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Jorge Consiglio: “La escritura te altera la mirada"

Hoy a las 19 presenta su nueva novela La Circunstancia (Eterna Cadencia Editora) en la librería.



Por Valeria Tentoni.


Nacido en Buenos Aires en 1962, Jorge Consiglio acaba de publicar una nueva novela en el sello que viene hospedando sus últimos libros, con títulos como Sodio, Villa del Parque, Tres monedas y Hospital Posadas. En otros sellos, podemos encontrar libros como Gramática de la sombra o El bien. En su quinta entrega a Eterna Cadencia Editora, Consiglio arterriza una novela que cruza, por escenarios, a la pampa argentina y al barrio de Recoleta, en Buenos Aires, con una narradora que comienza su racconto sentada en el banquillo de los acusados. La Circunstancia es un libro con nombre de estancia, una obra de largo aliento que le llevó dos años de escritura y correcciones y finalmente será presentada esta tarde en la librería. 


En la colección de Eterna Cadencia, es tu quinta novela. ¿Leés un ciclo en estas obras?    

Leo un ciclo, pero no necesariamente en estas novelas. O sea, yo leo un ciclo en el total. En el total, sí. Creo que descubro algo que tiene que ver con una especie de crisis del realismo, pero sin salir del realismo, y me parece que empieza con Pequeñas intenciones, que publicó Edhasa. Me parece que ahí se genera cierta crisis del realismo con pequeños desplazamientos. Esos pequeños desplazamientos tienen que ver con la trama, cosas que, digamos, transponen la realidad tal cual nosotros la conocemos. Pero sobre todo con una forma de escribir, me parece, con una escritura que une estas dos cosas. La sintaxis, qué sé yo, cierta cuestión de silencio, las dos cosas conspiran contra el realismo. Me da esa sensación. Ese sería el ciclo: partir de un realismo puro y duro, en los primeros relatos e incluso El bien, que tenía una herencia, me parece, más relacionada con el policial negro, y sobre todo con esta cuestión medio arltiana por momentos. Pero cuando empiezo a leer otros narradores, me doy cuenta de la insuficiencia de ese imaginario. O sea, Gallardo, Sara Gallardo. Empezás a leer a Sara Gallardo y te das cuenta de que podés conspirar contra eso. O Martín Rejtman y esa austeridad, ese grado cero, por pensar en la sintaxis; ese grado cero también extraña lo que vos estás narrando, la materia narrativa. Y me da la sensación de que ahí se me abre una búsqueda. Y las influencias o los procesos de apropiaciones, en mi caso, no están solamente relacionados con la literatura, sino también con el cine.    

Ese corrimiento, en particular en La Circunstancia, ¿cómo crees que lo trabajas?    

Dos cosas: una que tiene que ver con episodios concretos, es decir, acciones que no pueden ocurrir. Por ejemplo, este capataz que le sale un timo exacerbado, y ese timo lo convierte en un superhombre. Eso no puede ocurrir en la realidad. Es una distorsión clara de la realidad. Eso es un quiebre concreto del realismo. O sea, son quiebres que tienen que ver con otro orden, digamos, y que por supuesto no tienen nada que ver con la ciencia ficción, pero que tampoco tienen que ver con el fantástico, porque no imponen un sistema causal en el texto, sino que son irrupciones, entran y salen. Por eso tiene que ver con un ingrediente extraño que no se termina de explicar y que está flotando en el texto. Y por otro lado, en el caso de La circunstancia, me parece también que hay algo de la narración ansiosa. Es decir, de la sucesión de acontecimientos como en cascada. Y ese modo de narrar supone un quiebre del realismo, digamos. La justifico porque la protagonista es ansiosa, y además porque la protagonista establece un racconto a lo largo de todo el texto. Funcionalmente entra, digamos, dentro de esa estructura del relato. Y eso me da permiso a mí para esta sucesión de aconteceres un tanto frenética.  

También, en esto que identificás como cascada, veo que además es una cascada muy puntillosa; la narradora recuerda con mucho detalle. Recuerda cómo se sentía en un café que tomó hace 20 años.  

Exactamente.  En Tres monedas está también, en Sodio. El relato en algún punto se vuelve exhaustivo porque busca algo, trata de meterse en un tramado por debajo de la evidencia material. Lo no narrable. Entonces busca el universo de los detalles. 

Hay también un arco en la exploración de Buenos Aires en tus libros. Este libro transcurre sobre todo en Recoleta, una zona que no habías trabajado, otro en Villa del Parque, otro en la zona del Hospital Posadas.  

Justamente, en La Circunstancia lo que yo me había propuesto como primera idea era narrar Recoleta. ¿Cómo narrarla? El parque me interpela de una forma distinta, Recoleta de otra. Y además eso dispone materia narrativa, dispone argumento, trama. Recoleta es narrar el campo. Narrar el campo es narrar la barbarie. Narrar la barbarie, en el caso de este texto, es narrar la educación sentimental de la protagonista. Esa educación sentimental de la protagonista, ella la replica en la ciudad. Internaliza eso de alguna manera. Y los dispositivos después se replican en la ciudad. Por ejemplo, la crueldad. Ella, de chica, ve un episodio en el que matan a un chancho de una manera muy cruel, particularmente cruel. La escena del abuso. Este episodio concreto de que ella se indispone en el auto con su padre, y no con su madre; ese desamparo supone una especie de educación sentimental que después, en el personaje, me parece que se hace un modus operandi para relacionarse con el mundo. Es decir, soy cruel, porque hay un dispositivo de crueldad que evidentemente es medio eficaz, que parece ser una ley natural.  

Sabemos desde el principio que se ha cometido un acto criminal, pero a la vez nos olvidamos en el camino de la novela que son todas escenas preparatorias para el desenlace.  

Exacto. Una de las pocas cosas que tenía en claro en esta novela tiene que ver con la estructura. La estructura es lo que yo tenía absolutamente en claro. Tenía que terminar donde debía empezar. Hay una película que me encanta, Profundo carmesí, y esa película me influyó sobre todo en el eje, digamos, en la relación perversa entre la protagonista y el tipo que ella encuentra como su pareja. 

¿Y cómo decidiste trabajar el campo? Mencionaste Sara Gallardo, ¿qué más leíste para trabajar esas escenas? Sé que hiciste entrevistas, porque hay agradecimientos al final.  

Sí. Bueno, hay varios amigos que son camperos. Y me ayudaron a trabajar cosas duras, por ejemplo, que yo no desconozco. Por ejemplo, en un momento dado hay una lluvia torrencial. Cuando termino el texto y lo lee Hernán Ronsino, me reclamó que no se haya cortado la luz. Esas cosas puras y duras fueron ellas, ellos. Pero hay otra cosa que tiene que ver con el campo ficcional, que es el campo que a mí me apasiona, el campo de la literatura argentina. Güiraldes, por supuesto Gallardo... Trabajé también con esa mirada del campo, esa reformulación del campo inestable y ficcional.   

El campo literario.  

El campo literario, el campo de Sarmiento. El campo de Mansilla. El campo de Saer.   

¿Cómo diseñaste el punto de vista, esta narradora de cascadas? 

Lo que te permite una primera persona ,en este caso, porque además es una primera persona que habla de sí misma, es que la primera instancia de la presentación de personajes está dada por el discurso directo. Además, cuando ella narra se transforma en una tercera persona. Ella establece un punto de vista. Y ese jueguito hace que vos empieces a presentarlos poliédricamente a los personajes. Los enfocás de allá, después de allá, después de atrás. Empezás a jugar con eso. Ella presenta a los demás y se presenta a sí misma. Y hay cierta autonomía de estas microhistorias. Por supuesto, es el juego de un neurótico. O sea, soy un neurótico y me sirve escribir porque de alguna manera me amortigua esta cosa de tratar de precisar universos. Tratar de precisar universos en un texto es facilísimo. Pero no lo es para nada cuando intentás precisar el universo de tu propia vida. 

¿La neurosis es una aliada para escribir? 

Es tu aliada, claro. Creo que la escritura de ficción te vuelve una especie de semiólogo. Porque vos después, cuando volvés a la realidad, empezás a mirar todo como si por debajo de eso hubiera un sistema de códigos que no tenés demasiado preciso. Y te transforma en un observador más atento que el común de la gente que no escribe, probablemente. Te altera la mirada. La escritura te altera la mirada. 

¿Es la primera narradora mujer que tenés?  

Creo que sí. En este caso me lo pidió el texto. Necesitaba una mujer que mirara el campo, que se viera desafiada por el campo y que estuviera sola, no un varón que estuviera solo. Necesitaba una mujer frente a un universo masculino como es el campo, o el universo masculino que a ella la rodea. Y darle voz, en realidad, no fue tan difícil, digamos, o más difícil que darle voz a otro personaje. Hay que escuchar qué necesita el texto y no nosotros. Obedecer al texto.  

¿Cómo fue la escritura de esta novela? La anterior la terminaste en pandemia.  

Me llevó dos años. Trato de escribir a la mañana. Como fui un ganapán durante muchos años en mi vida, ahora aprovecho las mañanas y las defiendo. Renunciar a eso para mí fue difícil, se me vino el mundo abajo. Muchas cosas cambiaron en mi vida, la economía pero un montón de cosas más. Entonces siento una gran responsabilidad. Es decir, una responsabilidad y la felicidad de despertarte y decir no voy a ningún lado y hoy a la mañana me voy a quedar laburando acá en casa. Desde las ocho y media hasta la una y media, y a veces cuando me copo escribo todo el día. Una vez, Piglia me dijo: vas a ver que si te quedas tres días escribiendo, al cuarto día podés bajar y matar un tipo, porque estás loco. Pero cuando escribís y vas avanzando, es una belleza. Hay que regular la neurosis para ir progresando: voy, vengo, voy, vengo, voy, vengo, voy, vengo, dudo, dudo, dudo, voy, vengo. Y esa duda es la que nos constituye como autores. En esa duda te estás jugando por el todo.  

¿No te arrepentiste nunca de dejar tu trabajo estable como visitador médico?  

Era visitador médico en un momento dado, empecé a crecer en la empresa y fui un tipo muy importante dentro de una estructura corporativa, con una vida cómoda. Pero claramente no me arrepiento. Ni un poco. Sí, cambiaron muchas cosas, pero estoy haciendo la vida que quiero hacer. Eso es extraordinario. Leo, escribo, doy clases. Y eso es impagable. Tiene sus riesgos, incluso te puede volver loco o te podés pegar un corchazo. Pero ahí sí tiene más sentido que yo muera por otra cosa que no sea vendiendo gotitas oftalmológicas, ¿entendés?  

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