Literatura, vida y traducción
Por Gabriela Adamo
Lunes 14 de diciembre de 2020
"La literatura y la vida, lo sepamos o no, están atravesadas por la traducción. Pocos espacios lo ponen tan de manifiesto como un festival, donde autores que escriben en lenguas distintas entran en conversación y tratan de intercambiar ideas": Gabriela Adamo escribe a partir de Buenos Aires, ciudad de traducciones en el último Filba.
Por Gabriela Adamo.
La literatura y la vida, lo sepamos o no, están atravesadas por la traducción. Pocos espacios lo ponen tan de manifiesto como un festival, donde autores que escriben en lenguas distintas entran en conversación y tratan de intercambiar ideas, preguntas, conceptos, lecturas, entre ellos y con el público. En un festival, se trata de que los participantes puedan “fluir” a través de estos cruces, y el esfuerzo puesto en lograrlo no hace más que agrandar la zona de encuentro -o de combate, como diría la teórica Emily Apter- que implica toda traducción. En el contexto pandémico que obligó al equipo de Filba a diseñar un festival online, también se decidió poner énfasis en este tema y otorgarle visibilidad a una actividad que le da otra vuelta de tuerca al lema elegido del año: todo cambia, nada es.
La mayoría de los libros de autores “internacionales” -una categoría conflictiva, lo sé- llega a manos de las programadoras en su versión traducida. Comunicarse con estos autores en el proceso previo al festival obliga a defenderse en alguno de los pocos idiomas a mano o, casi siempre, recurrir a la muleta del inglés. Hay que organizar intérpretes para las notas de prensa. Hay que traducir biografías, reseñas, textos, entrevistas. Hay que destinar un presupuesto importante a la contratación de cabinas y equipos de traducción. Y hay que ser creativo cuando llega el momento más temido: ¿cómo hacer para que la poeta noruega hable en un panel con su colega brasileño y otra argentina, sin que todo el ritmo se pierda con la traducción consecutiva?
La forma de encarar estos desafíos varía mucho según el país en el que se lleve a cabo un festival y tal vez no sea muy exagerado pensar que esa forma representa, precisamente, las distintas maneras de considerar la lengua propia y su lugar en el mundo. En Latinoamérica, tendemos a ser muy conscientes de la necesidad de traducción; la prioridad es que todo se vierta al castellano, pero también nos desvivimos para que los extranjeros se sientan cómodos. En los países angloparlantes, como es sabido, se da por sentado que cualquiera se las arregla con el inglés y hay que agradecer si, cada tanto, algún organizador atento se acuerda de que hay seres que no hablan ese idioma. En Francia, acérrimos defensores de la francophonie, prefieren traducir a cualquier otro idioma menos al inglés, y en Alemania, pragmáticos, usan esa lengua todo el tiempo. Mi solución preferida es la de Suiza, un país multilingüe en cuyos festivales cada uno habla su idioma y se supone que, aunque no se entienda todo, igual se pueden disfrutar las mezclas azarosas de sonidos que se producen.
Un poco de todo esto es lo que Filba, alentada por una propuesta del colectivo Toledo – Translators for Cultural Exchange (y, desde antes, por asociaciones como la AATI y la Casa de Traductores Looren), quiso poner sobre la mesa en este festival. Así surgieron una serie de talleres, paneles, performances y experimentos digitales que pasaron por lenguajes tan dispares como el alemán, el coreano, el francés, el quichua y el italiano. Fueron más lejos, reflexionando sobre la traducción entre distintos lenguajes artísticos, como en el maravilloso encuentro entre Victoria Zotalis, Eduardo Stupía y Mattías Battistón. Tomando como disparador las nuevas traducciones de Beckett hechas por este último, Zotalis y Stupía transportaron el texto a sus respectivos “idiomas”: la música y las artes visuales. Los resultados no son solo dos obras nuevas y bellísimas, sino también una conversación -moderada por Malena Rey- llena de fascinación, delicadeza y profundidad en torno a las mil voces de lo legible. La producción de este encuentro fue hecha en pleno período de aislamiento obligatorio, con protocolos estrictos de distanciamiento, en un escenario real -la cúpula del CCK- pero pensada para ser vista por el público desde sus casas. “También estamos traduciendo este contexto -dijo, en un momento, Zotalis-, tratando de entender un mundo nuevo”.
Tratar de entender mundos, eso es lo que la traducción hace desde tiempos inmemoriales. Y para entender es imprescindible una corriente de afecto, de interés genuino, de curiosidad y de admiración. Eso quedo a la vista en la cálida conversación entre Camila Sosa Villada y su traductora al alemán, Svenja Becker, que dejó de lado su conocido rigor filológico para entregarle a la autora de Las malas, a través de la pantalla, un increíble ramo de flores. O en el panel que compartieron Inés Garland, Andrés Barba y Ariel Dilon, en el que comentaron llenos de admiración cómo la traducción de un libro en el que las prostitutas pasan a ser costureras es, de todos modos, una traducción extraordinaria.
La propuesta más ambiciosa, la performance Pongamos por caso concebida por Rafael Spregelburd, dedica casi tres horas a explorar muchas de las preguntas, preocupaciones y obsesiones de los traductores. Desde la cuestión siempre espinosa de los honorarios y la sobrecarga laboral, pasando por los usos políticamente correctos del humor o los insultos, las disquisiciones detalladas en torno a conceptos que existen en un idioma pero no en otro, el cuestionamiento de algunos mitos del lenguaje y la fascinación que despiertan las inagotables curiosidades con las que se topan en su labor, los ocho participantes van perdiendo timidez para plantearse cuestiones cada vez más específicas y, a la vez, generales, porque la lengua nos afecta a todos. Los bloques de conversación están acompañados por la presencia de una lectura superpuesta, que va variando de idioma y por lo tanto de sonido, convirtiéndose en una música parecida a la que propone Zotalis en torno a Beckett y que nos acerca, por un rato, a la propuesta inmersiva de los festivales suizos. Hay muchas palabras que no entendemos, pero la multitud de voces siempre logra decirnos algo.
La traducción es una práctica social, cultural y política que está presente desde que el primer ser vivo intentó comunicarse con su entorno. En una época de crisis como la que estamos atravesando, en la que necesitamos inventar nuevas formas de relacionarnos y organizarnos, el compromiso, la profundidad y la sensibilidad con la que los traductores encaran su oficio puede marcar un rumbo a seguir.
PD: Y vaya acá, al final aunque debería ir al principio, un enorme agradecimiento y toda la admiración a las intérpretes profesionales y vocacionales que, a lo largo de los años, ayudaron a que en el festival todo funcionara un poco mejor. Fueron y son muchas; menciono a las tres que más presencia tuvieron en los últimos cinco años: Nieves García Amigó, Marita Propato y, con enorme tristeza por su muerte tan temprana, Lucila Cordone.