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Los oficios invisibles del mundo del libro: hoy, la edición de textos

Un paso después de la elección del libro para ser publicado y un paso antes de la corrección: editores, pero tras bambalinas, Natalia Viñes entrevistó a quienes se encargan de poner a punto una última versión codo a codo con quien escribe. 



Por Natalia Viñes.



¿Qué es la edición? ¿Qué corrige la edición? ¿Y para qué? Al hacer estas preguntas nos colocamos en una instancia previa a la publicación de una obra. Una zona de trabajo diversa que supone la figura de un editor o editora con un plan de tareas para abordar un caos que, en el mejor de los casos, no pretenderá ordenar del todo.

Esa zona, previa a lo impreso o publicado, aparece como un campo de múltiples posibilidades de acción. A la vez, esa acción se moverá dentro de múltiples coordenadas de restricciones. La tarea coloca al texto a trabajar en el intersticio entre la lectura y la escritura. 

En el mundo del libro, la edición es una instancia clave, pero no todos quienes encarnan esta práctica desempeñan las mismas tareas. Usualmente se llama editor o editora a quien piensa el catálogo de una editorial y construye un cronograma de publicaciones anuales con un criterio afín al perfil del sello, teniendo en cuenta un universo muy complejo de decisiones que tienen que ver con apuestas, coherencia con la idea de lo que se viene publicando, calidad, equilibrio, costos y demás variables. También son editores quienes revisan cada texto antes del armado del libro, proceso que incluye en muchos casos un ida y vuelta con el autor a diferentes distancias. Y, además, está la figura del corrector, en quien a veces recaen algunas tareas de edición. En algunos casos todas estas tareas son llevadas adelante por la misma persona (como en muchas editoriales independientes), en otros (como en las editoriales más grandes o medianas), estas tareas están divididas.

Para ilustrar este mundo, conversamos con tres editoras cuya tarea consiste precisamente en trabajar la escritura de cada obra junto a su autor o autora. En esa instancia compartida logran “parir” un texto, algo que todavía tendrá que pasar por muchas manos más antes de convertirse en libro para llegar a sus lectores.

Gabriela Franco, licenciada en letras, editora y poeta, cuenta entre sus libros con los títulos Modos de ir, y Por las ramas (ganador del Premio Storni de poesía 2022). Como editora lleva una amplia trayectoria (Alfaguara, Norma, Tusquets, entre otros sellos), es especialista en trabajar textos con sus autores como, por ejemplo, Sergio Olguín (quien advierte que sólo publica si es Franco quien lo edita) o Abelardo Castillo: “Recuerdo que cuando edité los diarios de Castillo, nos juntábamos en su casa. Un día tuvo una duda sobre su propio material, y yo en un instante identifiqué en cuál de todos sus diarios (escritos en muchos cuadernos) estaba eso a lo que él se refería. Abelardo se quedó sorprendido, no entendía cómo podía tener tanto conocimiento de ese vasto material. Esto tiene que ver con ese lugar de intimidad al que una llega con el trabajo tan minucioso que se hace con el texto”, cuenta. 


¿Y qué se trabaja en un texto?  

GF: Hay muchos niveles sobre los que se puede trabajar. Desde lo más local, hasta una cuestión de estructura o de organización general del texto. En el medio hay un montón de cosas: desde la precisión hasta la sonoridad, la construcción de un personaje, la verosimilitud, la consistencia –en el sentido de la información que se va desgranando—, la progresión o la coherencia.   


¿Qué diferencia hay con la corrección?  

  GF: La corrección en general viene después de que el texto ya está fijado. Es decir, una vez que se recibió el trabajo, el texto todavía es móvil, aunque no tanto porque ya está bastante cocinado como para que se haya contratado (por una editorial) y tenga una fecha de publicación, pero todavía no está para que vaya a una instancia de armado y corrección directamente. Entonces, la edición es una instancia intermedia por la que no necesariamente todos los libros pasan. Por supuesto, hay excelentes correctores y correctoras que detectan otro tipo de cosas. Yo trabajo en la instancia previa en donde el editor puede decir “esta escena acá no se luce tanto y conviene pasarla dos capítulos después”, supongamos.  


Decís que no todos los textos pasan por esta instancia, ¿qué textos sí se trabajan de esta manera?

 GF: Se trata primero de una decisión editorial, que a veces tiene que ver con las necesidades propias del texto, y otras veces con cuestiones presupuestarias. Yo trabajo con los textos literarios. Los textos de no ficción traen otro tipo de problemas porque además implican muchas veces que el editor, el Publisher–el editor como aquel que contrata un título— intervenga en la planificación del libro, es decir que contrate a alguien para que escriba un libro, y eso no pasa con la literatura. En el campo de la literatura hay escritores y escritoras que entregan un texto que está muy pulido, en el que los ajustes que hay que hacer son pocos, y hay otros autores que están atentos a otro tipo de resoluciones y en algunos planos tienen una atención menor, y requieren de este trabajo junto con alguien para pulir y encontrar algo así como la mejor versión de esa obra que ya está creada pero que tiene algunos aspectos en los que todavía puede ajustarse.  


En cuanto a la “mejor versión de la obra” ¿cómo no modificar el estilo?   

 GF: Lo principal es trabajar siempre en conjunto con el autor o la autora. No creo en la intervención del editor que mete mano por su cuenta, sino en un diálogo con el escritor o la escritora. En segundo lugar, como todas, o al menos yo, hago algún trabajo que tiene que ver con cierta transmutación o cierto camuflaje o cierto juego de rol, en el que de algún modo trato de sintonizar con el estilo propio de ese autor o autora. Trato de arrimarme mucho a su visión y de pensar la obra desde ahí, desde adentro, no desde afuera, sino desde sus propias reglas. Por supuesto que es delicado, pero trato de ubicarme ahí, y tengo en cuenta al lector potencial de esa obra. Es decir que en ese trabajo no sólo está presente el autor o la autora, el editor o la editora, sino también el lector o la lectora potenciales de esa obra. Hay un imaginario ahí que está funcionando y una representación que uno tiene partiendo de la obra general de ese autor o autora o de esa obra en particular.  

Gabriela Franco define el trabajo con el autor como una relación “fabulosa”: “Es un intercambio en el que se aprende mucho y que tiene tensiones, por supuesto. En este diálogo quizás hay momentos de mayor resistencia, o resquemor, pero es hasta que se establece la confianza y nota que se está respetando totalmente su decisión y que se están dando argumentos que van a favor de su obra”.   


  

El autor tiene que estar particularmente dispuesto.  

 G.F: Generalmente, en los contextos en que he trabajado, el autor está dispuesto, está agradecido de que haya una lectura minuciosa, que alguien esté atendiendo de esa manera a la obra. Tiendo a pensar que es más común que en escritores más primerizos haya más resistencia. También creo que cada obra implica un desafío nuevo, donde se vuelven a poner en duda un montón de cosas y reaparecen un montón de inseguridades. Creo que el diálogo con un editor que está leyendo de una manera súper minuciosa ese texto es un lugar también donde es posible reafirmarse, buscar las fortalezas de la obra.  


 ¿Cuándo se llega al final de una edición?   

 G.F: Uno podría estar infinitamente ajustando un texto. Es un trabajo que puede asemejarse bastante al trabajo que se puede hacer en un taller o en una clínica de obra, pero dentro de un contexto en el que ya sabemos que se va a publicar y estamos trabajando para esa instancia. Por lo tanto, el trabajo no se podría extender indefinidamente en el tiempo, y de algún modo esa limitación también pone en caja, pone la concentración en un cronograma de trabajo completo. 



María Lucesole, además de trabajar para distintos sellos (entre otros, Caleta Olivia, Blatt & Ríos, Edhasa y Mansalva) trabaja con escritores particulares que le mandan sus textos, aunque no estén por publicarse en una editorial. Ella les devuelve correcciones y comentarios. “La corrección y la edición no son lo mismo. Son cosas distintas, pero necesarias. La edición en algunos casos no tanto, depende de cómo sea el material”, explica la también poeta, profesora de Letras y autora de libros como Flechas lanzadas desde ninguna parte.  


¿Hasta dónde corregís? ¿Hasta dónde modificás?  

 ML: Yo siempre trabajo con comentarios, obviamente para mí hay un respeto ahí de no tocar el trabajo del otro. También porque me ha pasado a mí de que me publiquen en alguna editorial y que me toquen demasiado el texto y me parece tremendo. A veces hasta una coma que vos decís “esto está mal” y estás hablando de literatura, te pueden responder que no, que lo quisieron poner así. Me ha pasado a mí de decir “ya sé que esto es agramatical, pero yo quiero hacerlo así”. Con ese tipo de cosas, si no están charladas, podés hacer un desastre.  


Cuando se mezclan el estilo y la gramática, digamos, la moral de la gramática.  

 ML: Tal cual. Entonces yo siempre trabajo desde el control de cambios, de los comentarios obviamente, nunca tocando demasiado sin consultar porque me parece una invasión.  

  

Eso también te pide un determinado acuerdo permanente con el autor, en cada cosa.    

 ML: Eso sin duda. Como en todo lo que tiene que ver con la literatura y el arte en general, para mí hay una ética que es importante. Primero un acuerdo con el autor, a ver qué quiere que hagas, obviamente. Y después hay mucha importancia en la lectura de quien edita o corrige. Esto de leer un estilo, de tener un ojo muy perspicaz; de repente esto no va así, pero el estilo de quien escribe va por ahí y, más allá de que a vos te guste o no, tenés que tratar de seguirle el hilo. Si no estás metiendo otra voz, que no es la de quien lo escribió. Es un laburo muy de lupa, muy detallado, teniendo en cuenta que del otro lado hay otra voz.  


Patricia Somoza, editora desde hace muchos años en numerosas editoriales, entre otros grandes autores trabajó con Ricardo Piglia: “Desde el 2005, que edité El último lector, en adelante, edité casi todo lo de él. Artículos, conferencias que daba... Después, los libros El camino de ida, los tres tomos de Los diarios de Emilio Renzi, Las tres vanguardias, Los casos del comisario Croce (estaba casi listo cuando Piglia falleció). También edité un policial póstumo, y hasta los Cuentos completos. Creo que fue uno de los trabajos más lindos que hice como editora, aprendí un montón trabajando con él”, explica Somoza, licenciada en Letras y escritora, quien acaba de lanzar su libro Operación Capeletti, en coautoría con Fernanda Aren. 


Cuando editás (literatura), ¿qué es lo que hacés?  

 PS: Lo primero que hago es leer, hacer una lectura completa. Uno siempre tiene la tentación de meterse de entrada, pero siempre es bueno para mí hacer una lectura completa. Lo que uno mira por encima antes de leer es la estructura. ¿Tiene partes, tiene capítulos? Un poco para ver qué organización tiene. Después trato de hacer una lectura completa, para tener una percepción global.   


Y cuando te ponés a trabajar sobre el texto, ¿qué buscás?  

 PS: Hacés un trabajo muy complejo, me parece. Hay cosas que descubrís charlando con el autor. Es un trabajo muy solitario, pero en algún momento yo me encuentro con el autor para decirle: “Mirá, vi esto, me parece que hay que trabajar acá. Esto sobra, esto falta, esto lo cambiaría de lugar”. Por ejemplo, me acuerdo de que en Blanco Nocturno, en cierto lugar me había parecido que había un cierre. Pero eso lo descubrí charlando con Piglia, porque la novela terminaba y empezaba otra cosa en el medio. También hay problemas que vas descubriendo, detectás algo y a veces no le encontrás una solución. Puede ser que un personaje se debilitó, a veces hay cosas de la temporalidad que no se entienden, que fuiste para atrás y te perdiste...   

  

¿El editor viene a completar una tarea del escritor?  

 PS: No sé si es completar. Recibís un original y tratás de que ese original, que va a ser transformado en un libro, quede el mejor libro posible. Tenés que potenciar sus virtudes y trabajar en relación, si hay algún problema tratar de ver con el autor.   





        

Tras bambalinas  

En el mundo del libro, un buen editor o una buena editora serán la contraseña de la tuerca que hará la diferencia en el libro en el que se está trabajando. Los datos que se obtengan en la búsqueda de esos especialistas se recomiendan como municiones de lujo. Sin embargo, sus aportes no siempre son reconocidos.  

“En la mayoría de los casos, el nombre de quien editó el texto no aparece en la página de legales. En general, ni la corrección ni la edición, sólo aparecen el diseño de tapa y la traducción -que en general tampoco aparece en la tapa-. Como correctora me pasó muy pocas veces de verme mencionada, creo que en algunos libros de Caleta Olivia, nada más. También hasta me ha pasado que publiquen los agradecimientos de todos los que hicieron posible el libro y que no me nombren. Omisión que, siendo mujer, es doble. Porque el trabajo de corrección (el de traducción ni hablar) y de edición de un libro es fundamental. Cuando sí me nombran, me alegra. Primero porque se difunde el trabajo que una hace, y después porque es un reconocimiento”, explica María Lucesole.   

“No sé bien por qué no siempre figuran en la página de legales los editores —suma Somoza—. Primero creo que hay una cuestión de predominio de la figura del autor, como si el editor fuera a menoscabar su figura. Quizás hay una tradición de invisibilizar, no lo sé. Creo que, de algún modo, el editor es un poco invisible. La mayoría de las veces no figura en los libros. Igual el autor es el que escribe el libro, uno colabora. Pero en la música hay menos prurito con eso, yo veo. Está el editor, el productor musical, el productor ejecutivo, o en el cine. En el libro la figura del autor dejaría en la sombra a todos los demás que trabajan en el libro.  


¿Qué idea se aproxima más a qué es editar? 

“El editor funciona como los ojos que el autor pide prestados, digamos. Somos ese otro lector necesario que ve cosas que uno sobre su propio texto no ve”, resume Somoza. 

“Qué pregunta difícil. Diría que podría ser algo así como ¿afinar un instrumento? Acercarse a esa melodía que es el texto y procurar que todo suene en su mejor posibilidad”, responde Franco. 


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