin embargo, las verdaderas dictaduras no aparecen en escena durante buenos tiempos. Aparecen en escena en malos tiempos, cuando la gente está dispuesta a ceder parte de sus libertades a alguien(quien sea) que pueda tomar el control y prometerle mejores tiempos. Los malos tiempos que hicieron posible a Hitler y a Mussolini fueron económicos, con algunos adornos adicionales, como la escasez de hombres (en proporción con las mujeres), a consecuencia de las altas tasas de defunción durante la Primera Guerra Mundial. Para hacer que mi sociedad futura fuese posible, propuse algo un poco más complejo. Un mal momento económico, en efecto, debido a la pérdida geográfica de control mundial, lo cual implicaría la reducción de mercados y menos fuentes de materias primas baratas. Sin embargo, también un periodo de catástrofe ambiental generalizada, la cual tuvo diversos resultados: una mayor tasa de infertilidad y esterilidad debido al daño químico y a la radiación (lo cual, por cierto, ya está ocurriendo), además de una tasa más alta de defectos de nacimiento (lo cual también está ocurriendo).La capacidad para concebir y dar a luz a un niño saludable se volvería excepcional y por lo tanto valiosa; y todos sabemos quiénes (en cualquier sociedad) reciben más de las cosas excepcionales y valiosas. Los que están en la cima. De ahí que la sociedad futura que propuse, al igual que muchas sociedades humanas anteriores, asigna más de una mujer a cada uno de sus líderes masculinos favorecidos. Hay muchos precedentes para esta práctica, pero mi sociedad con antecedentes puritanos necesitaría, por supuesto, una autorización bíblica. Para su suerte, es bien sabido que los patriarcas del Antiguo Testamento eran polígamos; el texto que escogen como su piedra angular es la historia de Raquel y Lea, las dos esposas de Jacob, y la competencia por darle bebés. Cuando se quedan sin bebés propios, presionan a sus criadas a dar ese servicio y cuentan a los bebés como propios y, de este modo, si fuera necesario, la Biblia justificaría la maternidad subrogada. Las doce tribus de Israel provienen de esas cinco(no dos) personas.

En la República de Galaad (así nombrada por la montaña en la que Jacob le prometió a su suegro Labán que protegería a sus dos hijas), el lugar de la mujer es estrictamente el hogar. Mi problema como escritora fue (dado que mi sociedad ha recluido a las mujeres de vuelta en sus hogares) encontrar la respuesta a cómo lo lograron. ¿Cómo logras que las mujeres regresen a su hogar, ahora que andan sueltas afuera del hogar, trabajando y, en términos generales, pasándola bien por allí? De manera sencilla. Simplemente cierras los ojos y das varios pasos gigantescos hacia atrás, hacia el pasado no-tan-distante(el siglo XIX, para ser exacto), les quitas el derecho al voto, a tener propiedades o a trabajar, prohíbes la prostitución pública como parte del trato, para evitar que se junten en las esquinas y, por arte de magia, están de regreso en el hogar. Para evitar que utilicen su American Express dorada para escapar por avión en un santiamén, decidí que sus créditos quedarían congelados de la noche a la mañana; después de todo, si todo el mundo está metido en sus computadoras y el dinero en efectivo es obsoleto (hacia allí nos dirigimos), resulta sumamente simple elegir a un grupo específico (todos los mayores de sesenta años, todos los que tienen el cabello verde, todas las mujeres). Entre las muchas características aterradoras de mi sociedad futura, esta parece ser la que ha hecho más mella en las personas: ¡que sus adoradas, amigables, bien entrenadas tarjetas de crédito pudieran alzarse en contra suya! Es como una pesadilla. 

Entonces, esta es parte de la esencia de la lógica despiadada que constituye la médula de El cuento de la criada. Espero que tengan esto en mente. Mientras escribía el libro y, por algún tiempo después, mantuve un álbum con recortes de periódico acerca de todo tipo de material que encajara con la premisa del libro: desde artículos sobre el elevado nivel de PCB encontrado en los osos polares, hasta las madres biológicas que Hitler les asignó con propósitos de reproducción a las tropas de la SS (además de sus esposas legales), pasando por las condiciones en las prisiones alrededor del mundo, la tecnología de las computadoras y la poligamia subterránea en el estado de Utah. Como lo he dicho, no hay nada en el libro que no tenga precedentes. Sin embargo, por sí mismo, ese material no constituiría una novela. Una novela es siempre la historia de uno o varios individuos, nunca la historia de una masa generalizada. Así que los problemas reales que enfrenté al escribir El cuento de la criada fueron los mismos que cualquiera enfrenta al escribir cualquier novela: cómo hacer que la historia sea real, a nivel humano e individual. Los escollos con los que suelen tropezarse los escritores de utopías son los escollos de la disquisición. El autor se entusiasma demasiado con los sistemas de desagüe o con las cintas transportadoras y la historia se paraliza, mientras nos explica sus bellezas. Quería que los antecedentes objetivos y lógicos de mi relato quedaran en el fondo; no quería que usurparan el primer plano.








¹Traducido por Elsa Mateo y publicado por Seix Barral en 1987 (N. de los T.).

²En la versión de Francisco de Quevedo (N. de los T.).

³Traducido por primera vez al español, a partir de la versión francesa, por Ramón Máximo Spartal y publicado por la imprenta de Benito Cano en 1793, siendo la única obra de Swift traducida al español hasta mediados del siglo XX (N. de los T.).

⁴Traducido por Juan José Morato y publicado por Capitán Swing en 2011 (N. de los T.).

⁵De acuerdo con Luis Alberto Lázaro, en H. G. Wells en España: Estudio de los expedientes de censura (1939-1978) (Verbum, 2004), la primera traducción al español fue publicada en 1926 con el título de La máquina exploradora del tiempo y estuvo a cargo de J. d’Albroi (N. de los T.).

⁶El título completo es Erewhon or Over the Range. Fue traducido por primera vez al español por Ogeir Preteceille como Erewhon o allende las montañas y publicado por la editorial Sempere de Valencia en 1926 (N. de los T.).

⁷Guillermo Enrique Hudson o William Henry Hudson fue un escritor argentino que vivió y publicó sus obras en Inglaterra. La utopía o la edad de cristal fue publicado por Monte Ávila Editores, Venezuela, en 1981 (N. de los T.).

Traducido por Luys Santa María y publicado por Luis Miracle Editor en 1935 (N. de los T.).

⁹En realidad, Looking Backward (Life in the Year 2000) fue publicado en 1888. La primera traducción al español fue publicada por la editorial López de Madrid en 1892, bajo el título de El año 2000, una fantasía novelesca (N. de los T.).

¹⁰Aunque sufrió recortes por la censura franquista, la primera traducción española fue realizada por Rafael Vázquez Mora y publicada por Destino en 1952. La primera traducción latinoamericana estuvo a cargo del paraguayo Arturo Bray y fue publicada por la editorial argentina Guillermo Kraft en 1950 (N. de los T.).

¹¹Traducido por Jorge A. Sánchez y publicado por Abraxas en 2000 (N. de los T.).

¹²Traducido por Helen Torres y publicado por Consonni en 2020 (N. de los T.).

¹³Publicado originalmente por la editorial Abril de Buenos Aires en 1947. Actualmente está disponible con el título El cero y el infinito, traducido por Eugenia Serrano Balanyá y publicado por Debolsillo en 2012 (N. de los T.).

¹Traducido por Olms y publicado por Pomaire en 1965 (N. de los T.).

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