La velocidad de la literatura
Crédito: Radio Nacional / Catalina Bartolomé
Lunes 09 de setiembre de 2024
Tomado de No, no pienses en un conejo blanco (La Marca Editora), de Patricio Pron, una de las piezas que lo componen sobre literatura, dinero, tiempo, influencia, falsificación, crítica, futuro.
Por Patricio Pron.
“¿Por qué los relojes no pueden guardar secretos? Porque el tiempo siempre lo dirá”, asegura el chiste. Algo más de medio siglo después de que Wood adquiriese notoriedad y una considerable fortuna prometiendo a sus clientes que era posible leer más y más rápido, no solo no hemos ganado la batalla contra el tiempo, sino que, por el contrario, hemos estado perdiéndola miserablemente, ya que, mientras que nuestra velocidad de lectura no aumentó de manera considerable, la producción de textos creció de forma meteórica. Nadie ha hablado mejor sobre esto que el mexicano Gabriel Zaid, quien en Los demasiados libros (1972 y ss.) alerta acerca de la desproporción evidente entre el crecimiento del número de títulos y el de lectores. “En medio siglo (de 1950 a 2000), la población mundial creció al 1,8 % anual y la publicación mundial de libros al 2,8 %”, escribe. “La humanidad publica un libro cada medio minuto. […] Si alguien lee un libro diario (cinco a la semana), deja de leer 4.000 publicados el mismo día. Sus libros no leídos aumentan 4.000 veces más que sus libros leídos. Su incultura, 4.000 veces más que su cultura.” “¡Tantos libros! ¡Y tan poco tiempo!”, se lamentaba el académico estadounidense John Henry Wright en 1891, recuerda Zaid; antes de él, los críticos del exceso de títulos habían sido Séneca, Martín Lutero, Miguel de Cervantes y Samuel Johnson. “Si, en el momento de sentarse a leer, se suspendiera la publicación de libros, [un lector] necesitaría 300.000 años para leer los ya publicados. Si se limitara a leer la lista de autores y títulos, necesitaría casi veinte años”, apunta.
Desde luego, las cosas no han mejorado visiblemente desde la publicación de Los demasiados libros: “la ilusión de una velocidad liberadora” y una pérdida considerable de prestigio por parte de la literatura –de la que esa velocidad es tanto causa como consecuencia y ha supuesto una reducción de las ventas y, por consiguiente, de los ingresos de los escritores¹– han provocado, por el contrario, una multiplicación exponencial de los títulos publicados. Según datos de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), por ejemplo, la industria editorial de ese país publicó en 2021 79.373 títulos (sin contar autoeditados, ¡!), un 4,15 % más que una década atrás, en 2009 (76.213); lo hizo en un número inferior de ejemplares (198.132 al año, un 39,93 % menos que en 2009, cuando se produjeron 329.830) y con una tirada media inferior: 3.590 ejemplares por título, un 17,05 % menos que en 2009, cuando era de 4.328 ejemplares. De acuerdo con estos datos –los últimos publicados hasta la fecha–, los “títulos vivos en oferta” alcanzaron en 2021 los 794.823, mientras que en 2009 eran 414.727, lo que significa un incremento del 91,65 % en menos de diez años² .
La retracción de las ventas a partir de 2008³ ha tenido como resultado la aceleración de tendencias bien conocidas no solo por editores y autores: la concentración editorial –una empresa adquiere a su competidora en horas bajas para hacerse con su cuota de mercado y sus títulos más populares–; el cierre de numerosos proyectos editoriales y la pérdida consiguiente de diversidad en ese ámbito; la reducción de los ingresos de los traductores, los correctores, los autores, los diseñadores y los editores free lance y la normalización del aumento de horas de trabajo y de la presión ejercida sobre quienes se desempeñan dentro y fuera de las casas editoriales, el incremento de la publicación de libros concebidos exclusivamente con una finalidad comercial y la subsiguiente pérdida de calidad y de valor de lo que se edita y el aumento del número de títulos publicados en tiradas más y más reducidas (véase arriba).
Este último tiene como consecuencia, a su vez, un volumen tan grande de publicaciones que la prensa cultural –empantanada desde hace años en una doble crisis, la de resultados y la de propósito, esta última vinculada con una política que fomenta el clic en detrimento de la producción de pensamiento crítico– no es capaz de reflejar, las librerías no pueden exhibir y el lector no llega a conocer.
Mientras las editoriales más importantes piensan en nuevos “productos” –libros electrónicos, podcasts, audiolibros–, el que constituye su principal fuente de ingresos, el libro físico, es descuidado tanto por ellas como por ciertos escritores, quienes, para compensar la disminución de sus ingresos en concepto de derechos de autor, publican tres y hasta cuatro libros al año, en especial en España. Como observó James Gleick, presidente de la Authors Guild estadounidense, “cuando empobreces a los escritores de un país, también empobreces a sus lectores [ya que] los libros de calidad requieren a menudo un tiempo y un trabajo de investigación que no pueden ser llevados a cabo si el autor necesita además dar clases y conferencias para llegar a fin de mes”.⁴
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¹ La relación entre los escritores y el dinero siempre ha sido problemática, en no menor medida debido a que, a falta de una instancia objetiva que determine el valor de lo que escriben, algunos han utilizado y utilizan el dinero que perciben por su trabajo y el número de ejemplares que supuestamente venden sus libros como referencia. En su biografía de William Faulkner de 2005 Jay Parini observa, acertadamente, que “muy raras veces el dinero es solo dinero. La obsesión con él, que parece haber esclavizado a Faulkner a lo largo de su vida, puede ser vista como una medida de sus sensaciones de estabilidad, valor, sujeción en el mundo […], una forma de calibrar su reputación, su poder, su realidad” (Para más acerca del tema, véanse Manguel y el artículo “Escritores urgidos de dinero” en la bibliografía.)
² De acuerdo con el informe de 2021 de la Cámara Argentina del Libro, la industria editorial de este país publicó ese año 34.256 títulos; se trató de un 18,2 % más que en 2020 –cuando, de acuerdo con un informe de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, el número de títulos publicados estaba en torno a 29.000– y un 31,7 % más que en 2012, cuando se publicaron 26.000 títulos; lo hizo en un número inferior de ejemplares (26 millones al año, un 56,7 % menos que en 2010, cuando se produjeron 60 millones y un 83,8 % menos que en 2014, cuando la cifra alcanzó los 160 millones de ejemplares) y con una tirada media inferior: un promedio de 1.700 ejemplares por título, un 37 % menos que en 2016, cuando era de 2.700 ejemplares. Al momento de la entrada a imprenta de este libro, la iniciativa gubernamental de eliminar la ley de precio uniforme y la protección a la actividad librera, como parte de un proyecto más amplio de reforma de la sociedad argentina destinado a sistematizar y normalizar la exclusión de buena parte de sus habitantes, hace que resulte difícil –si no directamente imposible– hacer una previsión de lo que sucederá en los próximos meses.
³ Un 30 %, según algunas fuentes. La pandemia y el confinamiento han supuesto un aumento considerable de las ventas, especialmente las de fondo; pero la recuperación está lejos de ponerse de manifiesto en todos los ámbitos del negocio editorial (Véase Echevarría en la bibliografía.)
⁴ Una vez más, el problema no es tanto la subsistencia de los escritores –o no solo de ellos–, sino la de toda una cultura que solía ver en la literatura un vehículo privilegiado para acceder a un conocimiento específico del mundo. El proyecto personal, no de hacerse rico, sino de mantenerse a flote mientras se produce una obra que –idealmente– se sostenga en la comparación con los grandes textos del pasado, y la aspiración a disfrutar de una literatura por fin plural y diversificada tropiezan con la imposibilidad de disponer de textos cuyos autores no puedan sostenerse económicamente; es decir, en algún sentido, de las voces que más necesitamos escuchar para comprender el modo en el que vivimos. Para profundizar en este tema se puede consultar un libro reciente, pero ya imprescindible, acerca de cómo las grandes empresas tecnológicas y de contenidos se han apropiado de las industrias creativas y de sus mercados para enriquecerse a costa de los trabajadores de esas industrias y de los consumidores, Chokepoint Capitalism [Capitalismo de punto de asfixia] de Cory Doctorow y Rebecca Giblin (2023)