La práctica de la literatura
Francis Ponge
Miércoles 10 de agosto de 2016
Por Francis Ponge.
Señoras y señores
(...) Actualmente la gente escribe con pulcritud, sin faltas de ortografía o no muchas, incluso en una lengua como el francés en la que la mitad de las letras no se pronuncia. Existe, pues, ciertamente, incluso entre el gran público, en la multitud, una sensibilidad visual, y luego, hay esta tercera dimensión, curiosa, esta historia de la significación, que hace que la palabra sea, quizás, un objeto de tres dimensiones, esto es, un verdadero objeto. Pero la significación no es solo una cosa.
Es una cosa importante, es lo que hace la superioridad (que todos los artistas de las otras técnicas me perdonen), es lo que hace la superioridad de la palabra y de la poesía, considerada ésta como el arte de la palabra, no ya de la poesía de la chansonnette, sino la poesía-arte de la palabra, y la palabra es una cosa más grave, más importante justamente a causa de esto.
La música está muy bien, es muy importante, a mí mismo la música me ha gustado mucho y la he tocado también mucho, cuando joven fue con músicos que tuve mis primeras emociones estéticas. Se trata ahí de sonidos, pero esos no son sonidos significativos. Los músicos me dirán: “Perdón, pero son significativos.” Pues, pido excusas. El modo de comunicación natural del hombre, pese a todo, es el de las palabras. Tal vez se comenzó por silbar, por llamar o por responder cantando o silbando. Está muy bien para los pájaros. Los hombres hablan. Es un hecho. Hay que ser positivo, ¿no? Los hombres son animales de palabras. Esto no es querer decir que los músicos son pájaros. Pero quiero que se comprenda por qué, cuando se tiene el espíritu un tanto exigente o solamente positivo, cuando se aprecia la dificultad, se escoge más bien la palabra como medio de expresión. ¿Cuál es la consecuencia de esta significación? ¡Es terrible! Es con las palabras que cada día todo el mundo emplea, para de decir “No empujen” (en el metro) o para decir “Páseme la sal” o para decir... Con esas palabras es que tenemos que trabajar, no solamente con esas palabras sino también para decir “tengo miedo”, para decir “¿quiere usted?”, para decir cosas también, ... o tal vez ... mucho más importantes, que pueden pensar los otros animales.
Pero para expresar nuestra sensibilidad frente al mundo exterior, debemos emplear esas expresiones que están mancilladas por un uso inmemorial, mancilladas y espesadas y vueltas más pesadas, más graves, más difíciles de manejar.
Supongamos que cada pintor, el más delicado, Matisse, por ejemplo... para pintar sus cuadros no hubiera dispuesto de no más que de un pote de rojo, un gran pote de amarillo, un gran pote de, etc..., este mismo pote en el que todos los pintores desde la Antigüedad (pongamos franceses, si se quiere) y no solo todos los pintores, sino todas las conserjes, todos los trabajadores de obras, todos los campesinos han untado su pincel y pintado luego con eso. Ellos han untado ahí el pincel, y justo que viene Matisse y toma ese azul, toma ese rojo, pringados desde hace, pongamos, siete siglos para el francés. A él le es necesario dar la impresión de colores puros.
Lo que no deja de ser, de todos modos, una cosa harto difícil. Es un poco como eso que nosotros tenemos que trabajar. Cuando digo que, para expresar nuestra sensibilidad frente al mundo exterior, debemos utilizar ese mundo de palabras, yo pienso, y no sé si me equivoco, y es en eso, creo yo, que no soy místico, y en todo caso pienso que esos dos mundos son estancos, es decir, sin un pasaje que lleve del uno al otro. No se puede pasar. Hay el mundo de los objetos y de los hombres, quienes en su mayor parte son mundos también. Porque ellos remueven el viejo pote, pero no dicen nada. No dicen sino que lugares comunes. Hay, pues, por una parte este mundo exterior, y por otra el mundo del lenguaje, que es un mundo enteramente distinto, enteramente distinto, salvo que existe el diccionario, que, naturalmente, forma parte del mundo exterior. Pero los objetos de ese tipo son de un mundo extraño, distinto del mundo exterior. No se puede pasar del uno al otro. Hace falta que las composiciones que vosotros no podéis hacer sino es con la ayuda de esos sonidos significativos, de esas palabras, de esos verbos, sean acomodados de tal manera que puedan imitar la vida de los objetos del mundo exterior. Imitar, es decir, que ellas sean por lo menos de una complexidad y de una presencia iguales. Un espesor igual. Vosotros comprendéis lo que quiero decir. No se puede enteramente, nada se puede hacer pasar de un mundo al otro, pero para que un texto, cualquiera que sea, pueda tener la pretensión de dar cuenta de un objeto del mundo exterior, hace falta por lo menos que logre, él mismo, la realidad en su propio mundo, en el mundo de los textos, que tenga una realidad en el mundo de los textos, que en él tome un valor de persona, vosotros comprendéis que empleamos esta palabra solamente para los hombres, pero comprendéis lo que quiero decir. Dicho de otro modo, que eso sea un complejo de cualidades tan existente como el objeto presente.
Me parece muy importante que los artistas se den cuenta de esto. Si ellos creen que pueden pasar muy fácilmente de un mundo al otro, es en ese momento entonces que dicen: “Ah, me gustan los caballos!” Ah, cómo me gustaría entrar en una manzana!” y todo eso. No es el asunto. No es cuestión para nada de hacer aquí un texto que se parezca a la manzana, es decir, que tenga tanta realidad como una manzana. Sino en su género. Un texto hecho con palabras. Y no es porque yo diga “me gusta la manzana” que voy a dar cuenta de la manzana. Habré dado mucho más cuenta de ella si hago un texto que posea una realidad en el mundo de los textos, un tanto similar a la realidad de la manzana en el mundo de los objetos”. (...)
Texto establecido según grabación de una Conferencia improvisada, sin apoyo en un texto redactado, pronunciada en la Techvische Hochschule de Stuttgart, el 12 de julio de 1956.
Fue tomado de Antología crítica, de Francis Ponge, con selección, introducción, traducción y notas de Waldo Rojas, editado por Gog y Magog. 2016.