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La política de los textos

Ph Javier de Agutín

Entrevista a Patricio Pron

"Me interesa pensar la literatura como un ámbito de producción de lo político", dice Patricio Pron en esta entrevista con Luciano Lamberti, a propósito de su último libro. "La política de los textos se encuentra en sus formas y no en las opiniones de sus autores", avanza.

Por Luciano Lamberti.

Patricio Pron (1975) es uno de esos escritores afianzados en Europa (más específicamente, en Madrid) que, al igual que Rodrigo Fresán, son más leídos en el viejo continente que en su propio país de origen, aunque su obra merezca premios y reconocimientos importantes, como su inclusión en la prestigiosa revista Granta en el 2010, el “Juan Rulfo” en el 2004 o el “Jaén” en el 2008. Nacido en Rosario, Pron estudió Comunicación Social en Argentina y Filología en Alemania. Lleva publicadas varias novelas (como El comienzo de la primavera, de 2008, o El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de 2011, entre otras) y libros de relatos como El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, del 2010.

Hablamos con él por su última novela, No derrames tus lágrimas por nadie que haya vivido en estas calles (Random House), que narra un encuentro de escritores futuristas en un pequeño pueblo italiano y una muerte misteriosa, e incluye debates sobre la relación entre la política y la literatura, hoy más vivos que nunca.

 

—La novela trabaja sobre la relación entre el arte y la vida, propia de las vanguardias. ¿Hoy esa relación no existe más? ¿Los escritores ya no tienen injerencia en el debate público?

—En realidad creo que esa relación tiene lugar, ahora, por primera vez en la historia, mediante una estetización de los acontecimientos que no excluye los más terribles, como los videos de ejecuciones de ISIS: en ese sentido, es posible que vivamos en el mundo soñado por las vanguardias, aunque no necesariamente de la forma en que esas vanguardias lo concibieron. Por otra parte, la injerencia de los escritores en el debate público no ha sido, históricamente, me parece, ni muy útil ni especialmente deseable, y novelas como No derrames tus lágrimas... la cuestionan: en realidad, es mucho mejor para todos que el descrédito haya caído, por fin, sobre los escritores pontífices.

—¿Y de dónde proviene la fascinación de tantos escritores por la derecha? Pienso en Bolaño o en Carlos Busqued, por ejemplo.

—Me parece que esa fascinación constituye un rechazo a una de las paradojas que presenta la lectura principalmente moral de los textos que se practica en nuestros días. La lectura de los escritores “de izquierda” soslaya el hecho de que la política de los textos se encuentra en sus formas y no en las opiniones de sus autores.

—Y en ese sentido, ¿hay buenos (o pasables) escritores de izquierda?

—Una de las paradojas recurrentes es que los escritores “de izquierda” son profundamente conservadores en sus formas, mientras que los “de derecha” son los autores de una literatura mayoritariamente, cómo decirlo... Rompedora. Mis simpatías se encuentran estéticamente con la derecha, en ese sentido (pese a que nunca voté a la derecha y espero no tener que hacerlo nunca). Mi propuesta es dejar de pensar en esos términos, “derecha” e “izquierda”, cuya dificultad de definición los hace improductivos. Y, por supuesto, comenzar a pensar en los textos y no en sus autores.

—La novela tiene, en gran medida, una forma documental, ¿fue una decisión consciente o salió así?

—Una decisión, supongo.

—¿Por qué te interesa explorar la relación entre lo político y lo literario? ¿Qué queda hoy de esa relación?

—A ver, me interesa pensar la literatura como un ámbito de producción de lo político: si lo pensamos detenidamente, todas las ideologías de los últimos doscientos años tienen en su fondo un texto de alguna índole (desde el Manifiesto comunista de Marx y Engels hasta las novelas de Ayn Rand), y lo político tiene su herramienta de persuasión más habitual en la palabra, a menudo utilizada como arma. Entiendo que, al preguntarme por lo que “queda hoy de esa relación”, estás sugiriendo que esa relación se encuentra en retroceso a raíz del auge de la cultura audiovisual.

—Claro.

—Bueno, es un tema largo, y me gustaría que pudiésemos conversarlo en profundidad, pero, de antemano (y aunque me encuentro a menudo con la opinión contraria), te anticipo que no creo que la naturaleza política de los textos sea menor que en el pasado. Pienso por ejemplo en esos libros (la mayoría) que eluden la negatividad con el fin de acceder a un público más amplio; en su pretendida apoliticidad, esos textos son profundamente políticos: más aún, están completamente a la derecha, y con ellos, sus autores.

—Te quería preguntar sobre tu proyecto como narrador, digamos. ¿Consiste, de alguna forma, en documentar la relación entre la historia y los sujetos, o la forma en que la historia influye en sus vidas?

—Muy posiblemente, sí. Con la salvedad de que lo que llamas “proyecto” es apenas una suma de intuiciones, posibilidades y contradicciones, el tipo de embrollo que conforma una “figura en el tapiz” sólo si se lo observa desde la distancia.

—La novela plantea el problema de una generación literaria, ¿con qué escritores de tu generación te sentís afín?

—Con una veintena repartida entre América Latina y España, quizás un poco menos.

—Tus novelas y cuentos están pensados desde una tradición más europea. ¿Te considerás un “escritor argentino”? ¿Importa la nacionalidad de un escritor?

—No. No creo que la nacionalidad de un escritor importe mucho excepto a los burócratas culturales y a los nacionalistas, pero la mía, creo, es muy clara (o lo es para mí): soy un escritor argentino entre los muchos escritores argentinos que han vivido por una razón u otra fuera de su país y han contribuido desde allí, y en la medida de sus posibilidades, a una literatura argentina de la que (por cierto) también participan autores polacos, ingleses y franceses (pienso en Witold Gombrowicz, Hudson, Paul Groussac, Copi, por ejemplo). Por otra parte, la tradición europea es parte consustancial de la argentina, y Rodrigo Fresán dijo muy inteligentemente una vez que no hay ningún lugar más argentino que el exterior.

—¿El libro es un homenaje a Bolaño? ¿Bolaño es un escritor después del cual no se puede escribir de la misma manera?

—Más que un homenaje es una especie de desafío del tipo de los que le gustaban a él: escribir una historia de “la literatura nazi” no sólo en América y no sólo circunscrita cronológicamente, la cual, a su vez, a diferencia de la de Bolaño, renunciase a las libertades de la ficción para narrar hechos comprobables y trayectorias vitales que efectivamente tuvieron lugar y no son imaginarias. Al igual que la de Borges, la de Bolaño es una obra contra la cual, llegado este punto, me parece necesario escribir: para preservar algo de la naturaleza personal de lo que se escribe, pero también en homenaje a su creador y como forma de agradecimiento.

—¿Se te planteó la pregunta de cómo percibían al fascismo los futuristas, que es distinto a cómo lo percibimos hoy?

—Por supuesto. Ambos movimientos compartieron un origen común, y propusieron una destrucción de lo viejo y lo caduco, de lo que ya no funciona, con la que, al menos a mí, no me resulta difícil simpatizar; ambos movimientos, además, comenzaron como fenómenos situados a la extrema izquierda para luego situarse a la derecha, en una parábola que, en realidad, es la que recorren los movimientos políticos casi siempre.

—A partir de la exposición del original de la novela junto a las correcciones, te quería preguntar por tu método de trabajo, si escribís con esquemas, si reescribís, cómo lo hacés, y también por el proceso de documentación para escribir la novela.

—No recuerdo mucho cómo escribí esta novela; lo que sí recuerdo es que lo hice principalmente en Civitella Ranieri, en Italia; escribía por las mañanas y corregía por las tardes, durante un mes aproximadamente. Fue muy divertido, y espero que algo del placer que recuerdo haber sentido mientras la escribía, y que estaba relacionado con la libre disponibilidad del tiempo y con la convicción con la que sentía que la historia se escribía a sí misma, a veces dejándome atrás, permeen el producto final.

—Para terminar, sé que viviste en Alemania, ¿qué significó esa estadía para tu formación como escritor? ¿Alguna vez te sentiste tentado de escribir en otro idioma?

—Mi estancia alemana fue absolutamente formativa, me parece: al margen de que, sí, escribí bastante en alemán, esa estancia enterró al escritor que yo era por entonces y permitió el nacimiento de otro, más parecido a mis intereses y a mis aspiraciones presentes. Quizás suene raro que yo me haya convertido en escritor allí, lejos de Argentina y separado de mis lectores naturales, y tras haber escrito varios libros, pero es una rareza con la que he aprendido a vivir.

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