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La lectura como quehacer creativo

"Los ojos leen como forma de mirar y miran como una forma de leer", escribe  Luis Felipe Noé en este ensayo de El ojo que escribe (Ampersand).




Por Luis Felipe Noé.


 

El espíritu de la creación (que es igual a decir, en este caso, la creación del espíritu) nace para el ser humano −en su vivencia consciente− con la palabra, esto es con la ficción. Crear de nuevo las cosas del mundo. El ser humano vive simultáneamente en dos realidades: la palpable, que es la que toca y, la otra, que representa las cosas a través de las palabras. De esta manera, define su diferencia fundamental con los otros animales. Al nacer la palabra nacen implícitamente los lenguajes, la escritura y la lectura. La capacidad de ficción hace esa diferencia. Escritura-lectura equivale a representación-contemplación. Es decir, segunda contemplación. Ya no del mundo que se bautiza con las palabras o con el dibujo sino del mundo re-presentado. Las primeras líneas que dibujaron sobre las piedras los primeros seres humanos fueron el comienzo mismo de la necesidad representativa, o sea, por palabras o trazos. Esta necesidad supone ya un interlocutor que está contenido en el mismo individuo que en ese hacer lo está creando. Toma conciencia de sí mismo gracias a un otro que está dentro de él. 

Lo que se llama acto creativo es una búsqueda subjetiva para encontrar un interlocutor. O sea, es el yo oculto que va definiéndose en ese proceso. Tal vez la duda sobre la duda misma del quehacer que por alguna razón uno encara es el punto de partida de esta aventura. 

La palabra y el dibujo constituyen el nacimiento del “dios” humano, el creador del mundo de sí mismo para sí mismo. De un individuo para otros individuos. La capacidad, que muchísimo después se llamará arte, nace cuando el bebé recién nacido pronuncia la primera palabra: A. Luego se diría que es solo una letra, pero en realidad todo el lenguaje y todas las lenguas (no solo idiomas sino formas diversas de la creación que entendemos como artes: escritura, música, escultura, pintura, etc.) están implícitas en esa primera exclamación del ser humano. 

¡A!… ¿Quiere decir “aquí estoy”? O se pregunta sobre “dónde estoy”. Por cierto, alfabeto, arte y amor son palabras que comienzan con A. El ejercicio de vivir es el desarrollo de esa A inicial. No solo es la primera letra del abecedario sino todas las claves de la existencia. 

La escritura y la lectura responden a este misterio. El hombre y la mujer empiezan a bailar en este mundo con todas las posibilidades que la existencia le brinda y así la van creando de vuelta. La lectura, por lo tanto, es entraren la aventura del ser humano, pero el que entra es el propio ser humano. Esa conciencia compartida aún en el desacuerdo de las afirmaciones. Pero si hay entendimiento puede llegar a un encantamiento, a una cima, a un punto supremo del ser.


Me referí a la danza como el arquetipo de la acción creadora que también se revive en la lectura; con la diferencia de que, en este caso, el encantamiento latente no es simultáneo, como para la pareja de baile, sino que trasciende el tiempo. La lectura es solitaria pero puede ser la cúspide del entendimiento humano. En realidad, nunca es solitaria. La lectura es el acto creativo por excelencia porque siempre será el descubrimiento de uno mismo incluso polemizando con ese otro que tenemos en nuestro espíritu. 

Cuando leemos lo que escribió otra persona entra en funcionamiento el debate. No solo con el que escribe sino con uno mismo: no el desacuerdo sino sobre todo el entendimiento. Primero con uno mismo, luego sabemos si nos entenderemos con el otro (o sea, el autor del libro). Pero entenderse no significa estar de acuerdo.

Entenderse es solo acordar el diálogo. La lectura es por esto un diálogo universal, más bien diría, es el diálogo universal. Y allí está el gran proceso de la recreación del mundo. 

El libro significa simultáneamente el nacimiento de la conciencia de poder ser frente a la confusión general que al individuo lo abruma y también del poder ser colectivo, o sea, societariamente cultural. Todos aquellos que creen monopolizar teóricamente el orden universal están por la destrucción del libro. Fernando Báez en su magnífica Historia universal de la destrucción de los libros señala: “… la prueba del inicio de la civilización, de la escritura y de los libros, es también la de las primeras destrucciones de los mismos. Este deterioro no fue natural, espontáneo o inmediato, sino provocado, premeditado y lento, pues las guerras entre ciudades-estado ocasionaban incendios y, en medio del fragor de los combates, las tablillas caían de sus estantes de madera y se partían en pedazos o quedaban ilegibles. 

El Himno a lishbierra [sumerio] establecía como objetivo de un ataque: ‘Sobre la orden de Enlil de reducir a ruinas el país y la ciudad de…, le había fijado como destino aniquilar su cultura’”.

Los enemigos de los libros saben que son un instrumento de guerra y bien que cuando lo necesitan utilizan esas armas. De lo contrario, Hitler no hubiera escrito Mi lucha. Incluso, algunos de los grandes defensores de los libros consideran que este no debería difundirse. La contradicción está en el alma misma de la relación escritura-lectura. El espíritu de los seres humanos en su conjunto es un conglomerado de oxímoron que constituyen la imagen del caos que constituimos y los libros son su verdadero espejo. De tal manera que un mismo libro es muy diferente según sus lectores. Por ello, Vladimir Nabokov en su curso sobre el Quijote afirma: “Algunos críticos, una minoría muy difusa y desaparecida largo tiempo ya, han intentado demostrar que el Quijote no es más que una farsa tonta. Otros han sostenido que el Quijote es la mejor novela de todos los tiempos. Hace cien años un entusiasta crítico francés, Sainte-Beuve, lo calificó de ‘la Biblia de la Humanidad’. No caigamos bajo el hechizo de estos encantadores. […] Católicos y protestantes, místicos flacos y estadistas gordos, críticos bienintencionados pero verbosos y periclitados, de la cuerda de un Sainte-Beuve, un Turguéniev o un Brandes, y cuatrillones de eruditos pendencieros han expresado sus ideas contradictorias acerca del libro y del hombre que lo escribió”.

Sin embargo, no solamente discrepan los lectores de un libro sino que, más aún, un mismo lector que retoma uno que ya leyó lo encontrará de manera diferente porque es él −al margen del autor que lo realizó− el que lo rehace. Y ello ocurre con toda obra de arte. El espíritu siempre está en cuestionamiento porque, en realidad, lo subjetivo es un ente colectivo. La pregunta es la respuesta y la respuesta es la pregunta. 

Yo que hablé de la imagen, sea esta escrita o visual, recuerdo finalmente que los ojos leen como forma de mirar y miran como una forma de leer. 

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